Considerando aquello, no tenía mucho tiempo. Existía un límite muy definido para su paciencia; siempre fue así.
Rápidamente, exploró mentalmente todos los dispositivos que había preparado para perseguir a Mountford, incluyendo aquellos que había iniciado esa tarde después de volver de Montrose Place.
Por el momento, aquella línea bastaría. Podría centrar su atención en otro frente con el que estaba comprometido.
Tenía que convencer a Leonora para que se casara con él; tenía que hacerla cambiar de idea.
¿Cómo?
Diez minutos más tarde se levantó y fue a buscar a sus viejos conocidos. La información, había sostenido siempre, era la llave para cualquier campaña exitosa.
La cena con sus tías, un para nada infrecuente evento en las semanas precedentes a la temporada cuando su tía Mildred, Lady Warsingham, venía para intentar convencer a Leonora de que participara en el mercado matrimonial, estuvo cerca del desastre.
Un hecho directamente atribuible a Trentham, aún en su ausencia.
A la mañana siguiente, Leonora todavía tenía problemas para ocultar sus rubores, todavía luchaba por impedir a su mente detenerse en aquellos momentos cuando, jadeando y ardiente, había estado bajo él y lo había visto sobre ella, moviéndose con aquel ritmo profundo, obsesivo, su cuerpo aceptando sus embates, el balanceo, la fusión física implacable.
Le había mirado la cara, visto la pasión desnuda llevarse todo su encanto y dejar los ángulos ásperos y planos grabados con algo mucho más primitivo.
Fascinante. Cautivador.
Y completamente aturdidor.
Se lanzó a la clasificación y la reorganización de cada trozo de papel en su escritorio.
Las doce, el timbre de la puerta sonó. Oyó a Castor cruzar el pasillo y abrir la puerta. Seguidamente se oyó la voz de Mildred.
– ¿Está en la sala, verdad? No se preocupe, iré yo sola.
Leonora empujó los montones de papeles dentro del escritorio, lo cerró, y se levantó. Preguntándose qué había hecho volver a su tía a Montrose Place tan pronto, enfrentó la puerta y pacientemente esperó para averiguarlo.
Mildred entró majestuosa, ataviada elegantemente de blanco y negro.
– ¡Bien, querida! -Avanzó hacia Leonora-. Aquí sentada, totalmente sola. Desearía que aceptaras acompañarme a mis visitas, pero sé que no lo harás. Así que no me molestaré en lamentarme.
Leonora diligentemente besó la mejilla perfumada de Mildred, y murmuró su gratitud.
– Diablilla. -Mildred se hundió en el sillón y acomodó sus faldas-. ¡Bien, tenía que venir, porque simplemente tengo maravillosas noticias! Tengo entradas para la nueva obra de Kean para esta misma noche. Las entradas están agotadas desde hace semanas, ésta va a ser la obra de la temporada. Pero por un golpe fabuloso del magnánimo destino, un querido amigo me dio algunas, y tengo una de sobra. Gertie vendrá, desde luego. ¿Y tú vendrás también, verdad?
Mildred la miró suplicante.
– Sabes que de otro modo Gertie refunfuñará hasta el final de la función, ella siempre se comporta cuando estás tú.
Gertie era su otra tía, la soltera hermana mayor de Mildred. Gertie tenía duras opiniones sobre los caballeros, y aunque se abstenía de expresarlas en presencia de Leonora, considerando a su sobrina todavía demasiado joven e impresionable para oír tales cáusticas verdades, nunca le había ahorrado a su hermana sus abrasadoras observaciones, afortunadamente dichas sotto voce.
Hundiéndose en la butaca frente a Mildred, Leonora vaciló. Acudir al teatro con su tía, generalmente significaba reunirse, al menos, con dos caballeros que Mildred hubiera decidido que eran candidatos aptos para su mano. Pero tal asistencia también implicaba ver una obra, durante la cual nadie osaría hablar. Sería libre de perderse en la función. Con suerte, podría lograr distraerse de Trentham y su actuación.
Y la posibilidad de ver al inimitable Edmund Kean no debía ser rechazada a la ligera.
– Muy bien -se volvió a concentrar en Mildred a tiempo para ver el triunfo fugazmente encender los ojos de su tía. Entrecerró los suyos-. Pero me niego a ser paseada como una yegua de pura sangre durante el intervalo.
Mildred descartó la objeción con un movimiento de su mano.
– Si lo deseas, puedes permanecer en tu asiento durante todo el entreacto. Cambiando de tema, ¿te pondrás tu vestido de seda azul medianoche, verdad? Sé que no te preocupa para nada tu aspecto, así que ¿me harías ese favor?
