Menos tiempo para anticipar qué cosas se resolverían… mucho mejor dar el paso decisivo y ponerse directamente con ello.
Sus labios se elevaron. Sospechaba que él compartiría esa opinión, si bien no por las mismas razones.
Deteniéndose fuera del estudio, se puso de puntillas y echó un vistazo dentro; el piso estaba considerablemente más alto que la tierra. Tristan estaba sentado en su escritorio, de espaldas a ella, con la cabeza inclinada mientras trabajaba. Una pila de papeles colocados a su derecha; a la izquierda, un libro de contabilidad yacía abierto.
Podía ver lo bastante para asegurarse de que estaba solo.
De hecho, cuando se giró para comprobar una entrada en el libro de contabilidad y vislumbró su cara, parecía muy solo. Un lobo solitario que había tenido que cambiar sus hábitos ermitaños y vivir entre la alta sociedad, con el título, las casas, y personas dependientes, y todas las exigencias asociadas.
Había renunciado a su libertad, su excitante, peligrosa y solitaria vida, y había recogido las riendas que habían sido dejadas a su cuidado sin queja.
A cambio, había pedido poco, como excusa, o como recompensa.
La única cosa que había pedido en su nueva vida era tenerla como esposa. Él le había ofrecido todo lo que podía esperar, dándole todo lo que podría aceptar y aceptaría.
A cambio, ella le había dado su cuerpo, pero no lo que él más quería. No le había dado su confianza. O su corazón.
O más bien, lo había hecho, pero nunca lo había admitido. Nunca se lo había dicho.
Estaba allí para rectificar esa omisión.
Girándose, con cuidado de pisar silenciosamente, continuó hacia la sala de mañana. Había supuesto que se quedaría en casa trabajando en los asuntos de la hacienda, todos los asuntos que sin duda había descuidado mientras se concentraba en coger a Mountford. El estudio era donde había esperado que estuviera; Leonora había estado en la biblioteca y en el estudio, y era el estudio el que mostraba una impresión más definida de él, de ser la habitación a la cual se retiraría. Su guarida.
Estaba contenta de haber demostrado que estaba en lo cierto, la biblioteca estaba en la otra ala, cruzando el vestíbulo delantero.
Llegando a las puertas francesas a través de las cuales habían entrado en su visita previa, se colocó directamente frente a ellas, agarró el marco con las manos como él había hecho -usando ambas manos en vez de una sola- y empujó con fuerza.
Las puertas traquetearon, pero permanecieron cerradas.
– ¡Maldición! -Frunció el ceño, se acercó más y puso el hombro contra el sitio. Contó hasta tres, luego arrojó su peso contra las puertas.
Se abrieron de repente; sólo pudo evitar espatarrarse en el suelo.
Recuperando el equilibrio, se giró y cerró las puertas, entonces, agarrando la capa a su alrededor, se escabulló silenciosamente dentro de la habitación. Esperó, sin respirar, para ver si alguien había sido alertado; no creía que hubiera hecho mucho ruido.
No sonaron pasos; nadie vino. Su corazón se fue calmando lentamente.
Cautelosamente, avanzó hacia delante. La última cosa que deseaba era ser descubierta allanando esta casa para verse ilícitamente con su señor; si era pillada, una vez que se casaran, habría tenido que despedir, o sobornar, al servicio entero. No quería tener que enfrentarse a esa elección.
Comprobó el vestíbulo delantero. Como anteriormente, a esta hora de la noche no había lacayos rondando; Havers, el mayordomo, estaría escaleras arriba. El camino estaba libre, se introdujo en las sombras del corredor dirigiéndose hacia el estudio con una oración en los labios.
En agradecimiento por lo que había recibido hasta ahora, y con la esperanza de que su suerte se mantuviera.
Parándose fuera de la puerta del estudio, se puso de cara a los paneles, e intentó imaginar, en un ensayo de última hora, cómo iría su conversación… pero su mente se quedó obstinadamente en blanco.
Tenía que seguir con ello, con sus disculpas y su declaración. Inspirando profundamente, agarró el pomo de la puerta.
Éste se sacudió fuera de su agarre; la puerta se abrió de par en par.
Se tambaleó, y encontró a Tristan junto a ella. Elevándose sobre ella.
Éste miró mas allá, por el pasillo, entonces le agarró la mano y la metió en la habitación de un tirón. Bajando la pistola que sostenía en la otra mano, la soltó y cerró la puerta.
Leonora miró la pistola.
