– Yo lo serviré.

El camarero le hizo una reverencia a ella y luego a Trentham, desapareciendo a través de la cortina.

Leonora miró como Trentham descorchaba la botella, luego vertió el burbujeante líquido con delicadeza en dos de las largas copas aflautadas. Estaba de pronto muy contenta por haber llevado su adecuado vestido azul medianoche para este tipo de ocasión.

Recogiendo ambas copas, él se dirigió hacia ella, todavía sentada, girada en la silla de costado a la platea.

Le dio una copa. Ella la cogió, algo sorprendida de que no hiciera ningún movimiento aprovechando el momento para que se tocaran los dedos. Él soltó la copa, atrapó su mirada cuando ella alzó la vista.

– Relájate. No voy a morderte.

Ella arqueó una ceja, bebiendo a sorbos, luego preguntó:

– ¿Estás seguro?

Él hizo una mueca; observó a los asistentes pululando en otros palcos.

– Este ambiente no es propicio.

Volvió a mirarla, luego alcanzó la silla de Gertie, la giró y se sentó de espaldas a la multitud, estirando hacia delante sus largas piernas, elegantemente a gusto.

Bebió a sorbos, fijó la mirada sobre su cara, luego preguntó.

– Así que dime. ¿Es el señor Kean realmente tan bueno como dicen?

Leonora comprendió que él no tenía noción alguna; había estado lejos con el ejército durante varios años.

– Es un artista sin par, al menos en este momento.

Considerando el tema como seguro, relató lo más destacado de la carrera del señor Kean.

Él hizo algunas preguntas sueltas. Cuando el tema había cogido ritmo, Tristan dejó pasar un momento, entonces en voz baja dijo,

– Hablando de actuaciones…

Ella encontró sus ojos, y casi se ahogó con el champán. Sintiendo un lento rubor elevarse en sus mejillas. Ignorándolo, levantó la barbilla. Encontró su mirada directamente. Recordó que ahora era una dama experimentada.

– ¿Sí?

Él hizo una pausa, como considerando, no qué decir, pero sí cómo decirlo.

– Me preguntaba… -levantó la copa, bebiendo a sorbos, sus pestañas protegiéndole los ojos-. ¿Cuánto de actriz tienes tú?

Ella parpadeó, dejando ver el ceño en sus ojos, y su expresión transmitiendo incomprensión.

Los labios de él se curvaron con auto desaprobación. Sus ojos puestos en los de ella.

– ¿Si dijera que has disfrutado de nuestro… último interludio, me equivocaría?

El rubor de ella se intensificó pero rechazó apartar la mirada.

– No. -Recordando el placer que la inundó, sacó fuerzas de su irritación-, sabes perfectamente bien que disfruté de… todo eso.

– ¿Así que eso no contribuyó a tu aversión a casarte conmigo?

De pronto se dio cuenta de lo que le estaba preguntando.

– Por supuesto que no.

La idea de que pudiera pensar tal cosa… le hizo fruncir el ceño.

– Te digo que mi decisión fue tomada hace mucho. Mi postura no tiene nada que ver contigo.

¿Realmente podría un hombre como él necesitar que le tranquilizaran sobre tal punto? No podía deducirse nada de sus ojos, de su expresión.

Entonces él sonrió, gentilmente, el gesto era incluso más predador que encantador.

– Sólo quería estar seguro.

No había abandonado la batalla para conseguir que lo aceptara, ella leyó aquel mensaje con facilidad.

Determinadamente ignorando el efecto de toda aquella simple masculinidad relajada, plantada con firmeza, fijó en él una mirada cortés y preguntó por sus parientes.

Él contestó, permitiendo el cambio de tema.

El público comenzó a volver a sus asientos; Mildred y Gertie se reunieron con ellos. Leonora era consciente de los agudos vistazos que ambas tías le echaban; mantuvo una expresión tranquila y serena, y le prestó atención al escenario. El telón subió; la función recomenzó.

A su favor, Trentham no hizo ningún movimiento para distraerla. Ella fue una vez más consciente de que su mirada permanecía ante todo sobre ella, pero de cualquier modo rehusaba darse por enterada de la atención. No podía forzarla a casarse con él; si seguía rehusándose, tarde o temprano se marcharía.

Tal como ella había imaginado que haría.

