– Primo -sonrió Rosamund al final de la comida, repleta -, si se puede decir que un hombre hace maravillas, ese es tu cocinero. Nunca comí nada tan delicioso lejos de Friarsgate. Las carnes eran todas frescas y tu cocinero no las condimentó en exceso, porque no tenía nada que esconder. Comeré aquí todas las veces que pueda mientras esté en Londres.

– Insisto en que lo hagas -le dijo él, complacido con sus cumplidos. Se quedaron un rato sentados conversando ante el fuego, hasta que Annie, con los ojos muy abiertos, vino a buscar a su señora para acompañarla a su habitación.

– ¿Comiste, Annie? -le preguntó lord Cambridge a la muchacha

– ¡Sí, señor, y estaba delicioso!

– Entonces les doy las buenas noches a las dos, aunque tal vez pase más tarde a ver cómo se han instalado. Mañana te avisaré antes de irme a la Corte, Rosamund. -Les hizo un lánguido saludo con la mano y concentró su atención en su copa y en el fuego.

– ¡Espere a ver el aposento, milady! ¡No es una habitación, sino dos para usted, y otra pequeñita para mí! ¡Y un lugar separado para la ropa y dos hogares! y le pedí un baño. Pusieron una tina inmensa ante el hogar de la antecámara y ahora mismo la están llenando de agua caliente. ¡Esto es un palacio, milady! -Annie, que nunca se había alejado de su hogar en sus diecisiete años, se asombraba ante absolutamente todo lo que había visto desde la partida de Friarsgate. Subió corriendo la amplia escalera que llevaba desde el vestíbulo de entrada a la parte superior de la casa donde estaban los dormitorios.

El apartamento de Rosamund era espacioso, con ventanas que daban a los jardines y al parque de lord Cambridge, que bajaban hasta el río. Las paredes estaban forradas en madera. Los pisos de madera estaban cubiertos por más alfombras turcas. Las cortinas de las ventanas y las de la cama eran de terciopelo rosado con sogas doradas; los candelabros, de plata. Había recipientes con flores en la repisa de la antecámara y sobre la mesa en la alcoba. ¿De dónde habían sacado flores en diciembre? En los dos hogares estaba encendido el fuego. Cuando entraron, el último de los criados partía llevándose los cubos vacíos y el vapor se elevaba sobre la gran tina de roble.

Annie se apresuró a agregarle al agua la esencia de su ama mientras que Rosamund se quitaba las botas y las medias. La joven criada ayudó a su ama a desvestirse y luego a meterse en la tina. Rosamund se sumergió en el agua caliente con un inmenso suspiro de placer.

– Voy a lavarme el cabello. Tengo el polvo del camino entre Friarsgate y Londres metido en el cuero cabelludo.

– La señora Greenleaf, que es el ama de llaves de lord Cambridge, ha asignado a una de sus mucamas para que me ayude. Todo lo tengo que hacer es tirar de la cuerda y ella vendrá. Su nombre es Dolí -Informó Annie a su señora-. He colgado sus trajes y la señora Greenleaf dice que Dolí me ayudará a prepararlos, en especial el que usted use primero en la Corte.

– Necesitaré el consejo de mi primo al respecto.

– Es un caballero extraño, milady, pero, ay, qué buen corazón tiene. Sé que la vida habría sido muy incierta para nosotras si no nos hubiera ido a buscar él. Permítame que la ayude con su cabello.

Un caballero extraño. Rosamund sonrió mientras Annie le lavaba el cabello. No estaba segura de qué pensar de Thomas Bolton, pero sabía que, en su breve relación, ella había llegado a depender de él, y lo quería mucho. A pesar de sus modales estrafalarios, sus trajes de pavo real y su lenguaje tan gracioso, era un hombre bueno, y se había convertido en un buen amigo. Era de su misma sangre. Un Bolton. Por primera vez Rosamund no temía volver a la Corte, porque tenía a su primo para allanarle el camino y para ser su baluarte.

Lavada, vestida con una camisa limpia y, luego de secarse el cabello junto al fuego, Rosamund se sentó cómodamente en su cama. Dolí había venido a llevarse la ropa sucia, le había hecho una tímida reverencia a Rosamund y, luego, se había ido parloteando con Annie. Rosamund se sintió tibia y serena. Golpearon a la puerta.

– Adelante.

– Te traje vino especiado caliente. ¿Todo estuvo a tu satisfacción, prima?

– Tu hospitalidad es estupenda, Tom. Muchas gracias. -Tomó el copón de manos de él y bebió un sorbo-. Mmmh, es bueno.

– Te ayudará a dormir. Rosamund, si no estás demasiado cansada, quisiera hablar contigo -dijo, serio.

