Pero Selena no se burlaba. Sus ojos brillaban por el placer de que lo hubiera intentado y su sonrisa era una promesa y un recordatorio. Leo le sonrió también con alegría. Por lo que a él respectaba, Paulie podía irse a la porra.

Selena estaba nerviosa detrás de su sonrisa. Cuando Leo había salido volando por encima de la cabeza del toro, ella se había clavado las uñas en la palma hasta que lo vio levantarse.

Después se riñó a sí misma por alterarse tanto sin motivo. ¿Cuántos hombres había visto caer de un toro? Pero ninguno había sido Leo.

Fue a prepararse a su vez. Jeepers la esperaba tranquilo. En la arena de prácticas se habían entendido bien, pero ahora era distinto. Se ajustó el sombrero Stetson hasta comprobar que estaba firmemente sujeto. Perder un sombrero podía costar puntos muy valiosos. No tanto como derribar un barril, pero los suficientes para perjudicarla.

Había cinco amazonas delante de ella, y todas lo hicieron bien.

– Vale -le dijo a Jeepers-. El truco está en no dejarse asustar. Tú eres… nosotros somos tan buenos como ellos. ¡Vamos, muchacho! ¡Vamos a demostrárselo!

Cuando sonó la campana, salió volando de la línea de meta en dirección al primer barril del triángulo, un giro cerrado, pero no demasiado, que dejaba a Jeepers espacio para moverse. Lo rodearon y pasaron al siguiente giro y luego al último, antes de ir hacia la línea de meta entre aplausos de la multitud.

Leo la esperaba fuera de la arena y miraron juntos a la siguiente amazona.

– No se puede comparar contigo -dijo él-. Ni ella ni las demás.

– Pero la siguiente es muy buena. Jan Dennem. He competido muchas veces contra ella y siempre ha ido por delante.

– Esta vez vencerás tú -dijo Leo con confianza. Ambos contuvieron el aliento durante catorce segundos interminables y Jan cruzó la línea una décima de segundo detrás de Selena.

– ¡Sí! -gritaron los dos, abrazados.

La siguiente concursante era muy rápida. Una verdadera amenaza. Al acercarse al último barril iba medio segundo por delante de Selena, pero entonces…

El barril cayó al suelo y brotó un rugido de la multitud.

Las dos siguientes fueron más lentas. Selena seguía en cabeza.

– Falta una -dijo-. No puedo soportarlo. ¿Leo? Al ver que no contestaba, lo miró y vio que tenía cruzados los dedos de ambas manos y movía los labios con los ojos cerrados.

– Estoy rezando -dijo cuando los abrió-. Nunca se sabe.

Ella soltó una risita nerviosa.

– ¿Dios sigue los rodeos?

– No se pierde ni uno.

Hubo un aplauso cuando la última concursante salió volando al ruedo.

– No puedo mirar -Selena enterró la cara en el pecho de Leo, que la abrazó-. ¿Qué está pasando?

– Primer barril, es rápida pero menos que tú. Segundo barril, ahora el tercero…

Los vítores de la multitud se hicieron ensordecedores. Leo soltó un gemido, la abrazó con fuerza y apoyó la cabeza en la suya.

– ¡Oh, no! -gritó ella-. ¡No, no, no!

– Por una décima de segundo. Lo siento, carissima.

Ella levantó la cabeza.

– ¿Cómo me has llamado?

– Carissima. Es italiano.

– Sí, ¿pero qué significa?

– Bueno…

Mientras se preguntaba si debía arriesgarse a decirle que la palabra significaba «querida», oyeron un grito de Barton, felicitándola y compadeciéndola al mismo tiempo.

Pasó el momento y Leo se quedó reflexionando que la persona que dudase estaba perdida. O si no perdida, al menos sí obligada a esperar otra oportunidad.

El grupo volvió esa noche contento al rancho. Delia había hecho mucho negocio, Selena había recibido dinero por el segundo premio y Leo había permanecido sobre el toro tres segundos completos. Todo aquello era motivo de celebración, y lo celebraron hasta altas horas.

A pesar de su derrota, Selena era feliz. El segundo premio era más cuantioso que de costumbre. Leo la encontró sentada en el porche mirando el dinero.

– ¡Soy rica, soy rica!

– ¿Cien dólares es ser rica? -preguntó él.

– Es un rescate de reyes. Bueno, vale, de un rey pequeño. ¿Y quién quiere rescatar a un rey de todos modos? Por mí que los secuestren a todos.

Estaba ebria con su éxito y reía mientras hablaba.

