Para total sorpresa de Leonora, tiró de ella.

Ella jadeó cuando aterrizó en el pecho de Tristan.

Sintió su brazo apretándola contra él.

Sintió las brasas humeantes arder en llamas.

Él bajó la mirada hacia ella, luego se llevó la mano que sujetaba a los labios. Lentamente rozó los labios contra sus dedos, luego su palma, y finalmente los presionó contra su muñeca. Sosteniendo su mirada, manteniéndola cautiva en todo momento.

Los ojos de Tristan ardían, reflejando todo lo que ella podía sentir ardiendo entre ellos.

– Lo que hay entre tú y yo permanece entre tú y yo, pero no se ha ido. -Sostuvo su mirada-. Y no lo hará.

Bajó la cabeza. Ella respiró entrecortadamente.

– Pero no lo quiero.

Bajo sus pestañas, los ojos de Tristan se encontraron con los de Leonora, y luego él murmuró:

– Demasiado tarde.

Y la besó.

Ella lo había llamado malvado, y había tenido razón.


Al mediodía del día siguiente, Leonora supo lo que se sentía al ser asediada.

Cuando Trentham -maldito fuera su arrogante pellejo- finalmente consintió en liberarla, a ella no le había quedado ninguna duda de que estaban en guerra.

– No me voy a casar contigo. -Había hecho la declaración con tanta fuerza como había sido capaz de reunir, por las circunstancias no tanta como le habría gustado.

Él la había mirado, gruñido -realmente gruñido- y después había agarrado su mano y la había llevado al carruaje.

De camino a casa, ella había mantenido un glacial silencio, no porque varias frases concisas no le estuvieran quemando la lengua, sino por el cochero, sentado detrás de ellos. Tuvo que esperar a que Trentham la dejara en el pavimento delante del Número 14 para clavarlo con una furiosa mirada entrecerrada, y exigir:

– ¿Por qué? ¿Por qué yo? Dame una razón sensata por la cual quieres casarte conmigo.

Con ojos castaños brillantes, él bajó la mirada hacia ella, se inclinó más cerca y murmuró:

– ¿Recuerdas la imagen de la que hablamos?

Ella sofocó un repentino impulso de retroceder. Buscó brevemente en sus ojos antes de responder:

– ¿Qué pasa con ella?

– La posibilidad de verla cada mañana y cada noche constituye una eminente y sensata razón para mí.

Ella parpadeó; un rubor había subido a sus mejillas. Durante un instante, lo miró fijamente, y su estómago se apretó con fuerza. Luego retrocedió.

– Estás loco.

Se giró sobre sus talones, abrió de un empujón la verja de entrada, y atravesó el camino del jardín.

Las invitaciones empezaron a llegar con el primer correo esa mañana.

Una o dos que podría haber ignorado; quince hasta la hora de comer, y todas de las anfitrionas más poderosas, las cuales eran imposibles de rechazar. Cómo lo había conseguido Trentham, no lo sabía, pero su mensaje era claro… no podía evitarlo. O se encontraba con él en terreno neutral, es decir, en el terreno social de la aristocrácia, o…

Qué implicaba aquella “o” era seriamente preocupante.

No era un hombre que ella pudiera predecir fácilmente; el fracaso de no haber previsto sus objetivos hasta la fecha era lo que la había metido en ese lío en primer lugar.

“O” sonaba demasiado peligroso, y a la hora de la verdad, sin importar lo que él hiciera, mientras ella se mantuviera fiel a la simple palabra “No”, estaría perfectamente a salvo, perfectamente segura.

Mildred, con Gertie siguiéndola, llegó a las cuatro en punto.

– ¡Querida! -Mildred se movió por el salón como un galeón blanco y negro-. Lady Holland me visitó e insistió en que te llevara a su velada de esta tarde. -Hundiéndose en la silla con un sedoso frufrú, Mildred giró unos ojos llenos de entusiasmo hacia ella-. No tenía ni idea de que Trentham tuviera semejantes conexiones.

Leonora suprimió un gruñido propio.

– Yo tampoco. -¡Lady Holland, por el amor de Dios!-. El hombre es malvado.

Mildred parpadeó.

– ¿Malvado?

Ella continuó con su actividad… pasear delante de la chimenea.

– Está haciendo esto para… -Gesticuló salvajemente-…¡para obligarme a salir!

– Obligarte a… -Mildred pareció preocupada-. Querida, creo que no lo estás entendiendo.

