Se detuvo para coger dos copas de champán de la bandeja de un sirviente. Pasándole una a Leonora, la condujo a una zona menos congestionada delante de una larga ventana. Colocándose de modo que pudiera ver la habitación, tomó un trago y continuó:

– Puedes jugar este juego entre nosotros de la forma que quieras, pero si posees algún instinto de auto conservación, mantendrás el juego entre nosotros y no involucrarás a otros. -Bajó la mirada, encontró los ojos de ella-. Mujer u hombre.

Ella lo consideró; sus cejas se enarcaron levemente.

– ¿Es eso una amenaza? -Calmadamente dio un sorbo, aparentemente impasible.

Él estudió sus ojos, serenos y tranquilos. Confiados.

– No. -Levantando su copa, chocó el borde con la de ella-. Es una promesa.

Tristan bebió y vio cómo los ojos de Leonora llameaban.

Pero ella tenía su temperamento firmemente bajo control. Se obligó a beber, a aparentar estar inspeccionando la multitud, y después bajó la copa.

– No puedes simplemente aparecer y apoderarte de mí.

– No quiero apoderarme de ti. Te quiero en mi cama.

Eso le ganó una mirada ligeramente escandalizada, pero nadie más estaba lo suficientemente cerca como para escuchar.

Remitiendo el rubor, ella le sostuvo la mirada.

– Eso es algo que no puedes tener.

Él dejó que el momento se prolongara, después enarcó una ceja hacia ella.

– Ya veremos.

Leonora le estudió el rostro, luego levantó su copa. Su mirada fue más allá de él.

– ¡Señorita Carling! ¡Por Júpiter! Es una delicia verla… Vaya, deben haber pasado años.

Leonora sonrió, y tendió la mano.

– Lord Montacute. Un placer… y sí, han pasado años. ¿Puedo presentarle a Lord Trentham?

– ¡Claro! ¡Claro! -Su señoría, siempre cordial, le estrechó la mano-. Conocí a su padre… y a su tío abuelo también, ahora que lo pienso. Un viejo cascarrabias y sinvergüenza.

– Así es.

Recordando su objetivo, Leonora preguntó brillantemente:

– ¿Está Lady Montacute aquí esta noche?

Su señoría gesticuló con la mano vagamente.

– Por alguna parte.

Ella mantuvo la conversación fluida, frustrando todos los intentos de Trentham de frustrarla… reducir el estusiasmo de Lord Montacute estaba incluso más allá de las habilidades de Trentham. De forma simultánea, repasó la multitud en busca de más oportunidades.

Era agradable descubrir que no había perdido el truco de atraer a un caballero con una sola sonrisa. En poco tiempo, había reunido un grupo selecto, y todos los que lo conformaban podían defenderse en una charla. Las reuniones de Lady Holland eran célebres por su ingenio y conversación; con un gentil pinchazo por aquí, un codazo verbal por allá, empezó a hacer rodar la pelota… después de eso, los discursos cobraron vida por sí mismos.

Tuvo que reprimir una sonrisa demasiado reveladora cuando Trentham, a pesar de sí mismo, fue arrastrado a las conversaciones, manteniéndose ocupado con el señor Hunt en una discusión sobre suprimir órdenes en lo referente a la prensa popular. Ella se mantuvo a su lado y presidió sobre el grupo, asegurándose de que la conversación nunca decayera. Lady Holland se acercó lentamente, deteniéndose al lado de Leonora. Luego asintió y la miró a los ojos.

– Tiene bastante talento, querida. -Le dio una palmadita al brazo de Leonora, y su mirada se deslizó brevemente sobre Trentham, después astutamente de vuelta a Leonora antes de continuar su camino.

¿Talento para qué?, se preguntó Leonora. ¿Para mantener un lobo a raya?

Los invitados empezaron a irse antes de que las discusiones decayeran. El grupo se rompió a regañadientes, y los caballeros se marcharon para encontrar a sus esposas.

Cuando ella y Trentham se quedaron nuevamente solos, él la miró. Sus labios se apretaron lentamente, sus ojos se endurecieron, brillaron.

Ella arqueó una ceja, luego se giró hacia donde Mildred y Gertie estaban esperando.

– No seas hipócrita… lo disfrutaste.

No estuvo segura, pero le pareció que había gruñido. No necesitaba mirarlo para saber que rondaba tras ella mientras cruzaba la habitación hasta sus tías.