– ¡Cielos! -Elevó unos ojos atónitos hacia su cara-. ¿Me habrías disparado?
Sus ojos se entrecerraron.
– No a ti. No sabía quien… -Sus labios se estrecharon. Se apartó-. Acercarse sigilosamente a mí nunca es sabio.
Ella abrió los ojos como platos.
– Lo recordaré en el futuro.
Tristan se movió hasta un aparador y dejó la pistola en la vitrina, en lo alto. Su mirada era oscura cuando la volvió a observar, luego regresó para detenerse junto al escritorio.
Ella permaneció donde se había detenido, más o menos en mitad del cuarto. No era una habitación grande, y él estaba en ella.
La mirada de él fue hasta su cara. Se endureció.
– ¿Qué estás haciendo aquí? ¡No, espera! -Levantó una mano-. Primero dime cómo llegaste aquí.
Leonora había esperado ese rumbo. Juntando las manos, asintió.
– No me visitaste… no es que lo hubiera esperado -lo había hecho, pero se había dado cuenta de su error-, así que tuve que venir aquí. Como habíamos descubierto previamente, si yo viniera durante las horas habituales de visita, sería poco probable que tuviéramos mucha oportunidad de una conversación privada, así que… -Inspiró profundamente y prosiguió-. Convoqué a Gasthorpe, y alquilé un carruaje a través de él… insistí en mantener el asunto estrictamente confidencial, así que no debes tener esto en su contra. El carruaje…
Se lo había dicho todo, haciendo hincapié en que el carruaje con el cochero y el lacayo estaban esperando en la callejuela para llevarla a su casa. Cuando llegó al final de su relato, Tristan dejó pasar un momento, después elevó las cejas ligeramente… el primer cambio en su expresión desde que había entrado en la habitación.
Él cambió de posición y se inclinó hacia atrás contra el borde del escritorio. Su mirada permaneció en la cara de ella.
– Jeremy… ¿dónde cree que estás?
– Humphrey y él están bastante seguros de que estoy dormida. Se han lanzado a la tarea de dar sentido a los diarios de Cedric; estaban absortos.
Un sutil cambio tensó sus facciones, agudizándose, endureciéndose; Leonora añadió rápidamente:
– A pesar de eso, Jeremy se aseguró de que las cerraduras fueran todas cambiadas, como tú sugeriste.
Él le sostuvo la mirada; pasó un largo momento, entonces inclinó la cabeza mínimamente, reconociendo que había leído sus pensamientos con exactitud. Sofocando un impulso de sonreír, ella continuó:
– A pesar de todo, he estado manteniendo a Henrietta en mi habitación por la noche, así no vagará… -Ni la alteraría, ni la preocuparía. Parpadeó, y siguió-. Así que la tuve que llevar conmigo cuando me retiré esta noche. Está con Biggs, en la cocina del Número 12.
Tristan lo consideró. Interiormente se sintió fastidiado. Ella había cubierto todos los detalles necesarios; podía descansar tranquilo en ese punto. Estaba allí, a salvo; incluso había arreglado su regreso seguro. Se acomodó contra el escritorio, cruzó los brazos. Dejó que la mirada, fija en su cara, se volviera incluso más intensa.
– Entonces ¿por qué estás aquí?
Ella encontró su mirada directamente, firme, en perfecta calma.
– He venido a disculparme.
Él levantó las cejas; ella siguió.
– Debería haber recordado aquellos primeros ataques, y contártelos, pero con todo lo que ha ocurrido recientemente, se habían ido al fondo de mi mente. -Estudió sus ojos, más pensativos que inquisitivos; él se dio cuenta de ella estaba uniendo las palabras mientras continuaba… este discurso no estaba ensayado.
– Sin embargo, en el momento en que los ataques ocurrieron, no nos habíamos conocido, y no había nadie más que me considerara importante de esa manera, de tal modo que me sintiera obligada a informarles. Advertirles.
Leonora levantó la barbilla, sosteniéndole aún la mirada.
– Acepto y concedo que la situación ahora ha cambiado, que soy importante para ti, y que por lo tanto necesitas saber… -Dudó, le frunció el ceño, entonces corrigió con renuencia-: Tal vez incluso tienes derecho a saber cualquier cosa que constituya una amenaza para mí.
De nuevo se detuvo, como si revisara sus palabras, luego se enderezó y asintió, sus ojos se enfocaron otra vez en los de él.
