– Murió en un accidente de navegación. Él se siente culpable. Desde entonces no ha tenido una relación seria con ninguna mujer -sonrió-. Al menos hasta ahora.
Se levantó precipitadamente y cogió el album.
– Tengo que marcharme. Voy a llevarle sushi al tío Reggie. Sigue sentado en el acantilado, esperando a su sirena.
Ashley frunció el ceño.
– ¿Qué? -preguntó.
Con un gesto de la mano, Shawnee indicó que no tenía importancia.
– Ya te lo explicaré. Por el momento, acuérdate de que te he hecho una oferta de trabajo. Llámame siempre que lo desees.
Ashley la acompañó hasta la puerta.
– Lo recordaré, Shawnee -le echó los brazos alrededor del cuello y la abrazó-. Gracias por todo. Especialmente, por ser mi amiga.
Shawnee la abrazó a su vez, emocionada.
– Cuenta siempre conmigo -dijo, separándose de ella y dándole una palmada en la espalda. Se volvió y se dirigió al coche, silbando una alegre melodía.
Kam volvió al poco tiempo de marcharse su hermana, con expresión circunspecta. Encontró a Ashley fregando los paltos, y se apoyó contra un mueble, junto a ella, decidido a hacerla partícipe de sus preocupaciones.
– Tenemos que hablar seriamente -dijo, solemne.
Ashley le miró y volvió a concentrarse en el fregado.
– ¿Sobre qué?
– Sobre el hecho de que hicimos el amor sin protección.
Ashley le miró fijamente y trató de sonreír.
– Yo me sentí muy protegida.
– Sabes a qué me refiero: no usamos nada.
Ashley no estaba segura de querer mantener aquella conversación. Había sido todo tan maravilloso que en aquel momento no quería pensar en la necesidad de usar un método anticonceptivo, preferentemente un preservativo. Quería aferrarse a la calidez de la mañana que habían compartido, y guardarla para siempre.
– Yo creía que los jóvenes conquistadores como tú siempre tenían esas cosas a mano -bromeó, ocultando sus sentimientos reales.
– Mis días de conquista se acabaron hace tiempo. Ashley le miró a los ojos.
– ¿Antes de Ellen? -dijo.
– Así es -asintió él.
Ashley le tomó la mano y lo miró fijamente.
– ¿La amabas mucho? -preguntó, temiendo la respuesta pero sintiendo la necesidad de oírla.
Al mirar a Ashley, Kam se preguntó si realmente había amado a Ellen. En su momento pensó que así era, pero Ashley le estaba descubriendo sentimientos para él desconocidos hasta entonces.
– Creímos estar enamorados -dijo, esquivando la respuesta.
– Shawnee dice que tú te sientes culpable.
Kam asintió. No le gustaba la idea de que Shawnee hubiera estado comentando su vida con Ashley.
– Tal vez tenga razón -dijo-. Lo cierto es que yo tuve la culpa.
Ashley le miró, compasiva.
– Pero si murió en un accidente de navegación ¿Cómo puedes ser tú culpable?
Kam parecía torturado por el recuerdo. -Porque la dejé marchar.
– Pero…
– Estaba enfadado con ella. Le había prometido llevarla a navegar, pero, llegado el momento, decidí quedarme a trabajar. Era muy temperamental y se enfadaba con rapidez. Nos peleamos y se marchó sola. Yo sabía que era peligroso, pero la dejé ir.
Ashley estaba de frente a él, sujetándole las manos. No sabía qué decir.
– ¿Estaríais casados si no hubiera tenido el accidente? -preguntó.
Kam reflexionó un instante.
– No lo sé. Lo dudo -sacudió la cabeza y la miró-. Eres una curiosa. ¿Por qué quieres saber todo eso?
Ashley sacudió los hombros.
– Quiero saberlo todo sobre ti -dijo-. Desde el aspecto que tenías de bebé hasta cuál es tu cena favorita.
Kam la besó.
– Has esquivado el tema -se quejó.
– ¿Qué tema?
– El riesgo que hemos corrido hoy. Tenemos que hablar del hecho de que no usáramos protección.
– Ah, sí -Ashley se encogió de hombros-. No te preocupes.
Kam estaba desconcertado.
– Pero voy a preocuparme. Si pasa cualquier cosa, quiero que me llames de inmediato. Te ayudaré. Es mi responsabilidad.
Ashley le miró y apartó la mirada.
«Responsabilidad» era la única cuestión en la que Kam parecía interesado. Ella no quería ser una carga o un deber para él. Quería ser diversión: un día en el parque, globos de colores y algodón de azucar. Todo lo que él quería saber era el precio de la entrada y si había facilidades de aparcamiento.