– ¿Por qué, Tom, qué pasa?

– No quiero que haya secretos entre los dos, prima. Vas a oír cosas sobre mí en la Corte, cosas que te apenarán. Tal vez ni siquiera las comprendas. Algunos de los cortesanos disfrutan siendo crueles, porque no tienen otra cosa que hacer en sus vidas más que dedicarse a los chismes. Querida prima del campo, yo sé que nunca has conocido a un hombre como yo. ¿Me equivoco, Rosamund?

– No -dio ella, preguntándose de qué se trataba todo esto.

– Soy un hombre al que le gustan las mujeres, Rosamund, pero no las amo. ¿Me entiendes? -Sus cálidos ojos la miraban con cautela.

– No, Tom, no te entiendo -tuvo que admitir ella.

– No tomo mujeres por amantes, Rosamund. En ocasiones, aunque no muy a menudo, puedo tomar a otro hombre, o a un muchacho, como amante. Mi comportamiento es condenado por la Iglesia. En la Corte hay gente que conoce mis predilecciones. Si entre esas personas tengo enemigos, y todos tenemos enemigos, por cierto, esas personas querrán lastimarte revelándote mis hábitos porque creerán que tú no los conoces. Te digo esto no para impresionarte, sino para que no te tomen desprevenida.

– Ah, primo -respondió Rosamund, con franqueza-, no entiendo mucho, aunque sí un poco. Pero tú eres de mi sangre. Has sido bueno conmigo. Te quiero como quiero a mis tíos Edmund y Richard. No me importa lo que me digan de ti. Yo sé quién eres, y no somos solo parientes. Somos amigos, Tom. Eso es todo lo que necesito saber. No permitiré que se diga nada malo de ti.

– Veo que tendré que vigilarte de cerca, Rosamund -le dijo él, muy triste-. Tu corazón es demasiado generoso. Ahora escúchame, querida niña, debemos decidir qué te pondrás para ir a la Corte en tu primera visita. ¡Annie! -llamó, y la joven criada de Rosamund entró corriendo en el aposento-. Annie, tráeme los dos trajes negros de tu ama. Tengo que decidir con cuál deslumbrará a la Corte a su llegada. Annie sacó los dos trajes negros del guardarropa. Lord Cambridge tomó una decisión inmediatamente. -El negro con oro. El brocado es de excelente calidad y el bordado es muy delicado. Annie, que Dolí te muestre cómo peinar a tu ama para cuando vaya a la Corte. No puede peinarse con esa encantadora trenza. Y, prima, arreglaré para que tengas una toca inglesa con tus velos. Quedan especialmente bien en alguien con un rostro tan joven y bonito como el tuyo. Las tocas francesas o de gablete, más elegantes, son demasiado viejas para ti. No, una toca inglesa para la primera visita y tal vez después puedas llevar una cofia hacia atrás, para revelar tu cabello, con los velos. Ahora las joyas. Las perlas con la cruz son perfectas, pero necesitarás algo más. -Metió la mano en su traje y sacó un objeto que le puso en la mano.

Rosamund miró y vio un precioso broche. Era una perla grande, perfectamente redonda, engarzada en oro y rodeada de pequeños diamantes.

– ¡Ay, Tom! Será un honor usar esto. Eres tan bueno de prestarme algo así. ¿Era de tu madre?

– No, se lo compré a una amiga que resultó no ser tan amiga. Puedes quedártelo, querida niña. -Se inclinó y le dio un beso en la frente-. Buenas noches, mi querida prima. Te veré antes de salir para la Corte. Que duermas bien. -Se levantó de la cama donde se había sentado-. Annie, tú y Dolí prepararán el vestido de brocado negro con el bordado en oro para lady Rosamund. Y fíjate que esté listo uno de sus velos de linón. -Salió de la habitación, seguido por la muchacha, que le hacía preguntas y más preguntas sobre el traje de su ama para la Corte.

Rosamund se reclinó en la cama, con el broche de la perla en la mano. Nunca había oído hablar de hombres que prefirieran a hombres como amantes. No lo entendía muy bien, pero su primo Tom era una buena persona. Era todo lo que ella necesitaba saber sobre él. Le empezaron a pesar los párpados y el broche se le cayó de la mano, sobre la manta, donde lo encontró Annie poco después. La joven criada tomó la joya y la puso en la bolsa de terciopelo con el resto de las alhajas de su ama.

El sol había salido hacía rato cuando Rosamund despertó.

– ¡Dios santo! ¿Cuánto dormí? -le preguntó a Annie.

– Estuvo en la cama catorce horas.

– ¿Y lord Cambridge?

