Tristan, Charles y Deverell llegaron juntos ante la puerta; aunque no los vio moverse, asumió que hablaban, no escuchaba nada, ni el más leve sonido.
Entonces Tristan dio vuelta a la puerta del sótano, la empujó y se encaminó hacia dentro.
Charles y Deverell le siguieron.
El silencio duró un latido de corazón.
– ¡Hey!
– ¿Qué…?
Ruidos sordos. Explosiones. Gritos y juramentos sofocados. Era más que una simple refriega.
¿Cuántos hombres estarían allí dentro? Había supuesto que solamente dos, Mountford y la comadreja, pero sonaba como algo más…
Un horroroso impacto sacudió las paredes.
Jadeó, clavando la vista abajo. La luz se había extinguido.
En la penumbra, una figura salió apresurada de la segunda puerta del sótano, la que estaba en el extremo del pasillo.
Se dio la vuelta, cerrando de golpe la puerta, una trampa. Ella escuchó el sonido chirriante de un viejo cerrojo de hierro encajando en su sitio.
El hombre se alejó de la puerta, corriendo, el pelo y la capa aleteaban violentamente, pasillo arriba hacia las escaleras.
Sorprendida, paralizada por el reconocimiento -el hombre era Mountford-, Leonora tiró hacia atrás. Forzó las manos a sus faldas, las agarró para darse la vuelta y huir, pero Mountford no la había visto, se resbaló parando junto a la puerta más cercana de la bodega, que ahora estaba abierta.
Mountford pasó dentro, agarró la puerta, y la giró cerrándola también. Asió el pomo, maniobrando desesperadamente.
En el repentino silencio sonó un revelador chirrido, luego el ruido metálico como de una cerradura pesada cayó sobre la casa.
Con el pecho subiendo y bajando, Mountford retrocedió. La hoja de un cuchillo agarrado en un puño brilló débilmente.
Un ruido sordo cayó sobre la puerta, y luego hizo vibrar el pomo.
Un apagado juramento se filtró a través de los espesos paneles.
– ¡Hah! ¡Os atrapé! -con la cara radiante, Mountford se volvió.
Y la vio.
Leonora giró y huyó.
No escapó lo suficientemente rápido.
La atrapó en la parte superior de la escalera. Mordiendo con los dedos su brazo, la giró duramente contra la pared.
– ¡Perra!
La palabra era rabiosa, gruñida.
Mirando la cara completamente pálida agresivamente cerca de la suya, Leonora contó con un segundo para aclararse la mente.
Curiosamente, fue todo lo que le tomó, un segundo, para que sus emociones la guiaran, para recuperar su ingenio. Todo lo que tenía que hacer era demorar a Mountford, y Tristan la salvaría.
Parpadeó. Languideció frágilmente, perdió un poco su almidón. Infundiendo su mejor imitación de las maneras vagas de la señorita Timmins.
– ¿Oh, querido, usted debe ser el Sr. Martinbury?
Él arpadeó, luego sus ojos llamearon. La sacudió.
– ¿Cómo sabe eso?
– Bueno… -dejó su voz temblorosa, manteniendo sus ojos dilatados-. Usted es el Sr. Martinbury que está relacionado con A.J. Carruthers, ¿no es usted?
Pese a toda su investigación, Mountford -Duke-, no se había informado de qué clase de mujer era ella. Estaba perfectamente segura que no había pensado en preguntar.
– Sí. Ese soy yo -agarrando su brazo la empujó delante de él hacia la sala del frente-. Estoy aquí para recibir algo de mi tía que ahora me pertenece a mí.
No guardó el cuchillo, una daga de mediocre calidad. Una frenética tensión irrumpió a través de él, en torno a él; su conducta era tensa y nerviosa.
Ella abrió sus labios, esforzándose en parecer apropiadamente estúpida.
– ¡Oh! ¿Quiere decir la fórmula?
Tenía que apartarlo del Número 16, preferiblemente hasta el Número 14. A lo largo del camino, tuvo que convencerlo de que era tan indefensa y poco amenazadora que no había necesidad de mantenerla agarrada. Si Tristan y los otros llegaran hasta las escaleras… ahora Mountford la tenía a ella y una daga, para su poca mente un arreglo favorable.
La estaba estudiando a través de los ojos entrecerrados.
– ¿Qué sabe acerca de la fórmula? ¿La han encontrado?
– ¡Oh! Así lo creo. Al menos, creo que eso es lo que dijeron. Mi tío, sabe usted, y mi hermano. Han estado trabajando en los diarios de nuestro difunto primo Cedric Carling, y creo que estaban diciendo hace sólo unas horas que tienen la cosa clara por fin.
