Lo que sólo añadía peso a la suposición de que había algo en el Número 14 que buscaba el misterioso ladrón.
Mientras rodeaban el parque en la calesa, él le explicó sus deducciones.
Leonora frunció el ceño
– He preguntado a los sirvientes. – Alzando la cabeza, se recogió un mechón de pelo que volaba en la brisa-. Ninguno tenía ni idea de algo que pudiera ser particularmente valioso. -Lo miró-. Aparte de la obvia respuesta de algo en la biblioteca.
Él captó su mirada, después miró a los caballos. Un momento después preguntó.
– ¿Es posible que su tío y su hermano pudieran ocultar algo importante, por ejemplo si hicieran un descubrimiento y quisieran mantenerlo en secreto por un tiempo?
Ella sacudió la cabeza.
– Con frecuencia yo actúo como anfitriona para sus cenas con eruditos. Hay un gran movimiento de competición y rivalidad en su campo, pero lejos de ser reservados sobre cualquier descubrimiento, el enfoque habitual es proclamar cualquier nuevo hallazgo, no importa cuan pequeño sea, desde las azoteas y tan pronto como sea posible. Por el asunto de los derechos de reivindicación, si usted me entiende.
Él asintió.
– Así que es improbable.
– Si, pero… si iba a sugerir que Humphrey o Jeremy podrían haber tropezado con algo bastante valioso, y simplemente no entendieron lo que era, o quizás lo reconocieran pero no le atribuyesen el valor preciso -ella lo miró-. Estaría de acuerdo
– Muy bien. -Habían llegado a Montrose Place; él tiró de las riendas más allá del Número 12-. Tendremos que asumir que algo por el estilo está en el centro de todo esto.
Tirando las riendas al mozo que había saltado de la parte trasera y venía corriendo, saltó a la acera y después la bajó.
Enlazando los brazos, caminó con ella hasta la verja del Número 14.
Al llegar, ella se echó atrás y se volvió hacia él.
– ¿Qué cree que deberíamos hacer?
Él enfrentó directamente su mirada, sin asomo de su máscara habitual. Pasó un instante, después dijo, suavemente.
– No lo sé.
La severa mirada la apresó; la mano de él encontró la suya, los dedos entrelazados.
El pulso de ella saltó con su toque.
Él levantó su mano, rozando con los labios los dedos de ella.
Le retuvo la mirada sobre ellos. Después, lentamente, con los labios le rozó la piel otra vez, saboreándola descaradamente.
El vértigo la amenazó.
Sus ojos buscaron los de ella, entonces murmuró, profundo y lento.
– Déjeme pensar detenidamente las cosas. La pasaré a ver mañana, y podremos discutir la mejor manera de continuar.
La piel le quemaba donde los labios de él la habían rozado. Ella le hizo una inclinación de cabeza, dando un paso atrás. Él permitió que los dedos de ella se deslizaran de los suyos. Empujando la puerta de hierro, ella la atravesó, cerrándola. Lo miró a través de ésta.
– Hasta mañana, entonces.
– Adiós.
El pulso le vibraba por las venas, palpitando en la punta de sus dedos, se giró y subió por el sendero.
CAPÍTULO 5
– ¿Es este el lugar?
Tristan inclinó la cabeza hacia Charles St. Austell alcanzando el pomo de la puerta del establecimiento de Stolemore. Cuando había visitado los clubes más pequeños y el Guards *, la tarde anterior, ya había decidido hacer una visita a Stolemore y ser bastante más persuasivo. Encontrarse a Charles al norte del país por negocios, quién también se había refugiado en el club, había sido un golpe de suerte demasiado bueno para pasarlo por alto.
Cualquiera de ellos podría ser lo suficientemente amenazador como para persuadir a cualquier persona para que hablara; juntos, no había duda que Stolemore les diría lo que Tristan deseaba saber.
Sólo había tenido que mencionar el tema a Charles, y él había estado de acuerdo. De hecho, estaba eufórico ante la oportunidad de ayudar, de ejercitar otra vez sus peculiares talentos.
Cuando la puerta osciló hacia dentro; Tristan encabezó la entrada. Esta vez, Stolemore estaba detrás del escritorio. Miró hacia arriba cuando sonó la campanilla, su mirada fija se agudizó cuando reconoció a Tristan.
Tristan se paseó adelante, su adiestrada mirada fija en el desventurado agente. Los ojos de Stolemore se dilataron. Desvió la mirada hacia Charles. El agente palideció y acto seguido se tensó.
