Ahora venía lo más difícil. Ashley tomó aire. -Cuando me besaste sentí algo -se detuvo, avergonzada.
Kam se movió, incómodo.
– Ashley, tienes treinta años. ¿Tengo que explicarte la naturaleza de la atracción heterosexual?
– Esa es la cuestión. Cuando Wesley me besó no sentí absolutamente nada. Fue como besar una almohada.
– Has dicho que estabas mentalizada en caso de que eso pasara.
– Eso creía. Pero cuando pasó, me entró el pánico. Me di cuenta de que no podía casarme con Wesley. Incluso pensé que el problema era mío. Pero cuando me besaste esta mañana…
– ¿SÍ? -la animó él.
– Creo que deberías besarme de nuevo -dijo ella, quedamente.
Kam iba a encontrar difícil rechazar esa proposición.
– ¿Por qué? -preguntó.
– Para que pueda comprobar…
Kam rió. Si Ashley quería confirmar si se excitaba besándole, él, por su parte, ya sabía la respuesta.
– ¿Quieres que te bese para estudiar la respuesta de tu líbido? -dijo, socarrón.
– Así es -dijo ella, dubitativa.
– Ashley…
– Sólo una vez -dijo ella, señalándose los labios-. Aquí. Para que pueda comprobarlo.
Aunque no había dicho qué quería comprobar, Kam lo intuía. Era una situación absurda que debía concluir en aquel mismo momento. Sin embargo, no consiguió moverse y se encontró volviéndose hacia ella, con el corazón latiéndole aceleradamente.
Sus labios tocaron los de ella levemente, en una rápida caricia. Su intención era detener el beso ahí, pero en cuanto sus bocas se encontraron, Ashley sintió la aceleración y la fuerza que había sentido por la mañana, y, abrazándose a él, le exigió más.
Kam no pudo evitar responder. Con una mano le cogió por la barbilla y la atrajó hacia sí. La otra la hundió en su cabello, sujetando su cabeza con firmeza.
Era una sensación maravillosa. Ashley creyó navegar en un sueño, volar. Kam la sujetaba protector.
Ashley sintió que podía abrirse a la inconsciencia y dejar que él se ocupara de ella. Con su lengua trató de alcanzar el fondo de la boca de Kam, y él respondió saliendo a su encuentro. Ashley nunca pensó que aquel calor húmedo pudiera resultarle tan imprescindible.
Kam se movía con una lentitud casi dolorosa. Ashley se apretaba contra él, ansiando cada vez más. Sentía un fuego abrasarla, bajándole desde el cuello hasta el pecho. Sólo deseaba seguir así un poco más.
Kam se apartó de ella y la contempló, a la vez que ella le acariciaba la mejilla.
– Gracias -dijo Ashley, con la respiración entrecortada.
Kam no necesitó preguntarle si había sentido algo porque ya lo sabía. El había percibido su inmediata reacción y supo que Ashley no tenía ningún problema. Todo estaba dicho.
– Será mejor que entremos a cenar -dijo, bruscamente, a la vez que se sentaba lo más lejos posible de ella-. Está haciéndose tarde
– De acuerdo -respondió ella, esforzándose por reprimir la risa que se agolpaba en su garganta. Kam era un ser especial y, lo supiera o no, aquel beso marcaría para siempre un hito en la vida de Ashley. Era la primera vez que deseaba a un hombre.
Había tenido varias relaciones íntimas, pero ninguna había sido particularmente satisfactoria. Nunca había estado enamorada. Eran tan sólo compañeros de una aventura que para ella no tenía mayor interés. Nunca antes había sentido la aceleración del deseo.
Miró a Kam y sonrió. Se alegraba de haber entrado en su casa y haberlo conocido. Ahora sabía que rn a un mago.
Entraron en la cocina y prepararon una gran ens,ilada que apenas probaron. Kam le contó anécdolas (le casos divertidos del pasado y ella le habló de cuentos de niños. Ambos pusieron especial cuidado ru no tocarse.
Mientras, Ashley no dejaba de pensar en el beso, tratando de convencerse a sí misma de que no tenía ninguna importancia, excepto la de haberle demos¡ nado que era una mujer normal. Sin embargo, algo Ir decía que era mucho más relevante que eso.
– Esta noche tú duermes en la cama -dijo Kam al acabar de fregar.
– No -dijo ella, sacudiendo la cabeza-. El sofá es inuy cómodo. La cama es tuya.
Kam la miró, receloso.
– Si es tan cómodo ¿Por qué no te quedaste en él?
– ¿Tienes miedo de que vaya a hacerte una visita esta noche? -bromeó ella.
Kam nunca lo hubiera admitido, pero así era.
