La Fuga De La Novia

Capítulo Uno

Asaltar una casa deshabitada era algo que nunca había hecho.

Ashley rió en alto, se tapó la boca con la mano y miró a su alrededor. Su risa había adquirido un tono fantasmagórico en la oscuridad de la habitación.

No le procupaba que la oyeran puesto que los vecinos más proximos, tal y como había constatado tras una semana de detenida observación, vivían lejos y la casa siempre estaba vacía. Todo ello era una ventaja puesto que de otra manera tendría que buscar refugio en una cueva y la idea no la seducía en absoluto.

– Con lo frías que son las cuevas -se dijo a media voz, a la vez que se adentraba en la casa-. Además siempre son húmedas.

También el vestido de novia que llevaba puesto estaba frío y húmedo. Se le había mojado en su carrera por las proximidades de la bahía, y se le había rasgado al engancharse cuando trepaba a la ventana por la que entró en la casa. Tenía que cambiarse de ropa.

Entró en la alcoba y se puso a buscar.

– Tan solo necesito tomar algo prestado -susurró, a la vez que rebuscaba en los cajones-. Prometo devolverlo todo limpio y planchado.

Desgraciadamente, el vestuario que encontró correspondía a un hombre soltero y de buen gusto, y no hubo manera de encontrar unos sencillos vaqueros y una camiseta. Al fin decidió ponerse una camisa de manga larga que le llegaba hasta las rodillas, y dejó el traje de novia tirado en el suelo.

Satisfecha con el cambio de ropa, se disponía a inspeccionar la casa cuando el reflejo de una luz intensa y el sonido violento de un trueno la paralizaron. Por fin estallaba la tormenta que había amenazado durante todo el día. Un escalofrío le recorrió la espalda.

Menos mal que no soy supersticiosa. Si no, me tomaría la lluvia como un mal presagio, pensó.

La verdad era que las cosas ya le habían ido suficientemente mal aquel día. Una risa histérica se agolpó en su garganta, pero Ashley consiguió controlarla y continuar explorando su escondite.

La exploración no le llevó mucho tiempo. Se traba de una típica casa de playa, abierta y aireada. Había dos dormitorios al fondo y un salón que se abría a una terraza con vistas a la bahía. A pesar de que estaba a poca distancia del lugar donde aún la estarían esperando para celebrar su boda con Wesley, Ashley estaba segura de que nunca la encontrarían en aquella casa. Nadie pensaría en buscarla allí.

¿Sería una imprudencia encender la luz? Corría el riesgo de que algún vecino se diera cuenta, pero no podía pasarse el resto de la noche sentada en el suelo esperando en la oscuridad a que se hiciera de día. Decidió encender la luz del pasillo y se sintió mejor de inmediato. Sin embargo su bienestar duró poco, ya que un nuevo rayo seguido de su correspondiente trueno se llevaron consigo la luz que había encendido con tanto cuidado.

Ashley reprimió un gemido. De nuevo se veían luces en el exterior, pero esta vez no provenían de un rayo, si no que pertenecían a un coche que se aproximaba a la casa.

Ashley no podía creerlo. Había observado aquella casa a lo largo de la última semana en cada uno de sus solitarios paseos por la playa y estaba segura de que allí no vivía nadie. ¿Por qué tenía la mala suerte de que su dueño decidiera volver precisamente el día en que ella la necesitaba tan desesperadamente?

Una sombra pasó por la ventana y a continuación se oyó el ruido de llaves en la cerradura. No había tiempo que perder. Ashley giró sobre sí misma buscando un lugar en el que esconderse. Se dirigió corriendo a uno de los dormitorios y se metió en el armario, escondiéndose entre la ropa colgada y cerrando tras de sí la puerta corredera. Dejó una ranura por la que observar lo que ocurría y se pegó a la pared. El corazón le latía con fuerza.

El sonido de las pisadas hizo pensar a Ashley que se trataba de un hombre, tal como le confirmó una imprecación de aquél al descubrir que la luz no funcionaba. Ashley oyó el ruido de la maleta al ser depositada en el suelo. A continuación las pisadas se alejaron hacia la cocina.

No sabía si debía aprovechar aquella oportunidad para salir del armario y huir. La idea de pasar la noche que debía haber sido su noche de bodas en la cárcel, la horrorizaba. Pero tampoco la seducía la idea de salir vestida con una camisa y tener que buscar un refugio para protegerse de la lluvia.