Detrás de él, Tristan oyó a Charles moverse; no miró alrededor. Sus sentidos le indicaron que Charles había girado la puerta para cerrarla, después se oyó el traqueteo de anillas en la madera. La luz se difuminó cuando Charles corrió las cortinas de las ventanas delanteras.
La expresión de Stolemore, con los ojos llenos de aprensión, decía que había entendido muy bien su amenaza. Se asió al borde del escritorio y empujó la silla hacia atrás.
Por el rabillo del ojo, Tristan observó que Charles recorría la habitación con rapidez y ligereza, cruzaba los brazos, y se apoyaba contra el marco de la puerta con cortinas que daba acceso al interior de la casa. Su amplia sonrisa habría hecho honor a la de un demonio.
El mensaje estaba claro. Para escapar de la pequeña oficina, Stolemore tendría que pasar a través de uno u otro. Aunque el agente era un hombre robusto, más que Tristan o Charles, no cabía duda de que nunca lo haría.
Tristan sonrió, no con diversión, no obstante sí con suficiente cortesía.
– Todo lo que queremos es información.
Stolemore se mojó los labios, fijando la mirada en Charles.
– ¿De qué?
Su voz sonó áspera, con un fondo de miedo.
Tristan hizo una pausa apreciando el sonido, después contestó con suavidad.
– Quiero el nombre y todos los detalles que tenga de la persona que quiere comprar la casa del Número 14 de Montrose Place.
Stolemore se atragantó; otra vez retrocedió ligeramente, su mirada fija alternándose entre ellos.
– No hablo de mis clientes. ¿Qué valdría mi reputación si difundiera una información como esa?
De nuevo Tristan esperó, sus ojos sin separarse nunca de la cara de Stolemore. Cuando el silencio se volvió tenso, junto con los nervios de Stolemore, inquirió suavemente
– ¿Y qué supone usted que le va a costar no complacernos?
Stolemore se puso aún más pálido; las señales de la paliza, administrada por las mismas personas que protegía, eran claramente visibles bajo su pálida piel. Se dirigió a Charles, como si calibrara sus oportunidades; un instante más tarde, miró hacia Tristan. La perplejidad se dibujó en sus ojos.
– ¿Quién es usted?
Tristan contestó con tono uniforme, sin cambios.
– Somos caballeros a los que no les gusta ver que se abusa de los inocentes. Basta decir que las recientes actividades de su cliente no encajan bien con nosotros.
– Ciertamente -agregó Charles, su voz era un siniestro ronroneo-. Se podría decir que está consiguiendo que perdamos la calma.
Las últimas palabras estaban cargadas de amenazas.
Stolemore recorrió con la mirada a Charles, entonces rápidamente miró hacia Tristan.
– De acuerdo, se lo diré, pero con la condición de que ustedes no le digan que he sido yo quien les ha facilitado su nombre.
– Le puedo asegurar que cuando le agarremos, no perderemos el tiempo en discutir cómo le encontramos -Tristan elevó las cejas-. Ciertamente, puedo garantizar que tendrá demasiada presión como para prestar atención a eso.
Stolemore ahogó un bufido nervioso. Trató de alcanzar un cajón del escritorio.
Tristan y Charles se desplazaron en un silencio letal; Stolemore se congeló, luego los recorrió nerviosamente con la mirada, en esta nueva posición estaba directamente entre ellos.
– Es solamente un libro -graznó-. ¡Lo juro!
Transcurrió un latido, después Tristan inclinó la cabeza.
– Sáquelo.
Respirando apenas, Stolemore sacó muy lentamente un libro grande del cajón.
La tensión se alivió una fracción; el agente colocó el libro encima del escritorio y lo abrió. A tientas, pasó rápidamente las páginas, después dirigió su dedo hacia abajo sobre una de ellas, y se detuvo.
– Escríbalo -dijo Tristan.
Stolemore asintió.
Tristan ya había leído y memorizado la entrada. Cuando Stolemore acabó y deslizó la hoja de papel con la dirección por el escritorio, le sonrió -de modo encantador esta vez- y la recogió.
– De esta forma -mantuvo la mirada fija en cómo Stolemore doblaba el papel y lo introducía en el bolsillo de su abrigo- si alguien le pregunta, puede jurar con la conciencia tranquila, que no ha dicho a nadie su nombre o dirección. ¿No le parece? Había solamente un hombre, ¿correcto?
