– No digas eso. Si me odias por hacerte el amor, al menos dímelo. Lo siento. Haré todo lo que quieras para que me perdones, pero no me odies, Katie.
– ¿Odiarte? -repitió Katie, incrédula-. ¿Odiarte?
La amaba tanto que hubiera deseado tomarla en sus brazos y suplicarla que lo amase. Entonces, vio algo en su rostro que hizo que su corazón latiera con fuerza.
– ¡Eso es! -exclamó-. Ahora lo entiendo. Siempre ha estado ahí, pero no me había dado cuenta.
– ¿De qué estás hablando?
– Ahora sé por qué siempre me has recordado a Isobel.
– ¡Por favor! -exclamó ella, furiosa-. Siempre Isobel. Sigues enamorado de ella, pero no es más que un fantasma que sólo existe en tu imaginación.
– Cariño, deja que te explique…
– No me llames cariño. No lo soy y no lo seré nunca. Nada de lo que digas significa nada para mí.
– No quería hacerte daño -dijo él, humildemente-. Intenta perdonarme, aunque yo nunca podré perdonarme a mí mismo.
– Tú no sabes cuándo le haces daño a la gente, Nick. No te das ni cuenta. Vete y déjame en paz. No quiero volver a verte. No queda nada que puedas… -pero no pudo terminar la frase porque se le atragantaron las lágrimas.
– Katie… -susurró él, acercándose, pero ella lo apartó.
– ¡No! -exclamó ella, cerrando la puerta tras de sí.
Nick sabía que ella no querría escucharlo. Nunca había visto tanta tristeza en el rostro de nadie y era él quien la había causado.
Después de tantos años había encontrado a su amor, el auténtico amor de su vida y tenía que enfrentarse con la ironía de que lo había perdido en el mismo momento de encontrarlo.
Capítulo 12
Nick durmió mal y por fin se levantó de la cama, agotado. Derek estaba en la cocina, preparando unas tostadas.
– ¿Quieres una? -preguntó su amigo, alegremente.
– Sí.
– Hay correo para ti.
Nick estudió los sobres. La mayoría de ellos contenía facturas, pero había uno de color azul pálido, con la letra de Isobel. Nick siempre había sentido alegría al recibir una carta de ella, pero aquel día no sentía nada.
Tardó un momento en entender lo que estaba leyendo y tuvo que leer la frase tres veces para creer lo que veían sus ojos:
Me rompía el corazón ver lo enamorada que estabas de Nick durante aquellos años…
Nick se restregó los ojos y volvió a leer el encabezamiento de la carta: Querida Katie, decía.
Perplejo, le dio la vuelta al sobre. Su nombre estaba escrito en él, de modo que Isobel debía haberles escrito a los dos y se había equivocado al guardar las cartas en los sobres. Sabía que no debería seguir leyendo, pero también sabía que no podía evitarlo.
Querida Katie:
Parece que han pasado años desde la última vez que me escribiste y espero que sea porque estás demasiado ocupada enamorando a Nick.
Me parece que estás siendo muy inteligente para haber llegado dónde estás sin que él haya sospechado nada. Pero, claro, Nick siempre ha sido un poco cándido en lo que se refiere a las cosas del amor. Muy inteligente con los números, pero emocionalmente ciego. Si no fuera así, se habría dado cuenta de que estabas loca por él cuando tenías dieciséis años. Aunque, como te pasabas la vida volviéndole loco, supongo que no podemos culparlo.
Me rompía el corazón ver lo enamorada que estabas de Nick durante aquellos años. Pero cuando volviste de Australia, el patito feo se había convertido en un cisne y estoy segura de que Nick se va a volver loco por ti.
Admito que tenía mis dudas cuando me sugeriste que le pidiera a Nick que cuidara de ti en Londres porque, francamente, esperaba que te hubieras olvidado de él. También confiaba en que, cuando volvieras a verlo, te darías cuenta de que estabas enamorada de un sueño. Pero veo que sigues tan loca por él como siempre.
Por ahora, lo estás haciendo muy bien. Hacer que te llevara a la casita de la playa ha sido muy buena idea (la pobre Patsy siempre ha sido encantadora), aunque no me parece bien que le hayas mentido sobre Jake.
Por cierto, Jake vino por aquí hace un par de días. Parece un chico estupendo y me contó su teoría de que estabas enamorada de alguien desde hacía mucho tiempo, así que le dije quién era. El pobre se quedó helado. Pero le dije que no se preocupara, que Nick tampoco lo sabía.