Después de veinte minutos de discusión, acordaron dormir tal y como Kam había sugerido.
Ashley se arrebujó en el sofá mucho más tranquila que la noche anterior. Se sentía una mujer distinta a la atemorizada y temblorosa criatura de la noche anterior, y estaba segura de que dormiría de un tirón, sin verse asaltada por terrores nocturnos.
Al cabo de cuatro horas, sin embargo, se encontró con los ojos abiertos. La noche era silenciosa. La luna estaba en lo alto e iluminaba todo con un resplandor plateado. Ashley se quedó inmóvil, contemplando las sombras que se proyectaban contra la pared.
Estaba segura de que no volvería a dormirse. Estaba demasiado tensa y alerta. Por dentro comenzaba a invadirla la misma sensación que la noche anterior. No era ni miedo ni angustia, sino más bien una ansiedad que se resistía a abandonarla. La necesidad de ser confortada era tan intensa que la sentía como un dolor físico.
– Juro no ir a molestarle -dijo, en voz alta.
Sintió un dolor en el pecho. Recordó el beso de Kam, cómo había acariciado al gato, lo atractivo que estaba cuando un mechón de pelo negro le caía sobre los ojos verdes, y un gemido anhelante se escapó de su garganta.
No lo haré, no lo haré, se repitió insistentemente.
Cerró los ojos con fuerza, tratando de conciliar el sueño. Contó ovejas. Intentó relajar una por una todas las partes de su cuerpo. Se levantó e hizo flexiones hasta casi perder la respiración. Volvió a la cama y siguió contemplando la noche con los ojos abiertos de par en par.
– No lo haré -gimió, dándose por vencida.
Se sentía estúpida, pero sabía que no podía resistirlo más. Lo único que podía hacer era tratar de que él no se enterara nunca. Al fin y al cabo, la noche anterior había conseguido meterse en su cama sin despertarlo. Ahora tendría que hacer lo mismo y marcharse en cuanto amaneciera.
Se levantó y se dirigió hacia el vestíbulo sigilosamente. Su corazón latía con fuerza. La puerta de Kam estaba abierta. Ashley se escabulló dentro como una sombra y lo contempló. Dormía profundamente. Estaba echado de costado, con un brazo colgando fuera de la cama y el cabello revuelto.
Miraba hacía afuera, ocupando sólo la mitad de la cuna.
La situación era idónea. Ashley tan sólo debía Icncr cuidado. Contuvo la respiración y se metió en la cama, quedándose totalmente inmóvil. Su corazón latía aceleradamente.
Kam siguió durmiendo. Poco a poco Ashley se I'iie relajando. Sus labios esbozaron una sonrisa. Los párpados se le cerraron y el sueño comenzó a invadirla. Estaba a punto de caer profundamente dormida cuando estiró una pierna y un calambre la despertó. Se incorporó rápidamente y se agarró los (lodos del pie, a la vez que reprimía un grito de dolor. Se masajeó la pantorrilla con fuerza, pero no consiguió librarse del calambre.
A pesar de todo, siguió sin hacer un sólo ruido. Se retorcía de dolor y se movía, pero no gritaba.
Aun así, despertó a Kam. Éste se incorporó repentinamente, tratando de ver en la oscuridad. Se levantó de la cama y miró atónito a Ashley.
– ¿Qué demonios…?
– Mi pierna -gritó Ashley, golpeándosela al mismo tiempo.
Kam se dio cuenta de inmediato de lo que ocurría.
– Relájate -dijo, cogiéndole la pierna y masajeandola.
– Lo estoy intentando -gimió ella.
Kam trabajó el músculo con sus fuertes dedos y poco a poco el dolor fue disminuyendo, hasta pasársele por completo.
– Necesitas potasio -dijo Kam, con la frialdad de un médico-. Come plátanos.
– De acuerdo -dijo ella, suavemente-. Lo que tu digas, doctor.
Movió la pierna para comprobar que estaba curada.
– Ya está bien -{lijo-. Gracias.
– De nada -respondió él, sarcástico-. Supongo que ya puedes volver al sofá.
Ashley titubeó, volviéndose hacia él con dignidad.
– ¿Tengo que volver?
Kam dudó. No deseaba otra cosa que tener a Ashley aquella noche, pero no quería tentara la suerte. Adoptando una actitud fría, respondió.
– Es lo mejor.
Ashley sonrió seductoramente y no se movió. -Prometo ser buena -dijo.
Kam alargó la mano y le acarició el cabello.
– Pero yo no puedo prometer lo mismo -dijo, bruscamente. Una sombra nubló su mirada. Ashley sacudió la cabeza.
