Debió estar al menos diez minutos con los ojos cerrados, totalmente inmersa en los recuerdos que el dulce aroma despertó en ella. Cuando abrió de nuevo los ojos, vio los primeros rayos del sol que acariciaban la tierra y la bañaban en una luz dorada. Ante ella se extendía un mágico paisaje de cuento lleno de motas blancas. ¡Qué maravilla! En los últimos años no había visto nada que se pudiera comparar con aquel milagro.
¿Pero por qué admiraba tanto las flores del café? A pesar de que los campos estaban abandonados, a pesar de que los arbustos habían alcanzado tal altura que no se podían recolectar, las plantas estaban allí. Crecían, florecían, daban fruto… sin la intervención de los hombres. En su ciclo eterno la naturaleza se renovaba a sí misma, de la muerte surgía una nueva vida. Del mismo modo que el aire necesitaba de vez en cuando una tormenta para estar limpio y claro, la tierra también necesitaba muerte y destrucción para ser fértil. Vitória puso la mano sobre su vientre y sintió una profunda satisfacción al saber que ni siquiera ella podía detener ese ciclo. No podía hacer nada contra las leyes de la naturaleza.
Capítulo treinta y cinco
León dejó caer la carta en su regazo y miró el fuego que ardía en la chimenea.
– ¿Desea algo más, sir? -dijo el mayordomo sacándole de sus pensamientos.
– No gracias, Ralph. Hoy ya no le necesito. Que duerma bien.
– Gracias, sir. Que descanse. -La pesada puerta de madera de roble se cerró tras el mayordomo.
León dudaba que pudiera pegar ojo esa noche. No después de leer aquella carta. Se puso de pie, agarró el atizador y colocó la leña de la chimenea de forma que el fuego se avivara de nuevo. Luego se sentó pesadamente en el sillón de piel y tomó un sorbo de brandy con la mirada fija en las llamas.
Vita estaba tan desesperada que no le quedó otra elección, había escrito Joana con su letra delicada y femenina. No, pensó León, probablemente no le quedara realmente a Vita otra elección en aquel momento. ¡Cómo debió odiarle, a él, que había engañado a la inocente joven y luego, sin asumir las consecuencias, se había marchado para iniciar una larga estancia al otro lado del océano! ¡Dios, si hubiera tenido conocimiento de su embarazo habría regresado de inmediato y habría corrido a su lado! Se habrían casado y habrían disfrutado juntos del niño. El niño… ¿qué aspecto habría tenido? ¿Se habría parecido a Vita, con sus rizos y sus indescriptibles ojos azules? Ahora tendría cinco años. ¡Ay, qué bonita podría haber sido la vida en su casa de Gloria si hubiera estado llena de risas infantiles, si hubiera podido mimar a su hijita como a una princesa o sujetar a su hijo mientras montaba encima de Sábado! ¡Alto! No podía hacer eso. No tenía sentido imaginarse a un niño que no había tenido la oportunidad de vivir… ¡un niño al que él le había negado esa oportunidad! ¡Él, León Castro, era responsable de esa tragedia, sólo él! ¡Pero qué extraña sucesión de desafortunadas circunstancias! ¿Por qué se tuvo que quedar Vita embarazada la primera vez? ¿Por qué tuvo que emprender él su viaje por Europa en aquel preciso momento? ¿Por qué nunca recibió aquella carta tan decisiva? ¡¿Por qué?!
León tomó otro sorbo de brandy, dejó la copa en la mesa y leyó de nuevo la carta perdida de Vita que Joana había metido también en el sobre. Querido León: Me dejaste realmente un regalo que, si yo fuera tu mujer, me llenaría de satisfacción. Sí, Vita le había amado, con toda la pasión que sólo se tiene a los dieciocho años. Habría sido muy feliz casándose con él, le habría perdonado su error y la “mancha” de su origen. Habrían podido ser un matrimonio feliz. ¿Cómo había sido posible que en los últimos años no se hubieran entendido? ¿Por qué Vita no le había contado sus penas, por qué no le había enfrentado con la verdad? El fracaso de su matrimonio se debía a un único malentendido que, si no se hubieran encerrado los dos en aquella falta de comunicación, se habría solucionado enseguida. De ese modo cada uno había ido desarrollando sentimientos equivocados: Vita su amargura por la supuesta cobardía de León, él su decepción por la dureza de corazón de ella.
