– ¿Es que te hizo creer que era otra persona?
– No. En realidad, no la reconocí.
– Pero ella podía haberte dicho quien era. ¿No te parece un poco maquinador por su parte?
Nick, que se había dicho eso mismo varias veces, se encontró defendiéndola.
– No, qué va. Sólo estaba gastando una broma. Así es Katie.
– De acuerdo, no es maquinadora. ¿Es infantil?
– En cierto modo -contestó él-. Está llena de vida. Le encanta vivirlo todo, no dejar pasar las oportunidades.
– Bueno, supongo que eso nos gusta a todos.
– No, quiero decir que sigue convencida de que la vida es maravillosa -añadió él-. En cierto modo, la envidio. Debe de ser maravilloso creer en la vida de esa forma.
Lilian lanzó una carcajada incrédula.
– Nick, por favor. Los adultos sabemos que la vida es algo muy serio. Eso es precisamente lo que me gusta de ti, que sabes lo que es importante.
– Empiezo a preguntarme si es así -murmuró él.
– ¿Perdona?
– Nada. Tienes razón -contestó él por fin-. Nick tenía la incómoda sensación de que no había sido sincero del todo con Lilian. Le había hablado de la edad de Katie, de su aspecto y su enloquecedor comportamiento. Pero no le había hablado de las proporciones de su perfecta figura, ni de su belleza radiante ni del brillo de sus ojos. Se decía a sí mismo que no había necesidad de contarle aquellos detalles. Lilian era abogado y en su tiempo libre se dedicaba a trabajar como voluntaria en varias obras de caridad. Nick disfrutaba de su compañía. Era inteligente, además de atractiva. La había llevado con él a una cena de trabajo y había recibido miradas de aprobación por parte de sus superiores. Estaba claro que Lilian había pasado la prueba.
– Dejemos de hablar de Katie. Prefiero pensar en ti. Hoy estás preciosa.
– Gracias, cariño. Espero que te hayas dado cuenta de que llevo puesto tu regalo -dijo ella, rozando el colgante con una perla que llevaba al cuello. Le iba bien a su complexión nacarada.
– Vamos a bailar -dijo él, levantándose.
Mientras daban vueltas por la pista, Nick reconoció a varias personas y las saludó. Aquel ambiente familiar lo hacía sentir cómodo, después de la tensión que vivía en su casa.
– ¿Has firmado un acuerdo con Beswick? -preguntó ella, refiriéndose a una compañía que buscaba asesoramiento financiero y que ella le había enviado desde su bufete.
– Estamos a punto de hacerlo. Creo que él está de acuerdo con los términos.
– ¿Puedes hablar más alto? No te oigo.
– Yo tampoco -dijo Nick, acercándose-. ¿Qué es ese ruido?
Una carcajada contestó a su pregunta y, cuando se volvieron, vieron un grupo de gente que entraba en el restaurante. Eran tres hombres que rodeaban a una joven. Todos parecían ansiosos por atraer su atención y ella les sonreía por turnos.
El camarero les indicó una mesa y los hombres prácticamente se pelearon por apartar la silla de la chica.
– Esa chica está dando un espectáculo -observó Lilian.
– A lo mejor es una estrella de cine y esos son sus fans… -empezó a decir Nick-. No, espera, uno de ellos es Derek. Pero… ¡si es Katie!
En ese momento los hombres se apartaron y Nick pudo ver la cara sonriente de Katie, sonriendo con benevolencia a sus adoradores.
– ¿Esa es Katie? -preguntó Lilian con voz estrangulada.
– Sí. Y Derek está con ella, pero no sé quiénes son los otros. Lo mejor será que vaya…
– No vayas allí corriendo -dijo Lilian, sujetándole con tal fuerza que Nick se quedó sorprendido-. Eso es a lo que ella está acostumbrada.
– Tienes razón -sonrió él, sorprendido por la nueva actitud posesiva de Lilian. Nunca se había apretado tanto contra él mientras bailaban, ni le había pasado el brazo por el cuello de una forma tan íntima. Nick no quería acercarse a Katie, pero era Lilian la que, mientras bailaban, los llevaba hacia su mesa, un gesto que él consideraba muy atrevido-. ¿Qué te parece? -preguntó cuando Lilian había tenido la oportunidad de mirar a Katie de arriba abajo.
– Pobrecillo -dijo ella entonces-. ¿Qué vas a hacer con esa chica?
De repente, los músicos empezaron a tocar una rumba y Katie, como si no se diera cuenta de la atención que atraía, salió a la pista. Sólo tuvo que mirar a uno de sus acompañantes para que éste saltara tras ella.
