Su mundo se estremeció cuando él los presionó aún más y su lengua se deslizó dentro para encontrar la de ella.

Se tensó. Él lo ignoró y la acarició, entonces sondeó. Algo en ella se balanceó, tambaleándose, y entonces se rompió. La sensación se derramó por sus venas, fluyendo a un ritmo constante a través de ellas, caliente, hirviendo, brillante.

Otro destello, otra sacudida afilada de sensaciones. Habría jadeado pero él la atrajo hacia sí, un brazo de acero deslizándose sobre ella y apretando, distrayéndola mientras profundizaba el beso.

Para el momento en que sus sentidos se volvieron a enfocar, estaba demasiado cautivada, demasiado enredada en el nuevo encanto para pensar en soltarse.

Tristan lo sintió, lo supo en sus huesos, intentó no dejar que su hambre se aprovechara. Ella había sido besada antes, pero apostaría su considerable reputación a que nunca había entregado su boca a ningún hombre.

Pero esa boca, y ella, eran ahora suyas para disfrutar, para saborear, por lo menos tanto como un beso lo permitía.

Era una locura, claro. Ahora lo sabía, pero en aquel acalorado momento cuando ella había alegremente consignado su protección a una perra, un lebrel que estaba sentado pacientemente mientras él violaba la suave boca de su dueña, todo lo que él había visto era rojo. No se había dado cuenta de cuánto de aquella bruma se debía a lujuria.

Ahora lo sabía.

La había besado para demostrarle su debilidad inherente.

Haciéndolo había descubierto la suya propia.

Estaba hambriento, se moría de hambre; por alguna bendición del destino ella también. Se quedaron en el silencioso jardín, abrazados, y simplemente lo disfrutaron, dieron, tomaron. Ella era novata, pero eso sólo había añadido un gusto picante, un delicado toque de encantamiento al saber que era él el que la estaba conduciendo por caminos que nunca había pisado.

Hacia reinos que ella aún no había explorado.

Su calor, la intensidad flexible, las curvas descaradamente femeninas presionadas contra su pecho, el hecho de que la tuviera prisionera en sus brazos penetró en sus sentidos, garras evocadoras calaron hondo.

Hasta que él supo justo lo que quería, sabiendo más allá de cualquier duda la caja de Pandora que había abierto.

Leonora se aferró mientras el beso se prolongaba, mientras progresaba, se expandía, abriendo nuevos horizontes, educando sus sentidos.

Una parte de su mente tambaleante sabía sin ninguna duda que no estaba en ningún peligro, que los brazos de Trentham eran un refugio seguro para ella.

Que podía aceptar el beso y todo lo que él traía si no con impunidad, al menos sin riesgo.

Que podría agarrar los breves vislumbres de pasión que él le ofrecía, aprovechar el momento y, hambrienta, mitigar el hambre, por lo menos lo suficiente, queriendo más sin miedo, sabiendo que cuando terminara seria capaz de -le seria permitido-, retroceder. Para permanecer siendo ella misma, encerrada y segura.

Sola.

Así que no hizo ningún movimiento para pararlo.

Hasta que Henrietta aulló.

Trentham levantó la cabeza inmediatamente, miró hacia Henrietta, pero no soltó a Leonora.

Sonrojándose, agradecida a la oscuridad, ella retrocedió, sintió el pecho de él, roca caliente, bajo sus manos. Aún frunciendo el ceño, mirando alrededor a las sombras, él alivió el abrazo.

Aclarándose la garganta, ella dio un paso atrás, fuera de sus brazos, poniendo una clara distancia entre ellos.

– Tiene frío.

Él la miro, luego a Henrietta.

– ¿Frío?

– Su abrigo es de pelo hirsuto, no piel.

La miró; ella encontró su mirada, y de repente se sintió terriblemente torpe. Cómo se separa una de un caballero que había estado a punto de…

Miró abajo y chasqueó los dedos hacia Henrietta.

– Es mejor que la lleve dentro. Buenas noches.

Él no dijo nada mientras ella se giraba y se dirigía hacia la escalera principal. Entonces, súbitamente lo sintió cambiar.

– Espere.

Ella se volvió, elevó una ceja, tan altiva como pudo.

La cara de él se había endurecido.

– La llave. -Le tendió la mano-. Para la puerta principal del numero 12.

El calor se precipitó nuevamente a sus mejillas. Alargando la mano hacia el bolsillo, la sacó.

– Solía visitar al viejo señor Morrissey. Tenía problemas terribles haciendo las cuentas de la casa.