¿Qué demonios podía hacer? Debía haber organizado el plan mejor. Pero su vida parecía estar gobernada por la falta de planes. A veces se preguntaba si la gente tendría razón cuando le decía que era demasiado audaz.

Tuvieran o no razón, Ashley tenía que tratar de resolver la situación en la que se encontraba. Comenzó a abrir la puerta del armario cuando una luz vacilante la paró en seco. El hombre había encendido una vela y se dirigía de nuevo a la habitación.

Tal vez si se quedaba muy quieta y no respiraba…, pensó Ashley. Pero en ese preciso momento sus ojos se fijaron en el traje de novia tirado en el suelo. Estaba segura de que él también lo vería.

– Qué hace esto aquí -exclamó él en ese preciso instante.

Lo había visto. Ashley se pegó aun más contra la pared, mordiéndose el labio y tratando de no respirar. Por la ranura de la puerta veía también la ventana por la que había entrado y que había dejado abierta. El se dirigió hacia allí, levantó la vela y se asomó al exterior.

Ashley aprovechó la oportunidad para abrir la puerta con sumo cuidado y salir del armario. Tenía que salir lo antes posible. Sentía llevarse la camisa pero, al fin y al cabo, ella le dejaba un traje de novia a cambio.

Llegó a la puerta a toda velocidad, asió el picaporte y lo giró, pero la puerta no se abrió. Dándose la vuelta, se apoyó contra la puerta y trató de ver la habitación en la oscuridad. Respiraba con dificultad. El hombre seguía en la habitación. La única salida que le quedaba era la puerta de la cocina, y hacia ella se encaminó, rezando por que él no decidiera salir al pasillo justo cuando ella pasaba junto a la habitación.

Kam Caine estaba pasando un mal día, o, mejor dicho, había tenido un mal mes, una año deplorable y una vida más bien regular. Al menos así lo sentía en aquel momento. Estaba agotado. Había ido a la casa de la playa para pasar el fin de semana, en busca de un poco de paz y tranquilidad, con la esperanza de recuperar parte de su equilibrio emocional, y, con un poco de suerte, también su sonrisa.

Necesitaba dormir cuarenta y ocho horas, levantarse para darse un baño en la bahía y tomar una copa echado en la arena. Lo último que necesitaba era una tormenta tropical y un intruso en su casa.

El que la ventana siguiera abierta le pareció una mala señal. Fuera quien fuera quien había dejado aquella pila de ropa en el suelo, aún se encontraba en la casa.

Creyó oír un ruido y se volvió con gesto enfadado, pero el sonido de la lluvia sobre el tejado le impidió estar seguro.

Se aproximó a la ropa del suelo y le acercó la vela. Entre el tacto y lo que consiguió ver se dio cuenta de que se trataba de un traje de novia.

De pronto se dio cuenta de que, cuando había entrado en la habitación, la puerta del armario estaba medio abierta. Obviamente, había alguien en la casa, y ese alguien se había quitado el traje de novia o tenía pensado ponérselo.

En ese momento Kam creyó adivinar lo que ocurría.

– ¡Maldito Michael! -masculló entre dientes-. Esto no tiene ninguna gracia.

Estaba seguro de que éste era un plan de su hermano. Mitchell se pasaba la vida tratando de conseguirle una mujer. Ahora Kam se arrepentía de haberle dicho que vendría a la casa de la playa en Big Island a pasar el fin de semana y descansar tras un caso particularmente difícil que acababa de resolver en Honolulu. Le había dicho a Mitchell que necesitaba unos días de paz y tranquilidad, pero era obvio que Mitch había decidido proporcionar compañía femenina a su hermano mayor. Ahora Kam tenía que librarse de aquella mujer para poder quedarse tranquilo. El problema era descubrir dónde estaba, y Kam no estaba de humor para jugar al ratón y al gato.

Comenzó la búsqueda por el salón. El parpadeo de la vela proyectaba sombras en todos los rincones y Kam creía ver figuras por todas partes. Se detuvo para tratar de escuchar, pero el sonido de la lluvia hubiera ahogado cualquier ruido. Retornó al vestíbulo y echó una ojeada en la cocina. Un impulso repentino le llevó de nuevo a la habitación donde estaba el traje de novia y donde la ventana aún seguía abierta. En el momento en que estraba en el dormitorio vio una sombra entrar precipitadamente en el armario. Kam levantó la vela para ver mejor.

– ¡Quieta ahí! Te he visto.

La sombra no se movió. Kam, irritado, metió la mano en el armario y asió con fuerza lo que obviamente era e4 brazo de una mujer, tirando de ella hacia fuera.

