Maybel la reconfortaba.

– Se han portado tan bien. Philippa me hace acordar a ti a esa edad. Es muy servicial y obediente.

Le dieron la bienvenida a lord Cambridge. Fueron a la sala para tomar la comida, que fue sencilla, porque no los esperaban. Después, con las niñas ya en la cama, se sentaron junto al fuego, a hablar y a beber una sidra recién hecha.

– Me escribiste que las ovejas habían parido una buena cantidad de corderitos este año -le dijo Rosamund a Edmund-, pero no me pareció cuando llegué. ¿Hubo alguna enfermedad?

– Hablemos de ese asunto por la mañana, sobrina. Seguro que estás cansada del viaje, y el pobre primo Thomas se está quedando dormido sentado. Por la mañana te daré un informe completo de lo que ha sucedido en tu ausencia.

El tono de su voz la alertó sobre la posibilidad de que algo marchara mal.

– Tom ya se durmió. Quiero saber qué es lo que me ocultas.

– Mañana, Rosamund.

– ¡Ahora! -dijo ella, tajante. Su primera visita a la Corte le había enseñado el valor de las buenas relaciones; la segunda, cómo ejercer su autoridad.

Edmund Bolton nunca había oído a su sobrina hablarle con tanta firmeza.

– Los escoceses nos han estado robando el rebaño.

– ¿Cómo es posible? Nuestras escarpadas colinas siempre nos han protegido de los merodeadores. ¿Y qué hiciste para combatir los robos? ¿Sabes quién es?

– Vienen por la noche -comenzó a decir Edmund-, y solo cuando la luna de frontera puede iluminarles el camino. Roban de los prados más cercanos a la cima. Mataron a dos de nuestros pastores y estrangularon a sus perros para que no ladraran.

– ¿Cuántas ovejas perdimos?

– Más de cien cabezas, Rosamund.

Ella lo miró atónito, y luego gritó:

– ¡Tío, eso es intolerable! ¿Cuántas veces vinieron a robar? ¿Y tú no has hecho nada para impedirlo?

Lord Cambridge ya estaba totalmente despierto.

– ¿Qué puedo hacer yo? -adujo Edmund, impotente.

– Sabes que atacan cuando hay luna llena.

– Pero no sabemos dónde atacarán. Los rebaños están diseminados sobre varias colinas y en muchos prados.

– Entonces debemos reunir a las ovejas y separarlas en dos o tres rebaños grandes, para poder controlar mejor la situación. Después, apostaremos guardias con los pastores y fijaremos una señal para que, cuando lleguen los ladrones, la finca esté avisada. Tendremos mejores posibilidades de atrapar a los ladrones de esa forma. Friarsgate ha sido tenida por inexpugnable, siempre. ¡Si se sabe que los escoceses nos están robando las ovejas, Edmund, sólo el cielo sabe qué seguirá después!

– Tomará varios días reunir a las ovejas. ¿Dónde las pondrás?

– Tengo que pensarlo. ¿Cuándo es la próxima luna de frontera? No pienso perder ni una sola oveja más a manos de esos fronterizos. ¡Malditos escoceses! Me pregunto si Logan Hepburn no tendrá nada que ver.

– No lo sé -le respondió Edmund, con franqueza.

– Sería típico de él hacer algo así para demostrarme que es muy inteligente -murmuró Rosamund-. ¿Y dónde queda ese Claven's Carn donde vive, Edmund?

– ¿Por qué?

– ¿Qué es una luna de frontera? -preguntó lord Cambridge.

– Porque creo que ha llegado el momento de hacerles una visita a los Hepburn -le respondió Rosamund a Edmund y agregó, para su primo-: Es una luna llena muy clara, Tom, cuando tradicionalmente los fronterizos de ambos lados de las colinas salen en sus correrías, porque entonces pueden ver por dónde van.

– No sé si es buena idea ir a Claven's Carn -opinó Edmund.

– ¿Por qué no? Dicen que los escoceses me están robando los rebaños, pero no sabes si son los Hepburn. Bien, sean ellos o no, creo que le haré una visita a Logan Hepburn, tío. Si es él o son sus parientes, se dará cuenta de que lo sabemos. Tal vez incluso dejen de hacerlo, pues habrá demostrado lo que quiere probar con su comportamiento. Y si no es Logan Hepburn, tal vez él sepa quién es.

– ¿Y crees que te lo dirá?

– Sí.

– ¿Por qué? -preguntó Edmund, pero Thomas Bolton ya se estaba riendo, entendiendo la táctica de ella.

– Mi querida niña, ¡qué inteligente eres! Claro que te dirá todo lo que quieras saber. Qué mala eres al usar al pobre hombre en contra de sí mismo.

Rosamund le sonrió a su primo y se dirigió a su tío:

– Logan Hepburn dice que está enamorado de mí. Bien, si lo está, entonces querrá ayudarme, ¿no?