Él cogió la llave, la sopesó en la mano.

Ella echó una mirada hacia arriba; que él captó.

Después de un momento, en voz muy baja le dijo.

– Entre.

Estaba demasiado oscuro para leer sus ojos, sin embargo la prudencia le susurró, le dijo que obedeciera. Inclinando la cabeza, se giró hacia la escalera principal. La subió, abrió la puerta que había dejado sin pestillo, se deslizó adentro y silenciosamente cerró la puerta tras de sí, consciente todo el tiempo de la mirada fija en su espalda.

Deslizando la llave en su bolsillo Tristan se quedó en el camino, entre las ramas ondulantes y miró hasta que la sombra de ella desapareció en la casa. Entonces maldijo, se giró, y se dirigió hacia la noche.

CAPÍTULO 4

No era la primera vez que en su carrera cometía un error táctico. Necesitaba dejarlo atrás, pretender que no había sucedido, y atenerse a la estrategia de rescatar a la maldita mujer, luego seguir adelante, abocándose al complejo asunto de encontrar una esposa.

A la mañana siguiente, mientras caminaba a zancadas por el sendero delantero hacia la puerta del Número 14, Tristan seguía repitiéndose esa letanía, junto con un agudo recordatorio de que una porfiada, voluntariosa, agudamente independiente dama de edad madura indudablemente no era la clase de esposa que quería.

Aún cuando tuviera sabor a ambrosía y se sintiera como el paraíso cuando la tenía entre sus brazos.

¿Cuántos años tenía de todos modos?

Acercándose al porche delantero, se sacó la pregunta de la mente. Si esa mañana las cosas iban como había planeado, estaría en mucha mejor posición para apegarse a su estrategia.

Deteniéndose al pie de los escalones, levantó la mirada hacia la puerta delantera. Había dado vueltas y vueltas toda la noche, no sólo por los inevitables efectos del imprudente beso, sino también y más aún porque no pudo acallar a su conciencia exaltada por los anteriores sucesos de esa noche. Fuera cual fuera la verdad acerca de “el ladrón” el asunto era serio. La experiencia le insistía en que así era; sus instintos estaban convencidos de ello. Aún cuando no tenía intención de dejar que Leonora se enfrentara sola a ello, no se sentía cómodo al no haber alertado del peligro a Sir Humphrey y Jeremy Carling

Enderezando los hombros, subió los escalones.

El anciano mayordomo respondió a la llamada.

– Buenos días. -Poniendo de manifiesto su encanto, sonrió-. Me gustaría hablar con Sir Humphrey, y también con el Sr. Carling, si están disponibles.

El hombre relajó su comportamiento almidonado; abrió más la puerta.

– Si espera en el salón mañanero, milord, iré a preguntar.

Permaneció de pie en medio del salita y rezó porque Leonora no se enterara de su llegada. Lo que quería lograr sería más fácil de cumplir entre caballeros, sin que los distrajera la presencia del objeto central de la discusión.

El mayordomo volvió y lo condujo a la biblioteca. Entró y encontró a Sir Humphrey y Jeremy solos, y lanzó un pequeño suspiro de alivio.

– ¡Trentham! ¡Bienvenido!

Sentado igual que como había estado en su anterior visita, en el sillón junto al fuego -Tristan estaba casi seguro- con el mismo libro abierto en las rodillas, Humphrey le hacía gestos hacia el diván.

– Siéntese, siéntese, y díganos que podemos hacer por usted.

Jeremy alzó la mirada también, y lo saludó con la cabeza. Mientras se sentaba, Tristan devolvió el gesto. De nuevo, tuvo la impresión de que poco había cambiado en el escritorio de Jeremy a excepción, quizás, de la página en particular que estaba estudiando.

Dándose cuenta de la dirección de su mirada, Jeremy sonrió.

– Verdaderamente, apreciaría un respiro. -Hizo un gesto hacia el libro ante él.

– Descifrar este escrito sumerio es endiabladamente duro para los ojos.

Humphrey bufó.

– Mejor eso que esto. -Indicó el tomo que tenía en sus rodillas-. Es de más de una centuria después, pero no eran mucho más ordenados. ¿Por qué no podían usar una pluma decente? -Se interrumpió y le sonrió cautivadoramente a Tristan-. Pero no ha venido a escuchar acerca de eso. No debe dejarnos empezar, o podemos hablar de escritos durante horas.

Tristan tenía la mente aturdida.

