¿Y era malo eso? Pero ¿qué derecho tenía de visitarla en medio de su luto y anunciarle que pensaba casarse con ella? La había esperado desde los dieciséis años y la había visto por primera vez cuando ella tenía seis, en una feria de ganado en Drumfrie. ¡Qué tontería! y las mujeres se arrojaban a sus pies. Bien, tal vez eso no fuera mentira. Era bellísimo, con sus rebeldes rizos negros y esos ojos tan azules… Ella nunca había pensado en sus ojos como sencillamente azules. Eran más que azules, como el lago. El cepillo se le enredó en un nudo del cabello y Rosamund maldijo entre dientes.
– Esta vez -masculló, viendo a Logan Hepburn desaparecer detrás de la colina-, nadie va a hacer planes en mi nombre ni me va a decir con quién tengo que casarme. -¿No había decidido ya que no volvería a casarse? Rosamund maldijo nuevamente para sus adentros.
Pero no podía evitar pensar en cómo sería estar casada con un hombre tan temerario. Pelearían todo el tiempo, de eso no había duda. ¿Y Cómo sería Claven's Carn? Ningún lugar podía ser tan hermoso como Friarsgate. Ella conocía lo suficiente de lengua escocesa para traducir el significado del nombre de la heredad. Claven's Carn. Significaba la colina rocosa de los milanos. Un milano era un ave de presa. Hizo una mueca y se preguntó quién le había puesto ese nombre. No, no sería tan hermoso como su Friarsgate, cuyo nombre derivaba del de un antiguo monasterio, hacía tiempo desaparecido.
Traza tu propio camino. Bien, ¿no estaba haciendo precisamente eso? Estaba trazando su propio camino, y era hora. Había permitido durante demasiado tiempo que otros tomaran decisiones por ella. Pero ella era mujer, se lo recordaban todo el tiempo, y las mujeres no toman sus propias decisiones. Eso quedaba para los hombres de la familia. ¿Quién estableció esa ley? Dejó el cepillo y comenzó a trenzarse el cabello.
Al día siguiente, llegó la escolta real, encabezada por un caballero que se presentó como sir Thomas Bolton, lord Cambridge.
– Somos parientes lejanos -le informó sir Thomas a Rosamund mientras miraba a su alrededor la pequeña sala, con ojo avizor-. Nuestros bisabuelos eran primos hermanos -explicó-. Siempre me he preguntado cómo era Friarsgate. Llegué a conocer a mi bisabuelo. Murió cuando yo tenía siete años, pero le encantaba contarme historias de esta Cumbria donde se había criado. Es hermoso, eso lo admito, pero, por Dios santo, señora, ¿cómo soportas la falta de compañía civilizada?
En otras circunstancias, Rosamund se habría ofendido seriamente pero, por alguna extraña razón, sir Thomas le había caído, al instante, maravillosamente bien. Era de altura mediana y robusto. Tenía una hermosa cabellera rubia con un corte muy elegante: corto y con bandas sobre la amplia frente. Sus curiosos ojos eran del mismo color ámbar que los de ella. Su ropa era sencillamente espléndida y, obviamente, a la moda. Cómo conseguía estar tan atildado después de días en el camino era un misterio. Pero lo que a ella le encantó fueron sus modales, porque no había la menor malicia en él, dijera lo que dijese. Y sir Thomas hablaba mucho.
– Me gusta llevar una vida sencilla, milord. Me tomo muy en serio mis responsabilidades en Friarsgate.
– Me imagino -dijo sir Thomas, suspirando, y se dejó caer en una silla-. Con ropa adecuada, querida, serías espectacular. -Y la atravesó con una mirada-. Me gustas, prima, y voy a cuidarte, pero primero tienes que darme algo de tomar, porque me muero de sed, y, después, tienes que decirme cómo fue que te invitaron a la Corte. Mi debilidad es la curiosidad, querida niña.
Rosamund se echó a reír. No pudo evitarlo. En toda su vida nunca había conocido a nadie como sir Thomas. Le sirvió un copón de peltre lleno de sidra, temiendo que su rústico vino fuera un insulto para su paladar, y se lo dio.
Él bebió un sorbo, la miró por sobre el borde de la copa, tomó el resto y le tendió la copa para que le sirviera más.
– Excelente y recién hecha. ¿No tengo razón, querida niña? Ahora responde a mi pregunta, prima Rosamund.
– Estuve un tiempo en la Corte a cargo del rey Enrique VII. En esa época conocí a la princesa de Aragón. Cuando volví a casa, casada con sir Owein Meredith, nos escribimos. Después de la muerte de mi esposo la reina me llamó a la Corte. Su intención es animarme, pero yo preferiría quedarme en casa.