– Así que me disculpo inequívocamente por no contarte aquellos incidentes, por no reconocer que debería haberlo hecho.
Él parpadeó, lentamente; no había esperado una disculpa en tales términos rigurosos y claros como el cristal. Sus nervios comenzaros a hormiguear; una impaciencia nerviosa se apoderó de él. Lo reconoció como su típica reacción al estar al borde del éxito. De tener una victoria, completa y absoluta, a su alcance.
De estar solo a un paso de aferrarla.
– ¿Estás de acuerdo en que tengo derecho a saber cualquier amenaza hacia ti?
Ella encontró su mirada, asintiendo decisivamente.
– Sí.
Lo consideró durante un latido, entonces preguntó.
– ¿Lo tomo como que estás de acuerdo en casarte conmigo?
Ella no dudó.
– Sí.
Un apretado nudo de tensión, que había llevado durante tanto tiempo que se había vuelto inconsciente para él, se desenmarañó y cayó. El alivio fue inmenso. Tomó un gran aliento, sintiendo como si fuera la primera respiración verdaderamente libre que hubiera tenido en semanas.
Pero no había acabado con Leonora, no había acabado de obtener promesas de ella… aún.
Enderezándose del escritorio, atrapó su mirada.
– ¿Estás de acuerdo en ser mi esposa, en actuar en todos los sentidos como mi esposa, y obedecerme en todas las cosas?
Esta vez ella dudó, frunciendo el ceño.
– Esas son tres preguntas. Sí, sí, y en todas las cosas razonables.
Tristan elevó una ceja.
– “En todas las cosas razonables”. Parece que necesitamos algunas definiciones. -Acortó la distancia entre ellos, deteniéndose directamente frente a Leonora. Miró en sus ojos-. ¿Estás de acuerdo en que donde quiera que vayas, independientemente de lo que hagas, si cualquier actividad implica el más mínimo grado de peligro para ti, entonces me informarás primero, antes de comprometerte?
Sus labios se apretaron; sus ojos quedaron fijos en los de él.
– Si es posible, sí.
Él entrecerró los ojos.
– Estás poniendo objeciones.
– Tú estás siendo irrazonable.
– ¿Es irrazonable para un hombre querer saber que su mujer está segura todo el tiempo?
– No. Pero es irrazonable envolverla en un capullo protector para conseguirlo.
– Eso es discutible.
Él gruñó las palabras sotto voce, pero Leonora las oyó. Se movió intimidantemente cerca; el genio de ella comenzó a elevarse. Con determinación refrenó su ira. No había venido a pelear con él. Tristan estaba demasiado acostumbrado a estar en conflicto; ella estaba resuelta a no tener ninguno entre ellos. Sostuvo su dura mirada, tan firme como él.
– Estoy totalmente dispuesta a hacer todo lo posible, todo lo posible dentro de lo razonable, para dar cabida a tus tendencias protectoras.
Invistió las palabras con cada onza de su determinación, su entrega. Él la oyó resonar; Leonora vio entendimiento, y aceptación, fluyendo tras sus ojos.
Estos se agudizaron hasta que su mirada fue de un cristalino color avellana, absorta en ella.
– ¿Es ésta la mejor oferta que estás preparada para hacer…?
– Lo es.
– Entonces acepto. -Bajó la mirada hasta sus labios-. Ahora… quiero saber lo lejos que estás dispuesta a llegar para acomodar mis otras tendencias.
Fue como si hubiera bajado un escudo, repentinamente dejando caer la barrera entre ellos. Una ola de calor sexual la invadió; repentinamente recordó que era un lobo herido, un lobo salvaje herido, y aún tenía que calmarlo. Al menos en ese nivel. Lógicamente, racionalmente, en palabras, ella había hecho las paces, y él había aceptado. Pero ese no era el único plano en el que interactuaban.
Su aliento lentamente se ahogó.
– ¿Qué otras tendencias? -Dijo las palabras antes de que su voz se volviera demasiado débil, cualquier cosa para ganar unos pocos segundos más…
Su mirada vagó más abajo; los pechos se hincharon, dolieron. Entonces él elevó los párpados, mirándola a la cara.
– Esas tendencias de las que has estado huyendo, intentando evitar, pero no obstante disfrutando durante las últimas semanas.
Se acercó más; la chaqueta rozó su canesú, su muslo tocó los de ella.
"La Dama Elegida" отзывы
Отзывы читателей о книге "La Dama Elegida". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "La Dama Elegida" друзьям в соцсетях.