– No me gusta -advirtió Edmund-. Es deshonesto que te comportes así, Rosamund.

Maybel intervino.

– Tendrás que mostrarle el camino, Edmund, de lo contrario, se perderá, pues tú sabes que, digas lo que digas, Rosamund irá a Claven's Carn. -Rosamund le dirigió una mirada agradecida-. Será mejor que vayas mañana, niña, si ya estás descansada.

– No, mañana debemos prepararnos para los ladrones. Al día siguiente iré a Claven's Carn. ¿Tom, vendrás con nosotros?

– Queridísima niña, ¡qué miedo tenía de que no me invitaras! Claro que iré contigo. No puedo perderme conocer a tu descarado escocés.

– La llevará Mata -dijo Edmund-. Uno de nosotros tiene que quedarse aquí a supervisar los preparativos.

– ¡De acuerdo! -decidió Rosamund-. Estoy cansada, y me alegro de dormir en mi cama después de tantos meses. Buenas noches. -Salió del recinto caminando despacio.

– ¿No irás con ella, mi vieja? -le preguntó Edmund a su esposa.

– No. Ahora esa responsabilidad es de Annie.

– Te sorprende que haya cambiado -comentó lord Cambridge.

– Era hora – asintió Edmund-, pero me sorprende. Creo que tú le allanaste el camino en la Corte.

– Nosotros, los Bolton, no tenemos un nombre grande ni influyente -respondió Tom-. Tuve una hermana menor que murió muy jovencita. Rosamund me recuerda a Mary, y he llegado a quererla como a ella. Fue su amistad con la reina la que le allanó el camino. Ya ella les contará todo, pero la reina la quería tanto que le pidió que le escribiera su correspondencia más personal. No documentos oficiales sino las cartas a su padre, a su familia, a sus amigos íntimos. Decía que Rosamund tenía muy linda letra.

– ¡Ah, cuando se lo cuente a Henry Bolton! -se regodeó Maybel.

– ¿Ha estado en Friarsgate? -preguntó lord Cambridge.

– No -respondió Edmund-. Supo que ella se había ido y escribió para pedir que le avisáramos cuando regresara.

– No lo hagas, al menos, no todavía -sugirió lord Cambridge-. Dale tiempo a Rosamund para ordenar sus asuntos con los Hepburn. Rosamund no necesita más problemas, y Henry Bolton es una gran irritación para ella -dijo, con una sonrisa. Se puso de pie-. Seguiré el sabio consejo de mi prima y me iré a la cama. Buenas noches, primos. -Salió de la sala.

– Me pregunto si no sería un buen compañero para nuestra sobrina -dijo Maybel, pensativa-. Rosamund dice que se quedará un tiempo.

– No lo creo, mujer. Es como ha dicho él. Alberga sentimientos fraternales hacia ella. Y creo que ella lo trata como lo habría hecho con su hermano. No, haz a un lado esos pensamientos, mujer. Thomas Bolton no es de los que se casan. De eso estoy convencido.

Rosamund se levantó temprano. Comió enseguida después de la misa y se dirigió rápidamente hacia la pequeña habitación privada donde tenía los registros de la finca. Quedó muy complacida al ver que todo estaba en perfecto orden. Su tío fue a informarle que ya había dado instrucciones para que reunieran las ovejas en tres grandes grupos en lugar de en pequeños rebaños.

– Ponlos en los tres prados alrededor del lago -ordenó Rosamund-. No podrán sacarlos fácilmente de allí. Y quiero que se preparen fogatas en cada uno de los tres lugares, y hombres armados con los pastores, y más perros. Los que sean atacados encenderán su fogata para alertar al resto. ¡Esos escoceses desgraciados no robarán más ovejas de Friarsgate!

Llevó todo el día mover a los muchos rebaños de ovejas de sus pasturas y reubicarlos en los prados que había indicado Rosamund. Faltaban cuatro días para la luna llena, pero la señora de Friarsgate ordenó que estuvieran todos listos para el día siguiente. Lord Cambridge, que hizo su aparición a primera hora de la tarde, quedó asombrado por la actividad y sorprendido por la autoridad de su prima. Esta era la misma mujer que se había desmayado en los brazos del rey. Su respeto por ella creció enormemente y, de pronto, se dio cuenta de que solo una mujer con semejante carácter habría sobrevivido a Enrique Tudor sin quedar destruida por él. Ella había roto la relación, sabiamente, y, por añadidura, había mantenido la amistad del rey.