– Ah, sí, claro, no me cabe duda, querida prima, pero la reina tiene razón. Una visita a la Corte te ayudará a pasar lo peor del duelo. Yo recuerdo a sir Owein. Era un hombre de honor y leal, aunque tal vez un poco aburrido. No te ofendas. Muchos hombres buenos son aburridos y, en tu caso, es obvio que tú no te aburrías con él. -Su mirada fue al extremo de la sala, donde estaban Philippa, Banon y Bessie mirando azoradas esa figura de alguien tan hermosamente a la moda como sir Thomas Bolton-. ¿Esas son tus hijas? Qué encantadoras.
– Perdimos un varón -dijo Rosamund, como para defender la falta.
– ¡Ah, pobrecita! Otro lazo con la reina. Partiremos mañana, prima, si te parece bien. Espero que estés lista. El otoño ha llegado tardíamente y le tengo miedo al camino si la nieve llega temprano. El viaje es más largo de lo que yo pensaba.
Rosamund le había vuelto a llenar la copa.
– ¿Cómo fue que lo eligieron para acompañarme, sir Thomas? -preguntó ella, sentada frente a él junto al hogar.
– Oí decir al rey que su esposa invitaba a una señora de Friarsgate a la Corte. De inmediato le pregunté a Su Majestad, como prefiere él que lo llamen ahora, aunque es algo muy rebuscado, creo yo, si la dama en cuestión era Bolton de soltera y si ese Friarsgate era en Cumbria. Cuando respondió que sí a ambas preguntas, le expliqué que yo era un primo distante tuyo. La reina lo supo y me asignó la tarea de escoltarte, querida prima. ¡Y gracias al cielo que lo hizo! Han sucedido tantas cosas en la Corte desde la última vez que estuviste. Te pondré al día de los mejores rumores, y algunos tal vez tengan algo de verdad. Ahora bien, llévame a ver tu guardarropa, para que pueda decidir qué necesita alguna modificación antes de partir. Espero que lo que tienes puesto no sea un ejemplo de lo que piensas llevar a la Corte, querida.
– No -dijo Rosamund, riendo a pesar del insulto-. Compré tela en Carlisle y la esposa del mercero acababa de recibir unos dibujos de su hermana en Londres.
Sir Thomas se estremeció e hizo una mueca.
– No quiero ni imaginármelos -dijo, con un profundo suspiro.
– Pero ya empaqué -protestó Rosamund.
– Mi querida prima, podemos volver a empacar. Lo que no podemos hacer es borrar la impresión que darás en la Corte si te presentas con ropa pasada de moda. ¡Adelante!
Rosamund volvió a reír. Sí, le encantaba este primo que había aparecido de la nada para llevarla a la Corte.
– Venga, entonces, pero prepárese para algo: mis trajes son sobrios en color y en estilo. Después de todo, estoy de luto por mi esposo, sir Thomas.
– Tom está bien, o primo -le dijo él y, al pasar junto a las tres niñas se detuvo, metió la mano en el jubón y sacó un puñado de dulces, que les dio, como al pasar. Siguió a Rosamund escaleras arriba hacia su dormitorio.
Entraron y Rosamund le dijo a Annie:
– Él es mi primo, sir Thomas Bolton, que ha venido a acompañarnos, Annie, y quiere ver mis trajes. Desempácalos.
– Sí, señora -respondió Annie, mirando con asombro a sir Thomas.
– ¿Qué joyas tienes? -quiso saber él.
Rosamund vació la bolsita de terciopelo sobre la cama.
Sus dedos delgados y gráciles revisaron los adornos y al final dijo:
– Las perlas y el broche de esmeraldas y perlas son dignos de ti. El resto, no. Lo dejarás aquí.
– Pero no tengo nada más.
– Yo sí. Mi rama de la familia nada en dinero, querida niña. Tengo joyas para tirar para arriba y ninguna esposa para usarla.
– ¿Por qué no tienes esposa? Creo que se te consideraría un partido muy conveniente, primo.
Él sonrió y le dio una palmadita en la mano.
– No deseo una esposa. Una esposa me estorbaría. Me temo que soy un hombre egoísta que prefiere los placeres del mundo antes que engendrar una prole de niños llorosos, deseosos de que yo me muera para dilapidar mi tesoro, tan trabajosamente acumulado por mi familia. Yo, querida niña, soy perfectamente capaz de dilapidar mi fortuna sólito. Te cubriré con las joyas de la familia y, probablemente, dentro de un tiempo te haga hacer un guardarropa ligeramente más a la moda, en tonos más alegres. -Miró los trajes que Annie desplegó para que viera-. No están mal. Algo conservadores, pero no están mal, considerando la fuente. La esposa del mercero estuvo bien, y me sorprende. Estos trajes servirán para empezar. Vuelve a empacar, Annie, que partiremos mañana, aunque no demasiado temprano. Lo suficiente para llegar a St. Cuthbert para la caída del sol. ¿Conoces St. Cuthbert?