Girándose, miró a Mildred, después desvió la mirada hacia Gertie, que se había parado delante de una butaca.

Gertie encontró sus ojos y luego asintió.

– Por supuesto que sí. -Se sentó en la silla-. Despiadado. Dictatorial. Uno que no deja que nada se interponga en su camino.

– ¡Exacto! -El alivio de haber encontrado a alguien que la entendiera fue enorme.

– Aún así -continuó Gertie-, tienes elección.

– ¿Elección? -Mildred miró de una a la otra-. Espero que no la vayas a animar para que desafíe contra viento y marea este inesperado desarrollo.

– Sobre eso -respondió Gertie, totalmente impasible-, hará lo que quiera… siempre lo ha hecho. Pero la verdadera cuestión aquí es, ¿va a permitir que él le de órdenes, o va a resistir?

– ¿Resistir? -Leonora frunció el ceño-. ¿Quieres decir ignorar todas estas invitaciones? -Incluso ella encontraba eso un poco extremo.

Gertie resopló.

– ¡Por supuesto que no! Hacer eso es cavar tu propia tumba. Pero no hay razón para permitir que se salga con la suya, pensando que puede obligarte a hacer lo que sea. Como lo veo yo, la respuesta más elocuente sería aceptar las invitaciones más codiciadas con placer, y asistir con el claro objetivo de disfrutar. Ve y encuéntrate con él en bailes, y si se atreve a presionarte allí, puedes rechazarlo abruptamente con la mitad de la alta sociedad mirando.

Golpeó con su bastón.

– Hazme caso, necesitas enseñarle que no es omnipotente, que no se saldrá con la suya con semejantes maquinaciones. -Los viejos ojos de Gertie relucieron- La mejor manera de hacerlo es darle lo que cree que quiere, y luego mostrarle que para nada es lo que realmente desea.

La mirada en el rostro de Gertie era descaradamente maliciosa; el pensamiento que evocó en la mente de Leonora fue definitivamente atractivo.

– Entiendo tu idea… -Se quedó mirando a la distancia, su mente haciendo malabarismos con las posibilidades-. Darle lo que busca, pero… -Volviéndose a centrar en Gertie, sonrió ampliamente-. ¡Claro!

El número de invitaciones había aumentado a diecinueve; se sintió casi mareada con el desafío.

Se giró hacia Mildred; ésta había estado mirando a Gertie con una expresión bastante perpleja en el rostro.

– Antes que la de Lady Holland, ¿tal vez deberíamos asistir a la fiesta de los Castairs?


Lo hicieron; Leonora usó el evento como un curso para quitar el polvo y dar brillo a su destreza social. Cuando entraron en los elegantes salones de Lady Holland, su confianza estaba muy alta. Sabía que tenía buen aspecto con la seda de profundo color topacio, con el cabello sujetado en lo alto, lágrimas de topacio en las orejas, perlas rodeando su cuello.

Siguiendo la estela de Mildred y Gertie, hizo una reverencia delante de Lady Holland, que le dio la mano y pronunció las habituales cortesías, todo ello mientras la observaba con ojos perspicaces e inteligentes.

– Entiendo que ha hecho una conquista -observó su señoría.

Leonora arqueó ligeramente las cejas, dejó que sus labios se curvaran.

– Enteramente involuntaria, se lo aseguro.

Los ojos de Lady Holland se abrieron ampliamente; parecía intrigada.

Leonora dejó que su sonrisa se hiciera más profunda; con la cabeza alta, se deslizó por la habitación.

Desde donde se había retirado a reposar contra la pared de la sala, Tristan observó el intercambio, vio la sorpresa de Lady Holland, captó la divertida mirada que le lanzó cuando Leonora se movió entre la multitud.

La ignoró, centró su mirada en su presa, y se separó de la pared.

Había llegado pronto, algo poco elegante, sin preocuparle que su señoría, que siempre se interesaba por lo que hacía, adivinara correctamente sus intenciones. Las últimas dos horas habían sido de pasividad, de completo aburrimiento, recordándole porqué nunca había sentido que se perdía algo al unirse al ejército a los veinte. Ahora Leonora había accedido a venir, y él podría encargarse de sus asuntos.

Las invitaciones que había arreglado por sí mismo y aquellas de sus viejos conocidos vinculados a la ciudad, asegurarían que durante la siguiente semana sería capaz de acercarse a ella cada noche, en algún lugar entre la alta sociedad.

Algún lugar propicio para favorecer su objetivo.

