Con un susurro de faldas, se dio la vuelta, abrió la puerta principal, y salió.

Dejó la puerta abierta y bajó los escalones, después siguió el camino hacia el portal. Al llegar, se asomó. La luz todavía era buena; en ambas direcciones, la calle estaba tranquila, se encontraba vacía. Bastante segura. Tiró del portal abriéndolo, lo traspasó, y lo cerró tras ella, luego echó a andar enérgicamente a lo largo de la acera.

Al pasar por el Número 12, echó un vistazo, pero no vio ningún signo de movimiento. Había oído por vía de Toby que Gasthorpe ya había contratado a todo el personal, pero la mayor parte todavía no residía ahí. Biggs, sin embargo, volvía cada noche, y el mismo Gasthorpe raramente dejaba la casa; no había habido más actividad criminal.

De hecho, desde la última vez que avistó al hombre en la parte de atrás del jardín, y éste se había escapado, no había habido ningún incidente adicional de ninguna clase. La sensación de ser vigilada había desaparecido; aunque de vez en cuando se sentía observada, el sentimiento era más distante, menos amenazante.

Paseó, sopesándolo, considerando lo que podría significar en cuanto a Montgomery Mountford y lo que fuera que estaba tan decidido a sacar de la casa de su tío. A pesar de que los arreglos para ser seducida eran ciertamente una distracción, no se había olvidado del señor Mountford.

Quienquiera que fuera.

Este pensamiento evocó otros; recordó las recientes pesquisas de Trentham. Directo y al tema, decisivo, activo, aunque lo intentara con todas sus fuerzas, no podía imaginar a ningún otro caballero disfrazarse como él lo había hecho.

Se había mostrado muy cómodo en su disfraz.

Había dado la impresión de ser aún más peligroso de lo que por lo general parecía.

Una imagen provocadora; recordó haber oído hablar de damas que se permitieron apasionadas aventuras amorosas con hombres de clase claramente inferior. ¿Podría ella, más adelante, ser susceptible a tales deseos?

Francamente no tenía ni idea, lo cual sólo confirmaba cuánto le quedaba aún por aprender, no sólo sobre la pasión, sino también sobre sí misma.

Con cada día que pasaba, se hacía más consciente de esto último.

Alcanzó el final de la calle y se detuvo en la esquina. La brisa allí era más fuerte; su capa ondeó. Sujetándola, miró hacia el parque, pero no vio a ningún lebrel delgaducho volviendo con el lacayo a remolque. Pensó esperar, pero la brisa era demasiado fría y lo suficientemente fuerte como para despeinarla. Girando, volvió sobre sus pasos, sintiéndose considerablemente restablecida.

Con la mirada fija en el suelo, resueltamente su mente volvió hacia la pasión, específicamente a cómo probarla.

Las sombras se alargaban; el anochecer se acercaba.

Había alcanzado el linde del Número 12 cuando oyó pisadas rápidas y decididas acercándose tras ella.

El pánico estalló; se volvió, apoyándose contra la alta pared de piedra a pesar de que su razón serenamente le indicaba lo improbable de cualquier ataque.

Un vistazo a la cara del hombre que se precipitaba hacia ella, y supo que la razón le mentía.

Abrió la boca y gritó.

Mountford gruñó y la agarró. Las manos se cerraron cruelmente sobre ambos brazos, la arrastró hasta la mitad de la ancha acera y la sacudió.

– ¡Hey!

El grito llegó desde el final de la calle; Mountford se detuvo. Un hombre corpulento corría hacia ellos.

Mountford maldijo. Sus dedos apretaron brutalmente los brazos de ella cuando se inclinó para mirar al otro lado.

Juró otra vez, un improperio vulgar, mostrando un indicio de miedo. Sus labios se curvaron en un gruñido.

Leonora miró, y vio a Trentham acercarse con rapidez. Algo más atrás venía otro hombre, pero fue la mirada en el rostro de Trentham lo que la impresionó, y lo que momentáneamente paralizó a Mountford.

Él se liberó de aquella mirada asesina, la miró y entonces la arrastró hacia él y la arrojó enérgicamente hacia atrás. Contra la pared.

Ella gritó. El sonido se interrumpió cuando su cabeza golpeó la piedra. Sólo fue vagamente consciente de deslizarse en un lento descenso, desplomándose en una masa de faldas en la acera.

A través de una bruma blanca, vio a Mountford correr cruzando la calle, esquivando a los hombres que corrían desde ambos extremos. Trentham no le persiguió, sino que fue directamente hacia ella.

