Tristan se tensó, vio a Charles alargar la zancada; ambos se relajaron un tanto cuando el hombre alargó un pequeño paquete de documentos.

Los sostuvo hacia arriba para que Duke los viera.

– Ahora, -dijo, su voz con un acento frío y seco-. La fórmula, por favor.

Charles, hasta entonces aparentemente a punto de pasearse más allá, cambió de dirección y con un paso se unió a la pareja.

– La tengo aquí.

El extranjero se sobresaltó. Charles sonrió abiertamente, totalmente diabólico.

– No me preste atención, estoy aquí únicamente para cerciorarme de que a mi amigo el señor Martinbury no va a sobrevenirle ningún daño. -Entonces inclinó la cabeza hacia los documentos y miró de reojo a Duke- ¿Están todos?

Duke alargó la mano hacia los pagarés.

El extranjero los echó hacia atrás.

– ¿La fórmula?

Con un suspiro, Charles sacó la copia de la fórmula alterada que Humphrey y Jeremy habían confeccionado y preparado para que se viese convenientemente envejecida. La desdobló, la puso donde el extranjero podía verla, pero en absoluto leerla.

– No se la entregaré, de momento la sostengo aquí, tan pronto como Martinbury haya comprobado sus pagarés, podrá tenerla.

El extranjero estaba claramente descontento, pero no tenía otra opción; Charles era lo suficientemente intimidador con su aspecto civilizado de siempre, con aquel disfraz, exudaba agresividad.

Duke tomó los pagarés, los revisó rápidamente, entonces mirando a Charles inclinó la cabeza.

– Sí. -Su voz era débil-. Están todos.

– Correcto, entonces. -Con una sonrisa desagradable, Charles alargó la fórmula hacia el extranjero.

Él la agarró, se enfrascó en su lectura.

– ¿Ésta es la fórmula correcta?

– Eso es lo que usted quería, eso es lo que usted tiene. Ahora, -continuó Charles-, si eso es todo, mi amigo y yo tenemos otro negocio del que ocuparnos.

Saludó al extranjero, una parodia de gesto; agarrando el brazo de Duke, cambió de dirección. Marcharon hacia la puerta sin dar rodeos. Charles llamó a un coche de alquiler, metió dentro a un ahora tembloroso Duke y subió después de él.

Tristan vigiló la retumbante salida del carruaje. El extranjero miró hacia arriba, observó su partida, entonces cuidadosamente, casi respetuosamente, plegó la fórmula y la introdujo en el bolsillo interior de su abrigo. Hecho esto, ajustó el agarre de su bastón, se puso derecho, giró sobre sus talones y volvió, caminando rígidamente hacia el lago.

– Vamos. -Con el brazo alrededor de Leonora, Tristan se enderezó alejándose del árbol y se pusieron en marcha siguiendo al hombre.

Pasaron de largo a Humphrey; no miraba hacia arriba pero Tristan vio que había hecho un esbozo a lápiz en un bloc y dibujaba rápidamente, una vista algo incongruente.

El extranjero no miró hacia atrás; parecía haberse tragado su pequeña charada. Esperaban que se dirigiese directamente de nuevo a su oficina, en lugar de a alguna de las zonas menos salubres cercanas al parque. La dirección que estaba tomando parecía prometedora. La mayor parte de las embajadas extranjeras estaban ubicadas en la zona norte del parque de St. James, en el distrito del Palacio de St. James.

Tristan soltó a Leonora, después le cogió la mano y echó un vistazo hacia ella.

– Estamos fuera para una noche de entretenimiento. Hemos decidido mirar en alguno de los salones alrededor de Piccadilly.

Ella abrió los ojos de par en par.

– Nunca he estado en uno. ¿Debo esperar la perspectiva con entusiasmo?

– Precisamente. -Él no pudo evitar sonreír con placer, nada como un teatro de variedades para producir pura excitación.

Pasaron a Deverell, quien estaba agachado y se sacudía la ropa, preparándose para unírseles en la persecución de su presa.

Tristan era un experto en rastrear a las personas a través de las ciudades y las multitudes; así como Deverell. Ambos habían trabajado principalmente en las ciudades francesas más grandes; los mejores métodos de la persecución eran su segunda naturaleza.

Jeremy se reuniría con Humphrey y ambos regresarían a Montrose Place para aguardar acontecimientos; Charles iría por delante de ellos con Duke. Era el trabajo de Charles mantener el fuerte hasta que regresaran con el último retazo de información vital.

