Como Jeremy, bajo su dirección, ya había cambiado las cerraduras del Número 16, Mountford debía de haber sufrido otra desilusión. Aún mejor para conducirlo hasta la trampa. Ahora no tenía otra opción que alquilar la casa.
Dejando el Número 14 por el portón principal, Tristan vio a un operario ocupado colocando un cartel en lo alto de la pared principal del Número 16. El cartel anunciaba que la casa estaba en alquiler y daba detalles de cómo contactar con el agente. Deverell no había perdido el tiempo.
Regresó a Green Street para el desayuno, valientemente esperó hasta que las seis queridas ancianas residentes estuvieran presentes antes de hacer el anuncio. Estaban más que encantadas.
– Ella es justo el tipo de mujer que deseábamos para ti -le dijo Millicent.
– Es cierto -confirmó Ethelreda-. Es una joven tan sensible… teníamos un miedo terrible de que acabaras con alguna cabeza de chorlito. Una de esas jóvenes de cabeza hueca que ríen tontamente en todo momento. Solo el buen Dios sabe cómo nos las habríamos arreglado entonces.
Con ferviente acuerdo, él se excusó y se refugió en el estudio. Bloqueando implacablemente las obvias distracciones, pasó una hora ocupándose de las cuestiones más urgentes que reclamaban su atención, acordándose de escribir una breve carta a sus tías abuelas informándolas de su matrimonio inminente. Cuando el reloj dio las once, posó la pluma, se levantó, y silenciosamente dejó la casa.
Se encontró con Charles en la esquina de Grosvenor Square. Llamaron un coche de alquiler; diez minutos antes del mediodía, entraban por la puerta del Red Lion. Era una posada popular, que proveía de comida y bebida, y que servía a una mezcla de comerciantes, agentes, despachantes y empleados de todas las descripciones. El salón principal estaba lleno, no obstante, después de una mirada, la mayoría se apartó del camino de Tristan y Charles. Fueron al bar, donde les sirvieron inmediatamente, y después, jarra de cerveza en mano, se giraron e inspeccionaron el salón.
Después de un momento, Tristan tomó un sorbo de su cerveza.
– Está allí, en una mesa del rincón. El que mira alrededor como un cachorro ansioso.
– ¿Aquél es el amigo?
– Encaja en la descripción como anillo al dedo. La gorra es difícil de obviar -Una gorra de tweed estaba en la mesa en la que el joven en cuestión esperaba.
Tristan lo consideró, luego dijo:
– No nos reconocerá. ¿Por qué no ocupamos la mesa al lado de la suya, y esperamos al momento justo para presentarnos?
– Buena idea.
Una vez más la muchedumbre se apartó como el Mar Rojo; se instalaron en la pequeña mesa del rincón sin atraer más que un rápido vistazo y una educada sonrisa del joven.
A Tristan le pareció terriblemente joven.
El joven continuó la espera. Lo mismo hicieron ellos. Discutieron varios puntos, dificultades a las que ambos se habían enfrentado al tomar las riendas de grandes fincas. Había más que suficiente ahí para darles una tapadera creíble en caso que el joven estuviera escuchando. No lo estaba; como un spaniel, mantuvo los ojos en la puerta, listo para saltar y saludar con la mano cuando su amigo entrara.
Gradualmente, mientras pasaban los minutos, su impaciencia decrecía. Se tomó su pinta; ellos se tomaron las suyas. Pero cuando el sonido metálico de un campanario cercano marcó la media hora, parecía seguro que el hombre por quien todos habían esperado no iba a aparecer.
Esperaron un poco más, con creciente preocupación.
Finalmente, Tristan intercambió una mirada con Charles, luego se giró hacia el joven.
– ¿Señor Carter?
Él joven pestañeó, centrándose adecuadamente en Tristan por primera vez.
– ¿S-Sí?
– No nos conocemos. -Tristan buscó una tarjeta, se la entregó a Carter-. Pero creo que un asociado mío le dijo que estábamos interesados en encontrarnos con el señor Martinbury sobre un asunto de interés mutuo.
Carter leyó la tarjeta; su rostro joven se despejó.
– ¡Oh, sí… claro! -Luego miró a Tristan e hizo una mueca-. Pero como puede ver, Jonathon no ha venido. -Miró alrededor, como para asegurarse de que Martinbury no se había materializado en el último minuto. Carter frunció el ceño-. Realmente no lo puedo entender. -Miró a Tristan-. Jonathon es muy puntual, y somos muy buenos amigos.