¿Y ahora? ¿Tenían realmente el más bello motivo para volver a empezar, como escribía Joana? Según ésta, Vita ni siquiera quería comunicarle que iba a ser padre, aunque sabía que su responsabilidad era menor que antes. Después de todo el daño que se habían hecho, ella había dejado de amarle. Aunque Joana, que creía ciegamente en el amor eterno, afirmaba lo contrario. Vita está muy feliz con la idea de tener el niño y eso, querido León, demuestra que todavía siente algo por ti. «No es así», pensó León. En tal caso le habría escrito ella misma. A lo mejor quería al niño, pero a él seguro que no.
Pero tendría que quererle. Si se presentaba en Boavista, lleno de arrepentimiento, de sinceridad y de amor, no podría rechazarle, a él, el padre de su hijo. No tendría derecho a hacerlo. Y cuando estuviera con ella un rato, conseguiría seducirla de nuevo. ¿Había algún otro camino? ¡Iba a ser padre! Y nada en el mundo le iba a hacer perderse esa experiencia única, no quería enterarse desde la lejanía, a través de las cartas de Joana. Quería vivirlo personalmente, ver cómo el cuerpo de Vita se iba redondeando, acariciar su vientre, darle todo tipo de comodidades, estar a su lado antes y después del parto, quería tomar al recién nacido en sus brazos y adorar a la joven madre.
Sí, al día siguiente se informaría de cuándo salía el primer barco para Sudamérica. Si era necesario viajaría incluso en la bodega con tal de estar lo antes posible en Río. Hoy era 14 de noviembre, así que no podía contar con estar en Brasil antes de mediados de diciembre. Vita estaría ya en el sexto mes de embarazo -no había ninguna duda sobre el momento de la concepción. ¡Qué guapa estaría, su sinhazinha!-. ¡Oh, estaba impaciente por poder abrazarla de nuevo!
¿Qué hacía allí, en su aburrido trabajo de diplomático en Inglaterra? Él, León, pertenecía a Brasil, ahora más que nunca. Su sitio estaba al lado de su hijo y de su mujer. Pero ¿seguía siendo Vita su esposa? ¿Cuánto tardaba en tramitarse una separación? ¡Qué más daba! Se casarían por segunda vez. Le pediría perdón de rodillas, le declararía su amor, que en los últimos años no había perdido nada de su intensidad inicial. Lo arreglaría todo, todo.
León se incorporó tambaleándose un poco. Apartó a un lado las ascuas de la chimenea, apagó la luz y subió a su dormitorio. Sin quitarse el batín se dejó caer en la cama y al momento quedó sumido en un ligero sueño lleno de arbustos de café, brujos de macumba y cabañas de esclavos,
– ¡El calor me va a matar! -Vitória se secó el sudor de la frente y luego volvió a concentrase en su labor.
– Sí, hace un calor poco habitual. ¿Le digo a Inés que te prepare un baño de eucalipto?
– ¡Cielos, Joana! Si quisiera tomar un baño llamaría yo misma a Inés. ¿Por qué me tratas como a una enferma? Estoy perfectamente.
– Disculpa -Joana se concentró con gesto ofendido en su cesta de la labor, sacó un gorrito a medio hacer y empezó a tejer un reborde de color rosa.
– Si es niño no podremos ponerle ese gorro.
– ¡Vita, por favor! No me importa hacer toda la ropa de bebé en dos colores. Lo que no nos sirva lo regalaremos. Al fin y al cabo, no tenemos muchas cosas que hacer aquí toda la tarde…
– Cierto. Sinceramente, las labores ya me salen por las orejas.
– Entonces léeme algo. O toca algo agradable al piano.
– También estoy harta de eso. ¡Ay, Joana! ¿Por qué no vamos a Vassouras, hacemos algunas compras inútiles, vamos al teatro, comemos en un restaurante y pasamos la noche en el Hotel Imperial? No aguanto aquí por más tiempo.
– Ni hablar. En tu estado, imposible. En primer lugar, no está bien que te dejes ver así en público. En segundo lugar, no te sentaría bien el traqueteo del coche hasta Vassouras.
– Creo que te equivocas. Cuanto más me muevo, más tranquilo está el bebé. Me parece que le gusta que le agiten y le muevan -Vitória dejó su labor a un lado, se puso de pie y empezó a girar en círculos-. ¡Y cómo me gustaría bailar! Estoy impaciente por volver a Río. La vida en el valle es realmente monótona.
– Bueno, tendrás que aguantar unos meses más. Y piénsalo, Vita: en verano hace un calor tan insoportable en Río que allí tampoco estarías a gusto. Además muchos de nuestros conocidos no están en la ciudad, sino en las montañas. Aquí estamos muy bien. Puedes bañarte en el río como a ti te gusta, sin que te vea nadie. Puedes estar al aire libre todo lo que quieras. La casa está ahora muy acogedora, y desde que ha llegado Luiza no te puedes quejar de la comida. Pero te comportas como una niña mimada.