– Es evidente que no crees en la realeza -observó Leo.

– ¿Quién los necesita? Ni a la gente con títulos.

– ¿Te refieres a los nobles? -preguntó él, que pensaba que la conversación estaba tomando un giro peligroso-. ¿Abajo la malvada aristocracia? ¡Ay! -se frotó el hombro.

– ¿Qué te pasa? -preguntó ella rápidamente-. ¿Te duele el cuello o el hombro?

– Más bien todo el cuerpo -repuso él-. Pero creo que el cuello un poco más.

– Déjame ver -se colocó detrás de él y le frotó el cuello-. Así no puedo. Tienes que quitarte la camisa.

Lo ayudó a quitársela y empezó a masajearle el cuello, los hombros y la espalda con dedos muy diestros.

– Gracias -dijo él-. Eh, se te da muy bien esto.

– Lo hago mucho.

– ¿Se lo haces a todo el mundo? ¿No hay personal médico que se encargue de eso?

– Sí, pero cuando no podemos pagarlo, nos lo hacemos unos a otros.

Leo pensó en aquello, que no le gustaba mucho. Pero los dedos de ella lo calmaban mucho y al fin decidió sentirse afortunado.

– En Italia sí tenéis, ¿verdad? -preguntó ella.

– ¿Qué?

– Aristócratas. Cuidado, no te muevas así o te puedo hacer daño.

– ¿Me he movido? No ha sido adrede -la palabra «aristócratas» lo había pillado desprevenido-. Italia es una república, pero aún tenemos algunos -contestó con cautela.

– ¿Los has visto alguna vez? ¿Has hablado con ellos cara a cara?

– No son una especie de reptiles, Selena.

– Eso es justo lo que son. Deberían estar encerrados en un zoológico.

– Pero tú no sabes nada de ellos.

– ¿Y tú?

– Sé que algunos no son tan malos.

– ¿Por qué los defiendes? Deberías estar de mi lado. Abajo la aristocracia, arriba los trabajadores.

– ¿Y te gustaría enviarlos a todos a la guillotina?

Selena movió la cabeza.

– No. Yo les haría ensuciarse las manos en el campo con trabajadores como nosotros.

– Tú no sabes si yo soy un trabajador -dijo él-. ¿Quién sabe lo que hago cuando estoy en Italia?

La joven dejó lo que estaba haciendo y le tomó una mano. Era grande y callosa.

– Claro que lo sé -dijo-. Esta es una mano de trabajador. Tiene cicatrices.

Era cierto, pero los campos en los que Leo trabajaba eran suyos y le procuraban una fortuna mayor que la de Barton. Su engaño le pesaba y de repente ya no fue capaz de soportarlo más.

– Selena…

Ella no pareció oírlo. Le había vuelto la mano y la sostenía con gentileza. Levantó la vista y lo sorprendió el candor inocente de su mirada. Había un brillo en sus ojos que parecía deslumbrarlo; apartó rápidamente la vista.

– ¿Qué ocurre? -preguntó ella con gentileza.

– Nada, yo… -le dedicó una sonrisa forzada-. Me duele todo el cuerpo. Mañana voy a estar destrozado. Creo que es hora de que me retire. Y tú también. Ha sido un día muy largo.

– Sí, es verdad -musitó ella-. Y muy duro.


La última noche del rodeo estaba prevista una barbacoa en casa de los Barton y una caravana de vehículos los seguía a su regreso al rancho.

Leo sentía una insatisfacción extraña. Se marchaba al día siguiente, pero no estaba preparado para eso. Allí había empezado algo que no había terminado, y no podía precipitar acontecimientos porque no conocía bien sus propios sentimientos.

Selena se le había metido en el corazón como ninguna otra mujer, pero entre ellos había diferencias, diferencias de estilo de vida, de país, de idioma. Ni siquiera buscaban el mismo tipo de futuro. Solo un gran amor podía vencer tantos problemas. ¿Y cómo esperar un amor así de una mujer que parecía no creer en el amor?

La idea de decirle adiós le dolía mucho. Confiaba en que a ella le ocurriera lo mismo, pero era imposible saberlo. Y quizá la respuesta estaba allí.

Desde la noche en que le masajeó la espalda se habían visto muy poco y él se sentía casi abrumado por su anhelo de verla, y por saber que no había sido del todo sincero con ella.

Al día siguiente del masaje había ido a un quiropráctico, que lo manipuló aquí y allá, le dijo que la próxima vez no fuera tan tonto y le cobró cien dólares.

