Leonora siguió a Tristan hacia el dormitorio que la señorita Timmins había usado. Habían vuelto al Número 14 y dado la noticia a Humphrey, luego fueron a la cocina a confirmar a Daisy que su patrona estaba efectivamente muerta. Tristan había preguntado por familiares; Daisy no sabía de ninguno. Ninguno la había visitado en los seis años que había trabajado en Montrose Place.
Jeremy se había encargado de hacer los arreglos necesarios; junto con Tristan, Leonora había regresado al Número 16 para intentar identificar algún familiar.
– Cartas, un testamento, notas de un abogado… cualquier cosa que nos pueda llevar a una conexión. -Él abrió el pequeño cajón de la mesilla de noche-. Sería de lo más raro que no tuviera ningún familiar.
– Nunca mencionó ninguno.
– Sea como fuere.
Se pusieron a buscar. Ella notó que él hacía algunas cosas -miraba en lugares-, en los que ella nunca habría pensado. Como el fondo y la parte de abajo de los cajones, la parte superior del hueco del cajón de arriba. Detrás de los cuadros.
Al cabo de un rato, Leonora se sentó en una silla delante del escritorio y se aplicó a todas las notas y cartas que contenía. No había señal de ninguna reciente o prometedora correspondencia. Cuando Tristan la miró, ella le hizo señas para que continuara.
– Eres mucho mejor en esto que yo.
Pero fue ella la que encontró la conexión, en una antigua, muy gastada y muy arrugada carta que estaba en el fondo del cajón más diminuto.
– El Reverendo señor Henry Timmins, de Shacklegate Lane, Strawberry Hills. – Triunfante, le leyó la dirección a Tristan, que estaba parado en la entrada.
Él frunció el ceño.
– ¿Dónde está eso?
– Creo que en las afueras de Twickenham.
Él cruzó la habitación, levantó la carta de la mano de ella, la estudió. Refunfuñó.
– Tiene ocho años. Bien, no podemos hacer más que intentarlo. -Miró por la ventana, luego sacó su reloj y lo comprobó-. Si tomamos mi carruaje de dos caballos…
Ella se levantó, sonrió, enlazó su brazo con el de él. Sin duda muy de acuerdo con aquel “nosotros”.
– Tendré que coger mi capa. Vamos.
El reverendo Henry Timmins era un hombre relativamente joven, con una esposa y cuatro hijas y una parroquia ocupada.
– ¡Oh, Dios! -Se sentó abruptamente en una silla en el pequeño salón al que los había conducido. Entonces se dio cuenta y se puso en pie.
Tristan le hizo un gesto para que se volviera a sentar, acercó a Leonora al diván, y se sentó al lado de ella.
– ¿Entonces conocía a la señorita Timmins?
– Oh sí… ella era mí tía abuela. -Pálido, miró de uno a otro-. No éramos muy íntimos… de hecho, siempre parecía muy nerviosa cuando la visitaba. Le escribí algunas veces, pero nunca respondió… -Se sonrojó-. Y luego conseguí mi nombramiento… y me casé… eso suena muy insensible, pero ella no era en absoluto alentadora, ¿saben?
Tristan apretó la mano de Leonora, avisándola para que se mantuviera en silencio; inclinó la cabeza impasiblemente.
– La señorita Timmins falleció anoche, pero, me temo que no con facilidad. Cayó por la escalera en algún momento muy temprano por la mañana. Aunque no tenemos ninguna evidencia de que haya sido directamente atacada, creemos que encontró un ladrón en la casa -el salón principal fue saqueado-, y debido a la conmoción, se desmayó y cayó.
El rostro del reverendo Timmins era la misma imagen del horror.
– ¡Santo Cielo! ¡Qué horrible!
– Cierto. Tenemos razones para creer que el ladrón responsable es el mismo hombre que intentó entrar a la fuerza en el Número 14. -Tristan miró a Leonora-. Los Carling viven allí, y la propia señorita Carling fue objeto de varios ataques, suponemos que con intención de asustar a la familia para que se marchara. También ha habido varios intentos de entrada forzada en el Número 14, y también en el Número 12, la casa de la cual soy en parte dueño.
Él reverendo Timmins pestañeó. Tristan continúo con calma, explicando su razonamiento de que el ladrón que conocían como Mountford estaba intentando acceder a algo escondido en el Número 14, y que sus incursiones en el Número 12 y anoche en el Número 16 eran una manera de buscar una entrada por las paredes del sótano.
