– ¡Sí! y mañana le pediré permiso a la reina para dejar el séquito en el norte. ¿No te enteraste todavía de cuándo dejaremos Greenwich?
– A mediados de junio, dicen, y por lo general los rumores sobre los viajes son precisos, porque los afortunados que serán visitados por la augusta presencia real deben partir a sus casas a preparar todo. Una visita del rey, aunque breve, puede dejar a un hombre en la ruina. Verás que pronto comienza un pequeño éxodo -rió-. ¡Ya está! Ahora tu cabello es como una seda, querida niña. -Dejó el cepillo y se puso de pie-. Me reuniré con mis amigos de la Corte esta noche para revisar los detalles del espectáculo para honrar a los venecianos. Los italianos adoran esas elegantes charadas.
– Lamento perdérmelo, pero no me atrevo a aparecerme hasta la misa, mañana, para que no se sospeche que yo también he interpretado un papel.
– ¿No te parece, querida niña, que antes de pedirle permiso a la reina para irte a tu casa, bien podrías pedírselo también al rey? Eres el nuevo juguete de Enrique. No le agradará la idea de dejarte ir y se enojará mucho si la decisión le cae por sorpresa.
– Tendrá que renunciar a mí tarde o temprano, pero creo que tienes razón, primo. Se lo diré a Hal antes que a milady, la reina.
– Creo que es una decisión prudente.
Rosamund apareció en la Corte a la mañana siguiente para volver a hacerse cargo de sus deberes. La reina tenía varias cartas para escribir ese día y Rosamund estuvo muy ocupada. Por la noche, el rey fue al encuentro de su amante secreta. Después de hacer el amor apasionadamente por primera vez en dos días, Rosamund le dijo lo que planeaba.
– Le pediré permiso a la reina para abandonar el séquito, Hal. Ya hace muchos meses que falto de Friarsgate. Mis hijas me necesitan. No soy el tipo de madre que deja voluntariamente a sus pequeñas al cuidado de otros. Quiero irme a mi casa. Necesito irme a mi casa.
– ¡Lo prohíbo! -explotó él, furioso.
– ¡Milord! Mientras estemos en Greenwich, tú y yo podemos disfrutar de un dulce idilio y mantener nuestra relación en secreto. Ni mi querida Annie sabe que eres tú quien me visita. Se pregunta si mi amante no será un demonio que ha asumido forma humana, porque cree que sólo alguien así podría haber seducido a la señora de Friarsgate y haberla apartado del camino de la virtud. Sólo mi primo Tom conoce tu identidad. Tal vez podamos mantener nuestro secreto mientras vivamos en Greenwich, pero cuando comencemos el viaje de verano nos será muy difícil vernos, mucho menos en secreto. No quiero hacerle daño a la reina, que ha sido mi amiga, que es la madrina de mi hija. Tampoco debes herirla tú, porque te adora y es una buena esposa. Si albergas algún tierno sentimiento hacia mí, Hal, me dejarás ir. Los dos sabemos que no puedo ser parte de tu vida.
– ¿Me amas, bella Rosamund?
– Sí, creo que sí.,
– ¿Entonces, cómo puedes abandonarme cuando te necesito tanto? -dijo el rey, en tono de queja.
Era su rey. Era un hombre y, sin embargo, también un niño.
– ¿Cómo puedes poner en peligro lo que tenemos, incluso sabiendo que no puede durar por siempre?¿Cómo podrías lastimar a tu reina otra vez, si ella te ama con toda la devoción de su corazón y de su alma? ¡Yo te adoro, Hal! Pero me avergüenzo de mi comportamiento, porque traiciono a una mujer que ha sido buena y generosa conmigo, y que te es completamente leal.
– Razonas como ese abogado de la ciudad, Tomás Moro -rezongó él-. Caramba, bella Rosamund, ¡yo soy tu rey!
– Porque eres mi rey y porque te amo es que te hablo con franqueza, Hal. Si te niegas a permitirle a la reina que me deje ir a casa, ¿qué excusa pondrás que no despierte sospechas? Aunque Kate no piense nada malo, sus damas lo harán. Y comenzarán a espiarnos para proteger a la reina. Si se hace público que tomaste como amante a una dama norteña de una familia sin importancia, serás el hazmerreír no solo de Inglaterra, sino también de Francia, de España, del Sagrado Imperio Romano, de los Países Bajos. Eres joven, milord, pero algún día serás un gran rey. ¡Yo lo sé!
– Eres una muchacha mucho más sabia e inteligente de lo que yo creía -dijo él, arrojándola sobre la cama.
