– ¿Qué?
– He conocido a Jake Ratchett -dijo él, mirándola a los ojos.
– ¿Has conocido a… Jake? -preguntó Katie, pálida.
– Sí. Te había enviado un ramo de rosas y yo me enfadé y fui a devolvérselas -contestó él, cruzándose de brazos. Por una vez, tenía la satisfacción de ver a Katie Deakins quedarse sin palabras-. No sé cómo puedes mirarme a la cara. Jake Ratchett es un pobre chico que, por razones inexplicables para mí, cree que tú eres la octava maravilla del mundo. Me hiciste creer que era una especie de monstruo…
– Yo nunca he dicho eso.
– Quizá nunca has usado esas palabras, pero me hiciste creer que lo era. Iba a preguntarte por qué lo has hecho, pero creo que conozco la respuesta.
– ¿Ah, sí? -preguntó ella, sin voz.
– Por supuesto. Es parte de tu plan para hacer que me sienta ridículo. Pero esta vez, te he ganado la partida. Lo he invitado a cenar.
– ¿Quieres decir que todo esto es… por él? -preguntó Katie, señalando la mesa.
– Eso es. Vas a cenar con Jake Ratchett y vas a ser muy, muy amable con él. Te traerá un ramo de flores nuevas porque no ha querido ni oír hablar de venir con las mismas que había enviado esta mañana y tú le dedicarás toda tu atención.
– ¿Y qué vas a hacer tú?
– Estaré en el bar del pueblo -la informó él-. Charlando con la camarera.
Jake llegó en un taxi, explicando que le había prestado el coche a su secretario. Por su expresión angustiada, Nick asumió que no había sido idea suya.
Nick había creído que Katie no sabría qué hacer, pero se había equivocado. Se había vestido y maquillado con tal esmero que estaba más guapa que nunca y casi se arrepentía de haber dicho que los dejaría solos. Pero no podía echarse atrás.
El chico parecía estar en el séptimo cielo, especialmente cuando vio la mesa en la que iba a cenar con su diosa.
– No deberías haberte molestado -le dijo a Katie. Y ella tuvo la gracia de ponerse colorada.
Satisfecho con el aspecto de las cosas, Nick tomó su coche y se dirigió a Mainhurst, prometiendo antes ir a buscar a Jake para llevarlo de vuelta al hotel. Como hubiera hecho un padre.
Para Jake, era como estar en el cielo. Katie había decido portarse como un ángel con él y, mientras servía la cena vegetariana que Nick había preparado, sonreía y charlaba alegremente.
Parte de esa felicidad, sin embargo, desapareció cuando Katie le devolvió el colgante.
– No puedo aceptarlo, Jake. Es precioso, pero demasiado caro.
– Por favor -suplicó él-. Consérvalo como un regalo de despedida. Ahora sé la verdad.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó ella.
– He estado engañándome a mí mismo y molestándote. No volveré a hacerlo.
– Oh, Jake -dijo Katie, con lágrimas en los ojos.
– Consérvalo, por favor -insistió él, apretando el colgante en sus manos-. Me hará feliz pensar que te lo pones de vez en cuando y piensas en mí con cariño.
– Siempre pensaré en ti con cariño, Jake -dijo ella, con sinceridad-. Pero me lo quedaré, si insistes.
– He estado hablando con Nick y me ha hecho ver las cosas con claridad.
– Supongo que habrá dicho cosas horribles sobre mí -sonrió ella.
– Una o dos, pero eso es sólo hacia fuera. Yo creo que, en realidad, él…
– ¿Sí? -preguntó ella, sin aliento.
– Pues, yo creo que te quiere mucho. Como un padre.
– Sí, claro. Como un padre -asintió ella.
– Ha sido muy amable conmigo. Me ha contado que estuvo enamorado de una mujer a mi edad y que la perdió.
– Sí, de mi hermana Isobel.
– Pues yo creo que sigue enamorado de ella.
– ¿Te lo ha dicho él? -preguntó Katie, sin mirarlo.
– No, pero hablaba de ella como si fuera la única mujer de su vida. Dijo también que si no había magia entre dos personas, no había nada que hacer. Y que no se podía dejar de amar a una persona sólo porque ella no estuviera enamorada de ti.
– Sí -suspiró Katie-. Eso es verdad.
Nick volvió horas más tarde y miró de uno a otro. Al menos, no había habido ninguna escena, se decía, porque los dos parecían muy calmados.
– Te esperaré en el coche -le dijo a Jake, dejándolos solos.
Jake miraba con tristeza a su diosa.
– No te preocupes, Katie. No volveré a molestarte.