Nick había ganado la batalla. Para reemplazar el vestido, Katie se había comprado un vestido de satén granate ajustado en el busto y en las caderas, que caía en varias capas hasta el suelo. Las capas de tela se movían sinuosamente mientras ella bailaba. Sus sandalias doradas eran altísimas y, sin embargo, ella bailaba con seguridad aquellos pasos complicados, como una gacela.
Nick y Lilian salieron de la pista y, poco a poco, el resto de los bailarines volvió a sus meses, reconociendo la pericia de los recién llegados. Pronto, Katie y su acompañante quedaron solos. Eran dos expertos y se movían con gracia, con ligereza, llamando la atención de todo el mundo. Katie sonreía y sus ojos semicerrados le daban una expresión ausente, elegante, mientras sus dorados pies se movían al son de la música.
El público empezaba a aplaudir y Nick, sin darse cuenta, la miraba embelesado, sin fijarse en el gesto de desaprobación de Lilian.
La orquesta entonces empezó a tocar más rápido, como retando a los bailarines y éstos respondieron con movimientos más rápidos y complejos. Nick contenía el aliento, rezando para que Katie no resbalase, pero ella parecía estar en su elemento y se movía con gracia y seguridad.
Por fin llegaron al final, cayendo teatralmente uno en brazos del otro. Los aplausos eran atronadores.
– Es encantadora -dijo Lilian por fin-. Aunque espero que el baile de exhibición no se convierta en una costumbre aquí. ¿Qué haríamos tú y yo entonces?
– ¿Seguir sus pasos? -sugirió él, sin pensar.
– Espero que tu jefe no te oiga decir esas cosas.
– Será mejor que vayamos a saludarlos -dijo Nick, tomando a Lilian de la mano. Katie estaba sentada de nuevo con una sonrisa de oreja a oreja, como si no hubiera hecho nada. Después de las presentaciones, Derek tomó un par de sillas de la mesa de al lado para que se sentaran.
Katie miraba a Nick con desafío.
– Vamos, regáñame -lo retó.
– No soy un ogro, Katie -dijo Nick-. Lo has hecho muy bien. Pero, ¿qué estás haciendo con este desalmado? -preguntó, señalando a Derek.
– Se ofreció a acompañarme a la Torre de Londres. Qué detalle, ¿verdad?
– Sí, claro. Espero que no se haya aburrido.
– Bueno, la verdad es que no fuimos a la Torre -admitió Katie-. Derek me llevó a su oficina y después me presentó a algunos amigos. Y aquí estamos…
La expresión de Derek era tan inocente como la de un recién nacido.
– Tengo que decirle cuánto me ha gustado su pequeña exhibición -dijo Lilian-. Parece usted una profesional.
Derek soltó una carcajada y Lilian lo miró con frialdad. Una de su virtudes, a los ojos de Nick, era que Lilian se mantuviera completamente inmune a los encantos de su compañero de piso.
– Katie es una profesional -dijo Derek-. Y Mac también -añadió, señalando al chico que había bailado con ella.
– ¿Una bailarina profesional? -repitió Nick, incrédulo.
– Tenía un grupo de baile en Australia -explicó Katie-. Éramos cuatro y bailábamos en los clubes, hasta que mis compañeros empezaron a casarse y esas cosas. Ahí se terminó todo -suspiró. En ese momento, apareció un camarero con una bandeja en la mano y, mientras cada uno pedía su copa, ella se inclinó hacia Nick-. ¿Seguro que no estás enfadado conmigo?
– Claro que no.
– Pruébalo bailando conmigo.
– Si es un vals o algo tranquilo…
– Te lo prometo.
– Entonces, encantado -sonrió él. Katie era como una pluma en sus brazos y Nick sentía que estaban flotando-. Bailas maravillosamente.
– Muchas gracias, pero la verdad es que necesito volver a entrenar. Mac conoce un estudio y pienso tomar unas clases antes de volver a trabajar.
Un familiar escalofrío de aprensión lo recorrió de arriba abajo.
– ¿Trabajar? ¿Quieres decir a bailar?
– Sí, pero no en el escenario. Sólo algunos clubes, restaurantes con orquesta y cosas así.
– Dudo que haya mucho trabajo de ese tipo de Delford.
– ¿No?
– Me parece que sólo hay un club nocturno. Delford no es Londres.
– Entonces, tendrá que ser en Londres.
– ¿Qué?
– Que voy a quedarme aquí -dijo ella-. ¡Ay! ¡Me has pisado!
– ¡Katie, no puedes quedarte aquí!
– Pero si ha sido idea tuya…
– ¿Idea mía?
