Geraldine le cogió la mano como se la habría cogido a un hijo.

– Esto requiere su tiempo, Eric. Tendrás que tener paciencia.

Se oyó un ruido en el exterior, seguido de la entrada de un hombre maduro. Detrás iba una joven mujer voluptuosa y sexy. El hombre vestía pantalones cortos blancos y polo negro. Era elegante y atractivo.

– Así que estáis aquí -dijo, al ver a Geraldine y a Eric.

– Calla, Henry -dijo Geraldine-. Pareces como un personaje de una novela del siglo diecinueve.

– Y tú te comportas como si lo fueras -respondió Henry, sarcástico-. ¡Pobrecita, siempre con una tragedia en el pasado y un plan descabellado para el futuro -miró a Eric con desaprobación-. ¿Qué vas a hacer ahora, vivir en una choza en la playa y pescar en los arrecifes de coral?

Geraldine le miró furibunda.

– Si Eric y yo deciciéramos vivir así, tú no tendrías derecho a opinar.

De pronto, Henry vio a Ashley. Se precipitó hacia ella y la estrechó con fuerza entre sus brazos.

– Aquí está mi niña, mi pequeño ángel -sujetándola aún, echó la cabeza hacia atrás y la contempló con expresión triste-. ¿Qué has hecho, mi pequeña?

– Papá -empezó Ashley, a la vez que trataba de librarse de su abrazo.

– ¿Cómo has podido hacerlo? -continuó su padre, adoptando tono de conferenciante-. ¡Pobre Wesley, está destrozado! ¡Es un alma en pena!

– ¿De verdad? -preguntó Ashley incrédula, pues no podía imaginarse a Wesley en aquel estado.

– Bueno…-intervino Christina, que acostumbraba a llevar la contraria a Henry-. Tu padre exagera. Wesley actúa de forma peculiar, pero yo no diría que esté sufriendo.

Probablemente Christina era incapaz de concebir que un hombre sufriera por una mujer que no fuera ella.

– Hubo una gran excitación al principio. Cuando se dio cuenta de que realmente te habías marchado recorrió la casa rompiendo tus fotografías, después tiró tu ropa por la ventana. Despidió al guardés por no haberte detenido y estuvo a punto de despedir a la criada, pero su madre no le dejó -al reír le entró hipo-. Fue muy divertido, de verdad.

Ashley frunció el ceño.

– Por lo que dices, estaba más furioso que triste.

– Sí -intervino Eric, riendo a su vez-. Parecía más un chico con un bate de béisbol que un novio con el corazón destrozado.

– Eric -le reprendió Geraldine-. Eso no es verdad.


– Déjale hablar -dijo Ashley, sonriendo con tristeza-. Es sincero y esta familia necesita un poco más de honestidad -los miró de uno en uno-. ¿No estáis de acuerdo?

Todos guardaron silencio. Su madre le cogió la mano y le sonrió con ternura.

– Ahora todo ha acabado. Estoy segura de que has tomado la decisión correcta y estás preparada para volver y hacer lo que más te conviene, ¿verdad?

Ashley liberó su mano y miró a Kam con expresión desesperada.

– Todavía no lo hemos hablado -dijo, débilmente.

– Ya tendremos tiempo de hablar cuando volvamos al hotel. ¿No quieres tomar un té en la piscina?

Luego podemos llamar a los Butler y reconciliarnos. Ashley se miró las manos y guardó silencio.

– Primero iremos a nuestro hotel. Tienes que lavarte y ponerte algo más presentable -miró el vestido con cara de espanto-. Luego, llamaremos a los Butler -continuó Geraldine.

– No -dlijo Ashley, suavemente. Todos se volvieron a mirarla, sin dar crédito a lo que oían.

– Y les diremos que quieres disculparte -siguió Geraldine.

– No -repitió Ashley, con más determinación.

Su madre se quedó callada un instante. Luego continuó, señalando a Ashley con un dedo amonestador.

– Claro que vas a volver. Pasarás el resto de tu vida con Wesley y todo irá bien.

Ashley siguió con la atención fija en sus propias manos, sacudiendo la cabeza. Los demás se miraron entre sí. Por fin, intervino su padre.

– Los demás id a daros una vuelta -dijo con firmeza-. Yo me ocuparé de esto.

Geraldine se levantó.

– Es milagroso. Me alegro de que a estas alturas hayas decidido asumir tu responsabilidad como padre -cogió a Eric del brazo y salieron.

– Yo no me voy -anunció Christina-. Pero necesito beber agua. No habléis de nada importante hasta que vuelva-añadió, saliendo de la habitación.

Henry se sentó junto a Ashley y le pasó un brazo por los hombros.