Llámame pronto y cuéntame cómo estás. Estoy deseando ser la dama de honor en tu boda. Sólo espero que Nick no vuelva a hacerte daño.
Lentamente, Nick dejó la carta sobre la mesa, sintiendo como si se hubiera quedado sin aire. Era una conspiración y él era la víctima. Todo lo que Katie había hecho desde que llegó a Londres había tenido un solo objetivo: ponerle un anillo en la nariz para llevarlo al altar, mientras Isobel y Patsy actuaban como damas de honor.
Qué rápidamente se había sentido atraído hacia ella, cuánta ternura había sentido, qué encantadora había sido Katie. Y él lo había creído todo. De repente, se sintió tan furioso que no podía disimularlo.
– ¿Qué te pasa? -preguntó Derek.
– Es una conspiración -explicó Nick-. Katie me ha puesto una trampa.
– ¿Acabas de darte cuenta?
Nick se volvió para mirar a su amigo.
– ¿Tú lo sabías?
– Supe que Katie estaba loca por ti media hora después de conocerla. Y creo que Patsy tardó menos.
– Mis amigos -dijo Nick con amargura.
– Una noche, Katie me lo contó todo. Que se había enamorado de ti con dieciséis años, pero que tú sólo tenías ojos para su hermana.
– Entonces, yo tenía razón. Ella intentaba apartarme de Isobel…
– Si Isobel hubiera estado enamorada de ti, Katie no hubiera podido separaros.
– Vaya, veo que también te ha convencido a ti.
– Claro. Y yo prometí ayudarla. Ella es lo que necesitas para no convertirte en un viejo insoportable.
– ¿Estás diciendo que todas esas tonterías entre tú y ella no eran más que un numerito? ¿Cuando salías con ella y la besuqueabas en la puerta, lo hacías por mí?
– Katie no me hubiera besado por otra razón -admitió tristemente Derek-. Te quiere a ti. No me preguntes por qué. Pero funcionó. No podías soportar verla en mis brazos.
– No podía soportar verla con un tipo indeseable como tú -corrigió él.
– No te engañes. Tenías celos, pero no ha servido de nada. Ni siquiera todos esos numeritos han conseguido que te des cuenta de que esa chica preciosa y encantadora está enamorada de ti y que tú eres un idiota por no quererla…
– ¿De qué estás hablando? Claro que la quiero.
– Entonces, ¿a qué esperas? Katie está loca por ti. ¿Qué más quieres?
– Esa no es la… -la voz de Nick se perdió y se quedó mirando al techo. El mundo parecía estar girando sobre su eje. De repente, toda su confusión se deshacía y todo era sencillo y maravilloso. Sobre su cabeza estaba la luz del sol y a sus pies, el camino que llevaba a Katie y su amor.
Y qué amor. Un amor que había durado años, sin esperanza, desde el otro lado del mundo, Katie lo amaba. Katie lo amaba.
Un segundo después, subía corriendo hasta el apartamento de ella y apretaba el timbre con todas sus fuerzas. Por fin, Leonora abrió la puerta.
– Tengo que ver a Katie urgentemente.
– Lo siento, se ha ido.
– ¿Cuándo volverá?
– No va a volver.
– ¿Cómo? -preguntó él, mirándola sin entender.
– Se ha ido. Anoche. Y se ha ido para siempre. Estaba muy triste. ¿No serás tú el imbécil por el que estaba triste?
– Sí -contestó él-. Yo soy ese imbécil. Por favor, dime dónde ha ido.
– No lo sé. Dijo algo sobre cruzar el océano.
Nick no pudo evitar una sonrisa. Esa era su Katie y sus dramatismos.
– Pero tiene que haber dicho algo más.
– No. Sólo que iba a cruzar el océano -contestó Leonora, mirándolo con disgusto-. Y el océano es muy grande -añadió, dándole con la puerta en las narices.
Cuando volvió a bajar a su apartamento, se encontró con Derek en la puerta.
– ¿Ya has vuelto?
– No está -explicó Nick, frenético-. Se ha marchado al extranjero y Leonora no sabe dónde está.
– No te pongas nervioso. Seguramente habrá vuelto a Australia, así que puedes ir tras ella. Yo tengo que irme de viaje un par de días, pero no sé si debería quedarme. Pareces un nombre en crisis.
– No, estoy bien -dijo Nick, intentando controlarse-. Tienes razón sobre lo de Australia. Si ella intentara ponerse en contacto contigo, dile que… que… ¡maldita sea!
– Se lo diré -dijo Derek, mirándolo con pena.
