– Ya soy tuya. Lo sabes.

Los labios de él, aún inquietantemente cercanos, se curvaron; se movió, acercándola más; su inquietud la alcanzó, recorriéndola en una oleada de incertidumbre tangible, cambiante. Con el toque más blando de sus cuerpos el calor se encendía; él inclinó su cabeza y posó los labios en las comisuras de los suyos.

– No soy un caballero corriente.

Las palabras fueron susurradas sobre su mejilla.

– Lo sé. -Leonora giró la cabeza y sus labios se encontraron.

Después de un breve intercambio, él se alejó, dibujando un camino ascendente con sus labios, por su pómulo hacia su sien, luego bajó hasta que su aliento calentó el hueco bajo su oreja.

– He vivido peligrosamente, más allá de todas las leyes, durante una década. No soy tan civilizado como debería ser. Lo sabes ¿verdad?

Ciertamente, lo sabía; el conocimiento estaba crispando sus nervios, la anticipación se deslizaba como seda caliente por sus venas. Pero en ese mismo momento, por asombroso que pareciera, se percató de que todavía dudaba de ella. Y no importaba cuáles fueran los problemas que hubiera querido discutir, eso estaba todavía en su mente, y ella iba a escuchar.

Levantando sus manos, le atrapó y enmarcó su cara, lo besó atrevidamente. Lo atrapó, lo capturó, lo atrajo. Se acercó a él. Sintió su respuesta, sintió sus manos extenderse por la espalda, firme, luego moldeándola contra él.

Cuando finalmente estuvo de acuerdo con dejarla en libertad, él enderezó su cuello y miró hacia abajo, hacia ella; sus ojos eran oscuros, turbulentos.

– Dime. -La voz de ella era ronca, pero imperiosa. Exigente-. ¿Qué es lo que querías decir?

Un largo momento pasó; tuvo conciencia de sus alientos, de sus pulsos latiendo. Pensó que él no iba a contestar, después suspiró. Sus ojos nunca habían dejado los de ella.

– No. Te. Pongas. En. Peligro.

No tuvo que decir más, estaba allí en sus ojos. Allí para que ella lo viera. Una vulnerabilidad tan profundamente enterrada en él, en quién era, en lo que él nunca podría dejar de ser, y aún así tenerla a ella.

Un dilema, uno que nunca podría resolver, tan sólo podía aceptarlo. Al igual que, al tomarla como su esposa, había elegido hacer.

Se apoyó en él; sus manos todavía rodeaban su cara.

– Nunca me pondré en peligro voluntariamente. He decidido ser tuya y tengo intención de continuar en ese papel, en seguir siendo importante para ti. -Le mantuvo la mirada-. Debes creerlo.

Sus facciones se endurecieron; ignoró sus manos e inclinó la cabeza. Tomó sus labios, su boca en un beso abrasador que rayaba en lo salvaje.

Retrocedió para susurrar contra sus labios.

– Lo intentaré, si tú recuerdas esto. Si fallas, ambos pagaremos el precio.

Ella acarició su delgada mejilla. Esperó hasta que él encontró su mirada.

– No fallaré. Y tú tampoco.

Sus corazones latían pesadamente; las llamas familiares lamían ávidamente sus pieles. Ella buscó sus ojos.

– Así -se movió sinuosamente contra de él, sintió cómo contenía el aliento- es como debe ser. No lo decretamos, ni tú ni yo, estaba allí, esperando para atraparnos. Ahora el reto es hacer que el resto funcione, no es un empeño del que podamos librarnos o podamos rechazar, no si queremos esto.

– Definitivamente quiero esto, y más. No te dejaré ir. Por ninguna razón. Jamás.

– Así es que estamos comprometidos, tú y yo. -Enfrentó su mirada oscurecida-. Lo haremos funcionar.

Dos latidos pasaron, luego él inclinó la cabeza; sus manos se afirmaron, elevándola contra él.

Ella dejó caer sus manos sobre sus hombros, empujándolo.

– Pero…

Él hizo una pausa, mirándola a los ojos.

– ¿Pero qué?

– Pero se nos ha acabado el tiempo por esta noche.

Así era. Tristan apretó sus brazos, la besó brevemente, luego contuvo sus demonios que clamaban por ella, y, con expresión sombría, la dejó sobre sus pies.

Parecía tan irritada como él se sentía -un pequeño consuelo.

Más tarde.

Una vez que tuvieran a Mountford a buen recaudo, nada iba a entrometerse.

