– Yo nací un 30 de abril. Y la mayor de mis hijas, Philippa, nació el 29 de abril.
– Ah, entonces son de Tauro. Igual que mi hermana. Yo soy de Escorpio, el opuesto de Tauro.
– ¿De qué estás hablando? -le preguntó Rosamund mientras él la acompañaba hasta el muelle donde los esperaba la barca.
– ¿Nunca oíste hablar de la astrología? La ciencia de las estrellas. Mi queridísima niña, ¡tengo un hombre increíble! Haremos que té haga la carta natal mientras estás en la Corte. Hay muchos que no hacen nada sin el consejo de sus astrólogos. Yo prefiero una revisión anual.
– La ayudó a subir a la embarcación-. Te lo explicaré todo camino a Westminster. -Se sentó junto a ella y puso una manta de piel sobre las piernas de ambos. Le hizo una seña al barquero; dejaron el muelle de la Casa Bolton y tomaron río abajo, hacia Londres.
CAPÍTULO 15
Hacía frío esa mañana, pero el sol resplandecía sobre el río.
– Allí está Richmond -señaló lord Cambridge cuando pasaron frente al gran palacio-. ¿Ves qué cerca queda de la Casa Bolton? También tengo una vivienda cerca de Greenwich. Ayer, cuando estuve en Londres, te compré un barquito precioso -siguió diciendo-. Y contraté a dos hombres como barqueros. ¿De qué colores mandaremos hacer sus libreas? ¿Tienes un lema que podamos estampar en sus divisas?
– Friarsgate es azul y plata -le respondió Rosamund-, y el lema de los Bolton de Friarsgate es Tracez Votre Chemin.
– Ah, me gusta tu lema. Te haré diseñar un broche con esas mismas palabras. Nuestros Bolton eligieron Service Toujours. Es de tan escasa inspiración… ¿Azul y plateado, entonces? Muy elegante, querida. Todo el mundo se está cambiando al verde de los Tudor últimamente, y eso es muy aburrido. Es imposible saber los criados de quién están en la Corte, a menos que uno pueda acercarse lo suficiente para ver sus divisas, lo que es de un mal gusto espantoso, por supuesto.
– No me gusta que gastes tanto, primo. ¿Es tan necesario? Ya has sido demasiado bueno conmigo.
– Siempre quise tener una segunda barca para los invitados, queridísima niña. Tu llegada me ayudó a no seguir demorando la compra. Tener tu barquito te permitirá escaparte del palacio cuando la reina no te necesite.
– Admito que sigo nerviosa porque me hayan llamado a la Corte. Este no es mi lugar.
– Pero aquí estás, Rosamund. Escucha, querida niña, que mientras navegamos río abajo te contaré por qué serás una brisa de aire fresco para la reina. Tú sabes que perdió un hijo a fines de enero. Pero fue peor que eso. Esas tontas excesivamente solícitas que la rodean tenían miedo de decirle que había abortado a una niña. Entonces, dejaron que siguiera creyendo que tenía a la criatura adentro, y ella se infló como una vejiga de oveja llena de aire.
– ¿Pero cómo no se dio cuenta de que ya no estaba encinta? -preguntó Rosamund, impresionada.
– Porque, querida niña, es una princesa española y se le ha evitado el acceso al sentido común, entre otras virtudes. Bien, no pasó mucho antes de que el rey se diera cuenta de lo que había sucedido, porque la hinchazón desapareció con la misma rapidez con que había llegado. La reina quedó destrozada; sentía que le había fallado a su marido. Él la convenció de que era la voluntad de Dios. Y, rápidamente, volvió a embarazarla.
– ¿La reina está encinta? -Rosamund estaba atónita.
– Caramba, sí, querida, niña. ¿No lo sabías? -Él también se sorprendió-. La criatura llegará a principios del mes de enero. Ayer fue el último día en que la reina recibía caballeros en sus aposentos, por eso era tan importante que yo pudiera hablar con ella. Ahora entrará en reclusión hasta que nazca su hijo, y solo la servirán mujeres. Sus damas se hacen cargo de todos los puestos que normalmente desempeñan los hombres para que la casa de la reina siga funcionando. ¿Cómo puede ser que no supieras la feliz nueva? Pero claro, con la confusión por el aborto, es posible, y Friarsgate está tan aislado. Pero esos no son todos los chismes, querida niña.