– ¡Entonces! -Humphrey cerró el tomo que tenía en el regazo-. Cómo podemos ayudarlo, ¿eh?

– En realidad no es una cuestión de ayudar. -Estaba tanteando el camino. Inseguro de cuál sería la mejor aproximación-. Pienso que deberían saber que anoche hubo un intento de robo en el Número 12.

– ¡Buen Dios! -Humphrey estaba todo lo desconcertado que Tristan podría haber deseado-. ¡Malditos bastardos! Estos días también estoy oyendo muchísimo acerca de ellos.

– Así es. -Tristan retomó las riendas antes de que Humphrey pudiera desviarse del tema-. Pero en este caso, los albañiles notaron que habían intentado irrumpir la noche anterior, por lo que anoche montamos guardia. El villano volvió y entró en la casa… lo hubiésemos capturado si no hubiera sido por algunos obstáculos inesperados. Cuando las cosas se desmadraron, escapó, pero parecía que era… digamos que no el villano de baja calaña que uno esperaría. En verdad, daba todos los indicios de ser un caballero.

– ¿Un caballero? -Humphrey estaba aturdido-. ¿Un caballero irrumpiendo en casas?

– Eso parece.

– ¿Pero que podría estar buscando un caballero? -Frunciendo el ceño, Jeremy encontró la mirada de Tristan-. A mí me parece bastante absurdo.

El tono de Jeremy era desinteresado; Tristan sofocó su exasperación.

– Es verdad. Incluso más asombroso es que un ladrón se tome la molestia de entrar en una casa completamente vacía. -Miró a Humphrey, luego a Jeremy-. No hay nada en el Número 12, literalmente, y dada la parafernalia de los albañiles y la diaria concurrencia, ese hecho debería ser patentemente obvio.

Humphrey y Jeremy parecieron simplemente más perplejos, como si todo el tema los superara completamente. Tristan lo sabía todo acerca de apariencias engañosas; estaba comenzando a sospechar que estaba viendo una actuación ensayada. Endureció la voz.

– Se me ocurrió que el intento de acceder al Número 12 podría estar conectado con los dos intentos de robo que hubieron aquí.

Los dos rostros que se volvieron hacia él permanecieron en blanco e inciertos. Demasiado en blanco e inciertos. Lo entendían todo, pero se rehusaban tenazmente a reaccionar.

Deliberadamente dejó que el silencio creciera hasta hacerse incómodo. Finalmente, Jeremy se aclaró la garganta.

– ¿Cómo es eso?

Casi se da por vencido; sólo una fuerte determinación, alimentada por algo muy parecido a la furia de que no debería permitírseles renunciar tan fácilmente a sus responsabilidades y retirarse dentro de su mundo, hace mucho tiempo muerto, dejando que Leonora hiciera frente por sí misma a este asunto, hizo que se inclinara hacia delante, capturando con su mirada la de ellos.

– ¿Qué sucedería si el ladrón no fuera el usual ladrón de profesión, y toda evidencia apunta en esa dirección, sino que en cambio estuviera detrás de algo específico… alguna cosa que fuera valiosa para él? Si está aquí, en esta casa, entonces…

La puerta se abrió.

Leonora se deslizó dentro. Sus ojos lo encontraron; echaban chispas.

– ¡Milord! Cuán encantador verlo nuevamente.

Levantándose, Tristan la miró a los ojos. No estaba muy contenta -estaba absolutamente aterrorizada. Ella se adelantó, interiormente disgustado por lo mal que habían salido las cosas, Tristan se aprovechó de la inherente ventaja y le extendió la mano.

Ella parpadeó ante esto, pero después de sólo una leve vacilación le rindió los dedos. Él se inclinó; ella hizo una reverencia. Los dedos temblaron en los de él.

Habiendo satisfecho las cortesías, la condujo para que se sentara junto a él en el diván. No tuvo otra opción que hacerlo. Cuando, tensa y nerviosa, se hundió en el damasco, Humphrey dijo.

– Trentham nos acaba de decir que hubo un robo al lado… precisamente anoche. El pillo escapó, desafortunadamente.

– ¿Es eso cierto? -Con los ojos bien abiertos, se volvió hacia Tristan mientras él se sentaba nuevamente, inclinándose para poder mirarlo a la cara.

Le capturó la mirada

– Así es. -El tono seco no le pasó desapercibido-. Estaba sugiriendo que el atentado contra el Número 12 puede estar conectado a los anteriores intentos para entrar aquí.