Su carruaje esperaba; escoltó a Leonora fuera, la ayudó a subir, y la siguió. Mientras el carruaje rodaba sobre el empedrado ahora húmedo, regresó a algo que ella había mencionado anteriormente.

– ¿Por qué piensa Humphrey que faltan piezas del puzzle de Cedric? ¿Cómo puede saberlo?

Leonora se reclinó al lado de él.

– Los diarios contienen detalles de experimentos, lo que se hizo y los resultados, nada más. Lo que falta son los razonamientos que les dan sentido, las hipótesis, las conclusiones. Las cartas de Carruthers se refieren a algunos experimentos de Cedric, y a otros que, Humphrey y Jeremy suponen, deben ser del propio Carruthers, y las páginas con descripciones de Carruthers que encontramos en la habitación de Cedric, Humphrey piensa que al menos algunas se corresponden con alguno de los experimentos a los que se referían las cartas de Carruthers.

– ¿Así que Cedric y Carruthers parecen haber intercambiado detalles de sus experimentos?

– Sí. Pero hasta ahora Humphrey no puede estar seguro de si estaban trabajando en el mismo proyecto conjuntamente, o si simplemente intercambiaban noticias. Más concretamente, no ha encontrado nada que definiese cuál era su proyecto conjunto, suponiendo que hubiera uno.

Tristan asimiló la información, debatiendo si eso hacía a Martinbury, el heredero de Carruthers, más o menos importante. El carruaje redujo la velocidad, luego se detuvo. Miró hacia afuera, luego descendió frente al Número 14 de Montrose Place y ayudó a Leonora a bajar.

En lo alto, las nubes se deslizaban rápidamente, un oscuro manto rompiéndose por el viento. Leonora posó su mano en el brazo de él; él la recorrió con la mirada mientras empujaba la amplia puerta de la verja. Subieron por el camino sinuoso, ambos distraídos por el excéntrico mundo que Cedric había creado brillando bajo la cambiante luz de la luna, las hojas de extrañas formas y los arbustos salpicados de gotitas de lluvia.

La luz resplandecía en el vestíbulo delantero. Mientras subían las escaleras del porche, la puerta se abrió.

Jeremy miró hacia afuera, con el rostro tenso. Los vio y sus facciones se relajaron.

– ¡Por fin! El tunante ya ha comenzado a hacer el túnel.

En absoluto silencio, miraron hacia la pared al lado del lavadero en el sótano de Número 14 y escucharon el scritch-scritch sigiloso de alguien raspando el mortero.

Tristan indicó a Leonora y Jeremy que guardaran silencio, extendió una mano, y la posó sobre los ladrillos detrás de los cuales escapaba el ruido.

Después de un momento, quitó su mano y les hizo señas para que se retirasen. En la entrada del lavadero, un lacayo estaba de pie esperando. Leonora y Jeremy fueron silenciosamente tras él; Tristan se detuvo.

– Buen trabajo. -Su voz fue sólo lo suficiente fuerte como para alcanzar al lacayo-. Dudo de que lleguen al final esta noche, pero organizaremos una vigilancia. Cierre la puerta y asegúrese de que nadie haga ningún sonido inusual en esta área.

El lacayo asintió. Tristan le dejó y siguió a los demás hacia la cocina al final del corredor. Por sus caras, Leonora y Jeremy estallaban de preguntas; les hizo gestos de silencio y señaló a Castor y los otros lacayos, todos juntos y esperando con el resto de personal.

Con unas pocas órdenes, organizó los turnos de vigilancia para la noche, y aseguró al ama de llaves, la cocinera, y las criadas que no había ninguna probabilidad de que los villanos irrumpieran en la casa mientras dormían sin ser descubiertos.

– A la velocidad que van, y deben ir lentamente, no pueden arriesgarse a utilizar un martillo y un cincel, les tomará al menos algunas noches aflojar bastantes ladrillos por los que un hombre pueda pasar. -Recorrió con la mirada el grupo reunido alrededor de la mesa de la cocina-. ¿Quién notó las rascaduras?

Una chiquilla tiznada y nerviosa dijo:

– Yo, señor, milord. Entré a coger la segunda plancha de hierro caliente y lo oí. Pensé que era un ratón al principio, luego recordé lo que el señor Castor había dicho acerca de que los ruidos extraños y cosas parecidas, así es que vine enseguida y se lo conté.

Tristan sonrió.

– Buena chica. -Su mirada descansó sobre las canastas apiladas con sábanas dobladas y ropa blanca situadas entre las criadas y la estufa-. ¿Es la colada de hoy?

– Sí. -El ama de llaves asintió-. Siempre hacemos la colada principal en miércoles, luego una colada más pequeña los lunes.