– Este otoño hubo un escándalo absolutamente delicioso. La reina se enteró de que el rey estaba teniendo un romance con la hermana del duque de Buckingham. Pero lo que nadie sabe a ciencia cierta es con cuál de sus hermanas, porque tiene dos, y ambas sirven a la reina. Lady Anne Hastings está viviendo en un convento a cien kilómetros de Londres, reflexionando sobre sus pecados, fueran cuales fuesen. Su hermana, Lady Elizabeth Fitz-Walter, también se fue de la Corte -dicen que se la llevaron en mitad de la noche-. Y sus esposos también han sido alejados. Al parecer, la hermana más casta, que no se sabe cuál de las dos es, habló con su hermano, el duque. Ella pensaba que su hermana tenía algo con el gran amigo del rey, William Compton. Buckingham es un esnob terrible, y los Compton no están a la altura, socialmente, de la familia Stafford. Pero Compton actuaba como escudo para el rey. ¡Los amantes usaban su casa para sus citas ilícitas! El duque de Buckingham se puso furioso con su hermana por rebajarse de tal manera con quien él creía que era un hombre de menor rango. Hubo una conferencia familiar. Para colmo de males, la hermana inocente fue a contarle a la reina que, en una discusión muy violenta, regañó al rey por su comportamiento y, aunque esa discusión tuvo lugar en su aposento privado, la oyó la mitad de la Corte, que se lo contó a la otra mitad.
– Ahora bien, querida niña, uno no reprende a Enrique Tudor por su comportamiento. Él es el rey. Él hace lo que se le antoja, como bien entendemos los que lo conocemos. Además, todos los reyes tienen amantes. Si hasta el padre de la reina, el rey Fernando, tuvo varias, y se sabe que engendró un buen número de bastardos. Y el rey Enrique ha sido muy discreto, hay que reconocerlo. Su pequeña indiscreción no se habría sabido nunca de no ser porque la hermana del duque lo contó todo. -Lord Cambridge rió con malignidad. Rosamund lo escuchaba fascinada.
"El duque es un esnob horrible -continuó su primo-. Claro que Will Compton no le parecía socialmente aceptable como amante de su hermana. Es más, la verdad es que no cree que la Casa de Tudor sea lo bastante buena. Desafió a Compton y lo insultó, y el otro, compañero y confidente del rey desde hace mucho tiempo, fue directamente a contárselo. El rey llamó al duque a su presencia y le dijo de todo. Al final, el duque se fue de la Corte muy enfadado. Sospecho que el rey se enojó con él porque su secreto había salido a la luz. Quiere mucho a su esposa y no desea afligirla. Y eso, querida niña, es lo que ha sucedido últimamente.
– ¿La reina perdonó al rey?
– No hay nada que perdonar, porque Enrique Tudor tiene derecho a hacer lo que le plazca, Rosamund. La reina ha sido reprendida como corresponde, pero no solo por su esposo, sino también por su padre y por su confesor. Después de todo, ella es la reina de Inglaterra. Nadie puede cambiar eso, pero que no pretenda que su esposo se abstenga de satisfacer sus apetitos masculinos cuando ella está preñada y, por consiguiente, prohibida para él. Y él fue discreto, aunque ella, obviamente, sospechaba algo, dada su naturaleza apasionada. Ella puso a sus damas a espiarlo. El rey pensó en echarlas a todas de la Corte, pero eso habría provocado un gran escándalo.
– Pobre Kate -se condolió Rosamund.
– Es una buena mujer, aunque ingenua en muchas cosas. Todos los que la sirven la quieren y permanecen leales a ella, pero sus damas deben recordar que su primera lealtad es hacia el rey, no hacia la reina. Espero, querida prima, que mientras estés sirviendo a la reina lo recuerdes. -Le dio una palmadita en la mano enguantada.
– Pero ¿todo está bien entre el rey y su esposa? ¿Ahora están reconciliados?
– Sí, pero ya nunca será como antes. La reina se ha visto obligada a enfrentar el hecho de que la luna de miel terminó hace mucho. Debe aceptar lo que no puede cambiar, y al rey no lo cambiará nunca. Él, aunque sigue irritado, la ha perdonado. Cree que ella nunca volverá a reprenderlo por sus pecaditos, en especial porque es improbable que se entere. Las damas de la reina han aprendido la lección, o eso se supone, y, en el futuro, no correrán a contarle rumores a su señora sobre la vida amorosa del rey.
– Ahora más que nunca deseo estar en casa. No sé si sabré manejarme en medio de toda esta intriga.
Él rió.
– Yo estaré aquí, querida niña, y siempre podrás escaparte a la Casa Bolton.