– ¿No aprendiste nada de nuestro primer encuentro de hace años, Hal? Te dije entonces que no me seducirías hasta que yo no decidiera dejarme seducir. Yo tenía catorce años entonces y era virgen. Debía proteger mi buen nombre y el de mi prometido. Esta vez he elegido dejarme seducir por ti, porque mis obligaciones han cambiado y descubrí que no podía resistirme a ti. -Estiró la mano y le acarició la mejilla-. Tú sabes que tengo razón.
Él se inclinó y la besó en los labios.
– Sí, la tienes, mi bella Rosamund. Mañana pídele a la reina que te libere, que yo no me opondré. Es más, aprobaré el pedido de mi buena esposa, pero tú tienes que prometerme algo.
– ¿Qué?
– Que seguiremos siendo amantes hasta que dejes el séquito para irte a tu amada Friarsgate. Ese es el precio que te cobraré por mi cooperación.
– Acepto de buen grado -le dijo Rosamund, abriéndose a su masculinidad, que buscaba entrar en su hueco cálido y lleno de amor-, pero debes jurarme que no harás nada que pueda llevar a que la reina se entere de este secreto que guardamos… ¡Ahh, cómo me penetras, me llenas por completo, milord, mi rey! -Su esbelto cuerpo se arqueó contra él; sintió que comenzaba a perder el control.
– Acepto -gruñó él en su oído, entrando en ella lo más profundo que podía-. ¡Válgame Dios, bella Rosamund, jamás me saciaré de ti! Serás siempre una angustia en el alma y cuando te vayas te llevarás parte de mi corazón contigo.
Ella le rodeó el cuerpo con las piernas y sus uñas bien cuidadas se clavaron en la ancha espalda del rey.
– Creo que Annie tiene razón, Hal. ¡Eres un demonio, pues solo un demonio podría robarme el corazón y el alma como lo has hecho tú! -Lo besó con pasión, y los dos se disfrutaron mutuamente hasta que la luna se había ocultado y la estrella de la mañana comenzó a levantarse en el falso amanecer gris de los cielos orientales.
CAPÍTULO 18
El viaje real de verano era similar al que había hecho Rosamund al norte, cuando dejó por primera vez la Corte, de niña, para ir a su casa a casarse con Owein. Pero aquel viaje había tenido un propósito: llevar a Margarita Tudor a Escocia. El viaje anual de verano era sencillamente una manera de divertir al rey y a su Corte, y de alejarlo del calor de la ciudad. Era una empresa enormemente costosa para los que serían honrados con una visita real. Y podía ser extremadamente incómodo para los hombres y mujeres que servían al rey y su séquito. Podía ser igualmente difícil para los cortesanos que acompañaban a Sus Majestades, porque no siempre estaba garantizado el alojamiento. Por otro lado, no ser invitado al viaje, o no ir, era considerado un desastre social o un serio paso en falso.
El informante de lord Cambridge había tenido razón. Partirían hacia el norte, hacia la región central de Inglaterra. Y Tom Bolton, un hombre al que le desagradaba privarse de las comodidades, de inmediato averiguó el itinerario de boca del chambelán real. Entonces, procedió a arreglar alojamientos en las mejores posadas de la ruta para sí y para Rosamund, que ya había rogado el permiso de la reina para dejar su servicio y volver a su casa desde Nottingham.
– ¿No eres feliz con nosotros? -le preguntó Catalina, solícita.
– Es un placer estar en presencia de Su Majestad, y especialmente a su servicio -dijo Rosamund, diplomática-, pero extraño a mis hijas, milady. Ya hace casi un año que falto de casa. Necesito ir.
– ¿Tus hijas no están bien cuidadas? -preguntó la reina, porque no quería dejar ir a Rosamund. Si bien tenía amigas más cercanas, disfrutaba de esa gentil compañía y le agradaba en especial que una mujer escribiera su correspondencia. Era muy conveniente.
– Mis hijas están en buenas manos, Su Majestad, pero yo soy su madre. Las grandes señoras deben, por necesidad, dejar a sus hijos al cuidado de otras personas. Yo no soy una gran señora. Mi tío Edmund y su esposa ya no son jóvenes, y si no regreso pronto, mi tío Henry tratará de obligar a mi hija mayor a casarse con su odioso hijo. La señora Blount se sentirá muy honrada de tomar mi lugar a su lado, estoy segura. Con gusto, si se le pide, asumirá las responsabilidades de su correspondencia.
– A ti no te gusta Gertrude Blount -dijo la reina con una sonrisita-. ¿Y no obstante me la recomiendas?