Ante la mirada esperanzada en los ojos de Mildred le fue imposible negarse; Leonora sintió sus labios curvarse.
– Cuando una oportunidad tan solicitada como esta lo merece, me cuesta rechazarla. -El vestido azul medianoche era uno de sus favoritos, así que apaciguar a su tía no le costaba nada-. Pero te advierto que no voy a soportar a ningún galán de Bond Street susurrándome cosas bonitas en el oído durante la función.
Mildred suspiró. Sacudió la cabeza cuando se levantó.
– Cuando nosotras éramos muchachas, tener el susurro de caballeros elegibles en nuestros oídos era lo mejor de la noche. -Echó un vistazo a Leonora- He quedado con Lady Henry, y luego con la Sra. Arbuthnot, así que debo irme. Te recogeré en el carruaje alrededor de las ocho.
Leonora asintió de acuerdo, luego acompañó a su tía a la puerta.
Volvió a la sala más pensativa. Quizás salir y unirse a la alta sociedad, al menos durante las pocas semanas anteriores a que comenzara la temporada misma podría ser una buena idea.
Podría distraerse de los persistentes efectos de su seducción.
Podría ayudarle a recuperarse de la conmoción de Trentham ofreciéndole matrimonio. Y de la conmoción aún mayor de él insistiendo en que debería aceptar.
No entendía su razonamiento, pero había parecido muy inflexible sobre ello. Unas pocas semanas en sociedad, viéndose expuesta a otros hombres sin duda le recordarían por qué ella nunca se casaría.
No receló de nada. Ni una tenue luz de sospecha cruzó por su mente antes de que el carruaje se detuviera frente a las escaleras del teatro y un apresurado mozo abriera la puerta. Y para entonces era demasiado tarde.
Trentham dio un paso adelante y con calma le ofreció la mano para ayudarla a bajar del carruaje.
Atónita, lo miró fijamente.
El codo de Mildred se clavó en sus costillas, se sobresaltó, luego lanzó una rápida y fulminante mirada a su tía antes de extender la mano con altanería y colocar los dedos en la palma de Trentham.
No tenía opción. Los carruajes se estaban amontonando, las escaleras del teatro que presentaba la obra más famosa, no eran el lugar adecuado para montar una escena, para decirle a un caballero lo que pensaba de él y de sus maquinaciones. Ni de informar a su tía de que esta vez había ido demasiado lejos.
Envuelta en una fría arrogancia, le permitió ayudarle a bajar, luego se irguió, fingiendo helada indiferencia, inspeccionando ociosamente la elegante multitud que subía en tropel los escalones del teatro y cruzaba las puertas abiertas mientras él saludaba a sus tías y las ayudaba a bajar a la acera.
Mildred, resplandeciente con su vestido favorito blanco y negro, convenientemente enlazó su brazo en el de Gertie y avanzó subiendo la escalinata.
Con serenidad, Trentham se volvió y le ofreció el brazo a Leonora.
Ella encontró su mirada, para su sorpresa no vio triunfo en sus ojos color avellana, sino más bien una cuidadosa vigilancia. Ver aquello la apaciguó un tanto; consintió en poner las puntas de los dedos sobre la manga y le permitió guiarla tras sus tías.
Tristan contempló el ángulo de la barbilla de Leonora y permaneció en silencio. Se unieron a sus tías en el vestíbulo, donde la aglomeración las había obligado a detenerse. Él tomó la delantera y sin gran dificultad abrió camino escaleras arriba, arrastrando a Leonora con él; sus tías los siguieron de cerca. Una vez arriba la presión de los cuerpos disminuyó; cubriendo la mano de Leonora sobre su manga, condujo la comitiva hasta el pasillo semicircular que conducía a los palcos.
Echó un vistazo a Leonora cuando se acercaron a la puerta del palco que había reservado.
– Oí decir que Kean es el mejor actor actualmente, y la obra de esta noche es una digna exhibición de sus talentos. Pensé que podrías disfrutar con ello.
Ella encontró sus ojos brevemente, luego inclinó la cabeza, todavía con distante altanería. Alcanzando el palco, él mantuvo apartada la pesada cortina que protegía la entrada; ella marchó majestuosamente, la cabeza alta. Esperó a que las tías pasaran, acto seguido, permitió que la cortina cayera tras él.