Al día siguiente partieron rumbo a Claven's Carn, con el padre Mata de guía y, extrañamente, de protector, pues nadie atacaría a un sacerdote. Y menos a un sacerdote emparentado con el mismo Hepburn. Rosamund nunca había traspuesto la frontera y se sorprendió al ver que el paisaje era similar al de Friarsgate. Anduvieron varias horas bajo un cielo azul brillante, primero, con el sol en la cara y después arriba, calentándoles los hombros. Hablaron poco, aunque el sacerdote le había asegurado a Rosamund que de ninguna manera podía ser su medio hermano el que le estaba robando las ovejas.

– Claven's Carn -dijo al fin el padre Mata, señalando. Frente a ellos, sobre una colina cubierta de brezos, lo vieron. Un alcázar de piedra, oscuro y de aspecto muy viejo. Había dos torres. Se acercaron a la construcción despacio. Las puertas estaban abiertas, de modo que entraron en el patio. Para sorpresa de Rosamund, Logan Hepburn estaba allí, esperándola.

– ¿Le avisaste que veníamos? -le preguntó al sacerdote.

– Sí. No podía aparecerse sin aviso, milady, no es una buena costumbre en la frontera. Hepburn querría estar aquí, para esperar su visita, y como tiene otros asuntos que atender, le mandé avisar.

Los ojos azules se fijaron en ella. Ella lo miró con altivez desde arriba del caballo.

– He venido a decirte una cosa, Logan Hepburn. ¡Si vuelves a robarme las ovejas te haré colgar!

– Bienvenida a Claven's Carn -respondió él, sonriéndole. Estiró el brazo y la tomó firmemente de la cintura, para ayudarla a desmontar-. Estás más hermosa que nunca. Y yo no te estoy robando las ovejas.

– ¡Mientes! -le espetó ella.

Él le tomó el mentón entre el pulgar y el dedo mayor, obligándola a levantar la cabeza, para que lo mirara.

– ¡Yo no miento, señora! Ahora dime quién es ese petimetre disfrazado que te acompaña. Si es un esposo nuevo te aviso que tendré que matarlo aquí mismo.

Lord Cambridge se apeó del caballo.

– Soy su primo, señor -le dijo a Logan Hepburn. Y agregó, dirigiéndose a Rosamund-: Tienes razón, querida niña. Sus ojos son más que azules y verdaderamente bellos.

– ¡Tom!

Logan Hepburn estalló en una carcajada. Le dio una palmada en la espalda a lord Cambridge, haciéndolo trastabillar, y dijo:

– Pasen a la sala. Tengo un buen whisky que guardo para los amigos.

– ¡No voy a entrar en tu casa, maldita sea! He dicho lo que vine a decir y ahora me voy a mi casa.

Logan Hepburn sacudió con la cabeza.

– No será fácil convivir contigo -le dijo. La levantó y entró en su sala arrastrando a Rosamund, que maldecía y forcejeaba.

– ¡Suéltame, maldito bastardo escocés! ¡No quiero entrar en tu casa! ¡Quiero irme a la mía! ¡Déjame en el suelo!

Él la soltó, pero le cerró la boca con un beso. Rosamund retrocedió, y lo golpeó de manera tal que le hizo ver las estrellas. Él volvió a besarla, la rodeó con los brazos y la sostuvo con firmeza, apretándola contra su cuerpo largo y esbelto. Ella trató de escabullirse, pero él la abrazaba con fuerza. Por un momento, ella no pudo respirar, pero después consiguió apartar la cara. Él seguía abrazándola, inmovilizándola, y ella no podía pegarle.

– ¡Suéltame! -exigió ella entre dientes. Los ojos le echaban chispas.

– ¡Nunca! Tú y yo ya hemos jugado a esto, Rosamund Bolton. Te amo, aunque no sé por qué, pues eres la mujer más difícil que he visto en mi vida. Quiero que seas mi esposa. He atormentado a mi familia negándome a casarme porque no quiero a nadie más que a ti. Ahora ha llegado el momento de que nos casemos y me des un heredero, porque sé que eres capaz, y yo también, como atestiguan mis muchos hijos bastardos. No te he robado ninguna oveja. Lo único que quiero de Friarsgate es a su dueña.

– Bien -dijo ella, jadeando-. Maldito seas, Logan Hepburn, no puedo respirar si me aprietas tanto. Si no me estás robando las ovejas, entonces, ¿quién lo hace? Supongo que hay muchos escoceses para elegir.

Él aflojó el abrazo.

– Te ayudaré a encontrar a los culpables, Rosamund -le dijo, con calma-, y después tú fijarás el día para la boda, mi hermosa muchacha de cabellos rojizos.

– Yo puedo encontrar a los culpables sola. Ya les puse una trampa. Y no me casaré contigo. No pienso volver a casarme. ¡Cómo te atreves, Logan Hepburn! No soy una oveja, para que un carnero escocés me fecunde. Si quieres herederos, puedes hacérselo a alguna de las muchachas sencillas a las que les pareces tan maravilloso. ¡A mí no!