En ese momento se cambiaba para la fiesta. De abajo llegaba ruido de música y risas y se asomó a la ventana. De la barbacoa salía humo oloroso, habían colgado luces entre los árboles y la música parecía llamarlo.

Selena ya estaba allí. La veía en el centro de un grupo pequeño y pensó que su futuro ahora sería más brillante y la ayuda que le había dado daría su fruto, aunque ella no lo supiera; aunque lo olvidara del todo y no volviera a pensar en él en toda su vida.

Bajó a unirse a la fiesta, donde había muchas cosas que podían distraerlo, desde comida, a whisky o mujeres hermosas. Pero de pronto había perdido el apetito y no quería beber. Seguía a Selena con los ojos; bailaba cuando no tenía más remedio, pero procuraba no perderla de vista.

Barton, como buen anfitrión, pedía a ratos brindis y rondas de aplausos. Leo se unió al aplauso que le dedicaron a Selena y levantó su vaso mirándola. Ella le de volvió el gesto.

Cuando todos volvían a bailar, se abrió paso hasta ella y vio que le brillaban los ojos.

– Me siento muy bien -dijo ella, feliz-. ¡Oh, Leo, si supieras lo bien que me siento!

– Me alegro mucho -musitó él con ternura-. Siempre he querido que te sintieras así.

– Acaban de entrevistarme para el periódico local por mis dos éxitos.

Después de haber quedado segunda en la carrera de barriles del primer día, quedó vencedora el segundo día y el tercer día volvió a llevarse el último premio. El último día había habido una carrera grande para las diez mejores competidoras de los días anteriores. Y se había hecho de nuevo con la victoria.

– ¿Sabes cuánto dinero tengo ahora? -preguntó maravillada.

– Sí, lo sé. Me lo has dicho. Y cuídalo.

– Es más de lo que he tenido junto en mi vida.

– ¿Qué vas a hacer con él?

– Participar en más rodeos. Con esto puedo tener para los próximos seis meses.

– ¿Y luego?

– Para entonces espero tener suficiente para el próximo año. Estoy en racha.

Y todo aquello no parecía indicar que tuviera intención de incluirlo de algún modo en sus planes.

Chocó vasos con ella y se alejó para meter a Carrie en el baile. Bailaron hasta que los dos acabaron riendo y sin aliento. Luego iniciaron el vals juntos.

– ¿Lo has conseguido? -preguntó Carrie.

– ¿Qué?

– Selena. ¿Está tan loca por ti como tú por ella?

Desde el día en que Leo había acudido a ella en la discusión sobre montar el toro, la chica había pasado a adoptar el papel de hermana comprensiva.

– Claro que no está loca por mí.

– Pero tú por ella sí.

– ¡Carrie, por favor!

– Vale. Pues me ha parecido verla buscándote y pensaba apartarme con discreción, pero si…

– Eres un encanto.

La besó en la mejilla y se volvió. Selena lo miraba con una sonrisa en los labios.

– Todavía no has bailado conmigo -dijo.

Carrie se alejó, como había prometido, y Leo y Selena bailaron un rato en silencio, pensando los dos que al día siguiente a esas horas habrían seguido ya caminos separados.

Selena estaba muy confusa. Había dicho adiós otras veces, pero nunca como aquella. Intentaba mostrarse práctica. Lo único que tenía que hacer era aguantar hasta que él se fuera y olvidarlo luego. No debería ser difícil olvidar a un hombre que vivía en el otro lado del mundo. Pero el corazón le decía que él no estaría ya nunca lejos porque ella lo llevaría consigo en todo momento durante el resto de su vida.

Cambió la música. De pronto un violín solitario empezó a tocar una melodía melancólica de anhelos y despedidas. No volvería a verlo nunca. Lo estrechó con fuerza y el corazón le dolió.

Con los ojos cerrados, no veía adónde la guiaba él. Solo sabía que bailaban, girando y girando, mientras los sonidos caían en intensidad. Siguió bailando en un sueño en el que solo existían ellos dos, girando y girando.

– Selena…

El susurro de su nombre le hizo abrir los ojos y encontró el rostro de él muy cerca del suyo.

– Selena -repitió acariciándole la cara con su aliento-. Sí -murmuró.

La besó en la boca con una ferocidad nacida de la desesperación. Ella se escurría entre sus dedos y abrazarla era como intentar retener un tesoro.

Selena respondía con la misma fiereza. Desde el momento en que se conocieron sabía que tenía que ocurrir algo entre ellos y había tardado demasiado. Ahora no podía soltarlo; tendría su hora de felicidad fuera cual fuera el precio y después la acompañaría su recuerdo.