– Te quedarás a pasar la noche -replicó él, tranquilo.
– ¡Jamás! -gritó ella, apartándose de él y tirándole un golpe que él apenas pudo esquivar. El puño de Rosamund le resbaló en el hombro, y le quedó doliendo.
– ¿Por qué me conformaría con una muchachita insulsa cuando puedo tenerte a ti? Me gustan las mujeres con espíritu. Las mujeres así paren hijos e hijas impetuosos.
– No tendrás Friarsgate.
– No la quiero. Es de las hijas que tuviste con Owein Meredith. Nuestros hijos tendrán Claven's Carn, no Friarsgate.
– Ahora regresaré a mi casa -concluyó ella y le dio la espalda.
– Muy bien. Mis hombres y yo iremos con ustedes, porque no pueden viajar por la frontera tan cerca de la luna llena sin una escolta apropiada. Nos quedaremos con ustedes y los ayudaremos a atrapar a los ladrones.
– ¡No!
– ¡Sí! Mata, por lo que más quieras, hazla entrar en razones.
– Señora… -comenzó a decir el joven sacerdote, pero Rosamund salió de la casa sin más palabras.
– Beba un poco de whisky -le dijo Hepburn a lord Cambridge-. ¿De verdad es el primo?
– Sí, lo soy… ¿Pero no la va a detener? -Thomas Bolton estaba algo nervioso.
– No puede ir a ninguna parte hasta que no le traigan el caballo, y no se lo darán hasta que yo no dé la orden. Mata, encuentra a mis hermanos y diles que reúnan a los hombres y se alisten para partir de inmediato. -Sirvió dos copas de whisky y le dio una a lord Cambridge-. ¿Cómo diablos es su nombre?
– Thomas Bolton, lord Cambridge, a su servicio, señor.
– ¿Y está enamorado de ella? -preguntó Logan Hepburn.
Lord Cambridge rió.
– No, aunque la quiero. Me recuerda a una hermana que perdí. ¿De verdad piensa casarse con ella? ¿Tiene claro que no es una mujer fácil? -Bebió el whisky y se atragantó por lo fuerte que era.
– Sí -dijo Logan Hepburn-. Yo hago el whisky en mi propio alambique. ¿Le gusta?
– Oh, es estupendo -dijo lord Cambridge, preguntándose si la bebida le había levantado toda la piel de la garganta o solo la primera capa.
El joven sacerdote regresó.
– Los hombres están listos, Logan, y Rosamund está caminando porque no le dieron su yegua.
Salieron al patio, montaron los caballos y encontraron a Rosamund a casi un kilómetro camino abajo, adusta y decidida. Los parientes del Hepburn la rodearon y Logan dijo, muerto de risa:
– Súbase a su caballo, señora. Llegaremos a Friarsgate mucho más rápido si lo hace. -Se bajó de su montura y la subió a la suya. Cuando llegaron a la casa acababa de caer el sol y el crepúsculo todavía iluminaba el cielo. Edmund salió a recibirlos.
– Dice que no es nuestro ladrón, aunque yo no estoy tan segura de creerle -dijo Rosamund mientras se apeaba.
– Vinimos a ayudar -aseguró Logan Hepburn.
– Gracias, señor -respondió Edmund Bolton.
– ¡Supongo que no le creerás! -exclamó Rosamund-. Tú espera. Ya vas a ver que vendrá la luna llena y nadie nos robará los rebaños.
– Yo le creo -dijo Edmund-. Se sabe que es un hombre honorable, sobrina.
– Que alojen a sus hombres en los establos. Pueden venir a la casa a comer -aceptó ella, y entró.
– Dice que se va a casar con ella -comentó lord Cambridge mientras desmontaba de su caballo castrado-. Y ya hacen guerra de palabras, como si fueran marido y mujer.
– Claro que voy a casarme con ella -dijo Logan Hepburn, implacable.
En los dos días siguientes, los hombres de Logan Hepburn permanecieron en los establos y la casa, durmiendo, comiendo y jugando a los dados. Finalmente, una noche apareció la luna llena y arrojó una luz muy nítida sobre los campos. En los prados donde ahora pacían, los rebaños eran fácilmente visibles. El lago que bordeaba los prados relucía como plata con la luna en el medio del cielo. Rosamund y Logan Hepburn estaban escudriñando la noche por el vidrio de la habitación privada de ella en el segundo piso de la casa.
– ¡Allá! -murmuró él de pronto-. Mira la ladera de la izquierda. ¿Ves esas sombras que bajan? Creo que nuestros amigos han llegado. Vamos, muchachita, vamos a ver quiénes son.
Ella no discutió, sino que lo siguió. Los caballos los esperaban junto con los parientes del escocés.
– Tom -le dijo Rosamund a su primo-, si me sucede algo, te dejo a mis hijas para que las cuides. Prométemelo.
Maybel sollozaba.
– Deja eso, mujer -le dijo su sobrina-. No va a suceder nada, pero él es más joven que tú, y puede hacer que el rey lo favorezca a él y no al tío Henry. Padre Mata, bendíganos, y confirme mis deseos si es necesario.
– Sí, milady -dijo el joven clérigo, y bendijo al grupo.