Su presa cruzó el puente al otro lado del lago y continuó adelante, hacia los alrededores del Palacio de St. James.

– Sígueme en todo, -murmuró Tristan, sus ojos puestos en la espalda del hombre.

Justo como había esperado, este hizo una pausa delante de la puerta de salida del parque y se inclinó como para quitar una piedra de su zapato.

Deslizando un brazo alrededor de Leonora, Tristan le hizo cosquillas; ella rió nerviosamente, se retorció. Riéndose, él la apoyó familiarmente contra él, y continuando recto pasaron al hombre sin siquiera una mirada.

Leonora, jadeante, se apoyó más cerca a medida que continuaban adelante.

– ¿Estaba él vigilando?

– Sí. Nos detendremos un poco más adelante y discutiremos acerca de por dónde ir, para que nos pueda pasar otra vez

Así lo hicieron; Leonora pensó que parecían una pareja de amantes de clase baja discutiendo los méritos de los teatros de variedades.

Cuando el hombre estaba una vez más por delante de ellos, avanzando a grandes zancadas, Tristan asió su mano, y siguieron ahora algo más rápidamente, como si se hubieran puesto de acuerdo mentalmente.

La zona de los alrededores del Palacio de St. James estaba plagada de pequeñas calles, patios y callejones interconectados. El hombre giró dentro del laberinto, avanzando a grandes pasos con seguridad.

– Esto no funciona. Dejémoselo a Deverell y sigamos hacia Pall Mall. Le reencontraremos allí.

Leonora sintió un pequeño tirón cuando dejaron el rastro del hombre, continuaron recto dónde él había girado a la izquierda. Unas pocas casas más adelante, volvieron la mirada hacia atrás y vieron a Deverell girar, siguiendo el rastro del hombre.

Llegaron a Pall Mall y dieron la vuelta a la izquierda, deambulando muy lentamente, escudriñando hacia delante por las entradas de los callejones. No tuvieron que esperar mucho tiempo hasta que su presa emergió, avanzando a grandes pasos aún más rápidamente.

– Tiene prisa.

– Está nervioso -dijo ella, y estaba segura de que era verdad.

– Quizá.

Tristan la guió; se cambiaron con Deverell otra vez en las calles del sur de Piccadilly, luego se unieron a la muchedumbre que disfrutaba de un paseo nocturno a lo largo de esa vía pública principal.

– Aquí es donde podríamos perderle. Mantén los ojos alerta.

Ella lo hizo, examinando a la multitud que iba por delante en la agradable noche.

– Allí está Deverell. -Tristan se detuvo, le dio un codazo, así que ella miró en la dirección correcta. Deverell justamente se estaba dirigiendo hacia Pall Mall. Miraba a su alrededor-. ¡Maldición! -Tristan se enderezó- Le hemos perdido. -Comenzó a buscar abiertamente entre la multitud que había por delante- ¿Dónde diablos se ha metido?

Leonora dio un paso acercándose a los edificios, mirando a lo lejos por el estrecho resquicio dejado por la muchedumbre. Percibió un destello de gris, luego desapareció.

– ¡Allí! -Agarró el brazo de Tristan, señalando hacia delante-. Dos calles más arriba.

Se abrieron camino, viraron, corrieron, dieron la vuelta a la esquina, entonces empezaron a caminar más despacio.

Su presa, Leonora no se había equivocado, estaba casi al otro extremo de la corta calle.

Fueron deprisa, entonces el hombre giró a la derecha y desapareció de su vista. Tristan hizo señas a Deverell, quien comenzó a correr a lo largo de la calle detrás de él.

– Por el callejón. -Tristan la empujó hacia la entrada de una estrecha callejuela, que iba recto hasta el otro lado de la calle que corría paralelamente a la que habían estado. Se apresuraron a lo largo de ella, Tristan agarrando su mano, sujetándola cuando Leonora resbaló.

Alcanzaron la otra calle y la subieron, paseándose otra vez, calmando sus respiraciones. La entrada de la calle por donde el hombre había girado se unía por la parte de abajo a la que estaban ellos, ahora se encontraba delante a su izquierda; miraban mientras caminaban, en espera de que reapareciese.

No lo hizo.

Llegaron a la esquina y miraron hacia abajo de la pequeña calle. Deverell se encontraba apoyado contra una barandilla en el otro extremo.

Del hombre que habían estado siguiendo allí no había absolutamente ninguna señal.