– Ya veo. -Frunciendo el ceño, Henry Timmins asintió-. He vivido en casas adosadas como esas… tienen bastante razón. Las paredes del sótano son muy a menudo una serie de arcos rellenos. Es muy fácil atravesarlos.
– Así es. -Tristan hizo una pausa, luego continuó, con el mismo tono autoritario-. Es por eso que hemos estado tan empeñados en encontrarlo, por lo que le hemos hablado tan francamente. -Se inclinó hacia delante; apretando las manos entre las rodillas, capturó la pálida mirada azul de Henry Timmins-. La muerte de su tía abuela fue profundamente lamentable, y si Mountford es responsable, merece ser atrapado y llevado ante la justicia. En estas circunstancias, creo que sería justicia poética usar la situación tal y como ahora se presenta -la situación que surgió debido al fallecimiento de la señorita Timmins-, para prepararle una trampa.
– ¿Una trampa?
Leonora no necesitó escuchar la palabra para saber que Henry Timmins estaba atrapado, enganchado. Ella también lo estaba. Avanzó un poco para poder ver la cara de Tristan.
– No hay ninguna razón para que alguien más allá de los que ya lo saben, imagine que la señorita Timmins murió de algo distinto a causas naturales. Será llorada por aquellos que la conocían, luego… si puedo sugerírselo, usted, como heredero, debería poner el Número 16 de Montrose Place en alquiler. -Con un ademán, Tristan indicó la casa en la que estaban-. Claramente, usted no tiene necesidad de una casa en la ciudad en estos momentos. Por otro lado, siendo un hombre prudente, no desea vender precipitadamente. Alquilar la propiedad es la decisión razonable, y nadie se preguntará acerca de eso.
Henry estaba asintiendo.
– Cierto, cierto.
– Si está de acuerdo, haré los arreglos para que un amigo se haga pasar por agente inmobiliario y se encargue del alquiler para usted. Por supuesto, no se la alquilará a cualquiera.
– ¿Piensa que Mountford aparecerá y alquilará la casa?
– No Mountford en persona… la señorita Carling y yo lo hemos visto. Usará un intermediario, pero será él el que quiera acceder a la casa. Una vez la tenga, y entre… -Tristan se reclinó; una sonrisa que no era una sonrisa curvó sus labios-. Es suficiente con decir que tengo las conexiones adecuadas para garantizar que no escapará.
Henry Timmins, con los ojos bastante abiertos, continúo asintiendo.
Leonora era menos susceptible.
– ¿Realmente crees que después de todo esto, Mountford se atreverá a mostrar la cara?
Tristan se volvió hacía ella; sus ojos eran fríos, duros.
– Dado lo lejos que ha llegado, estoy preparado para apostar que no será capaz de resistirse.
Volvieron a Montrose Place aquella noche con la bendición de Henry Timmins, y, más importante, una carta de Henry al abogado de la familia instruyéndolo a seguir las indicaciones de Tristan con respecto a la casa de la señorita Timmins.
Había lámparas ardiendo en las habitaciones del primer piso del Bastion Club; ayudando a Leonora a bajar a la calzada, Tristan las miró, preguntándose…
Leonora se sacudió las faldas; luego deslizo la mano en el brazo de él.
Él bajó la mirada hacia ella, se abstuvo de mencionar lo mucho que le gustaba ese pequeño gesto de aceptación femenina. Estaba aprendiendo que ella a menudo hacía pequeños gestos reveladores instintivamente; no vio motivo para llamar la atención sobre tal transparencia.
Tomaron el camino hacia el Número 14.
– ¿A quién vas a conseguir para hacer el papel de agente inmobiliario? -Leonora lo miró-. Tú no puedes… él sabe cómo eres. -Ella recorrió con la mirada las facciones de Tristan-. Incluso con uno de tus disfraces… no hay manera de estar seguros de que no pueda ver a través de él.
– Así es. -Tristan miró al otro lado, al Bastion Club, mientras subían los escalones del porche-. Te acompañaré adentro, hablaré con Humphrey y Jeremy, luego iré a la casa de al lado. -Encontró la mirada de ella mientras la puerta principal se abría-. Es posible que alguno de mis compañeros esté en la ciudad. En ese caso…
Ella enarcó una ceja hacia él.
– ¿Tus antiguos compañeros? -Él asintió, siguiéndola hasta el vestíbulo.
– No puedo pensar en ningún caballero más adecuado para ayudarnos en esto.
Charles, previsiblemente, estaría encantado.
– ¡Excelente! Siempre supe que esta historia del club era una idea brillante.
