Entonces Kam se separó de ella, se pasó el dorso de la mano por la boca y contempló a Ashley.
– No puedo creer que me haya dejado llevar -murmuró.
Ashley sonrió. Un deliciosa sensación de letargo ralentizaba sus movimientos.
– Ni yo haberlo provocado -susurró, a su vez.
Kam fue a decir algo pero se detuvo. Había pasado justo lo que quería haber evitado. Ya era bastante problema tener una mujer en casa como para además empezar a hacer aquellas estupideces. Estaba decidido a no volver a intimar con una mujer. No debía olvidarlo.
Ashley observó la mirada preocupada de Kam. Era obvio que estaba disgustado y ella no podía explicarse la causa. Deseó decirle que no se preocupara, que el beso no tenía mayor importancia. Al fin y al cabo esa era la verdad. Había sido uno de esos maravillosos momentos imposibles de evitar. Aunque su corazón seguía latiendo con fuerza, Ashley se reafirmó en la idea de que no había tenido importancia.
– Te tomas la vida demasiado en serio -comentó, dulcemente-. No te preocupes, no ha sido nada.
– ¿Nada? -sus ojos se ensombrecieron al percibir un tono compasivo en Ashley-. Supongo que tampoco fue nada tu compromiso de boda -añadió, hablando lentamente-. Un día estás a punto de casarte y al siguiente estás dispuesta a seducir a otro. ¿Por eso me dices que me tomo la vida demasiado en serio?
Ashley enrojeció de rabia, separándose de él dolida y en actitud defensiva.
– No he tratado de seducirte. Tan sólo nos hemos dado un beso. No hace falta que vayamos a juicio por ello.
Kam echó la cabeza hacia atrás, mirándola con severidad.
– No lo vuelvas a hacer.
Ashley no cabía en sí de sorpresa e indignación.
– Lo haré siempre que quiera y con quien quiera -la mirada recriminadora de Kam consiguió aumentar su enfado-. Ocúpate de la virtud de otra persona. De la mía ya me ocupo yo, gracias.
Kam se encogió de hombros.
– De eso estoy seguro -dijo, secamente.
Al volverse tropezó con el vestido de novia que seguía tirado en el suelo. Se agachó a recogerlo.
– Será mejor que lo cuelgues -dijo, sujetándolo en alto-. Estoy seguro de que querrás usarlo pronto.
– ¿Pronto? -Ashley frunció el ceño-. No lo creo. No quiero saber nada de los hombres.
Tal y como le ocurría siempre, el enfado se le había pasado con rapidez. Se encogió de hombros y trató de sonreír.
– Como te ha pasado a ti con la mujeres. Tal vez pudieras darme un cursillo sobre cómo eliminar al sexo opuesto de tu vida.
Kam, manteniendo una expresión fría y cínica, dejó el vestido en el respaldo de una silla.
– No es más que cuestión de tiempo -dijo-. Volverás.
Ashley se quedó desconcertada. No daba crédito a lo que oía.
– ¿Qué has dicho? -exigió, mirando a Kam a los ojos, con los suyos abiertos de par en par.
– Sabes perfectamente que volverás. Es el hombre perfecto para ti: rico, elegante…
– Arrogante, mandón, indiscreto. Tienes razón.
– Me encantan los hombres así -interrumpió Ashley. -¿Acaso no sabías todo eso cuando le aceptaste? Ashley se sentó en la cama.
– Si quieres que sea sincera, no lo sabía. Siempre que le había visto había sido un perfecto caballero. Cuando nos visitó en La Jolla lo pasamos en grande -el recuerdo la hizo sonreír-. Nadamos, jugamos al billar, bailamos hasta el amanecer. Era una persona distinta a la que me encontré cuando vine a Hawaii.
Kam, con los brazos cruzados, se apoyó en la jamba de la puerta.
– Lo que quieres decir es que no le amas.
Lo dijo como si hubiera encontrado un fallo en la explicación que Ashley le daba.
– Nunca le amé -dijo Ashley con un tono firme y seguro.
Kam la miró sorprendido.
– ¿Por qué ibas a casarte con él?
A Ashley le asombró su falta de imaginación. -Porque seguía soltera a los treinta años.
La expresión de Kam se relajó. Al fin creía entender los hechos.
– Veo que eres una astuta embaucadora.
Era obvio para Ashley que seguía sin entender. Suspiró hondo.
– Te equivocas. Intenta pensar en términos emocionales, no de lógica. No tengo nada de embaucadora.
– ¿Qué querías, su dinero?