Algo de lo que había dicho Kam la preocupaba más en aquel momento.
– Has dicho que te llamara -dijo-. ¿Dónde piensas estar?
Kam la miró, sorprendido de que Ashley preguntara lo que era obvio.
– En Honolulu. Es donde vivo.
– Lo sé -dijo Ashley, pensando que prefería olvidarlo-. ¿Cuándo vas a irte?
Kam apretó las manos de Ashley. -Tengo que volver mañana.
Un cuchillo atravesó el corazón de Ashley, pero sonrió valientemente.
– ¿Dónde iré yo?
Se lo perguntaba a sí misma, no a él, pero fue él quien respondió.
– ¿Por qué no te quedas aquí?
Ashley miró a su alrededor, como si no hubiera pensado en esa posibilidad en ningún momento.
– ¿Aquí?
– Puedes quedarte tanto tiempo como quieras. Yo apenas vengo una vez al mes. Una asistenta viene a limpiar y a comprar comida, y un jardinero se ocupa del jardín.
Aquello era muy parecido al sueño que había imaginado Ashley hacía un rato, pero faltaba la presencia de Kam los fines de semana. Tal vez no era una idea tan buena.
– No lo sé -dijo, lentamente-. Tendré que pensar en otra solución.
Quizá ni tan siquiera hiciera falta, pensó Ashley. Probablemente al día siguiente para esas horas estaría de vuelta con su familia. La vida era así.
Kam adivinó sus pensamientos.
– No vas a volver, Ashley -dijo, con firmeza-. Vas a enfrentarte a ellos.
Ashley forzó una sonrisa.
– Es más fácil decirlo que hacerlo -susurró-. Ya veremos.
A los pocos minutos, Ashley los oyó llegar. La tensión la dominó y su corazón comenzó a latir con violencia. Corrió a la ventana para observarlos. Eric se aproximaba a la casa y su madre le seguía a unos pasos de distancia, cansada por el esfuerzo. Ashley sintió la misma mezcla de odio y amor que siempre sentía al verla.
Ansió poder huir y no volver nunca más. Pero Kam tenía razón al insistir en que se enfrentara a la situación con dignidad.
– 4. Reuniendo el valor necesario, salió al porche.
– ¡Hola! -saludó, animada.
Eric estaba ya junto a la casa. Geraldine algo más atrás.
– ¡Al fin te encontramos! -exclamó Eric al verla-. Tenías que estar aquí -se detuvo y la contempló, poniendo las manos en las caderas.
– ¿Te importa decirle a tu madre por qué huiste? Está volviéndome loco con sus acusaciones. Cree que soy el culpable. Dile que yo no te ayudé.
Ashley observó a su madre aproximándose con dificultad hacia la casa. Siempre le pasaba lo mismo. O se sentía como una niña, o como si ella misma fuera una madre impaciente. Pero se sintiera como se sintiera, siempre amaba a su madre. Era imposible no hacerlo.
– Eric no tiene nada que ver con esto, madre -gritó-. Lo hice yo sola.
Geraldine se detuvó y se secó el sudor de la frente. Era una mujer madura y atractiva.
Kam salió al porche en ese momento y pensó que si era cierto el dicho de que las hijas se asemejaban a las madres, a Ashley le quedaban años de belleza por delante.
– No me lo creo -respondió Geraldine-. No puedo creer que seas capaz de hacer esto a tu madre.
– No es a ti a quien se lo hice -le recordó Ashley, obligándose a rechazar el pánico que la invadía siempre que pensaba haber defraudado a sus padres-. Se lo hice a Wesley y a sus padres, y siento decírtelo, pero si la boda fuera hoy, haría lo mismo.
Su madre miró hacia arriba, poniendo los ojos en blanco.
– Ha sido espantoso -continuó, como si Ashley no hubiera dicho nada-. No pueden entender cómo nos has podido hacer esto.
Ashley hubiera deseado taparse los oídos, encogerse en una bola y ahuyentar toda crítica. Era doloroso. Le recordaba una infancia que prefería no revivir. Se volvió y miró a Kam en busca de apoyo. Éste se aproximó a ella y la tomó por el brazo.
– Señora Carrington, soy Kam Caine y ésta es mi casa -dijo, pausadamente-. ¿Por qué no pasan y se sientan?
Geraldine le miró.
– ¿Por qué no? -dijo, aceptando la invitación, a la vez que le miraba preguntándose qué papel jugaba él en todo aquello.
Entraron. Geraldine y Eric se sentaron en el sofá. Kam y Ashley, en sillas separadas, frente a ellos. Geraldine continuó como si no hubiera habido interrupción alguna.