La noción de tener razón por una vez no le había traído ninguna alegría. Frunciendo el ceño interiormente ante tal falta de sensibilidad, se forzó a concentrarse en Edmund Kean.

Cuando el telón bajó, tumultuosos aplausos llenaron el teatro; después que el señor Kean hubo hecho incontables reverencias, el público, finalmente había quedado satisfecho, y se había dado vuelta para marcharse. Dejándose llevar por el drama, Leonora sonrió fácilmente y dio a Trentham su mano, hizo una pausa a su lado cuando levantó la cortina para permitir salir a Mildred y Gertie, luego le dejó que la guiara a su estela.

El pasillo estaba demasiado atestado para permitir cualquier conversación privada; la muchedumbre empujando, sin embargo, dejaba bastante campo de acción para cualquier caballero que deseara provocar los sentidos de una señora. Para su sorpresa, Trentham no hizo ningún movimiento para hacerlo. Ella era sumamente consciente de él, grande, sólido y fuerte a su lado, protegiéndola del aprisionamiento de los cuerpos al desplazarse. Por sus observaciones ocasionales, sabía que él era consciente de ella, aún cuando su atención permaneciera enfocada de manera eficiente en dirección a la multitud y hacia la calle.

El carruaje apareció cuando llegaron a la acera.

Tristan ayudó a subir a Gertie y Mildred, luego se volvió hacia ella.

Encontró su mirada. Levantó la mano de su manga.

Sosteniendo su mirada, se llevó los dedos a los labios, los besó, el persistente calor de la caricia se extendió a través de ella.

– Espero que hayas disfrutado de la noche.

No podía mentir.

– Gracias. Lo hice.

Él asintió y la soltó. Los dedos se deslizaron de los de ella con una tenue insinuación de renuencia.

Ella se sentó; él retrocedió y cerró la puerta. Hizo señas al cochero. El carruaje se sacudió, retumbando.

El impulso de sentarse hacia adelante y mirar por la ventana para ver si él estaba de pie mirando, casi la venció.

Las manos entrelazadas en el regazo, se quedó donde estaba mirando fijamente a través del carruaje.

Quizás él se hubiera abstenido de cualquier caricia ilícita, de cualquier tentativa de alterar sus sentidos, pero ella tenía suficiente experiencia para apreciar la verdad detrás de su máscara. Él no se había rendido aún.

Se dijo que tarde o temprano lo haría.

En el asiento de enfrente, Mildred se agitó.

– Esos modales tan finos, tan soberbios. Tienes que admitir que hay pocos caballeros en estos días que sean así de… -Gesticuló en busca de palabras.

– Varoniles -manifestó Gertie.

Tanto Leonora como Mildred la miraron con sorpresa. Mildred se recuperó primero.

– ¡Efectivamente! -Asintió-. Estás en lo cierto. Se comportó como debía.

Desprendiéndose del shock de escuchar a Gertie, la detesta hombres, aprobar a un varón, claro que tratándose de Trentham, el encantador, debería haberlo esperado, Leonora preguntó.

– ¿Cómo lo conociste?

Mildred cambió de posición, acomodándose las faldas.

– Me visitó esta mañana. Considerando que ya le conocías, aceptar su invitación me pareció absolutamente apropiado.

Desde el punto de vista de Mildred. Leonora se abstuvo de recordarle a su tía que había dicho que un viejo amigo le había dado las entradas; debería haber sabido que Mildred recurriría a cualquier cosa con tal de conseguir ponerla en presencia de un caballero casadero. Y sin duda Trentham era elegible.

El pensamiento lo atrajo a su mente una vez más, no de la forma en que había estado él en el teatro, sino como había sido en los momentos dorados que habían compartido en el dormitorio. Cada momento, cada caricia, estaba impreso en su memoria; el solo pensamiento era bastante para evocar otra vez, no solamente las sensaciones, sino todo lo demás que había sentido.

Se había esforzado en guardarlo en la memoria, no pensar o pararse a pensar en la emoción que la había llenado, cuando había comprendido que él tenía la intención de retroceder en la consumación, de la emoción que la había llevado a pronunciar su súplica.

Por favor… no me abandones.

Las palabras la atormentaban. El simple pensamiento era suficiente como para hacerla sentir sumamente vulnerable. Expuesta.