A primera vista le pareció una raterilla, con el cabello rubio encrespado enmarcando un rostro de ojos azules y mirada desafiante. Por un instante, le hizo pensar a Kam en esos personajes de las novelas victorianas que se desarrollan en Londres, a los que caballeros de alta alcurnia se ocupan de lavar y educar.

– Tócame otra vez y llamo a la policía -dijo Ashley, a la vez que se soltaba de la mano de Kam.

Kam la miró, sorprendido por su actitud impertinente.

Que tú vas a llamar a la policía? ¿De quién te crees que es esta casa?

– Tu sabrás -respondió ella, elevando la barbilla on gesto desafiante-. ¿Cómo voy yo a saber si la Gasa te pertenece o no? Podrías haber entrado en ella para protegerte de la tormenta.

Kam frunció el ceño. Aquella mujer tenía carácter y lo demostraba tratando de ponerle a él a la defensiva.

– Al menos admitirás que no te pertenece a ti.

– No pienso admitir nada -respondió Ashley.

– Por supuesto que no. Los ladrones nunca admiten nada.

Ashley sintió un escalofrío que trató de ocultar. Sabía perfectamente que iba a ser difícil salir de aquella situación. Él tenía todas las de ganar.

– No soy una ladrona.

– ¿Ah, no? -respondió Kam, sin poder evitar una leve sonrisa-. ¿Cómo te describirías?

– Como una… visita -balbuceó Ashley, satisfecha de haber dado con esa palabra.

– Estoy de acuerdo contigo -dijo él-. Aunque reconocerás que no has sido invitada.

Al ver que aquel hombre no iba a hacerle daño, Ashley fue perdiendo parte de su arrogancia.

– No voy a entrar en una discusión sobre ese punto -dijo, evasiva-. ¿Es o no es ésta tu casa?

– Sí, es mi casa -respondió él.

Por tanto, cabía la posibilidad de que llamara a la policía, pensó Ashley.

– En pequeña y confortable -dijo, para ganar tiempo.

Kam elevó una ceja y respondió, sarcástico.

– A mí me gusta. Tal vez tú estés acostumbrada a sitios más lujosos.

Ashley le dirigió una rápida mirada, preguntándose qué le habría hecho adivinarlo, y asintió con la cabeza.

– Así es -dijo-. Pero es cierto que es muy agradable.

Kam sintió deseos de reír pero se contuvo. Le costaba creer que aquella intrusa tuviera el valor de mostrarse tan displicente con la casa. Ello confirmaba el hecho de que no era una ladrona, si no un regalo de su hermano, que Kam pensaba devolver en aquel mismo instante.

– Escucha -dijo, bruscamente-. ¿Cuánto te paga? Ashley le miró, sorprendida.

– ¿Qué?

– Sea lo que sea, yo te pagaré el doble para que te vayas.

Ashley le miraba sin salir de su asombro. Aquello la libraba de la policía, de las esposas y los grilletes.

– Te aseguro que no tienes que pagarme para librarte de mí. Me iré encantada -dijo.

– De acuerdo. Puedes irte en seguida -dijo él, apoyándose contra la pared con los brazos cruzados.

– Ahora mismo me voy -dijo Ashley, dirigiéndose hacia la puerta.

De pronto, recordó que fuera diluviaba y que no tenía dónde ir, y su paso se hizo menos decidido. -Espera un segundo.

Ashley se volvió con gesto inquisitivo. En la penumbra, el hombre parecía ser alto, su gesto era severo y su mirada penetrante y profunda. -¿No es esa mi camisa? -continuó Kam. Ashley miró hacia abajo.

– Así es -dijo, retirándose el pelo de la cara y mirándole de soslayo-. ¿Te importa dejármela? Kam frunció el ceño.

– ¿Acaso no tienes otra cosa que ponerte? -preguntó.

Ashley se encogió de hombros y sonrió por primera vez. Su rostro se iluminó.

– Tan sólo un traje de novia muy estropeado -dijo, sacudiendo la cabeza en un gesto de desamparo.

Su sonrisa no pasó desapercibida a Kam, pero estaba acostumbrado a resistirse.

– ¿Viniste vestida así desde el aeropuerto? -preguntó, a la vez que daba un leve puntapié al traje.

Ashley lo observó, con la cabeza inclinada hacia un lado. El parecía creer saber quién era Ashley y por qué estaba allí, pero ella no tenía ni idea de qué le estaba diciendo.