– Ojala pudiera enamorarme de ti, Jake. De verdad.
– Pero estás enamorada de otro, ¿verdad?
– ¿Por qué dices eso?
– No sé cómo se llama, pero siempre he sabido que había otro hombre. Es como si tu corazón estuviera en otra parte. ¿Me equivoco?
– No -admitió Katie-. He intentado no amarlo, lo he intentado durante años, pero no puedo evitarlo -añadió, cerrando los ojos-. Oh, Jake, es horrible amar a alguien con todo tu corazón y que a él no le importes en absoluto.
– Lo sé -dijo él suavemente.
– Ah, claro es verdad. Lo siento.
– No lo sientas. Al menos, hemos tenido esta noche.
– Sí, los dos perseguimos algo imposible…
– No llores, Katie -dijo él, tomándola en sus brazos-. Quizá tú lo consigas.
– Es posible -intentó reír ella-. Cuando las ranas críen pelo.
– Y lo harán. Tú consigues todo lo que te propones…
Jake hablaba sin parar de Katie durante todo el camino hacia el hotel y Nick lo soportaba con estoicismo. Le caía bien Jake, pero estaba empezando a encontrar su conversación un poco repetitiva. Pero fue al llegar al hotel cuando Jake soltó la bomba:
– Secretamente, siempre he sabido que no tenía nada que hacer ante el hombre del que Katie está enamorado. Supongo que usted lo sabía.
– No sabía nada -dijo Nick, sorprendido.
– Creo que es alguien que conoció en Australia.
– ¿Tú crees?
– Sí, tiene que ser alguien que conoció hace tiempo. Ha intentado olvidarlo, pero no puede. Él debe de haberla tratado muy mal, pero Katie sigue enamorada. Pensé que usted lo sabría.
– No tenía ni idea de que Katie estaba enamorada -dijo Nick con voz ronca.
– Nadie más tiene sitio en el corazón de Katie. Es muy descorazonador, ¿verdad?
– Sí -murmuró Nick.
– Esta noche me ha hablado sobre él y se ha echado a llorar. ¿Cómo puede ser tan estúpido? Ser amado por Katie tiene que ser algo maravilloso y ese hombre… bueno, no sé.
Afortunadamente, habían llegado al hotel en aquel momento y Nick no tenía que contestar. Se despidió de Jake amablemente y tomó el camino de vuelta a casa, perdido en sus pensamientos.
Estaba sorprendido y un poco decepcionado. Katie le había abierto su corazón, o eso había creído él, pero no le había contado su secreto. Nick no quería analizar lo que sentía, pero se parecía mucho a los celos.
No podía ver a Katie en aquel momento. No podía hablar con ella come si nada hubiera pasado. Necesitaba tiempo para pensar y tranquilizarse. En lugar de dirigirse a la casa, subió por una carretera estrecha hasta una colina desde la que podían verse las olas estrellándose contra la playa. Allí, salió del coche y se sentó, intentando ordenar sus pensamientos.
¡Katie, enamorada! Desesperada por alguien que no la amaba. Siempre había pensado en ella como en una niña y, sin embargo, era una mujer que había entregado su corazón a otro hombre.
Y sólo en ese momento, Nick se dio cuenta de cómo hubiera deseado ser ese hombre. De repente, no podía imaginarse la vida sin ella. Si Katie se marchara, se sentiría desolado.
Y ese otro hombre, ese imbécil que era demasiado orgulloso o estúpido para entender que tenía un tesoro… Con una resolución repentina, Nick volvió a subir al coche y condujo hasta la casita, como si tuviera miedo de que Katie desapareciera. La casa estaba a oscuras y pensó que se habría ido a dormir. Pero cuando entró, la encontró sentada frente a la chimenea. Se había puesto un albornoz de seda de colores y su cabello caía sobre sus hombros. La luz de las llamas iluminaba las lágrimas que corrían por sus mejillas.
Ella no le oyó entrar, perdida en sus pensamientos. Por un momento, Nick se preguntó si debía subir a su habitación sin molestarla, pero se quedó como clavado allí, mirándola.
Katie suspiró y apoyó la barbilla en una mano. Estaba pensando en él, se decía y la expresión en su rostro confirmaba todo lo que Jake le había dicho. Aquel no era un amor ordinario. Había sobrevivido al tiempo y a la indiferencia, con una fidelidad desesperada.
Nick sentía que le dolía el corazón. Ella estaba tan cerca y, sin embargo, tan lejos. Le hubiera gustado decir algo, pero sólo podía quedarse allí, mirándola como un tonto, abrumado de anhelo.
Capítulo 11
Katie levantó la mirada y se pasó la mano apresurada por el rostro para apartar sus lágrimas.