– Te equivocas -respondió Ashley, soltando una breve carcajada. Tener más dinero era lo último que deseaba-. Sigues sin entender.
Ashley empezaba a pensar que no valía la pena tratar de explicarse si Kam iba a seguir creyendo lo que quisiera. Aun así, decidió hacer un último esfuerzo para hacerle comprender.
– Pensé que había llegado el momento. Deseaba formar una familia, las circunstancias eran adecuadas… -su voz se hizo apenas audible y se encogió de hombros.
Kam la contempló sin saber qué creer. Para él todo resultaba demasiado ilógico. No entendía cómo Ashley podía haber pensado en casarse con un hombre al que no amaba. Supuestamente las mujeres eran seres románticos y sin embargo, ésta hablaba del deseo de formar una familia dado que las circunstancias eran apropiadas. Kam sentía que le faltaban las claves para comprenderla.
– ¿No has estado nunca enamorada? -preguntó.
Ashley, sorprendida por la pregunta, titubeó. Sacudió la cabeza.
– No -dijo, dulcemente, a la vez que buscaba la mirada de Kam-. Creo que no. ¿Tú?
La expresión de Kam se nubló una vez más. -No estamos hablando de mí, si no de ti -dijo, mirándola fijamente-. ¿Dices en serio que nunca has estado enamorada?
Ashley asintió en silencio. Nunca lo había admitido antes. Llegado un momento había asumido que era incapaz de amar. De no ser así, pensaba que ya habría estado enamorada.
Le gustaba la gente y siempre había tenido numerosos amigos de ambos sexos. Pero nunca había sentido ese algo especial sobre el que leía en los libros o veía en las películas.
Sin embargo, y aunque hubiera deseado sentirlo, nunca le había dedicado demasiado tiempo a ese pensamiento. Era difícil echar de menos algo que no conocía, y se había convencido de que la vida era más tranquila sin mezclarse en asuntos amorosos.
– Nunca he estado enamorada -admitió-. Por eso me decidí por alguien que fuera compatible. Sinceramente pensé que Wesley y yo eramos perfectos el uno para el otro. Fuimos a los mismos colegios, teníamos amigos comunes, nuestras familias se conocían de siempre. Pensé que encajábamos a la perfección.
Kam la miraba impasible.
– Parece razonable -dijo.
– Pero no tenía suficiente información -continuó ella-. Debía haber sabido entonces lo que sé ahora. Kam emitió un sonido indefinido, a la vez que se separaba de la puerta.
– Déjate de historias, Ashley -dijo-. Estás jugando un juego desde el momento que te escapaste de la iglesia. Todo el mundo estará desconcertado, incluido Wesley. ¿No crees que ya es hora de volver y recoger tu recompensa?
Ashley le miró fijamente. No estaba segura de entender.
– ¿Recompensa? -repitió.
– El escándolo que planeaste -Kam sonreía con arrogancia-. Ahora eres el centro de atención. Hasta Wesley hará lo que sea por contentarte.
Ashley no podía creer que alguien pudiera pensar algo así de ella. Kam había sido antipático y poco cordial, pero además estaba decidido a pensar mal de ella, dijera lo que dijera.
En aquellas condiciones, no podía quedarse en la casa. Hubiera deseado pasar allí un par de días, pero era imposible después de aquello. Su autoestima le exigía marcharse.
– Se acabó -dijo, levantándose de la cama y retirándose el cabello hacia atrás-. Me marcho -pasó unto a él y se dirigió hacia la puerta de salida. -Espera -dijo él, sin creer que fuera a marcharse.
– Me voy -insistió Ashley, volviéndose hacia él desde la puerta-. No pongas esa expresión de suficiencia. Pertenece a otro siglo, querido. Adiós.
Abrió la puerta y salió al porche. Kam la siguió, sonriendo aún, convencido de que Ashley no cumpliría su amenaza.
– ¿Qué vas a hacer? -preguntó, arqueando una ceja-. ¿Tienes dinero? Ashley volvió la cabeza.
– No lo necesito -dijo, mintiendo con decisión.
La risa suficiente de Kam la indignó.
– No tienes ni dinero ni un sitio al que ir -dijo Kam.
Ashley lo miró con ojos furiosos. Nunca había estado tan enfadada.
– No se preocupe usted de mí. Tengo recursos-dijo.
– ¿Qué recursos?
– Están todos aquí -dijo ella, señalándose la cabeza.
– Estoy seguro -dijo él, sonriendo.
– No necesito que tú me ayudes.