Se comportó, si no con alegre encanto, por lo menos con perfecto civismo, acompañándolas bajando las escaleras y fuera, donde esperaba su carruaje.

Tristan ayudó a subir a sus tías, luego se giró hacia ella. Deliberadamente colocándose entre ella y el carruaje, le cogió la mano, y encontró sus ojos.

– No pienses en repetir esa operación mañana.

Se movió y la ayudó a subir a la puerta del carruaje.

Con un pie en el escalón, ella lo miró a los ojos y arqueó una ceja. Incluso en la casi oscuridad, él reconoció el desafío.

– Tú elegiste el campo… a mi me toca elegir las armas *.

Ella inclinó serenamente la cabeza, se agachó y entró en el carruaje.

Él cerró la puerta con cuidado… y una cierta pausa.

CAPÍTULO 11

A la mañana siguiente, durante el desayuno, Leonora consideró su calendario social; ahora tenía las noches mucho más ocupadas que tres días antes.

– Tú eliges -le había dicho Mildred mientras bajaba del carruaje la noche anterior.

Mordisqueando su tostada, Leonora sopesó las posibilidades. Aunque la temporada propiamente dicha empezaba en unas semanas, había dos fiestas esa noche a las que habían sido invitadas. El evento más grande, era la gala en la Casa Colchester en Mayfair, el menor y con toda certeza menos formal, una fiesta en la casa de los Masseys en Chelsea.

Trentham supondría que ella asistiría a la fiesta de los Colchester; que aparecería allí, como había hecho la noche pasada en la de Lady Holland.

Apartándose de la mesa, Leonora se levantó y se dirigió al salón a fin de escribir rápidamente una nota para indicarle a Mildred y Gertie, que le apetecía visitar a los Masseys esa noche.

Sentándose en el escritorio, escribió una breve nota con los nombres de sus tías, llamando luego al criado. Tenía la esperanza que, en este caso, la ausencia hiciera que el corazón se encariñara menos; dejando a un lado el hecho de que su ausencia en la Casa Colchester enojaría a Trentham, también existía la evidente posibilidad de que, estando solo en semejante pista, sus ojos se vieran atraídos hacia alguna otra dama, tal vez incluso se distrajera con una del tipo de Daphne…

Frunciendo el ceño interiormente, levantó la mirada cuando el criado entró, y le dio la nota para que la enviara.

Hecho esto, se volvió a sentar y con determinación dirigió la mente hacia asuntos más serios.

Dada su empecinada negativa hacia el cortejo del conde, tal vez sería ingenuo pensar que Trentham seguiría ayudándola en el asunto de Montgomery Mountford, pero aún cuando intentaba imaginarlo perdiendo interés y sacando a los hombres que tenía vigilando la casa, no podía. A pesar de sus interacciones personales, sabía que él no la dejaría encargarse de Mountford sola.

De hecho, a la luz de lo que había aprendido de su carácter, la noción parecía irrisoria.

Permanecerían en una no declarada sociedad hasta que el enigma de Mountford estuviera resuelto; por lo tanto eso le exigía presionar lo más firmemente que pudiera en ese frente. Mantener claras las trampas de Trentham mientras tratara con él a diario no sería fácil; prolongar el peligro era algo absurdo.

No podía esperar ninguna respuesta a sus cartas hasta por lo menos unos pocos días más. Así que, ¿qué más podía hacer?

La sugerencia de Trentham de que el trabajo de Cedric era probablemente el blanco de Mountford, le había tocado la fibra sensible. Además de las cartas de Cedric, el taller contenía más de veinte libros de contabilidad y diarios. Los había llevado al salón y apilado en un rincón. Observándolos, recordó la escritura elegante, estilizada y apretada de su primo.

Levantándose, subió al piso superior e inspeccionó el dormitorio de Cedric. Tenía gruesas pulgadas de polvo y estaba lleno de telarañas.

Ordenó a las criadas la tarea de limpiar la habitación; la registraría mañana.

Por hoy… descendió al salón y se puso a trabajar con los diarios.

Cuando llegó la noche, no había descubierto nada más excitante que la receta de un mejunje para sacar manchas a la porcelana; era difícil de creer que Mountford y su misterioso extranjero estuvieran interesados en eso.

Apartando a un lado los libros de contabilidad, se dirigió al piso de arriba a cambiarse.