– Ha sido espantoso, Ashley. No sé qué decir a Jane Butler. Siempre hemos sido grandes amigas, pero cuando una hija deja plantada al hijo de su amiga, la amistad se resiente. Me da vergüenza mirarle a la cara. Había organizado una fiesta ayer para presentarme a todos sus amigos y todos me miraron como si fuera un bicho raro. Nadie se atrevió a preguntarme por qué mi hija había hecho una cosa así, pero todos lo pensaban.
Ashley sonrió nerviosa y se echó el cabello para atrás.
– ¿Por qué no cancelasteis la fiesta? -preguntó.
Geraldine parpadeó sorprendida.
– ¡Pero si estaba organizada desde hace semanas! -exclamó-. Todo el mundo estaba invitado. ¿Cómo Íbamos a cancelarla?
Ashley miró a Kam con complicidad.
– Madre -dijo-. Cuando ocurre una catástrofe natural, o si alguien huye de su boda, las cosas se pueden cancelar en el último momento.
Geraldine desechó esa idea con un gesto de la mano.
– Nadie haría eso -insistió-. Además, todo salió muy bien. Lo único molesto fueron esas insistentes miradas.
Ashley tuvo que reprimir una carcajada. A Eric le dió un ataque de tos y Kam lo condujo a la cocina para darle un vaso de agua. Geraldine se echó hacia delante para hacer una confidencia a Ashley.
– Las cosas no van nada bien -susurró.
– ¿De verdad? -respondió Ashley, indiferente, todavía reprimiendo la risa-. Me extraña.
– Pensé que era perfecto, pero tal vez pido demasiado -se apoyó en el respaldo y se abanicó con una revista, aún acalorada por el esfuerzo de llegar hasta la casa-. Es una pena. Al principio era muy cariñoso.
Ashley dejó escapar un suspiro y miró a su madre con compasión.
– Tal vez deberías elegir un hombre mayor -comenzó.
– Ashley, querida -interrumpió su madre, como si hablara con alguien incapaz de comprender-. ¿No te has dado cuenta de que casi todos los hombres maduros prefieren mujeres jóvenes? ¿Acaso crees que si conociera a un hombre maduro, con el que pudiera hablar y que me comprendiera, lo dejaría escapar? Lo que ocurre es que todos quieren muñecas. Fíjate en tu padre -sus ojos azules brillaban llenos de indignación-. Si los hombres mayores consiguen mujeres jóvenes por dinero, y yo lo tengo, ¿por qué no he de tener hombres jóvenes?
Ashley se inclinó hacia ella y le cogió las manos.
– Porque no estás a gusto -dijo Ashley con dulzura.
Geraldine echó la cabeza hacia atrás.
– Eso no es del todo cierto. A veces me divierte que la gente gire la cabeza al vernos -estrechó la mano de Ashley, aceptando el apoyo que ésta le prestaba-. Además, hay actos sociales en los que hay que llevar acompañante y Eric es muy apropiado para eso.
De pronto la abandonó su actitud segura y sus ojos se llenaron de la vulnerabilidad que realmente sentía.
– Por eso quiero verte casada y feliz, querida, para que no tengas que pasar por lo que yo paso.
Ashley sintió un nudo en la garganta y miró a su madre con ojos amorosos.
– Madre, eres una mujer hermosa. Además eres lista y tienes una curiosidad intelectual y una calidez que apenas has potenciado. Me gustaría que te valoraras más. Lo mereces -respiró hondo-. No necesitas a Eric.
Geraldine la sorprendió no enfadándose, si no suspirando y asintiendo.
– Sé que tienes razón. Tengo que tomar una determinación -sonrió temblorosa y atrajo a Ashley para que se sentara junto a ella-. ¡Oh, Ashley! -musitó, abrazándola-. Siempre me siento mucho mejor después de hablar contigo.
Kam las observaba desde la puerta. Había escuchado gran parte de la conversación y estaba sorprendido. Había esperado ver a Ashley convertida en una niña acobardada frente a su madre, pero lo que había presenciado no tenía nada que ver con eso. Era obvio que las relaciones familiares eran más complejas de lo que había asumido.
Eric lo apartó para entrar en el salón.
– ¿Habéis aclarado las cosas? -preguntó. Ellas seguían abrazadas-. Veo que sí. ¿Vas a volver con nosotros, Ashley? ¿Recojo tus cosas?
– Vete, Eric -ordenó Geraldine-. Apenas hemos empezado la conversación.
– Pero yo tengo una cita para jugar al tenis a las dos -protestó él-. No quiero llegar tarde. ¿No podéis daros prisa?
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