En cuanto llegó a su oficina, Nick empezó a llamar a las diferentes compañías aéreas con vuelos a Australia, pero las listas de pasajeros eran confidenciales y no había manera de convencerlos de que le informaran. Por fin, colgó el teléfono de golpe y se sentó con la cabeza entre las manos. Cuando la levantó, Patsy estaba poniendo una taza de café frente a él.
– Supongo que ya te has enterado.
– Sé que Katie lo está pasando muy mal, pero no me ha dado detalles.
– ¿Has hablado con ella?
– Me llamó anoche, pero no dijo nada de Australia. De hecho, ni siquiera me dijo que fuera a marcharse.
– ¿Qué te dijo? -preguntó Nick ansiosamente.
– Sólo que por fin había aceptado que nunca podrías amarla porque seguías enamorado de Isobel.
– ¡Eso no es verdad!
– Eso es lo que yo le dije, pero me parece que no me hizo caso. Creo que estaba llorando.
– Patsy, ¿qué voy a hacer? Estoy llamando a todas las compañías aéreas, pero no consigo que me den la lista de pasajeros.
– Claro que no. Estas cosas se consiguen con mano izquierda. Toma, llama a Amos Renbury. Es un investigador privado amigo mío. Y me debe un favor.
Amos estuvo encantado de poder ayudarlo, pero cuando volvió a llamarlo media hora más tarde, seguía sin saber nada. El nombre de Katie no estaba en la lista de pasajeros a Sidney ni a ninguna otra parte. Amos se negó a presentarle la factura, dejando a Nick preguntándose qué era lo que podía deberle a Patsy.
– Patsy -dijo, con admiración-. Me parece que no sé nada sobre ti.
– Nick, querido, nunca te has enterado de nada. Por eso estás en este lío. Llama a Isobel.
Pero Isobel tampoco sabía dónde podía estar Katie y estaba furiosa con él.
– No me culparás por no haberme enamorado de Katie cuando tenía dieciséis años -protestó él.
– Claro que no. Sólo era una niña.
– Pues claro.
– Pero no es culpa suya que pareciera el palo de una escoba.
– No era por su aspecto. Era porque siempre estaba atacándome.
– Lo hacía para llamar tu atención. Una vez me dijo que cuando estabas enfadado con ella, al menos la mirabas. Mientras vivía en Australia me pedía fotografías tuyas. Yo pensé que se habría olvidado de ti, pero no ha sido así. Cuando volvió y la vi tan guapa y tan estupenda, pensé que se fijaría en otro hombre, pero sigue enamorada de ti.
– Pero tú me has engañado -dijo Nick-. Me pediste que cuidara de ella.
– Fue idea de Katie -explicó Isobel tranquilamente.
Nick se quedaba helado ante la perfidia de aquellas mujeres-. Se supone que tenías que cuidar de ella y ahora está en alguna parte sola y triste. Y eso es culpa tuya. ¿Cómo es posible que no te dieras cuenta de que estaba enamorada?
– Porque siempre he creído que yo estaba enamorado de ti -dijo él, por fin.
– Nick, no seas absurdo. Nunca estuviste realmente enamorado de mí. Te gustaba adorarme desde lejos, sin comprometerte. Cuándo te enfrentas con una mujer de carne y hueso que te quiere, te apartas. Si le pasa algo a Katie, tú serás el responsable -añadió ella, antes de colgar, dejando a Nick mirando el teléfono, estupefacto.
– ¿Por qué todo el mundo insiste en que es culpa mía?
– Porque es culpa tuya -dijo Patsy-. Todos hemos intentado ayudarte a ver la luz.
– Ah, sí, claro, tú también estabas en la conspiración, es verdad.
– Bueno, yo hice un pequeño papel. Me fui del apartamento para que Katie y tú estuvierais solos, arreglé lo de la casita de la playa y mantuve a Lilian alejada. Katie te hacía feliz, Nick, y eso te convertía en un hombre mejor. Te reías, te animabas, incluso hacías bromas. Está claro que es la chica para ti. Todos tus amigos hemos estado intentando ayudarte y tú vas y lo estropeas.
El apartamento parecía extrañamente silencioso aquella noche. Había estado silencioso cuando Katie se había ido, pero era diferente. Entonces no sabía lo que había perdido. En aquel momento lo sabía bien. Amaba a Katie, más que eso, la adoraba. Ella le había abierto a la vida y había llenado su mundo de alegría. ¿Y cómo le había devuelto aquellos maravillosos regalos? Rompiendo su corazón y haciendo que se marchara. Quizá en aquel momento no tenía un techo bajo el que guarecerse.
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