Durante todo su ingenuo discurso, había ido flotando suavemente hacia la puerta principal, él había ido a la deriva con ella.
Se aclaró la voz.
– Me doy cuenta que de debe haber habido algún malentendido. -Con un ligero gesto, desechó lo que fuere que había ocurrido escaleras abajo-. Pero estoy segura de que si habla con mi tío y mi hermano, estarían felices de compartir con usted la fórmula, dado que es el heredero de A.J. Carruthers.
Emergiendo a la luz de la luna sobre el porche, él fijó su mirada en ella.
Leonora mantuvo su expresión tan ausente como podía, tratando de no reaccionar a su amenaza. La mano que sostenía el cuchillo estaba temblando; parecía inseguro, desequilibrado, luchando por pensar.
Miró al otro lado, al Número 14.
– Claro que sí -respiró-. Su tío y su hermano son muy cariñosos con usted, ¿no lo son?
– Oh, sí. -Reunió su falda y absolutamente sin ninguna prisa, descendió los escalones; él todavía no soltaba su brazo, pero descendió al lado de ella-. Porque he mantenido la casa para ellos durante más de una década, sabe usted. Ciertamente, se perderían sin mí.
Continuó despreocupadamente, con expresión vacua a medida que bajaban por el camino, giró al llegar a la calle, guió la corta distancia al portón del Número 14, y entró. Él caminaba a su lado, seguía sosteniendo su brazo, sin decir nada; estaba muy tenso, comenzaba a ponerse nervioso, crispado, si hubiese sido una mujer le hubiera diagnosticado histeria incipiente.
Cuando alcanzaron las escaleras de la fachada, tiró de ella para acercarla más. Levantó la daga para que ella la viera.
– No necesitamos ninguna interferencia de sus sirvientes.
Parpadeó por la daga, entonces, forzando sus ojos a dilatarse, mantuvo la mirada inexpresiva levantada hacia él.
– La puerta está sin pestillo, de manera que no necesitaremos molestarlos.
Su tensión se alivió un poco.
– Bien. -La empujó subiendo los escalones. Parecía que trataba de mirar en todas las direcciones a la vez.
Leonora llegó a la puerta, miró la cara pálida de Duke, apretada, tensa, por un instante se preguntó si había acertado en la confianza en Tristan.
La arrastró de un tirón, ella levantó la cabeza y abrió la puerta. Rezó porque Castor no apareciera.
Duke entró con ella, manteniéndose a su lado. Alivió el agarre de su brazo mientras exploraba el vestíbulo vacío.
Cerrando la puerta calmadamente, ella dijo, con tono ligero y simple, intrascendente.
– Mi primo y hermano estarán en la biblioteca. Éste es el camino.
Él mantuvo la mano en su brazo, aún miraba de un lado para otro, pero fue con ella rápida y tranquilamente a través de la sala y el pasillo que lleva a la biblioteca.
Leonora pensaba furiosamente, tratando de planear qué debería decir. Los nervios de Duke tiraban duramente, un tirón más y se quebrarían. Sólo Dios sabía lo que podría hacer entonces. No se atrevía a mirar a ver si Tristan y los otros lo estaban siguiendo, pero la vieja cerradura de la puerta de la bodega podría tardar más tiempo en soltarse que las cerraduras modernas.
A pesar de todo no sentía que hubiera tomado la decisión equivocada -Tristan la rescataría-, y a Jeremy y Humphrey, en breve.
Hasta entonces, le correspondía a ella mantener a todos ellos -a Jeremy, a Humphrey, y a ella misma- seguros.
Su táctica había funcionado hasta el momento, no podía pensar en nada mejor que continuar en esa misma línea.
Abriendo la puerta de la biblioteca, se dirigió dentro.
– Tío, Jeremy, tenemos un invitado.
Duke avanzó a su lado, dándole una patada a la puerta cerrándola detrás de ellos.
Murmurando interiormente -¿cuándo la soltaría?- mantuvo una tonta e inexpresiva expresión plasmada en su cara.
– Encontré al Sr. Martinbury en la puerta de al lado, parece que ha estado buscando la fórmula del primo Cedric. Parece pensar que le pertenece, le dije que ¿no tenéis problema en compartirla con él…?
Infundía cada onza de consternación trémula en su voz, hasta el último ápice de intención en sus ojos. Si alguien podría confundir y obstruir a alguien con palabras escritas en su página, eran su hermano y su tío.
Ambos se encontraban en sus lugares habituales; ambos habían mirado hacia arriba y se habían quedado congelados.