– Quiero hablar contigo sobre Wesley, pero tengo que librarme de Christina -dijo.

Kam se dio por aludido y salió para entretener a Christina un rato.

– Lo siento, papá, pero ¿no crees que es demasiado joven? -dijo Ashley.

Henry comenzó a decirle que no cambiara de tema, pero al mirar en los ojos de Ashley, calló. -Tienes razón -admitió, con tristeza-. La verdad es que se pasa el día hablando de que quiere ser modelo y de cosas que no me interesan nada. Ashley sonrió, dándole una palmada en la mano. -Eso tiene solución -dijo, quedamente.

Henry, inmerso en sus propios pensamientos, pareció no haberla oído.

– El otro día le dije que cuando era pequeño no teníamos televisión en casa -comentó Henry-. Y me dijo que sería porque la electricidad no se habría inventado todavía -se reclinó sobre los almohadones como si estuviera agotado de tratar de entenderse con su novia-. ¿Cómo se puede ser tan ignorante?

Ashley rió.

– Lo sé, lo sé. Es una monada, pero tengo que dejarla -añadió su padre.

Ashley le miró sorprendida.

– ¿Es así de sencillo? -preguntó?

– No. Se pega como una lapa.

Ashley recapacitó.

– Tengo una idea -dijo-. Consíguele un tabajo de modelo en Los Angeles. Estará encantada, y una vez esté situada, ella misma te dejará.

Henry frunció el ceño.

– ¿Crees que funcionará?

Ashley sonrió desmayadamente, deseando que todos los problemas pudieran solucionarse tan fácilmente.

– Te lo garantizo -dijo.

Henry se animó, la atrajo hacia sí y soltó una carcajada.

– Eres un genio. Voy a seguir tu consejo.

Kam había sido testigo de gran parte de la conversación desde la puerta, y una vez más comprobaba que Ashley no era una marioneta manejada por su familia. Nada parecía ser lo que aparentaba.

Christina volvió de la cocina.

– Me dijiste que volverías para enseñarme a comer semillas de papaya -dijo, dirigiéndose a Kam-. A mí me saben fatal.

– Lo siento -sonrió Kam-. Tal vez era una papaya macho. Hay que fijarse.

Christina le miró suspicaz, pero cuando estaba a punto de decir algo, aparecieron Eric y Geraldine.

– ¿Cómo van las cosas? -preguntó Geraldine.

– ¿Qué? -preguntó Henry, con gesto culpable, dándose cuenta de que no le había dicho una palabra a su hija sobre Wesley-. No nos habéis dado suficiente tiempo -se excusó.

Geraldine le ignoró.

– Seguro que te pusiste a hablar de otra cosa, como siempre. No tenemos todo el día -se sentó junto a Ashley y le cogió la mano, exgiéndole que le prestara atención.

– Cariño, tienes que volver con Wesley, eso es todo. Sabes que tu padre tiene negocios con la familia Butler y tu actuación no va a ser beneficiosa. Él ya no es joven y no podría volver a empezar. No puedes hacerle esto. Al fin y al cabo, es el único padre que tienes.

Ashley la miró, soprendida de que hiciera aquella defensa de su padre. Henry también la miraba sin comprender.

– Geraldine, no sabía que eso te preocupara -dijo él, dulcemente.

– Claro que sí -dijo ella, cortante-. Me preocupa lo que te pase. Al fin y al cabo, hubo un tiempo en que estuve enamorada de ti.

– Pero llevamos veinte años divorciados -comentó Henry, con ojos brillantes.

Geraldine continuó, acentuando los aspectos prácticos de la situación.

– Tu padre siempre te ha ayudado y ahora necesita tu apoyo.

Todos miraron a Ashley, expectantes.

– No -susurró ella.

– ¿Qué dices? -exclamó su madre, indignada.Ashley levantó la barbilla.

– No -repitió más alto-. No, no y no. No volveré, no puedo.

– ¿Qué es lo que no puedes hacer?

– Volver con Wesley. No le amo, ni tan siquiera me gusta y no puedo casarme con él. -Eso es imposible.

– Lo siento, no puedo.

Hubo una conmoción general. Kam decidió que era el momento de intervenir.

– Ya habéis oído -dijo, cruzando los brazos sobre (I pecho-. Se queda aquí.

Geraldine le miró de arriba abajo, como si le viera por primera vez.

– ¿Tú qué tienes que ver en esto? -preguntó, arrogante.

– Te voy a decir una cosa -respondió Kam, mirándola fijamente-. Os he observado desde que haréis llegado y creo que a ninguno os importa Ashley de verdad. Sólo os preocupáis de vosotros mismos y de vuestros intereses.