– Lo que yo quiero o quién me cae bien carece de importancia, Su Majestad. Usted necesita, y debe tener, a la mejor persona posible para reemplazarme. Esa persona es la señora Blount, por mi honor.
– Le pediremos consejo al rey sobre este asunto -dijo Catalina, y se volvió a su esposo-. Enrique, la señora de Friarsgate quiere dejar la Corte en Nottingham e irse a su casa. No quiere regresar. Me recomienda a la señora Blount para ocupar su lugar. ¿Qué piensas, mi querido señor?-Apoyó una mano sobre la manga cubierta de terciopelo verde del rey y lo miró a la cara, con una sonrisa.
– Queridísima Kate, lo que tú decidas para tu casa contará siempre con mi aprobación. Si la señora de Friarsgate desea irse a su casa, entonces, libérala de tu servicio. -Movió bruscamente la cabeza y miró directamente a Rosamund-. Usted, señora, tiene hijos, si mal no recuerdo, ¿o me equivoco?
Ella se ruborizó, hizo una reverencia y respondió:
– Sí, Su Majestad, así es.
– Entonces queda liberada, con nuestro agradecimiento, por los múltiples servicios que ha prestado a nuestra querida consorte y esposa -respondió el rey. Ignorándola con la misma precipitación con que le había hablado, se volvió y se puso a hablar con Will Compton, sentado a su izquierda.
– Mi esposo y señor ha hablado por los dos -dijo, sumisa, la reina.
Rosamund volvió a hacer una reverencia.
– Será para mí un placer continuar con mis deberes hasta que lleguemos a Nottingham, Su Majestad.
– Excelente -respondió la reina-: le enseñarás a la señora Blount lo que debe hacer para mí cuando te hayas ido.
– Eso haré, Su Majestad -respondió Rosamund. ¡Por Dios! ¿Nadie se habría preguntado por qué se había ruborizado cuando el rey le dirigió la palabra? Esperaba que creyeran que el haber gozado de su atención por un fugaz momento la había cohibido, pues ella era una dama de una familia común y no estaba acostumbrada a que Enrique Tudor le hablara.
Gertrude Blount se acercó a ella.
– ¿Por qué me hace un favor? No somos amigas y no simpatizamos. No sé si me gusta quedar en deuda con alguien como usted.
– No queda en deuda conmigo, señora Blount. Cuando me vaya de la Corte no regresaré. Lo que le dije a la reina es la verdad.
– Escribir la correspondencia personal de la reina es un gran honor. Lo desee usted o no, ahora he quedado en deuda con usted, porque no puedo rechazar el nombramiento de la reina.
– No, no puede -murmuró Rosamund-, como tampoco puede decirle a nadie nada de lo que escriba. A usted le fascinan los chismes, pero no podrá abrir la boca si no quiere llevar la deshonra a su familia, señora Blount. -Rosamund sonrió con dulzura.
– ¡Ah! -Gertrude Blount abrió muy grandes los ojos azules al darse cuenta de lo que le había hecho la señora de Friarsgate- ¡Así se venga de mí porque no la quiero! ¡Qué mezquina es!
– Señora Blount, poco me importa que usted me quiera o no -le dijo Rosamund, con toda franqueza-. El nombre de su familia es más importante que el de la mía, pero mi orgullo de ser quien soy es más grande que el suyo de ser quien es. Yo no seré desdeñada por la hija de lord Montjoy. Yo soy la señora de Friarsgate, y no por matrimonio, sino por derecho propio. La he recomendado a la reina porque tiene linda letra y ya es una de sus damas. Es un honor servir a la reina Catalina. No me debe nada por el nombramiento. Mientras la reina todavía requiera mis servicios, usted vendrá conmigo; así aprenderá cómo se hace la correspondencia personal de la reina y cómo se la guarda.
Gertrude Blount asintió, amilanada por el momento, pero pronto se puso a alardear de que ella tomaría el dictado de los documentos más importantes de la reina, que la habían recomendado para el cargo, pero no dijo quién y nadie se tomó la molestia de preguntarle, porque a nadie le interesaba.
El séquito partió de Greenwich y se mudó brevemente a Richmond mientras se terminaban los preparativos de último minuto. El rey había seguido visitando a Rosamund y una noche fue a verla a la Casa Bolton desde Richmond, pero tuvo que viajar por el río para llegar, lo que significó que sus barqueros supieron que había salido del palacio y adonde había ido. No era una situación favorable, pues Enrique no quería que lo sorprendieran con una amante otra vez.
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