– Tú eres el que ha dicho lo de Londres.
– Pero… ¡Katie! Yo quería decir…
– Primero me dices que Londres es el único sitio para hacer lo que quiero y después, quieres echarme -lo interrumpió ella.
– No te pongas trágica. Yo no quiero echarte de ningún sitio.
– Ni siquiera querías que viniera unos días.
– ¿Vamos a volver a empezar?
– No. Cuanto antes me vaya de tu apartamento, mejor.
– No vas a irte de mi apartamento. ¿Qué diría Isobel?
– Lo entenderá cuando se lo cuente todo.
– Tú no vas a ir a ningún sitio -dijo él entre dientes-. Te quedarás en mi apartamento para que pueda vigilarte.
– Pero si vas a desaprobar todo lo que haga…
– A ti eso te da igual -sonrió él, a su pesar-. Nunca he aprobado lo que has hecho desde el día que nos conocimos. Y siempre te ha dado igual.
– Entonces, de acuerdo -sonrió ella.
De repente, Nick soltó una carcajada. No podía evitarlo. Y ella rió también, como una conspiradora. Los otros se volvieron hacia ellos y Lilian los miró con expresión helada.
– ¡Eres una bruja! -susurró Nick.
– ¿De verdad no te importa que me quede?
– ¿Tengo elección?
– No -rió ella de nuevo.
– Pero sigue sin ser buena idea, Katie. No quiero que acabes desilusionada y herida.
– ¿Por qué siempre tienes que verlo todo tan negro?
Nick la miraba, pensando en lo frágil y delicada que era a pesar de la decisión que había en sus ojos.
– Porque la vida es así, Katie.
– No siempre. Imagínate que esta noche hubiera aquí un empresario cenando y nos hubiera visto bailar a Mac y a mí. Podría firmarnos un contrato.
– Eso pasa en las películas, no en la vida real.
– Pero podría ser. ¿No te das cuenta de que eso es lo maravilloso? Podría ocurrir cualquier cosa. Hay que creer en ello porque si no, la vida no tendría sentido -explicó ella, convencida-. ¿De qué te ríes?
– Estaba pensando que eres una cría.
– Me sigues viendo como una niña, pero soy una mujer.
– Sí, es verdad. Una mujer que mide nada más y nada menos que un metro sesenta -bromeó él.
– Para mí es suficiente -rió ella-. Soy una mujer, Nick. Sé lo que quiero y quiero creer que lo voy a conseguir o… -Katie dejó la frase en suspenso, como si estuviera enfrentándose a una visión interior.
– ¿O qué? ¿Qué harás si no consigues lo que quieres?
– Lo conseguiré. No he trabajado y rezado durante tanto tiempo para nada.
– ¿Bailar es tan importante para ti?
– ¿Bailar? Ah, claro, bailar.
– ¿No estábamos hablando de eso?
– Sí… sí, claro.
– Espero que consigas todo lo que quieres, Katie -dijo él con ternura.
– Lo haré. Tengo que hacerlo -replicó ella con una determinación que lo dejó sorprendido.
– Intenta que no te hagan daño -insistió él-. Yo sé lo que es desear algo con todas tus fuerzas y no conseguirlo.
– Te refieres a Isobel, ¿verdad?
– Sí.
– Pero no la conseguiste porque ella no era para ti. Nick, no deberías seguir enamorado de ella.
– No puedo evitar que siga dentro de mi corazón. Creo que siempre estará ahí. Bueno, vamos a volver con los demás.
Cuando volvieron a la mesa, Katie no se sentó.
– Voy un momento al lavabo -dijo, sin mirarlo.
– Quiero hablar contigo -dijo Nick, mirando a Derek-. ¿Sabes lo que has hecho? Katie está decidida a volver a bailar.
– ¿Y eso es culpa mía?
– Tú le presentaste a ese Mac.
– Katie tiene la cabeza en su sitio, Nick. La he llevado a mi oficina y parece conocer los ordenadores perfectamente. Creo que ha estudiado informática antes de ponerse a bailar.
– Me alegro -dijo Nick, mirando alrededor-. ¿Dónde está Lilian?
– Parece que se ha esfumado.
Katie estaba retocando sus labios frente al espejo cuando Lilian entró en el cuarto de baño.
– Me sorprende que no estés descansando -sonrió, sentándose en uno de los elegantes sillones.
– Podría estar bailando toda la noche.
– La verdad es que no te pareces nada a la descripción que Nick me había hecho de ti.
– ¿Y qué te había dicho? -preguntó Katie sin mirarla.
– En realidad, nada. Ahora que te conozco, veo que eres encantadora.
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