– Hola, Nick -sonrió-. No te he oído entrar.
– Hola -dijo él, acercándose con dos copas de vino y sentándose a su lado.
– ¿Qué tal con la camarera?
– ¿Quién? Ah, la camarera. Tenía un marido que era cinturón negro de karate, así que me lo pensé mejor -sonrió él-. La verdad es que no pensaba hablar con ninguna camarera. Me he pasado la noche haciendo números.
– Pobre Nick. Deberías haberte quedado con nosotros.
– ¿Cómo se lo ha tomado Jake?
– Bien. Es un chico muy bueno.
– Es que está enamorado de ti. Cree que todo lo que haces es perfecto.
– Exactamente al contrario que tú, ¿no? Tú crees que todo lo que hago es un crimen y no me perdonas ni una.
– Bueno, eso era antes. Ahora entiendo muchas cosas.
– ¿Qué es lo que entiendes? -preguntó ella, intentando encontrar su voz.
– Me he dado cuenta de que no eres feliz y ahora sé por qué. Deberías habérmelo contado, Katie. Me duele que no lo hayas hecho.
– ¿Qué… qué es lo que sabes? -preguntó ella, moviendo los troncos.
– Jake me ha contado algo, pero el resto lo he imaginado yo mismo. De repente, todo tiene sentido. ¿Cómo he podido vivir todas estas semanas contigo sin darme cuenta de lo que estaba pasando? Katie, deberías habérmelo contado.
Katie lo miraba como si no creyera lo que estaba oyendo.
– ¿Hubieras querido que te lo dijera? -susurró ella.
– Claro que sí. Creí que confiabas en mí.
– No es algo fácil de decir.
– Lo sé -dijo él, acariciando su pelo-. Nunca es fácil hablar de las cosas que uno lleva en el corazón, pero a veces hay que encontrar valor.
Ella volvió la cabeza para rozar su mejilla contra su mano. Era tan preciosa como una flor y Nick hubiera deseado besarla, pero se obligó a sí mismo a no hacerlo. Katie necesitaba amistad, no la clase de pasión que él deseaba en aquel momento.
– No sabía qué dirías -susurró ella-. Me daba vergüenza contártelo.
– Soy tu amigo. Puedes contármelo todo, Katie.
– Oh, Nick…
Katie levantó la cabeza y él vio que sus ojos brillaban. ¿Cómo podían brillar por aquel cerdo que la maltrataba?, pensaba con una punzada de celos.
– Quiero saberlo todo sobre ese hombre.
– ¿Qué?
– El hombre al que conociste en Australia y no has podido olvidar. A Jake le hablaste de él.
De repente, los ojos de Katie habían dejado de brillar.
– Tú has dicho que te has imaginado el resto.
– Bueno, supongo que lo conociste en Australia y viniste a Londres para olvidarte de él. Pobre Katie.
Un escalofrío la recorrió entera y tuvo que cubrirse los ojos.
– Nunca lo olvidaré -dijo ella con voz ronca-. Nunca.
– ¿A tu edad? Claro que lo olvidarás, Katie. Y encontrarás a alguien mucho mejor.
– Pero es que yo sólo le quiero a él. Nunca podré enamorarme de nadie más -dijo ella. La frase melodramática le recordaba a la antigua Katie y tuvo que sonreír-. No te rías de mí.
– No me estaba riendo. Es que siempre has sido muy intensa. Para ti todo es una cuestión de vida o muerte.
– Algunas cosas son cuestiones de vida o muerte. ¿Es que no te das cuenta?
– Cuéntame quién es.
– No quiero decir su nombre. Pero lo he querido desde que lo conocí. Ese día me di cuenta de que era el hombre al que amaría toda mi vida.
– Pero si cuando te fuiste a Australia eras casi una niña.
– Eso no importa. Él es especial. Es como si mi corazón hubiera decidido por su cuenta.
– Sí. Es el Corazón el que decide -murmuró él, mirándola a la luz de la chimenea. Katie levantó los ojos y después los apartó, como si hubiera visto algo que no se atrevía a mirar-. Siempre has sido muy impulsiva…
– No. Era más que eso. Lo supe desde el primer momento.
– Amor a primera vista -dijo él-. Pero eso no dura, Katie. No es más que una ilusión.
– Tú te enamoraste de Isobel a primera vista y tu amor no ha muerto todavía.
– No creo que debamos hablar de ella -dijo él, incómodo.
– No, claro. Pero entiendes lo que quiero decir.
– ¿Conoces bien a ese hombre?
– En realidad, no. Siempre estábamos discutiendo. Sólo entonces se fijaba en mí.
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