Stolemore inclinó la cabeza en la dirección en la que la hoja de papel había desaparecido.
– Solamente él. Un trabajo sucio. Apariencia de caballero, cabello muy oscuro, piel pálida, ojos marrones. Vestido con elegancia pero no con la calidad de Mayfair. Le tomé por un noble rural; se comportaba con la suficiente arrogancia. De aspecto joven, pero es bastante mezquino y con un temperamento abrupto. -Stolemore se pasó una mano por las magulladuras que tenía al lado de un ojo-. Si nunca más le vuelvo a ver, será demasiado pronto.
Tristan inclinó la cabeza.
– Ya veremos cómo podemos arreglarlo.
Cambiando de dirección, caminó hacia la puerta. Charles siguió sus pasos.
Ya fuera en la calle, hicieron una pausa.
Charles hizo una mueca.
– Aunque me gustaría mucho venir y echar una ojeada a nuestro fuerte -su sonrisa malvada apareció- y a nuestro detestable vecino, tengo que regresar urgentemente a Cornwall.
– Te doy las gracias -Tristan le tendió la mano.
Charles la estrechó.
– Cuando quieras -un indicio de auto menosprecio tiñó su sonrisa-. A decir verdad, lo he disfrutado, aunque menos de lo que pensaba. Siento como, literalmente, me estoy oxidando en el campo.
– La adaptación nunca es fácil, en realidad lo es menos para nosotros que para otros.
– Por lo menos tú tienes algo en lo que mantenerte ocupado. Todo lo que tengo yo son ovejas, vacas y hermanas.
Tristan se rió de la patente repulsión de Charles. Le golpeó ruidosamente en el hombro, y partieron, Charles volvió hacia Mayfair mientras Tristan avanzaba en la dirección opuesta.
Hacia Montrose Place. Todavía no eran las diez en punto. Consultaría a Gasthorpe, el ex sargento mayor que había contratado como mayordomo del Bastion Club, que supervisaba los últimos detalles para tener preparado el club a disposición de sus patrocinadores, más tarde haría una visita a Leonora, tal y como había prometido. Como había prometido, debatirían qué hacer a continuación
A las once en punto, llamó a la puerta del Número 14. El mayordomo le indicó el camino hacia el salón; Leonora se levantó del sofá rosa cuando entró.
– Buenos días -hizo una reverencia cuando él se inclinó de forma respetuosa sobre su mano.
El sol había logrado liberarse de las nubes. Los brillantes rayos que tocaban el follaje en la parte trasera del jardín atrajeron la mirada de Tristan.
– Camine conmigo por el jardín -él retuvo su mano-. Me gustaría ver el muro trasero.
Ella vaciló, después inclinó la cabeza; su intención era ir delante, pero él no soltó sus dedos. En lugar de eso, cerró su mano más firmemente sobre la de ella. Leonora le lanzó una breve mirada cuando pasaron juntos por las puertas francesas. Abriéndolas, las traspasaron; cuando comenzaron a bajar las escaleras, Tristan puso la mano de Leonora en su brazo, consciente de los latidos ligeramente erráticos de su pulso, y la forma en que temblaban sus dedos.
Ella levantó la cabeza.
– Necesitamos pasar a través del arco de los setos -dijo Leonora-. El muro está en la parte posterior del huerto.
Los jardines eran extensos. Con Henrietta paseando detrás de ellos, anduvieron por el camino central, más allá de filas de coles, seguidas por hileras interminables en barbecho, largos montículos cubiertos de hojas y otros restos esperando, dormitando, hasta que regresase la primavera.
Él se detuvo.
– ¿Dónde estaba parado cuando vio al hombre?
Leonora echó un vistazo alrededor, luego apuntó hacia un punto justo un poco más adelante, aproximadamente a veinte pies por delante de la pared trasera.
– Debía estar cerca de allí.
Él la soltó, empezando a moverse para mirar el camino, a través del arco hacia el césped.
– Usted dijo que él salió apresuradamente de su vista. ¿Qué dirección tomó? ¿Se volvió y fue caminando hacia la pared?
– No, se marchó por el lateral. Si hubiera cambiado de dirección y vuelto corriendo al camino, le habría podido ver a lo lejos.
Tristan inclinó la cabeza, examinando la tierra en la dirección que ella le había indicado. Eso ocurrió dos tardes atrás. No había llovido desde entonces.
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