Le oyó maldecir, remotamente advirtió que la maldecía a ella, no a Mountford, entonces la envolvió en su fuerza y la levantó. La mantuvo contra él, sosteniéndola; estaba de pie, aunque él soportaba la mayor parte de su peso.

Ella parpadeó; su visión se despejó. Permitiéndose mirar fijamente a una cara en la cual alguna primitiva emoción parecida a la furia luchaba contra la preocupación.

Para su alivio, ganó la preocupación.

– ¿Está bien?

Ella asintió con la cabeza, tragando saliva.

– Sólo estoy un poquito aturdida. -Se llevó una mano a la parte de atrás de la cabeza, tocándola cautelosamente, después sonrió, aunque trémulamente-. Tan sólo es un pequeño golpe. Ningún daño serio.

Los labios de él se tensaron, los ojos se entrecerraron en los suyos, entonces miró en la dirección por la que Mountford había escapado.

Ella frunció el ceño y trató de desembarazarse de su agarre.

– Debería haberlo seguido.

Él no la soltó.

– Los otros van tras él.

¿Otros? Ató cabos.

– ¿Tenía gente vigilando la calle?

Él la miró brevemente.

– Por supuesto.

No le extrañaba no haberse sentido amenazada por la constante observación.

– Podría habérmelo dicho.

– ¿Por qué? ¿Para así poder organizar algún acto estúpido como este?

Ella hizo caso omiso de eso y miró fijamente a través de la calle. Mountford había entrado corriendo en el jardín de la casa de enfrente; los otros dos hombres, ambos más pesados y más lentos, le habían seguido.

Nadie reapareció.

Los labios de Trentham eran una línea severa.

– ¿Detrás de aquellas casas hay un callejón?

– Sí.

Él se tragó un sonido; ella sospechó que se trataba de otra maldición. La miró acusadoramente y consintió en aflojar el brazo que mantenía cerrado sobre ella.

– La creía más sensata.

Ella levantó una mano, deteniendo sus palabras.

– No tenía ninguna razón en absoluto para pensar que Mountford estaría aquí fuera. Y ahora que lo pienso, si tenía a hombres vigilando desde ambos extremos de la calle, ¿por qué le dejaron pasar?

Él echó un vistazo otra vez en la dirección en que sus hombres se habían ido.

– Debe haberlos localizado. Probablemente llegó hasta usted del mismo modo en el que se largó, mediante un callejón y el jardín de alguien.

Su mirada volvió a la cara de ella, examinándola.

– ¿Cómo se siente?

– Bastante bien. -Mejor de lo que había esperado; el trato violento de Mountford la había afectado más que el choque contra la pared. Expulsó el aliento, dejándolo salir-. Sólo un poco temblorosa.

Él asintió bruscamente.

– Conmocionada.

Ella centró su atención en él.

– ¿Qué está haciendo aquí?

Aceptando que sus hombres no iban a volver, Mountford en medio de ellos, Tristan la soltó y tomó su brazo.

– Ayer entregaron el mobiliario para el tercer piso. Había prometido a Gasthorpe que lo revisaría y aprobaría. Hoy es su día libre, ha ido a Surrey a visitar a su madre y no estará de vuelta hasta mañana. Yo había pensado matar dos pájaros de un tiro inspeccionando la casa así como el mobiliario.

Estudió su cara, todavía demasiado pálida, entonces la guió por la acera. Caminando despacio, la condujo a lo largo de la tapia del Número 12 hacia el Número 14.

– Lo dejé para más tarde de lo que hubiera querido. Biggs debería estar ya dentro, así, sin duda, todo estará bien hasta la vuelta de Gasthorpe.

Ella asintió, andando a su lado, apoyándose en su brazo. Se acercaron a la altura de la puerta del Número 12, y ella se detuvo.

Hizo una profunda inspiración y luego encontró sus ojos.

– Con su permiso, quizás yo podría entrar y ayudarle a inspeccionar los muebles. -Sonrió, absolutamente trémula, entonces apartó la mirada. Un tanto jadeante, añadió-. Preferiría quedarme con usted un poco más de tiempo, para tomar aliento antes de entrar y afrontar a la familia.

Pasó la casa de su tío; en la cual habría, sin duda, gente esperándola para hablar con ella tan pronto como entrara.

Él vaciló, pero Gasthorpe no estaba cerca para reprobarle. Y en la lista de actividades probables para levantar el ánimo de una mujer, la vista del nuevo mobiliario probablemente estaba arriba del todo.

