La acusación de Isobel de que él sólo quería adorarla de lejos sin tener que comprometerse le había dolido. ¿Realmente él era así?, se preguntaba.

Recordaba algo que Derek había dicho cuando le había hablado de Isobel: «Entonces, esa es tu excusa para evitar los compromisos. Una excusa muy conveniente, desde luego».

¿Habría sido esa fidelidad a Isobel una manera de no comprometerse de verdad con nadie? ¿O había estado esperando inconscientemente que Katie creciera? Le gustaría creer eso último, porque lo haría sentirse mejor sobre sí mismo. En aquel momento, se sentía como un canalla.

Estuvo despierto durante horas y, cuando estaba empezando a quedarse dormido, un ruido lo despertó. No podía oír nada, pero algo en la cualidad del silencio le decía que no estaba solo.

Entonces escuchó un sonido ahogado en la otra habitación y saltó de la cama sin hacer ruido. Quizá Derek había vuelto, se decía. Silenciosamente, abrió la puerta y salió al pasillo. En la habitación que había sido de Katie, podía ver una sombra recortada contra la ventana.

La idea de que un ladrón estuviera en el sitio en el que ella había dormido hizo que la sangre se le subiera a la cabeza y se lanzó sobre la sombra con todas sus fuerzas. Era más pequeño de lo que esperaba, pero luchaba vigorosamente y casi le dejó sin aliento. Intentaba sujetarle los brazos a los lados, pero en ese momento, el hombre dio un tirón y los dos cayeron sobre la cama.

– ¡Ahora! -exclamó Nick, buscando el interruptor de la lámpara-. Espero que tenga una explicación… -Nick no pudo terminar la frase.

– Hola, Nick.

– ¿Katie? ¿Qué demonios…? -empezó a decir. Después, olvidándose de todo, la tomó en sus brazos y la apretó fuerte contra él-. Oh, Katie, Katie -murmuró. Ella le devolvió el abrazo sin palabras y él la besó una y otra vez, como para convencerse a sí mismo de que estaba realmente a su lado-. Me estaba volviendo loco de preocupación por ti. ¿Qué pretendías asustándome así? Creí que eras un ladrón y podría haberte hecho daño.

– Más bien, yo podría haberte hecho daño. Estaba ganando la pelea.

– ¡En tus sueños!

Se quedaron mirándose el uno al otro, pero Nick no la soltaba y ella no intentaba apartarse.

– Katie, ¿dónde has estado? Te he buscado por todas partes. Creí que no volverías nunca.

– Y me he ido.

– De eso nada -dijo él, apretándola más fuerte.

– Quería entrar y salir rápidamente sin que te dieras cuenta. En realidad, no estoy aquí.

– A mí me pareces muy real, pero quizá sea mejor que me asegure -dijo él, besándola de nuevo, fiera, posesivamente, hablándole de su amor sin palabras. Katie lo besaba con la misma pasión-. Claro que estás aquí -añadió él, con voz ronca-. Y vas a quedarte aquí para siempre.

– Nick, no puedo…

– ¿Has estado en el apartamento de Leonora?

– No.

– Deberías subir. Hay una carta de Isobel para ti. Empieza diciendo: Querido Nick. La mía empezaba diciendo: Querida Katie.

– ¿Has leído una carta dirigida a mí?

– El sobre venía a mi nombre y no me di cuenta hasta que era demasiado tarde. Pero no hubiera dejado de leerla por nada del mundo.

– ¿Qué decía? -preguntó Katie, nerviosa.

– Puedes leerla tú misma -dijo Nick, yendo al salón por ella. Cuando Katie la leyó, la dejó caer sobre la cama. No se atrevía a mirarlo a los ojos-. Bueno, ¿es cierto?

Katie asintió.

– Al principio, parecía una buena idea. Pensé que, como había cambiado tanto, empezaría a gustarte. O al menos, que despertaría tu interés.

– Y todos esos años, cuando actuabas como si yo fuera el enemigo público número uno…

– Yo hacía todo lo que podía para alejarte de Isobel. Cuando estaba en Australia, le pedía a mi hermana que me hablara de ti y cuando me dijo que no te habías casado, pensé que… Pero cuando volví, me di cuenta de que seguías enamorado de ella.