Deverell se incorporó alejándose de la barandilla y caminó hacia ellos; sólo le llevó unos pocos minutos darles alcance.

Se le veía desolado.

– Había desaparecido cuando llegué.

Leonora se tensó.

– Así que al final lo hemos perdido.

– No -dijo Tristan-. No completamente. Espera aquí.

La dejó con Deverell y cruzó la calle hacia donde un barrendero se apoyaba en su escoba, a medio camino bajando la pequeña calle. Buscando bajo su abrigo desaliñado, Tristan localizó un soberano; lo mantuvo entre los dedos, donde el barrendero podría verlo cuando llegara a la barandilla delante de él.

– El individuo de gris que entró en la casa de enfrente. ¿Sabe su nombre?

El barrendero le miró suspicazmente, pero la tenue luz del oro habló ruidosamente.

– No sé su nombre correcto. Es de esos rígidos. El portero le llama Conde algo-impronunciable-que empieza por-wif-an-eff.

Tristan inclinó la cabeza.

– Eso es todo. -Dejó caer la moneda en la palma de la mano del barrendero.

Paseándose de regreso hacia Leonora y Deverell, no hizo esfuerzo en ocultar la sonrisa de autosatisfacción de sus labios.

– ¿Bien? -Predeciblemente, ese era el destello que su mente le había enviado.

Él sonrió abiertamente.

– El hombre de gris es conocido por el portero de la casa que hay hacia la mitad de la hilera, le llama “Conde-algo-impronunciable-que-comienza- wif-an-eff”.

Leonora le frunció el ceño, después miró más allá de él, hacia la casa en cuestión. Entrecerrando los ojos hacia él, dijo.

– ¿Y?

Tristan sonrió ampliamente; se sintió asombrosamente bueno.

– La casa es La Asamblea Legislativa Hapsburg.


A las siete en punto de la noche, Tristan condujo a Leonora a la sala de espera de la oficina de Dalziel, escondida en las profundidades de Whitehall.

– Veamos cuánto tiempo nos hace esperar.

Leonora colocó sus faldas en el banco de madera que Tristan le había acercado.-Había supuesto que sería puntual.

Sentándose a su lado, Tristan sonrió sardónicamente.

– No hay nada que hacer respecto de la puntualidad.

Ella estudió su cara.

– Ah. ¿Es uno de esos extraños juegos de hombres?

Él no dijo nada, simplemente sonrió y se recostó hacia atrás.

Sólo tuvieron que esperar cinco minutos.

La puerta se abrió; un hombre oscuramente elegante apareció. Él les vio. Hubo una pausa momentánea, después, con un gesto airoso, les invitó a entrar.

Tristan se levantó, atrajo a Leonora hacia él, colocándole la mano en la manga. La guió, parándose ante el escritorio y las sillas colocadas delante de este.

Después de cerrar la puerta, Dalziel se unió a ellos.

– La señorita Carling, supongo.

– Efectivamente. -Le dio la mano, y se encontró con que la estaba contemplando con una mirada tan penetrante como fría era la de Tristan.

– Encantado de conocerla.

La mirada fija de Dalziel se apartó hacia la cara de Tristan; sus labios delgados no estaban completamente rectos cuando inclinó la cabeza y les hizo un gesto hacia las sillas.

Bordeando el escritorio, se sentó.

– Esto… ¿quién estaba tras los incidentes en Montrose Place?

– Un Conde -algo-impronunciable-que empieza -wif-an-eff.

Sin impresionarse, Dalziel, elevó las cejas.

Tristan sonrió con frialdad.

– El Conde es conocido en la Asamblea Legislativa Hapsburg.

– Ah.

– Y. -Tristan sacó del bolsillo el boceto del Conde que, para sorpresa de todos, hizo Humphrey-. Esto debería ayudar a identificarle, tiene un parecido notable.

Dalziel lo cogió, lo estudió, después inclinó la cabeza.

– Excelente. ¿Y aceptó la fórmula falsa?

– Hasta donde podemos saber. Le dio los pagarés a Martinbury a cambio.

– Bien. ¿Y Martinbury está en el norte?

– Todavía no, pero lo estará. Se muestra genuinamente consternado por las lesiones de su primo y le acompañará de regreso a York, una vez que Jonathon esté en condiciones para viajar. Hasta entonces, se quedarán en nuestro club.

– ¿Y St. Austell y Deverell?.

– Ambos han estado descuidando sus cosas. Asuntos urgentes hacen necesario el regreso a sus hogares.