Kam sacudió la cabeza, tratando de reprimir una sonrisa.
– Ashley, será mejor que te quedes hasta que decidas volver. Una mujer como tú…
– ¿Una mujer como yo? interrumpió ella. Todo lo que Kam decía empeoraba las cosas. Levantó los brazos hacia él en un ademán retador-. ¿Qué sabes tú de mi? Presupones cosas que llegas a creer. Debes ser un gran abogado.
Se volvió y continuó su marcha. Kam la contempló alejarse hacia la playa. El sol iluminaba su rubio cabello. Parecía tener una aureola.
Kam quiso seguirla y convencerla de que volviera. ¿Cómo iba a arreglárselas sin dinero? ¿Dormiría en la playa? O tal vez, pensó, alguno de sus amigos ricos la ayudaría. Era mejor así. Mejor para él.
– De buena te has librado -dijo, en voz audible.
Se sentía libre. Podía hacerse una limonada y echarse en la playa a beberla. Tomar el sol y relajarse. A eso había ido y por fin podía hacerlo.
Entró en la casa silbando. Recordó que no tenía limones y optó por una cerveza. Al ir a cogerla, se le cayó en el mismo pie que se había golpeado la noche anterior en la oscuridad. Maldiciendo, recogió la lata y al abrirla la espuma saltó y lo empapó.
– Este no es mi día -se dijo, sacudiéndose la espuma de la cerveza. De hecho, pensó, hacía tiempo que no tenía un buen día. Pero al menos estaba sólo, que era lo que realmente deseaba.
Capítulo Cinco
Ashley se alejó por el camino pensando en los insultos que podría dedicar a Kam. Estaba furiosa con él.
El tono de superioridad que había empleado y la falta de respeto que le había mostrado la habían dejado atónita. La habían acusado siempre de ser superficial, pero nunca de ser un pequeño monstruo manipulador.
A medida que reflexionaba, sin embargo, comenzaba a encontrarle una explicación. Al fin y al cabo, pensó, lo único que Kam sabía de ella era que había entrado en su casa, se había puesto a llorar por la noche y se había metido en su cama sin haber sido invitada. También sabía que había huído de su boda. No era de extrañar que Kam pensara que no era más que una tonta impulsiva.
– Pero yo no soy así -exclamó, y la ira volvió a recorrer sus venas. Kam no tenía derecho a hablarle ni a pensar de aquella manera. No estaba dispuesta a soportarlo.
El problema era qué hacer a continuación. A pesar de lo que le había dicho a Kam, lo cierto era que no tenía ni idea de cómo actuar en aquella situación.
Al menos tenía la satisfacción de haber parecido decidida. No pudo sino sonreír al recordar la expresión de Kam al darse cuenta de que realmente se marchaba.
Se alejó de la costa y subió una loma que conducía a la zona que conocía mejor. Desde la cima arrancaban dos caminos. Uno de ellos llevaba a la entrada privada del club de campo King's Way, donde se alojaban sus padres, cada uno con su respectivo amante. Había cenado allí con Wesley y con ellos hacía tres noches.
Si se decidía a ir al club volvería a territorio familiar. El portero la dejaría entrar y usar el teléfono para llamar a su madre, a su padre o a Wesley, y su escapada habría terminado. Volvería al lujo y a la buena vida a la que estaba acostumbrada.
Miró los parterres de cesped limpiamente cortado y las canchas de tenis y se sintió tentada. Tan sólo hacía falta que se decidiera a llamar.
Pero esa decisión convertiría su fuga en la rabieta de la niña caprichosa que Kam creía que era. No estaba dispuesta a comportarse como un niño que, echándose un atillo al hombro, se escapa de casa para volver en cuanto siente los primeros síntomas de hambre.
Se volvió hacia el otro camino. Conducía a la carretera que llevaba hacia el oceano y al pequeño pueblo de la costa, con sus tiendas de recuerdos y restaurantes de comida rápida. Ashley no había ido nunca allí. No era el tipo de sitio que frecuentaban Wesley y su familia. Ellos hacían sus compras en un gran centro comercial en el interior. El pueblo era para los que viajaban con ofertas de agencias de viajes. Ashley se preguntó que encontraría allí y decidió ir a comprobarlo.
El día de Kam no había mejorado con la llegada de la tarde. La playa había estado repleta de niños ruidosos que le habían impedido descansar. El libro que leía era aburrido y la radio no tenía pilas. La cañería del baño y del fregadero se habían atascado. El descanso de Kam se estaba convirtiendo en un constante trabajo.
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