– Isobel se me ha olvidado hace tiempo -dijo él suavemente-. He tardado mucho tiempo en darme cuenta, pero ahora sé de quién estoy enamorado.

– Oh, Nick, ¿cuándo lo has sabido?

– Empecé a darme cuenta cuando encontramos a aquella niña perdida y vi lo grande que era tu corazón. O quizá siempre lo he sabido. Me decía a mí mismo que te llevaba a la casita en la playa para alejarte de Jake, pero en realidad quería estar a solas contigo. Entonces Jake me habló de ese hombre del que supuestamente estabas enamorada y me sentí celoso y destrozado porque quería que me quisieras a mí. Y cuando hicimos el amor, creí que lo había conseguido.

– ¿Por qué no me lo dijiste?

– Iba a hacerlo a la mañana siguiente, pero tú no me dejaste. Creí que estabas enfadada conmigo porque amabas a otro hombre. Si no era eso, ¿por qué lo estabas?

– Hablas en sueños, Nick. Y te oí repetir el nombre de Isobel -dijo ella, con voz trémula.

Nick se quedó mirándola, sorprendido. Entonces, recordó algo.

– Ya recuerdo. Pensaba en Isobel, pero no porque la amase. Creo que le estaba diciendo adiós porque me había dado cuenta de que estaba enamorado de ti.

– No lo sabía -dijo ella, mirándolo a los ojos-. Creí que te sentías culpable por haberla traicionado. Había sido tan maravilloso hacer el amor contigo que cuando oí que repetías su nombre, pensé… -pero no podía terminar la frase.

– Nunca volveré a hacerte daño, Katie -dijo él, apretándola entre sus brazos-. Cuando volvíamos de la playa, pensé que me odiabas y no podía soportarlo.

– No podría odiarte, Nick. Te quiero. Siempre te he querido. Desde que volvimos, decidí que tenía que marcharme e intentar olvidarte. Pero no podía. Seguía recordando los últimos días contigo en la playa. No podía pensar en otra cosa y cuando hablábamos me dolía tanto que no fuera como yo esperaba que sólo podía atacarte.

– Como en los viejos tiempos -sonrió él-. ¿Dejaremos algún día de pelearnos, Katie? ¿O, cuando seamos ancianitos y estemos rodeados de nietos seguirás metiéndote conmigo?

– Por supuesto que sí. Te lo mereces. Anoche, cuando subiste a mi apartamento, creí que habías empezado a entender, pero de repente te pusiste a hablar sobre mi parecido con Isobel…

– Es que lo tenéis. Y me di cuenta de lo que era. Me había enamorado de las dos a primera vista. Había tenido esa sensación la primera vez que nos vimos en la estación y he estado dándole vueltas a la cabeza desde entonces. Y, de repente, me di cuenta de lo que era. Intenté decírtelo, pero tú no quisiste escucharme.

– Creí que nunca podrías amarme. Pensaba irme de Londres y no volver a verte nunca.

– Y yo he estado intentando encontrarte en las listas de pasajeros de todas las compañías aéreas.

– Fui al aeropuerto, pensando en tomar el primer avión, fuera donde fuera -rió ella.

– ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

– Me di cuenta de que se me había olvidado el pasaporte. Me lo había dejado en el cajón de la mesilla -señaló ella-. Por eso tenía que volver.

– ¿Se te había olvidado el pasaporte? -repitió Nick, incrédulo.

– Ya me conoces. Siempre pierdo las cosas. No puedes casarte conmigo, Nick. Tu vida se convertiría en un caos.

– Será un caos maravilloso -dijo él, mirándola con ternura-. Saliste a explorar el mundo y se te olvidó el pasaporte -sonrió, acariciando sus labios.

– Le podría pasar a cualquiera -dijo ella con dignidad.

De repente, la risa que Nick había guardado dentro de sí, estalló en ese momento y la rodeó con sus brazos, feliz.

– No, cariño. Sólo puede pasarle a mi preciosa, impredecible Katie, mi irritante, adorable Katie. Bésame, Katie. Bésame y quiéreme para siempre. ¡Mi querida Katie!

Lucy Gordon

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