Jeremy se encontró con su mirada, leyó el mensaje en sus ojos. Su escritorio estaba inundado con papeles; comenzó a levantarse de la silla detrás de él.
Mountford entró en pánico.
– ¡Espere! -sus dedos se apretaron sobre el brazo de Leonora, la arrastró a su lado, moviéndola bruscamente, perdió el equilibrio y cayó contra él. Esgrimió la daga frente a su cara-. No haga nada precipitado. -Mirando salvajemente de Jeremy a Humphrey-. Sólo quiero la fórmula, sólo démenla y no saldrá herida.
Ella sentía el pecho de él elevarse respirando con esfuerzo.
– No quiero herir a nadie, pero lo haría. Quiero la fórmula.
La vista del cuchillo había conmocionado a Jeremy y a Humphrey; el tono creciente de Duke la asustaba.
– ¡Caracoles, mire usted! -Humphrey se alzó trabajosamente de su silla, sin preocuparse de los diarios que resbalaron al piso-. No puede simplemente entrar aquí y…
– ¡Cállese! -Mountford danzaba con impaciencia. Sus ojos seguían barriendo el escritorio de Jeremy.
Leonora no podía hacer otra cosa que fuese centrarse en la hoja del cuchillo, bailando ante sus ojos.
– Escuche, puede tener la fórmula. -Jeremy empezó a rodear el escritorio-. Está aquí -señaló a la mesa de trabajo-. Si usted…
– ¡Alto ahí mismo! Ni un paso más, o cortaré en rodajas su mejilla.
Jeremy palideció. Paralizado.
Leonora trató de no pensar en el cuchillo cortando su mejilla. Cerró sus ojos brevemente. Tenía que pensar. Debía de encontrar una forma… una manera de asumir el mando… de perder el tiempo, para mantener a Jeremy y a Humphrey seguros…
Abrió sus ojos y enfocó la atención en su hermano.
– ¡No os acerquéis! -su voz era débil y temblorosa, diferente a la suya totalmente-. Podría encerraros en algún lugar, y entonces estaré sola con él.
Mountford se desplazaba, arrastrándola con él, así podía mantener su vista en Humphrey y Jeremy pero ya no estaban directamente delante la puerta.
– Perfecto -siseó-. Si los encierro a los dos, igual que a los otros, puedo tomar la fórmula y marcharme.
Jeremy fijó la mirada en ella.
– No sea estúpido -Jeremy quería decir cada palabra. Entonces echó una mirada a Mountford-. En cualquier caso, no hay ninguna parte donde pueda encerrarnos, ésta es la única habitación en este piso con pestillo.
– En efecto -dijo Humphrey sin aliento-. Una sugerencia sin sentido.
– ¡Oh, no! -Trinó ella, y rezó porque Mountford creyera su actuación-. Porque podría encerraros en el armario de las escobas que está al otro lado del pasillo. Ambos cabríais.
La mirada que Jeremy le envió era furiosa.
– ¡Eres tonta!
Su reacción le sirvió de ventaja a ella. Mountford, tan nervioso que no paraba de moverse, se abalanzó sobre la idea.
– ¡Ambos, ahora! -Hizo gestos con la mano del cuchillo-. Usted… -apuntando a Jeremy-, agarre al viejo y ayúdelo a ir a la puerta. No desea la bonita cara de su hermana llena de cicatrices, ¿no es cierto?
Con una última mirada furiosa hacia ella, Jeremy fue y tomó del brazo a Humphrey. Lo ayudó a llegar a la puerta.
– Alto. -Mountford tiró de ella, girándola así estaban directamente detrás de los otros dos, frente a la puerta-. Derecho, sin ruido, ninguna tontería. Abra la puertata, camine hasta el armario de limpieza, abrirá la puerta y la cerrará en silencio detrás de usted. Recuerde, estoy observando cada movimiento, y mi daga está en la garganta de su hermana.
Ella observó a Jeremy inhalar de un tirón, entonces él y Humphrey hicieron exactamente lo que Mountford le había ordenado. Mountford avanzó poco a poco, cuando entraron al armario de las escobas directamente a través del amplio corredor; miró por el pasillo hacia el vestíbulo de entrada, pero nadie vino en esa dirección.
En el instante en que la puerta del armario de limpieza fue cerrada, Mountford la empujó hacia delante. La llave estaba puesta en el cerrojo. Sin liberarla, giró la llave.
– ¡Excelente! -Se volvió hacia ella con sus ojos brillando febrilmente-. Ahora usted puede conseguir mi fórmula, y yo me iré por mi lado -la hizo volver a la biblioteca. Cerró la puerta y la apresuró al escritorio-. ¿Dónde está?
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