– Mi tío Richard acaba de ser nombrado el nuevo prior. Ven a la sala conmigo, primo, que te contaré la historia reciente de la familia. A cambio, tú me comentarás cómo terminó haciéndose rico, en el sur, un Bolton de Friarsgate.
Él rió.
– Me alegra comprobar que no eres una insípida criatura como tantas de las mujeres que rodean a la reina. Todas muy a la moda, todas muy elegantes, todas horriblemente orgullosas de su perfecta educación y, francamente, no tienen un dedo de inteligencia entre todas. -La siguió escaleras abajo a la sala, adonde había llegado Edmund y ahora Maybel dirigía a los criados que preparaban la comida de la tarde. Esa noche tendría dieciséis bocas extra que alimentar, y las mesas ya estaban tendidas con recipientes, cucharas y tazas de madera pulida.
– El señor es sir Thomas Bolton, lord Cambridge. Él es mi tío Edmund y su esposa, Maybel, que me criaron a la muerte de mis padres. Edmund se acercó y le estrechó la mano a sir Thomas. -Seguramente usted desciende de Martin Bolton. Bienvenido a Friarsgate, milord.
– ¿Sabes quién es? -se asombró Rosamund-. ¿Por qué yo nunca supe de esa rama de la familia?
– No había necesidad de que la conocieras -dijo Edmund, con sentido práctico.
– Venga y siéntese a la mesa grande -dijo Maybel, impresionada por la elegancia de sir Thomas. Se sentaron y Edmund continuó.
– Hace varias generaciones nacieron mellizos en la familia. Henry y Martin. Henry, el primogénito, heredaría Friarsgate. Martin se casó con su prima hermana, hija de un riquísimo mercader londinense. Martin fue a Londres a los dieciséis años y a los dieciocho tuvo lugar la boda. Nació un niño, pero entonces la esposa de Martin llamó la atención del rey Eduardo IV. Dicen que la tonta se dejó seducir y después se suicidó, por la deshonra. ¿La historia que llegó a mis oídos es verdad, sir Thomas?
– Absolutamente, primo Edmund. Y ahora yo la terminaré. El rey no era mala persona, sólo enamoradizo. Se sintió culpable por lo que había hecho y lo que le había sucedido como resultado a la mujer, en especial porque Martin y su suegro habían apoyado al rey Eduardo y habían sido generosos perdonándole sus deudas. Entonces, el rey nombró lord Cambridge a Martin Bolton y le dio otra esposa, hija de una familia de la nobleza menor, y una finca en Cambridge. Martin se retiró de los negocios, dejándolos en manos de su suegro y otros, que al parecer tuvieron mucha habilidad para incrementar el tesoro de la familia. Desde entonces, hemos vivido para que nos diviertan -concluyó, con una risita.
Entonces le tocó el turno a Rosamund de explicar cómo sir Thomas había terminado como su escolta.
– Saldremos mañana después de misa y de desayunar.
Cuando concluyeron la comida de la tarde, Rosamund se retiró a su aposento. Edmund llevó a sir Thomas a un lado y le narró la historia de la vida de su sobrina hasta el momento.
– Es prudente en términos generales, pero, a veces, es demasiado confiada, creo, porque ha tenido mucha suerte con sus amigos y sus esposos. Usted es su pariente. ¿Me promete solemnemente cuidarla?
– Lo haré. Tiene mi palabra. Ahora cuénteme por qué usted no es el señor aquí. ¿El padre de Rosamund era el mayor? Tengo entendido que un tío de ella es el prior en St. Cuthbert.
– Yo soy el mayor de los hijos de nuestro padre. Mi hermano Richard es el segundo, pero nacimos del lado equivocado de la cama. El padre de Rosamund, nuestro hermano Guy, fue el primer hijo legítimo, y el último fue Henry. Mientras que Richard, Guy y yo fuimos unidos como verdaderos hermanos, Henry siempre desdeñó a los dos ilegítimos, a pesar de que nuestro padre nos quiso a todos. Nunca se recuperó del hecho de que Rosamund hubiera sobrevivido a la muerte de sus padres y de su hermano, y se hubiera convertido en la heredera de Friarsgate. -Y Edmund pasó a contar el resto de la historia.
– Sir Hugh era un individuo inteligente para haber burlado tan bien a nuestro avaro pariente -comentó sir Thomas con una sonrisita-. Así es cómo ella llegó a la Corte. Yo no la recuerdo, pero seguramente no me, interesé en absoluto en una doncella de la casa de la reina. Además, no me acercaba a la Venerable Margarita. ¡Era una verdadera arpía!
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