A su alrededor, el tránsito del río era más intenso. Se acercaban a la ciudad. Aparecieron unas grandes embarcaciones de fondo chato que llevaban carga desde los barcos anclados en el puerto de Londres, río abajo. Pasaron unas barcas más pequeñas con productos agrícolas. Los rodeaban pesqueros y otras barcas de pasajeros. Las agujas y torres de Westminster se elevaban de un lado del río y la barca comenzó a dirigirse a la costa. Annie estaba conmocionada por lo que veía y había oído. Al darse cuenta de esto, lord Cambridge le advirtió que guardara silencio.
– No hables de más con las otras criadas, pero sé agradable, servicial, devota, y mantén las orejas abiertas, para poder informarle a tu señora cualquier cosa de interés. Si simulas ser un poco tonta, recién llegada del campo, no te tomarán en cuenta y las otras criadas hablarán en tu presencia. ¿Entiendes, Annie?
– Sí, milord. Tendré cuidado, porque, en verdad, soy una sencilla muchacha del campo, como mi señora -respondió, y los ojos le resplandecieron, traviesos.
Lord Cambridge volvió a reír.
– Caramba, niña, eres mucho más inteligente de lo que yo pensaba. Podrás ser muy útil a tu señora. -Y le hizo un guiño.
La barca golpeó contra el muelle de piedra y un criado del palacio rápidamente la aseguró para que sus ocupantes pudieran desembarcar. Ayudaron primero a lord Cambridge y luego esperaron a que Rosamund y Annie bajaran al muelle. Sir Thomas se encaminó hacia el palacio, seguido por las dos mujeres. Rosamund recordaba vagamente que hacía años había desembarcado allí con Meg, Kate y el resto de la familia real. Parte del interior le resultó conocido mientras seguía a su primo. Llegaron a una gran puerta doble con el escudo real. A ambos lados de las puertas había una joven con falda de terciopelo rojo y un peto de cuero dorado a la hoja, con un pequeño yelmo y una pica. Las picas se cruzaron, a la defensiva, cuando lord Cambridge y su grupo se acercaron.
– Lady Rosamund de Friarsgate, viuda de sir Owein Meredith, y su criada, a invitación de la reina.
– Ella puede pasar, y también su criada -dijo una de las guardias. Descruzaron las picas y una de ellas abrió una de las puertas.
– Adiós, prima -se despidió lord Cambridge, dándole un beso en la frente a Rosamund-. Si me necesitas, envía a un paje a buscarme. Si no me encuentro aquí, estaré en la Casa Bolton.
Rosamund, seguida de Annie, entró, despacio, en los aposentos de la reina. Estaban llenos de mujeres, y le pareció que no reconocía a ninguna. Ni siquiera estaba segura del protocolo adecuado para llamar la atención de la reina. Se quedó allí parada, confundida, hasta que una mujer de rostro muy dulce se acercó a ella, sonriendo.
– Lady Rosamund, creo que no me recuerda. Soy María de Salinas. Mi señora le da la bienvenida a la Corte. ¿Quiere acompañarme para saludar a Su Majestad?
– Gracias -respondió Rosamund, y siguió a la dama favorita de la reina, y su mejor amiga, que había llegado con ella desde España y que se había quedado devotamente a su lado durante todos los años difíciles.
Pasaron por la primera sala de recibo de los apartamentos de la reina y entraron en el recinto privado, donde Catalina estaba graciosamente tendida sobre un diván tapizado. Tenía un vientre inmenso. Los ojos de la reina se iluminaron cuando Rosamund se acercó, y le tendió la mano, llena de anillos, a modo de saludo, con una sonrisa en los labios.
Rosamund tomó la mano de la reina y se la besó, mientras hacía una reverencia. Detrás de ella, Annie también se inclinó.
– Mi amiga -dijo la reina en su inglés con acento-. ¡Qué bueno volver a verte! Me alegro de tenerte aquí. En especial ahora. Te he asignado una tarea, Rosamund de Friarsgate. No olvido lo hermosa que era tu letra cuando me escribías. Te ocuparás de mi correspondencia mientras mis secretarios estén prohibidos en mi presencia. No permito que mis damas estén ociosas.
– Es un honor para mí servirla, Su Majestad.
– ¿Estás viviendo en la Casa Bolton?
– Mi primo Tom es un hombre bueno y generoso, Su Majestad. No recuerdo que me hayan tratado tan bien en la vida.
– Mientras estés conmigo y de guardia tendrás un camastro aquí, en mis apartamentos. Y se turnarán para dormir en mi alcoba en la carriola. Tu criada tiene permiso para entrar o salir, tanto de mis apartamentos como del palacio, para traerte lo que necesites. En un día más partiremos hacia Richmond, de lo que me alegro. Me doy cuenta de que no conoces a ninguna de mis damas; tal vez quieras ir a la sala para que te presenten.
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