Kam calló un instante, mirándolos detenidamente.

– Ese es mi papel aquí -continuó-. Ocuparme de Ashley.

– ¿La dejarías marchar si quisiera? -preguntó llenry.

Kam le miró fijamente.

– Por supuesto. Esa es decisión suya.

Después de varios comentarios entrecortados y cierta indecisión, los visitantes se fueron. Kam y Ashley se quedaron a solas.

– Ahora qué -preguntó Kam, mirándola con ternura.

Ashley le miró con ojos brillantes.

– :Ahora qué? -interrogó a su vez-. No tengo ni idea -se aproximó a él, sintiéndose vulnerable-. Abrázame, por favor, Kam -suplicó.


Ashley y Kam bajaron al pueblo y comieron en un restaurante italiano donde conocían a Kam desde pequeño. El dueño tocó el acordeón para ellos y las camareras cantaron melodías románticas y arias de ópera. Bebieron vino blanco y comieron en mesas con manteles de cuadros y velas. Ashley no recordaba haber pasado un rato tan delicioso en toda su vida. Nunca había visto reír a Kam tanto. Contaba chistes y se divertía con las locuras que ella le contaba.

– ¿Sabes cómo me siento? -preguntó Ashley, cuando volvían hacia la casa bajo una luna tropical-. Como si estuviéramos en una película sobre la Segunda Guerra Mundial, tú tuvieras que partir al frente en una misión peligrosa y ésta fuera nuestra última noche juntos.

Kam la atrajo hacia sí y la miró intensamente.

– Ashley, nunca he conocido a nadie como tú -dijo. El corazón le latía con fuerza-. Eres muy especial para mí.

– Lo mismo digo -dijo ella, besándole y preguntándose si aquel sentimiento era el estar enamorada.

Llevaba un vestido de gasa blanco con los hombros descubiertos. Ashley lo había encontrado entre las cosas que Shawnee le había comprado. Cuando se lo había probado para enseñárselo a Kam, éste la había mirado aprobadoramente y no había podido resistirse a besarla. De vuelta a casa, se detuvieron en una tienda abierta para comprar provisiones.

– No vamos a hacer el amor más sin protección -había dicho Kam.

Pero hicieron otra vez el amor. Y otra. Y lo siguieron haciendo cuando el día despuntaba. Al fin y al cabo, tal vez era su última noche juntos.


Volver a la mansión de los Butler no fue fácil, pero Ashley entró en ella con la cabeza alta, saludó a los mayores y fue directa al despacho de Wesley.

Éste estaba sentado en su escritorio. La miró con hostilidad.

– Wesley -dijo Ashley, con firmeza-. He venido a decirte que lo siento.

Wesley la miró fijamente. Su rostro no reflejaba emoción alguna.

Capítulo Nueve

– Tengo que ir a ver a Wesley.

Kam la miró desde el otro lado de la mesa y guardó silencio.

Ashley sonrió tímidamente.

– Sabes que tengo que hacerlo.

Kam asintió con la cabeza. Estaba contento de que Ashley hubiese tomado esa decisión. Cuanto más la conocía más se daba cuenta de lo lejos de la realidad que estaba la primera impresión que tuvo de ella como una mujer superficial e irresponsable.

– Te acompañaré -dijo-. Te esperaré fuera por si acaso.

Ella sonrió, agradecida.

– Gracias -extendió el brazo y le cogió la mano-. Me alegro de haber asaltado tu casa.

– Yo también -dijo él.

– Pedir perdón no es suficiente -dijo, lentamente.

– Ya lo sé. Hice algo espantoso de lo que me arrepentiré siempre, y no sé como compensarte.

Wesley se acomodó en el asiento y la miró con los ojos entrecerrados.

– Cásate conmigo -dijo, fríamente. Ashley le miró soprendida.

– Wesley, no puedo casarme contigo. Es tan imposible como el día que me escapé.

Wesley se echó hacia delante y entrecruzó las manos sobre el escritorio.

– Eso es lo que me molesta. ¿Por qué no puedes concebir casarte conmigo?.

Ashley se humedeció los labios. -Esa no es la cuestión -dijo.

– Entonces ¿Cuál lo es? -exigió él-. ¿Tienes idea de lo que me has hecho? No puedo dormir. No hago más que preguntarme qué te repugna tanto de mí.

– Wesley -protestó Ashley, sintiéndose culpable-. No sé que decir.

– Ya lo sé -la miró enfadado-. Al fin y al cabo, tampoco yo quería casarme contigo, per al menos no huí en el último minuto dejándote plantada ante el altar, con todo el mundo mirándote.