Salieron despacio, con cuidado, para que los ladrones no se dieran cuenta de que los habían descubierto. A medio camino, una fogata se encendió en uno de los prados. Eso significaba que los ladrones estaban dentro del círculo de las ovejas. Logan Hepburn levantó la mano y todos espolearon sus caballos y echaron a galopar. Dentro del círculo, los pastores de Friarsgate y sus compañeros ya estaban en una lucha mano a mano contra los ladrones. Los perros ladraban y atacaban cuando se les ordenaba. Antes de que los huéspedes indeseables pudieran escapar, los parientes del Hepburn reforzaron el círculo, y la batalla terminó pronto: el enemigo fue desarmado y obligado a arrodillarse ante la señora de Friarsgate.
Rosamund desmontó y se acercó a los ladrones arrodillados. De pronto, vio una cara que reconoció. Estiró el brazo y agarró una cabeza de espesos cabellos y la hizo levantar.
– ¡Mavis Bolton! -exclamó, muy sorprendida.
– Me estás lastimando -exclamó Mavis.
– ¡Suelta a mi madre! -dijo una voz joven junto a Mavis.
– Caramba, primo Henry, cómo has crecido -le dijo Rosamund al muchachito arrodillado junto a Mavis.
Él la miró, con los ojos llenos de odio.
Rosamund rió.
– ¿Sabe tu padre lo que estás haciendo, joven Henry? ¿O mi tío también está entre ustedes?
– ¿Ese?-dijo Mavis, despectiva-. Qué ocurrencia.
– ¿Por qué me has estado robando las ovejas, desgraciada?
– Porque estaban ahí. Porque todo lo que dice ese viejo inútil que se hace llamar mi esposo es que Friarsgate tendría que ser suya, no tuya. Bien, como no es lo bastante hombre para quitártela, yo decidí que la tomaría de a poquito. Otterly es un lugar pobre, y no se hará más rico bajo la pesada administración de Henry Bolton. ¡Estoy cansada de ser pobre! Mis muchachos y mis hijas se merecen algo mejor. ¿Por qué tú tienes que tenerlo todo? -Miró a Rosamund con odio.
– Mataste a dos de mis pastores en incursiones anteriores -dijo Rosamund, fríamente-. Podría hacerte colgar, pero no lo haré. A cambio, pagarás una indemnización, es decir, mi tío la pagará, a las familias de los hombres cuyas vidas sustrajiste. Y también pagarás por los perros. -Se dirigió a Logan Hepburn-: Señor, ¿querrías transportar a esta desgraciada, su hijo y los otros, a Otterly Court, y le contarás a mi tío lo que ha sucedido? Dile que mi gente irá mañana a buscar mis ovejas. Exigimos que pague la multa enseguida. Él y su familia tienen prohibido volver a pisar mis tierras. Mataré a quien lo haga.
– Para mí será un placer servirla, señora -dijo Logan Hepburn con una pequeña inclinación. Enseguida le dirigió una mirada picara-. Siempre he pensado que sería lindo casarme durante los Doce Días de Navidad, Rosamund Bolton. Soy Logan por la familia de mi madre, pero mi nombre cristiano es Esteban. Vendré a buscarte el día de ese santo, y nos casaremos.
– No voy a casarme contigo.
– Ah, sí, claro que lo harás. Tienes tres meses para prepararte, Rosamund Bolton -hizo una seña a sus hombres, reunió a los prisioneros y comenzó a llevarlos colina arriba hacia Otterly.
EPÍLOGO
El día de San Esteban Friarsgate,
26 de diciembre de 1511
– No está aquí, señor -dijo Edmund Bolton, disculpándose.
Logan Hepburn se hallaba en la sala de Friarsgate, con sus parientes a sus espaldas y sus hermanos al lado. Los gaiteros estaban listos. Suspiró profundamente… pero él ya sabía que casarse no sería fácil.
– ¿Adonde fue? -preguntó, al ver que sus tres hijas estaban allí.
– A Edimburgo, con sir Thomas. Hace unas semanas llegó una invitación de la reina Margarita para ambos. Y ella dijo que, ya que había visto la Corte del rey Enrique, bien podía ver la Corte del rey Jacobo, porque, ¿dónde, si no, podría volver a ponerse sus finos trajes? Por cierto no en la sala del alcázar de piedra de usted.
Logan Hepburn rió.
– Es una sinvergüenza muy inteligente, Edmund. Se me escapó otra vez. Puede que ella conozca a la reina de Escocia, pero yo conozco al mismo Jaime Estuardo. En Edimburgo la ventaja será mía. Esa sinvergüenza no se me volverá a escapar, te lo juro. -Se dirigió a sus hombres-: Vamos, muchachos. Mañana salimos para Edimburgo.
– Buena caza, señor -dijo Edmund Bolton y Maybel le dio una palmada a su esposo en el brazo.
Logan Hepburn volvió a reír. Ella era una esposa que valía la pena tener y ponía a Dios por testigo de que algún día, muy pronto, se casaría con la bella Rosamund.
Bertrice Small
Nacida en Manhattan, Bertrice Small ha vivido al este de Long Island durante 31 años, lugar que le encanta. Sagitaria, casada con un piscis, sus grandes pasiones son la familia, sus mascotas, su jardín, su trabajo y la vida en general.
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