Lady Warsingham y su hermana se apresuraron al frente del palco y se acomodaron en dos de los tres asientos a lo largo del frente. Leonora había hecho una pausa entre las sombras de la pared; su mirada entrecerrada estaba clavada en Lady Warsingham, quien estaba ocupada reconociendo a todos los nobles de los otros palcos, intercambiando saludos, determinada a no mirar en dirección a Leonora.
Tristan vaciló, luego se acercó.
Girando su atención hacia él; sus ojos llamearon.
– ¿Cómo lo lograste? -Dijo, siseando en voz baja-. Nunca te dije que ellas fueran mis tías.
Él levantó una ceja.
– Tengo mis fuentes.
– Y las entradas. -Ella echó un vistazo hacia los palcos, que rápidamente se llenaban con aquellos bastante afortunados que se habían asegurado un lugar-. Tus parientes me dijeron que nunca frecuentabas la sociedad.
– Como puedes ver, eso no es estrictamente cierto.
Ella volvió a mirarle esperando más.
Él encontró su mirada.
– Tengo poco gusto por la sociedad en general, pero no estoy aquí para pasar la noche con la sociedad.
Ella frunció el ceño, con algo de cautela preguntó:
– ¿Por qué estás aquí entonces?
Él sostuvo su mirada por un instante, luego murmuró:
– Para pasar la noche contigo.
Una campana repicó en el pasillo. La tomó del brazo y la dirigió a la silla restante en el frente del palco. Ella le lanzó una escéptica mirada y se sentó. Él atrajo la cuarta silla, sentándose a su izquierda, enfocado hacia ella, acomodándose para mirar la función.
Valió la pena cada penique de la pequeña fortuna que había pagado. Sus ojos raras veces se apartaban hacia el escenario; su mirada permaneció fija sobre la cara de Leonora, observando las emociones que revoloteaban a través de sus rasgos delicados, puros; y, en cierta medida, indefensos. Aunque Leonora inicialmente era consciente de él, la magia de Edmund Kean rápidamente la absorbió; Tristan se sentó y miró, satisfecho, perspicaz, cautivado.
No tenía ni idea de por qué lo había rechazado, según ella, no estaba en absoluto interesada en el matrimonio. Sus tías, sometidas a un interrogatorio más sutil, habían sido incapaces de echar luz sobre el asunto, lo que quería decir que estaba entrando en esta batalla a ciegas.
No es que eso afectara sensiblemente a su estrategia. Por lo que él sabía, había sólo un modo de ganar a una mujer poco dispuesta.
Cuando el telón bajó al final del primer acto, Leonora suspiró, luego recordó dónde estaba, y con quién. Echó un vistazo a Trentham, poco sorprendida de encontrarlo mirando fijamente su cara.
Sonrió con frialdad.
– Me agradaría muchísimo algún refresco.
Él le sostuvo la mirada durante un momento, entonces sus labios se curvaron e inclinó la cabeza, aceptando la petición. Su mirada pasó más allá de ella y se levantó.
Leonora se volvió y vio a Gertie y Mildred de pie, recogiendo sus retículos y mantones.
Mildred les sonrió abiertamente; una mirada decidida sobre su cara.
– Nosotras iremos a pasear por el pasillo y a encontrarnos con todos. Leonora odia ser parte de la aglomeración, pero estoy segura de que podemos confiar en usted para entretenerla.
Por segunda vez esa tarde, Leonora se quedó atónita. Aturdida, miró a sus tías dirigirse bulliciosamente hacia fuera, miró a Trentham sostener la gruesa cortina apartándola para que ellas pudieran escaparse. Considerando su anterior insistencia en evitar el ritual desfile, apenas podía quejarse, y no había nada impropio, en lo más mínimo en que ella y Trentham se quedaran solos en el palco; estaban en público, bajo la atenta mirada de un sinnúmero de matronas de la sociedad.
Él dejó caer la cortina y se volvió.
Ella se aclaró la garganta.
– Realmente estoy bastante sedienta…
Los refrescos estaban disponibles junto a la escalera; localizar el lugar y regresar lo mantendría ocupado durante buena parte del intermedio.
La mirada de él descansó sobre su cara; los labios se curvaron ligeramente. Se oyó un golpecito en la entrada; Trentham se volvió y sostuvo la cortina para apartarla. Un camarero la esquivó y se adelantó, llevando una bandeja con cuatro copas y una botella de champán frío. Colocó la bandeja sobre la pequeña mesa contra la pared trasera.
"La Dama Elegida" отзывы
Отзывы читателей о книге "La Dama Elegida". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "La Dama Elegida" друзьям в соцсетях.