Eran casi las diez; habiendo consumido una espléndida cena en el elegante comedor de abajo, Tristan, Charles y Deverell ahora estaban sentados, estirados y cómodos, en la biblioteca, cada uno acunando una copa generosamente provista de buen brandy.
– Cierto. -A pesar de sus maneras más reservadas, Deverell parecía igualmente interesado. Miró a Charles-. Creo que yo debería ser el agente inmobiliario… tú ya representaste un papel en este drama.
Charles parecía apenado.
– Pero siempre puedo representar otro.
– Creo que Deverell tiene razón. -Tristan se hizo cargo firmemente. -Él puede ser el agente inmobiliario; ésta es solamente su segunda visita a Montrose Place, así que hay posibilidades de que Mountford y sus compinches no lo hayan visto. Aunque lo hayan hecho, no hay ninguna razón para que no pueda actuar de forma imprecisa y decir que está encargándose del asunto para un amigo. -Tristan miró a Charles-. Mientras tanto, hay algo más que de lo que creo que tú y yo deberíamos encargarnos.
Charles instantáneamente lo miró esperanzado.
– ¿Qué?
– Te hablé de este empleado del abogado que heredó de Carruthers. -Les había contado toda la historia, todos los hechos pertinentes, durante la cena.
– ¿El que vino a Londres y desapareció entre la multitud?
– Ese mismo. Creo que mencioné que originalmente planeaba venir a la ciudad, ¿no? Mientras buscaba información en York, mi espía supo que este Martinbury había quedado anteriormente en encontrarse con un amigo, otro empleado de la oficina, aquí en la ciudad; antes de partir de modo inesperado, confirmó el encuentro.
Charles enarcó una ceja.
– ¿Cuándo y dónde?
– Mañana al mediodía, en el Red Lion en la calle Gracechurch.
Charles asintió.
– Entonces lo cogeremos después del encuentro. ¿Supongo que tienes la descripción?
– Sí, pero el amigo ha aceptado presentarme, así que todo lo que tenemos que hacer es estar allí, y luego veremos lo que podemos aprender del señor Martinbury.
– ¿Él no podría ser Mountford, verdad? -preguntó Deverell.
Tristan negó con la cabeza.
– Martinbury estuvo en York durante gran parte del tiempo que Mountford ha estado activo aquí.
– Hmm. -Deverell se recostó, giró el brandy en la copa-. Si no es Mountford quien se me acerque, y creo que eso es improbable, ¿entonces quién piensas que intentará alquilar la casa?
– Mi conjetura -dijo Tristan-, sería un flaco espécimen con rostro de comadreja, de altura baja a media. Leonora -la señorita Carling-, lo ha visto dos veces. Parece seguro que sea un asociado de Mountford.
Charles abrió mucho los ojos.
– ¿Leonora, eh? -Girando en la silla, fijó su mirada oscura en Tristan-. Entonces dinos… ¿Cómo sopla el viento por esa parte, hmm?
Impasible, Tristan estudió el rostro de diablo de Charles, y se preguntó qué travesura diabólica podría tramar Charles si no se lo decía…
– Sucede que la noticia de nuestro compromiso aparecerá en la Gazette mañana por la mañana.
– ¡Oh-ho!
– ¡Ya veo!
– ¡Bien, eso fue un trabajo rápido! -Levantándose, Charles agarró la licorera y volvió a llenar sus copas-. Tenemos que brindar por eso. Veamos. -Hizo una pose delante de la chimenea, la copa levantada en alto-. Por ti y tu señora, la encantadora señorita Carling. Bebamos en reconocimiento de tu éxito en decidir tu propio destino, por tu victoria sobre los entrometidos, ¡y a la inspiración y al aliento que esta victoria dará a tus colegas miembros del Bastion Club!
– ¡Salud! ¡Salud!
Tanto Charles como Deverell bebieron. Tristan los saludó con la copa, luego también bebió.
– Entonces, ¿cuándo es la boda? -preguntó Deverell.
Tristan estudió el líquido ámbar arremolinándose en el vaso.
– Tan pronto como arrestemos a Mountford.
Charles frunció los labios.
– ¿Y si eso toma más tiempo de lo esperado?
Tristan levantó los ojos, encontró la mirada oscura de Charles. Sonrió.
– Confía en mí. No lo hará.
Temprano a la mañana siguiente, Tristan visitó el Número 14 de Montrose Place; se fue antes de que Leonora o algún miembro de la familia bajara la escalera, confiando que había solucionado el enigma de cómo Mountford había entrado en el Número 16.
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