– Si lo desea. -La condujo a través del portal y el camino de subida hasta la puerta. Mientras ella miraba, usaría el tiempo para pensar como protegerla mejor. No podía esperar, lamentablemente, que permaneciera como una prisionera dentro de la casa.

Cogiendo la llave del bolsillo, abrió la puerta principal. Frunció el ceño cuando ella traspasó el umbral.

– ¿Dónde está su lebrel?

– Se la han llevado a pasear por el parque. -Ella le miró mientras él cerraba la puerta-. Los lacayos piensan que es demasiado fuerte para mí.

Asintió, notando de nuevo que ella había adivinado su pensamiento; que si paseaba, debería pasear con Henrietta. Pero si la perra era demasiado fuerte, entonces ir más allá del jardín no era una opción viable.

Ella encabezó el camino hacia la escalera; la siguió. Habían alcanzado los primeros peldaños cuando una tos llamó su atención hacia la puerta de la cocina.

Biggs estaba de pie en el vano de la puerta. Les saludó:

– Aquí vigilando, milord.

Tristan sonrió con su encantadora sonrisa.

– Gracias, Biggs. La señorita Carling y yo solamente estamos examinando el nuevo mobiliario. No es necesario que nos acompañe a la puerta más tarde. Continúe.

Biggs asintió hacia Leonora, espetó otro saludo y después giró, descendiendo a las cocinas. El débil aroma de una tarta llegó a sus fosas nasales.

Leonora encontró la mirada de Tristan con una sonrisa en sus ojos, después se dio la vuelta, agarró el pasamanos y continuó.

Él la observó, pero ella no vaciló. Sin embargo, cuando alcanzaron el rellano de primer piso, le miró y expulsó una tensa exhalación.

Frunciendo el ceño de nuevo, él la tomó del brazo.

– Aquí. -La apremió dentro del dormitorio más grande, el de encima de la biblioteca-. Siéntese. -Una gran poltrona se encontraba ladeada hacia la ventana; la condujo hasta ella.

Ella se hundió en la butaca con un pequeño suspiro. Sonriéndole débilmente.

– No voy a desmayarme.

Él centró sus ojos en ella; ya no estaba pálida, pero había una tensión rara en ella.

– Sólo siéntese aquí y examine el mobiliario que pueda ver. Comprobaré las otras habitaciones, luego puede darme su veredicto.

Leonora asintió, cerró los ojos, y dejó que su cabeza descansara contra el respaldo del sillón.

– Esperaré aquí.

Él vaciló, mirándola, luego dio media vuelta y la dejó.

Cuando se hubo ido, ella abrió los ojos y estudió la habitación. La gran ventana salediza daba al jardín trasero; durante el día dejaría entrar abundante luz, pero ahora, con la invasión de la noche, el cuarto congregaba las sombras. Una chimenea se situaba en el centro de la pared frente a la butaca; el fuego estaba preparado, pero no encendido.

Un diván se había situado en ángulo con la chimenea; más allá, en la esquina más alejada de la habitación, había un macizo armario de oscura madera pulida.

La misma madera pulida embellecía la todavía más maciza cama con cuatro columnas. Contemplando la extensión del cubrecama de seda color rubí, pensó en Trentham; probablemente sus amigos fueran igualmente grandes. Las cortinas de brocado rojo oscuro estaban anudadas con una lazada, alrededor de los postes tallados a la cabeza de la cama. La última luz se demoró en las curvas y recodos de la cabecera ornamentadamente esculpida, repitiéndose en los postes torneados al pie de la cama. Con su grueso colchón, la cama era una pieza considerable, sólida, estable.

El rasgo central de la habitación; el foco de su percepción.

Era, decidió, el lugar perfecto para su seducción.

Mucho mejor que el invernadero.

Y no había nadie que interrumpiera, que interfiriera. Gasthorpe estaba en Surrey y Biggs en las cocinas, demasiado lejos para oír algo, siempre que cerraran la puerta.

Se giró para mirar la sólida puerta de roble.

El encuentro con Mountford sólo había profundizado su determinación de seguir adelante. No estaba tan temblorosa como tensa; tenía que sentir los brazos de Trentham a su alrededor para convencerse de que estaba segura.

Quería estar en sus brazos, quería estar cerca de él. Quería el contacto físico, el placer sensual compartido. Necesitaba la experiencia, ahora más que nunca.