Tristan la miró por un momento, luego dijo:

– Tengo una última pregunta. ¿Cualquiera de ustedes, en cualquier momento de los últimos meses, desde noviembre poco más o menos, ha visto o hablado con alguno de estos dos caballeros? -Procedió a dar en pocas palabras una rápida descripción de Mountford y su cómplice el Comadreja.


– ¿Cómo lo adivinaste? -preguntó Leonora cuando estaban de vuelta en la biblioteca.

Las dos criadas mayores y dos de los lacayos habían sido a los que se había acercado independientemente varias veces en noviembre, a las criadas Mountford mismo, a los lacayos su cómplice. Las criadas habían pensado que habían encontrado a un admirador nuevo, los lacayos un conocido nuevo e inesperadamente bien provisto de dinero, siempre dispuesto a pagar la siguiente pinta.

Tristan se dejó caer sobre el sillón al lado de Leonora y alargó las piernas.

– Siempre me pregunté por qué Mountford intentó primero comprar la casa. ¿Cómo sabía que el taller de Cedric estaba cerrado y dejado esencialmente sin tocar? No podía ver por las ventanas, son tan viejas, tan empañadas y cuarteadas, que es imposible ver cualquier cosa a través de ellas.

– Lo supo porque había sonsacado a las criadas. -Jeremy se sentó en su lugar habitual detrás de su escritorio. Humphrey estaba en su silla frente a la chimenea.

– Por supuesto. Y así es cómo ha sabido otras cosas. -Tristan recorrió con la mirada a Leonora-. Como tu propensión a caminar a solas por el jardín. A qué horas sales. Ha estado vigilando a esta familia durante meses, y ha hecho un aceptable trabajo de reconocimiento.

Leonora frunció el ceño.

– Eso lleva a la pregunta de cómo sabía que había algo aquí que encontrar. -Miró a Humphrey, con uno de los diarios de Cedric abierto en su regazo, una lente de aumento en la mano-. Todavía no sabemos si hay algo valioso aquí, sólo lo suponemos por el interés de Mountford.

Tristan apretó su mano.

– Confía en mí. Los hombres como Mountford nunca tienen interés a menos que haya algo que ganar.

Y la atención de caballeros extranjeros era aún menos fácil de atraer. Tristan mantuvo en privado esa observación. Miró a Humphrey.

– ¿Algún avance?

Humphrey habló largo y tendido; la respuesta era no.

Al final de su explicación, Tristan se movió. Todos estaban nerviosos; era difícil dormir con la seguridad de que en el sótano, Mountford excavaba silenciosamente a través de la pared.

– ¿Qué esperas que ocurra ahora? -preguntó Leonora.

La recorrió con la mirada.

– Esta noche nada. Puedes dormir tranquila en cuanto a eso. Llevará al menos tres noches de trabajo continuado abrir un hueco lo suficientemente grande para un hombre, sin alertar a alguien de este lado.

– Estoy más preocupada acerca de alguien de este lado alertándoles.

Sonrió con su sonrisa de depredador.

– Tengo hombres por todo alrededor, estarán allí día y noche. Ahora con Mountford allí dentro, no se escapará.

Leonora miró directamente a sus ojos; sus labios formaron una O silenciosa.

Jeremy refunfuñó. Recogió algunos de los papeles que habían encontrado en el cuarto de Cedric.

– Mejor sigamos con estos. Aquí, en alguna parte, tiene que haber una pista. Aunque no sé por qué nuestro estimado pariente fallecido no pudo usar algún sistema de pistas simple y comprensible.

El bufido de Humphrey fue elocuente.

– Era un científico, por eso. Nunca muestran ninguna consideración para quienquiera que pudiera tener que dar sentido a sus trabajos una vez que se van. Espero no cruzarme con alguien así en toda mi vida.

Tristan se levantó, se desperezó. Cambió una mirada con Leonora.

– Necesito pensar en nuestros planes. Vendré mañana por la mañana y tomaremos algunas decisiones. -Miró a Humphrey, e incluyó a Jeremy cuando dijo-. Probablemente traeré a algunos socios conmigo por la mañana, ¿puedo pedirles que nos hagan un resumen de lo que han descubierto hasta entonces?

– Por supuesto. -Humphrey hizo un gesto con las manos-. Le veremos en el desayuno.

Jeremy apenas levantó la mirada.

Leonora le acompañó hasta la puerta principal. Se robaron un beso rápido e insatisfactorio delante de Castor que, convocado por algún instinto de mayordomo, apareció para abrir la puerta.