La casa de los Masseys tenía siglos de antigüedad, una laberíntica villa construida en la ribera del río. Los techos eran más bajos de lo que dictaba la moda; había un alarde de madera oscura en vigas y paneles, pero las sombras estaban dispersas por lámparas, candelabros, y apliques de pared desperdigados liberalmente por las habitaciones. Los largos salones interconectados eran perfectos para entretenimientos menos formales. Una pequeña orquesta tocaba al final del comedor, convertido para la ocasión en un espacio para bailar.

Después de saludar a su anfitriona en el vestíbulo, Leonora entró en la sala de recepción, diciéndose que se divertiría. Que el aburrimiento causado por la falta de propósitos que habitualmente la afligía no la afectaría esta noche, porque de hecho sí tenía un propósito.

Desafortunadamente, pasarlo bien con otros caballeros si Trentham no estaba allí para verla… era difícil convencerse a sí misma de que era todo lo que podía conseguir esa noche. No obstante, ahí estaba, con un vestido de seda de un profundo y turbulento azul que ninguna joven dama soltera podría llevar. Como no tenía particular interés en conversar, prefería bailar.

Dejando a Mildred y Gertie con un grupo de amigas, avanzó por el salón, parándose a intercambiar saludos aquí y allá, pero siempre siguiendo adelante. Una danza acababa de terminar cuando entró por las puertas del salón; rápidamente recorriendo con la mirada a los presentes, consideró a cual de los caballeros…

Duros dedos, una dura palma, se cerró alrededor de su mano; sus sentidos reaccionaron, informándola de quién estaba pegado a su hombro incluso antes de que se girara y encontrara su mirada.

– Buenas noches. -Con los ojos en los de ella, Trentham se llevó su mano a los labios. Buscó sus ojos. Enarcó una ceja-. ¿Te apetece bailar?

La mirada en sus ojos, el tono en su voz… sólo con eso, la hizo volver a la vida. Hizo que sus nervios se estrecharan, sus sentidos cantaran. Sintió una ráfaga de placentera anticipación deslizándose sobre ella. Leonora aspiró, proporcionándole a su imaginación la ilusión de lo que sentiría al bailar con él.

– Yo… -apartó la mirada, hacia el mar de bailarines esperando a que empezara el siguiente compás.

Él no dijo nada, simplemente esperó. Cuando lo volvió a observar, él encontró su mirada.

– ¿Sí?

Los ojos color avellana eran agudos, vigilantes; en sus profundidades merodeaba una ligera diversión.

Sintiendo que sus labios se apretaban, elevó el mentón.

– Claro… ¿por qué no?

Él sonrió, no de forma encantadora, sino con depredador agradecimiento de que aceptara su desafío. La guió hacia delante cuando las notas iniciales de un vals comenzaban.

Tenía que ser un vals. En el instante en que la tuvo en sus brazos, ella supo que estaba en problemas. Valientemente luchaba por diluir su respuesta al tenerlo tan cerca, al sentir que su fuerza la engullía otra vez, la mano de él se apoyó en la seda de su espalda, y ella trató de encontrar una distracción.

Dejó que un ceño se formara en sus ojos.

– Creí que irías a la fiesta de los Colchester.

Las comisuras de su boca se elevaron.

– Sabía que estarías aquí. -Sus ojos la interrogaron… maliciosos, peligrosos-. Créeme, estoy perfectamente satisfecho con tu elección.

Si había abrigado alguna duda de a qué se refería, el giro al final del salón lo explicaba todo. Si hubieran estado en la fiesta de los Colchester, bailando el vals en su enorme recinto, no habría sido capaz de sujetarla tan cerca, de curvar sus dedos tan posesivamente en su mano, de pegarla en el giro tanto a él que sus caderas se rozaran. Aquí, la pista de baile estaba llena de otras parejas, todas absortas en sí mismas, inmersas en el momento. No había matronas apoyadas en las paredes, mirando, esperando para desaprobar.

Los muslos de él separaron los de ella, todo poder contenido mientras la balanceaba en el giro; ella no pudo suprimir el temblor en su reacción, no pudo evitar que sus nervios y todo su cuerpo respondieran.

Tristan le miró la cara, se preguntó si tenía alguna idea de lo receptiva que era, de lo que le hacía a él ver llamear sus ojos, luego oscurecerse, ver sus pestañas cerrarse, sus labios abrirse.

Sabía que no era consciente de ello.