– Todavía no se fue. Esta gente de la ciudad observa horarios muy curiosos, milady. Ahora, lord Cambridge dice que usted debe quedarse todo el día en la cama. Yo iré a buscarle algo para comer. -Le hizo una reverencia y salió deprisa de la alcoba.

Rosamund desayunó costillas de cordero, pan, manteca, queso y mermelada de frutillas. La cerveza fuerte era de excelente calidad Apenas terminaba cuando llegó su primo para darle los buenos días Estaba elegantemente vestido con una chaqueta de terciopelo a media pierna, forrada y bordeada con una piel oscura. Al cuello llevaba una hermosa cadena de oro con pequeños eslabones cuadrados decorados con esmalte negro. Debajo del traje se le veían las calzas de seda a rayas color oro y rojo, y los zapatos de tacón eran de cuero negro.

– Es temprano, lo sé, querida, pero la mejor hora para llamar la atención de la reina es después de misa. Estaré allí justo a tiempo. Luego, debo arreglar con una de sus secretarias para que me dé una audiencia para poder contarle que estás aquí.

– ¿No puedes decir sencillamente que estoy aquí cuando ella te mire? Parece muy complicado solo para decir: "La dama de Friarsgate ha llegado, Su Majestad".

– Lo es -dijo él, riendo-, pero tenemos que seguir el protocolo. La reina es muy meticulosa en ese sentido. Y es por eso, querida prima, que te quedarás arrebujada en la cama, descansando del viaje. Supongo que, si tengo suerte, volveré cerca de la medianoche, con noticias. Si no, nos vemos mañana. Les he dado instrucciones exactas a tu Annie y a la joven Dolí sobre tu traje. Estás en buenas manos. ¡Adiós, querida niña! -Le sopló un beso, se volvió y salió rápidamente del dormitorio. Annie retiró la bandeja y Rosamund descubrió, sorprendida, que seguía cansada. Durmió hasta primera hora de la tarde, cuando Annie fue a despertarla para decir que la comida estaba servida en la antecámara. Se bajó de la cama y caminó, descalza, hasta la habitación contigua, donde habían puesto una mesita junto al fuego. Allí habían servido la comida principal del día. Había bacalao con una salsa de crema de eneldo y un plato con ostras crudas, pollo relleno de pan, apio y manzanas, aromatizado con salvia, una gruesa tajada de jamón, pastel de carne de conejo picada, un plato con diminutas remolachas en manteca, pan y queso. El postre era una gran manzana horneada con azúcar y canela sobre un lecho de crema espesa.

– Voy a engordar mucho si lo único que hago es tomar esta deliciosa comida y dormir -le dijo Rosamund a Annie-. Pero debo admitir que este lugar es mucho más agradable que la última vez que visité la Corte.

– Maybel me contó que no tenían privacidad.

– No, en absoluto, no la hay, salvo para los ricos y poderosos. Tú vendrás conmigo cuando yo vaya, por supuesto.

– Dolí está celosa -dijo Annie, riendo.

– Tal vez también la llevemos con nosotras después de que nos reciban, pero verá que la familiaridad con la Corte engendra la aversión. Su amo no es como la mayoría. Es de corazón generoso. -Ya saciada, Rosamund se levantó de la mesa-. Debo vestirme, pero no usaremos ninguno de mis finos trajes para la Corte, ya que no voy a salir más que, tal vez, a caminar por el jardín de mi primo, a la vera del río. Y donde su propiedad limita con la de su vecino hay un muro, de modo que nadie me verá.

Cuando estuvo vestida, con el cabello peinado en una prolija trenza, Rosamund le dijo a su criada que se quedara en la casa, para poder estar sola. En pocos días más ninguna de las dos tendría privacidad. La Corte era un lugar demasiado bullicioso y la bienintencionada reina retendría a Rosamund a su lado, ella lo sabía. El día no se presentaba frío ni caluroso. No había viento. El cielo estaba celeste, con algunas delgadas nubes que preanunciaban un cambio de tiempo. El sol pronto se pondría, pues era diciembre y los días ya eran muy cortos.

El jardín de Thomas Bolton era agradable, pero ella sospechaba que en los meses cálidos sería mucho más hermoso. Los canteros eran prolijos y tanto los árboles de flores como los arbustos y las rosas estaban podados a la perfección, a la espera del invierno. Había un pequeño laberinto de arbustos. Rosamund entró y fácilmente encontró la salida. Había algunas estatuas de mármol muy interesantes, la mayoría de jóvenes, que no dejaban nada librado a la imaginación. Ella nunca había visto estatuas así. Las encontró hermosas, en especial una de un joven alto con un sabueso echado a sus pies. El muchacho estaba cubierto con una especie de manto con una hermosa caída y tenía unos bellos rizos y una corona de hojas en la cabeza.