– Tienes razón. Estaré tranquila, seré agradecida y humilde y disfrutaré animosa de las alegrías de ser madre.
Joana se rió.
– Después de lo que le dijiste ayer al pobre Luíz nadie te verá como una santa a la que hay que tocar con guantes de terciopelo.
– Mejor. Aunque se había ganado el rapapolvo, el viejo borracho. Yo sólo emplee algunas palabras fáciles de entender.
Vitória sonrió satisfecha al recordar las duras reprimendas que le echaba al viejo. Pero no se podía tratar de otro modo a los negros. Si Joana y ella eran demasiado amables, si se comportaban como unas auténticas damas, ellos pensarían que podían hacer lo que quisieran. Faltaba un hombre en la casa. A diferencia de ellas, un hombre podía gritarles y ser brusco sin perder por ello su distinción. ¡Bah! ¿Qué importaba que los negros la tomaran por una senhora poco delicada? Lo importante era que hicieran su trabajo.
Y en Boavista había trabajo de sobra. Siempre que después de un gran esfuerzo creían poder disfrutar de un merecido descanso, había algún nuevo asunto que resolver. Apenas habían terminado de arreglar el tejado de las senzalas, aparecía una gotera en el tejado de la casa grande; cuando ya habían arado amplias zonas de los campos de café abandonados, había que empezar con la cosecha de maíz; justo al finalizar la renovación del interior de la casa, las cuadras amenazaban con derrumbarse después de una fuerte tormenta. Vitória había contratado a más empleados, recolectores y jardineros, así como a una lavandera y un cochero, pero la organización ya era un trabajo que le suponía un gran esfuerzo. También había que planificar el futuro. No podían seguir actuando sin cabeza, recolectando aquí y sembrando allí, haciendo una reparación superficial aquí y un arreglo provisional allá. A la larga no podían invertir sólo en soluciones de urgencia, sino que tenían que perseguir un objetivo concreto. Pues Vitória tenía la intención de convertir a Boavista en una fazenda a pleno rendimiento y productiva. El cultivo del café era una utopía sin los esclavos y sin suficientes inmigrantes europeos. Sí, pensó Vitória, los paulistas han sido más listos que nosotros: atrajeron a los primeros inmigrantes, y los europeos que seguían llegando al país querían instalarse ahora en la provincia de Sao Paulo, donde podían hablar en su idioma y mantener sus costumbres. “Quizás podríamos plantar naranjos”, se planteó Vitória. No requería tantos trabajos como el cultivo del café, y las condiciones climáticas del valle eran muy apropiadas. ¿O debían centrarse en la ganadería? La gran extensión de sus campos permitía criar grandes rebaños. Pero antes de tomar una decisión debía encontrar un administrador que fuera trabajador y de confianza, pues su estancia en Boavista iba a ser limitada. También debería buscar un ama de llaves que supiera hacerse cargo de una casa como aquélla. Ahora que estaba otra vez en condiciones y que seguro pasarían en ella un par de meses todos los años, la mansión debía reflejar el nivel de sus inquilinos.
Vitória echó un vistazo al salón. Sí, con el sofá recién tapizado, las mullidas alfombras sobre el suelo bien encerado y los nuevos cuadros y fotografías en las paredes, la habitación tenía un aspecto muy acogedor. En las paredes habían puesto un papel pintado amarillo claro con hojas verdes que daba un ambiente muy alegre, los pesados muebles de madera oscura de sus padres habían sido sustituidos por elegantes muebles de madera de cerezo. Los sirvientes se adaptaron sorprendentemente bien a los cambios. Con sus atildados uniformes -una de las primeras innovaciones que introdujo Vitória- contribuían a dar un toque de distinción a la casa. Pero debían pulir todavía sus modales, aunque en los dos meses y medio que Joana y ella llevaban allí habían mejorado sustancialmente. ¿O los buenos modales se debían a la influencia de Luiza?
Como Luiza ya no era necesaria en la casa de Pedro y Joana en Sao Cristóvao, al final le pidieron a ella, y no a Mariana, que fuera con ellas a Boavista. Y Luiza había acudido enseguida a su lado, dejando claro que no podía estar más de tres meses sin ver a su “nieto” Felipe. Pero ahora Luiza no podía pensar en marcharse. Las Navidades estaban a la vuelta de la esquina, y tenía la obligación de preparar una buena cena a sus amas. Y después tampoco se podría ir: ¡no podía dejar sola a la sinhazinha cuando naciera su hijo!
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