Más allá de eso, incluso si la maldita mujer todavía se mantenía firme, con la sociedad siendo lo que era, las invitaciones seguirían espontáneamente, creando oportunidades para que las aprovechara hasta que Leonora se rindiera.

La tenía en su punto de mira; no escaparía.

Reduciendo la distancia entre ellos, se acercó a su lado cuando sus tías se hundieron en un diván en un lateral de la habitación. Su aparición reemplazó a unos cuantos caballeros que se habían fijado en Leonora y habían pensado en tantear el terreno.

Había descubierto que Lady Warsingham de ninguna manera era desconocida entre la alta sociedad; ni tampoco su sobrina. La idea general sobre Leonora era que era una dama malintencionada, terca y difícil de manejar, opuesta al matrimonio. Aunque su edad la colocaba más allá del rango de señoritas casaderas, su belleza, seguridad y comportamiento la ponían en la luz de un desafío, por lo menos a los ojos de los hombres que miraban a las damas desafiantes con interés.

Tales caballeros sin duda tomarían nota de su interés y mirarían a otro lado. Si eran inteligentes.

Hizo una reverencia a las otras damas, que le sonrieron ampliamente.

Se giró hacia Leonora y se encontró una mirada arqueada y distintivamente glacial.

– Señorita Carling.

Ella le tendió la mano e hizo una reverencia. Él le correspondió con otra, la levantó y le puso la mano en su manga.

Sólo para que ella la levantara y se girara para saludar a una pareja que se había acercado.

– ¡Leonora! ¡Debo decir que no te he visto en mucho tiempo!

– Buenas tardes, Daphne. Señor Merryweather. -Leonora tocó mejillas con Daphne, una dama de cabello castaño y generosos encantos, y después le estrechó la mano al caballero cuya tonalidad y facciones lo proclamaban hermano de Daphne.

Leonora le lanzó una mirada a Tristan, y luego lo incluyó suavemente, introduciéndolo como el Conde de Trentham.

– ¡Vaya! -Los ojos de Merryweather se iluminaron-. Escuché que estaba en los Guardias en Waterloo.

– Ciertamente. -Pronunció la palabra tan represivamente como pudo, pero Merryweather no captó la indirecta. Continuó parloteando las preguntas habituales; suspirando interiormente, Tristan le dio sus practicadas respuestas.

Leonora, más acostumbrada a sus tonos, le lanzó una mirada curiosa, pero entonces Daphne reclamó su atención.

Con su agudo oído, Tristan rápidamente se dio cuenta del propósito de las preguntas de Daphne. Asumía que Leonora no estaba interesada en él; aunque casada, estaba claro que Daphne sí.

Por la comisura de su ojo, vio que Leonora le lanzaba una mirada evaluadora, después se inclinaba más cerca de Daphne, bajaba la voz…

Repentinamente vio el peligro.

Estirando la mano, rodeó deliberadamente con los dedos la muñeca de Leonora. Sonriendo encantadoramente a Merryweather, cambió de posición, incluyendo a Daphne en un gesto cuando, de forma enteramente poco sutil, atrajo a Leonora hacia él -lejos de Daphne- y enlazó el brazo de ella con el suyo.

– Espero que nos disculpe… justo acabo de ver a mi antiguo comandante. Realmente debo presentarle mis respetos.

Tanto Merryweather como Daphne sonrieron y susurraron fáciles despedidas; antes de que Leonora pudiera calmarse, Tristan inclinó la cabeza y la alejó, entre la multitud.

Los pies de ella se movieron; su mirada se centró en la cara de él. Después miró hacia delante.

– Eso fue una grosería. No eres un oficial en activo… no hay razón para que necesites saludar a tu ex-comandante.

– Cierto. Especialmente porque no está presente.

Ella lo miró estrechando los ojos.

– No sólo malvado, sino un malvado mentiroso.

– Hablando de malvados, creo que deberíamos poner algunas reglas para este noviazgo. Durante el tiempo que pasemos haciendo esgrima con la alta sociedad -una cantidad de tiempo enteramente bajo tu control, debo añadir- te abstendrás de poner a cualquier arpía como la encantadora Daphne sobre mí.

– ¿Pero para qué estás aquí sino para probar y seleccionar entre las frutas de la alta sociedad? -Ella hizo un gesto a su alrededor-. Es lo que hacen los caballeros de la aristocracia.

– Dios sabe porqué… yo no. Yo, como bien sabes, estoy aquí con un único propósito… perseguirte.