La preocupación le nubló la cara.
– ¿Ha sabido de él desde que está en la ciudad?
Charles hizo la pregunta; cuando Carter pestañeó, Tristan añadió suavemente:
– Otro asociado.
Carter negó con la cabeza.
– No. Nadie en casa -es decir, en York-, ha tenido noticias suyas. Su casera estaba sorprendida; me hizo prometer que cuando lo encontrara le dijera que escribiera. Es extraño… es una persona muy fiable, y le tiene mucho cariño. Ella es como una madre para él.
Tristan intercambió una mirada con Charles.
– Pienso que es tiempo de buscar más activamente al señor Martinbury. -Girándose hacia Carter, hizo un gesto con la cabeza hacia la tarjeta, que el joven aún tenía en las manos-. Si sabe algo de Martinbury, cualquier contacto, estaría agradecido si mandara un aviso inmediatamente a esa dirección. Asimismo, si me facilita su dirección, me aseguraré de que sea informado si localizamos a su amigo.
– Oh, sí. Gracias. -Carter sacó una libreta de su bolsillo, encontró un lápiz, y rápidamente escribió la dirección de su alojamiento. Le entregó la hoja a Tristan. Él la leyó, asintió y guardó la nota en el bolsillo.
Carter estaba frunciendo el ceño.
– Me pregunto si llegó siquiera a Londres.
Tristan se levantó.
– Lo hizo. -Apuró la jarra, la dejó en la mesa-. Dejó el carruaje cuando alcanzó la ciudad, no antes. Desafortunadamente, localizar un único hombre en las calles de Londres no es del todo fácil.
Dijo lo último con una sonrisa tranquilizadora. Con un saludo con la cabeza hacia Carter, él y Charles salieron.
Se pararon en la acera.
– Localizar un único hombre en las calles de Londres puede no ser fácil. -Charles miró a Tristan-. Localizar a un muerto no es tan difícil.
– No, así es. -La expresión de Tristan se había endurecido-. Yo iré a las comisarías.
– Y yo a los hospitales. ¿Nos encontramos en el club más tarde?
Tristan asintió. Luego hizo una mueca.
– Acabo de recordar…
Charles lo miró, luego se rió.
– Acabas de recordar que anunciaste tu compromiso… ¡Claro! Ya no hay tranquilidad para ti, no hasta que estés casado.
– Lo que me convierte en más decidido aún a encontrar a Martinbury a toda velocidad. Mandaré un aviso a Gasthorpe si descubro algo.
– Yo haré lo mismo. -Con un saludo con la cabeza, Charles empezó a descender por la calle.
Tristan lo vio marcharse, luego maldijo, giró sobre los talones, y se dirigió a zancadas en la dirección opuesta.
CAPÍTULO 17
El día se escapaba, azotado a lo lejos por grises chubascos, mientras Tristan subía las escaleras del Número 14 pidiendo ver a Leonora. Castor lo dirigió a la sala; despidiendo al mayordomo, abrió la puerta de la sala y entró.
Leonora no lo escuchó. Estaba sentada sobre la tumbona, de cara a la ventana, mirando a los arbustos del jardín que se doblaban ante el viento bramador. Al lado de ella, un fuego quemaba intensamente en la chimenea, crujiendo y escupiendo chispas con alegría. Henrietta se colocó estirada ante las llamas, disfrutando de su calor.
La escena era confortable, de calor acogedor de un modo que no tenía nada que ver con la temperatura, era sutilmente confortable para el corazón.
Él dio un paso, dejando caer el tacón pesadamente.
Al escucharlo, ella se giró… al verlo su cara se iluminó. No sólo con expectativa, no sólo con entusiasmo por escuchar de lo que él se había enterado, sino con una abierta bienvenida, como si una parte de ella hubiese regresado.
Al acercarse, ella se levantó ofreciendo las manos. Él las tomó, levantó primero una, después llevó la otra a sus labios, luego la atrajo más cerca de él y dobló su cabeza. Tomando su boca en un beso y luchando para mantenerse dentro de los límites, dejó saborearla a sus sentidos, luego los frenó.
Cuando él levantó su cabeza, ella le sonrió; sus miradas fijas emocionadas, sostenidas durante un momento, después ella se hundió en la tumbona.
Él se agachó para acariciar a Henrietta.
Leonora lo observó, luego dijo,
– Ahora, antes que me digas algo más, explícame cómo Mountford entró en el Número 16 anoche. Dijiste que no había ninguna cerradura forzada, y Castor me dijo algún cuento acerca de ti preguntando por un inspector del alcantarillado. ¿Tiene que ver él con algo, o él era Mountford?