Sin embargo la respuesta de él… a pesar de todo, independientemente de lo que ella sabía de él, cómo juzgaba su carácter, sus maquinaciones, se lo debía.

Por darle todo lo que había querido.

Por ser suya, para guiarla en aquel momento, por entregarse como había deseado.

Dejó que el recuerdo se deslizase; todavía era demasiado evocador envolverse en él. En cambio, retornó a aquella noche, considerando todo lo que había y no había sido. Incluyendo el modo en que había reaccionado a su proximidad. Esto había cambiado. Sus nervios ya no saltaban ni brincaban. Ahora, cuando él estaba cerca, cuando se tocaban, sus nervios ardían. Esa era la única palabra que podía encontrar para la sensación, para el confortable calor que ello conllevaba. Quizás era una reminiscencia del recordado placer. A pesar de todo, lejos de sentirse nerviosa, se había sentido cómoda. Como si al rodar juntos desnudos sobre una cama, complaciéndose en el acto de intimidad, hubiese cambiado fundamentalmente sus respuestas hacia él.

Para mejor, por lo que podía ver. Ya no sentía tal desventaja, ya no se sentía físicamente tensa, nerviosa en su presencia. Curioso, pero cierto. El tiempo pasado en el palco había sido confortable y placentero.

Si era honesta, totalmente agradable, a pesar de su sondeo.

Suspiró, y se apoyó contra los almohadones. Le costaba censurar a Mildred por su sinceridad. Había disfrutado muchísimo de la tarde, y de un modo bastante diferente, a lo que había esperado.

CAPÍTULO 10

Se sorprendió cuando Trentham se presentó la mañana siguiente para llevarla a pasear en carruaje por el parque. Cuando intentó negarse, él simplemente la miró.

– Ya has admitido que no tienes ningún compromiso.

Sólo porque había pensado que él quería hablarle acerca de sus investigaciones.

Sus ojos color avellana permanecieron fijos en ella.

– Debes hablarme acerca de las cartas que enviaste a los conocidos de Cedric. Me lo puedes decir tanto aquí como en el parque. -Su mirada se agudizó-. Además, debes anhelar salir al aire fresco. Hoy no es la clase de día que pueda dejarse pasar.

Lo miró entrecerrando los ojos; era seriamente peligroso. Tenía razón, por supuesto; el día era glorioso, y había estado considerando la idea de un vigoroso paseo, pero después de su última excursión dudaba en ir sola.

Era demasiado listo para presionarla más, y simplemente esperó… esperó a que capitulara, como era habitual.

Lo miró con una mueca.

– Muy bien. Espera mientras cojo mi capa.

Estaba esperándola en el vestíbulo cuando bajó las escaleras. Mientras caminaba a su lado hacia la verja, se dijo que realmente no debería permitir que esta tranquilidad que sentía con él se desarrollara mucho más. Estar con él ya era en conjunto demasiado cómodo. Demasiado agradable.

El paseo no hizo nada por romper el hechizo. La brisa era fresca, sazonada con la promesa de la primavera; el cielo estaba azul con menudas nubes que se limitaban a coquetear con el sol. La calidez era un grato alivio en contraste con los fríos vientos que habían soplado hasta hacía poco; los primeros brotes nacientes eran visibles en las ramas bajo las que Trentham conducía sus rucios.

En un día así, las damas de la alta sociedad salían fuera de sus casas, pero todavía era temprano, y la avenida no estaba demasiado atestada. Saludó con la cabeza aquí y allá hacia los conocidos de su tía que la reconocieron, pero más bien dedicó su atención al hombre que tenía al lado.

Conducía con un ligero toque que ella conocía lo suficiente como para admirar, y una confianza despreocupada que le decía más. Intentó mantener los ojos apartados de sus manos, largos dedos manejando expertamente las riendas, y fracasó.

Un momento después, sintió que el calor le subía a las mejillas, y se obligó a apartar la mirada.

– Mandé las últimas cartas esta mañana. Con suerte, alguien las responderá antes de que pase una semana.

Tristan asintió.

– Cuanto más pienso en ello, más probable me parece que Mountford esté buscando algo relacionado con el trabajo de tu primo Cedric.

Leonora lo miró; a ella se le habían soltado algunos mechones del cabello, que le acariciaban el rostro.

– ¿Qué insinúas?

Él miró a los caballos… lejos de la boca de ella, sus suaves y exquisitos labios.