– No necesito promesas -dijo, dulcemente-. La vida es puro azar -entrelazó sus dedos con los de él-. Kam, déjame quedarme. No puedo dormir sola.
Kam, el hombre de hierro, se estaba derritiendo, pero aún hizo un último esfuerzo por resistirse.
– Ashley, no puedo darte lo que tú deseas -dijo, tenso-. No se me dan bien los abrazos y las caricias. Nunca he sido bueno consolando a otros.
– No necesito nada de eso. Sólo necesito estar cerca de alguien. Prometo no molestarte.
– Si es así, quédate en ese lado de la cama -dijo, dándose por vencido, y odiándose por ello. Desenlazó su mano de la de Ashley y volvió a la posición en que dormía.
– Gracias -dijo ella, suspirando aliviada-. Ahora podré dormir. No te preoupes por mí.
– De acuerdo -masculló él, sarcástico.
– No haré ni un ruido. No necesito mimos. Sólo quiero que estés a mi lado.
Kam no contestó. Ashley sólo veía su espalda, así quc no sabía si dormía ya o si la estaba escuchando.
A pesar de lo que decía, Ashley quería más que su mera compañía. Se preguntó si siempre sería igual con las mujeres. De ser así, se dijo, debía tener una vida amorosa muy solitaria. De pronto recordó el nombre de la única mujer de la que le había hablado.
– ¿Nunca consolaste a Ellen? -en cuanto las palabras salieron de su boca, Ashley se arrepintió de haberlas pronunciado. Sintió a Kam ponerse tenso a su lado. Ella misma se ruborizó, recriminándose su falta de tacto.
– Lo siento, no debía haber dicho eso -se disculpó.
– Duérmete -susurró él.
El hecho de que no pareciera enfadado animó a Ashley. Se quedó quieta y disfrutó de estar junto a Kam. Pasó el timepo y se le cerraron los ojos. Estaba a punto de quedarse dormida cuando Kam se giró. Ashley abrió los ojos y le miró.
– No estás dormido -dijo, acusadora.
Kam se volvió para mirarla en la oscuridad.
– Ya lo sé.
Ashley se incorporó sobre un codo.
– ¿Qué ocurre? -preguntó.
– No lo sé. Algo me impide relajarme.
– ¿Qué?
Kam rió brevemente.
– Tú.
Ashley rió a su vez.
– No seas mentiroso. Lo úico que te pasa es que estás tenso. Te voy a dar un masaje de espalda.
Kam iba a discutir, pero antes de que pudiera hacerlo, Ashley le estaba masajeando con sus pequeñas manos, provocándole un bienestar inmediato. Tenía unas manos maravillosas.
Kam cerró los ojos y le dejó continuar. Ashley conseguía relajar cada uno de sus músculos y él no quería que aquel masaje acabara nunca.
Al cabo de un rato notó que Ashley se cansaba y se dio la vuelta, de manera que su pecho quedó donde antes estaba su espalda.
– Gracias -susurró, a la vez que la atraía hacia sí para besarla.
Ashley le besó y en unos instantes se aferraba a él, para girar juntos en un único movimiento. Kam tenía la mente en blanco. La atrajo con fuerza hacia sí y la acarició por debajo de la camisa, maravillándose de su piel de terciopelo. Ashley se arqueó y la camisa quedó abierta. Kam se agachó y tomó entre sus labios el pezón que había quedado descubierto. Un temblor recorrió el cuerpo de Ashley, y Kam sintió el suyo tensarse, como la lava convirtiéndose en roca.
Ashley gimió, con un sonido casi animal. Entrelazó sus piernas alrededor del cuerpo de Kam y se pegó aún más a él. Ansiaba sentir la magia que sólo él era capaz de conjurar en ella.
De pronto, Kam se apartó. Ashley le contempló atónita.
– ¿Qué ocurre? -preguntó soñolienta, ansiando sentir sus cuerpos en contacto-. ¿Dónde vas?
Kam miró hacia atrás y sacudió la cabeza. Se re‹ i imninaba haberse comportado como un hombre de las cavernas, dispuesto a aprovecharse de ella. Pero al mirarla, se dio cuenta de que esa no era la situación. No quería aprovecharse de ella, sino hacer el amor con ella, y eso era todavía más peligroso.
– Me voy a dar una ducha fría -dijo, levantándose para ir al baño-. Una ducha muy fría. Si fuera posible, me metería en un baño de hielo.
El agua fría no sólo apaciguó su libido, sino que le trajo pensamientos que no quería olvidar.
Ellen había muerto hacía cinco años. Años en los que se había dedicado a trabajar y a resolver un caso tras otro. Estaba ansioso por cambiar de actitud y librarse de parte de esa responsabilidad.
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