Tristan la recorrió con la mirada e inclinó la cabeza.
– Concuerda con la descripción de Daisy. Parece que se hizo pasar por un inspector y habló con ella sobre dejarle inspeccionar la cocina, la bodega y los desagües de la lavandería.
– ¿Y cuando ella no miraba, imprimió una copia de la llave?
– Eso parece lo más probable. Ningún inspector llamó aquí o al Número 12.
Ella frunció el ceño.
– Es muy… calculador.
– Es inteligente. -Después de estudiar un momento su rostro, Tristan dijo -Añadiendo algo más a esto, debe estar más y más desesperado. Me gustaría que tuvieras eso en cuenta.
Ella lo miró, luego rió de modo tranquilizador.
– Por supuesto.
La mirada que él le lanzó mientras se elevaba de sus pies, era más de resignación que de tranquilidad.
– Vi la señal fuera del Número 16. Eso fue rápido. -Ella dejó mostrar su aprobación en la cara.
– Ciertamente. Le he dejado ese asuento a un caballero de nombre Deverell. Es el Vizconde Paington.
Ella amplió los ojos.
– ¿Tienes algún otro socio que… te esté ayudando?
Hundiendo las manos en los bolsillos y con el fuego calentando sobre su espalda, Tristan miró a su cara, a unos ojos que reflejaban una inteligencia que él sabía era mejor no subestimar.
– Como sabes, tengo un pequeño ejército que trabaja para mí. A la mayor parte de ellos nunca los conocerás, pero hay uno que me ayuda activamente, otro copropietario del Número 12.
– ¿Como Deverell? -preguntó ella.
Asintió.
– El otro caballero es Charles St. Austell, Conde de Lostwithiel.
– ¿Lostwithiel? -Ella frunció el ceño. -Escuché algo sobre que los dos últimos condes murieron en trágicas circunstancias…
– Eran sus hermanos. Él era el tercer hijo y ahora es el conde.
– Ah. ¿Y con qué te está ayudando?
Le explicó sobre la reunión que habían esperado tener con Martinbury, y su decepción. Ella lo escuchó en silencio hasta el final, mirándolo a la cara. Cuando hizo una pausa, después de la explicación del acuerdo que habían hecho con el amigo de Martinbury, ella dijo:
– Piensas que le han hecho alguna jugada.
No era una pregunta. Con sus ojos sobre los de ella, el asintió.
– Todo lo que me fue reportado de York, todo lo que su amigo Carter dijo de él, pinta a Martinbury como un hombre concienzudo, confiable, honesto, no uno que falta a una cita que había tenido cuidado de confirmar. -De nuevo vaciló, preguntándose cuánto debía decirle, luego apartó su renuencia.
– He comenzado a preguntar en las comisarías sobre las muertes de las que se ha informado, y Charles comprobará en los hospitales en caso de que haya sido llevado vivo y luego haya muerto.
– Todavía podría estar vivo, quizás gravemente herido, pero sin amigos o conexiones en Londres…
Él consideró esa opción, entonces hizo una mueca.
– Cierto, voy a encargar a otros que lo verifiquen. Sin embargo, teniendo en cuenta el tiempo que ha pasado sin ninguna noticia de él, tenemos que comprobar a los muertos. Lamentablemente éste no es el tipo de búsqueda que cualquier persona, excepto Charles y yo, o alguien como nosotros, puede hacer. -Encontró su mirada fija-. Miembros de la nobleza, especialmente con nuestros antecedentes, pueden conseguir respuestas, exigir ver informes y registros que otros simplemente no pueden.
– Me he dado cuenta. -Ella se recostó, considerándolo-. Entonces estarás ocupado durante días. Hoy lo pasé con las criadas, buscando en cada rincón y hendidura del taller de Cedric. Encontramos varios restos y notas que están ahora en la biblioteca con Humphrey y Jeremy. Todavía estudian cuidadosamente los diarios. Humphrey está cada vez más seguro de que debería haber más. Él piensa que hay secciones, pedazos de notas perdidas. No arrancadas sino escritas en algún otro lugar.
– Hmm. -Tristan frotó ligeramente la cabeza de Henrietta con su bota. Después miró a Leonora-. ¿Y qué hay del dormitorio de Cedric? ¿Has buscado ya allí?
– Mañana. Las criadas me ayudarán, estaremos cinco de nosotras. Si hay alguna cosa allí, te aseguro que la encontraremos.
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