Estaba haciendo esas reflexiones, cuando oyó la puerta de la entrada y se volvió, convencido de que se encontraría con Ashley. En su lugar apareció Shawnee, avanzando como si fuera la dueña de la casa.

– ¿No llamas nunca antes de entrar? -preguntó Kam.

– Soy de la familia -dijo ella, sorprendida-. Si quieres llamaré antes de entrar.

– Podías llamar avisando que venías -masculló Kam. Sin embargo, se alegraba de verla. Empezaba a sentirse solo.

– ¿Dónde está? -preguntó Shawnee, mirando de un lado a otro como si pensara que Ashley podía estar escondida en alguna parte.

– ¿Quién? -preguntó Kam, aun sabiendo a quién se refería.

Shawnee le fulminó con la mirada.

– La joven que entretenías esta mañana en tu cama.

Kam hizo una mueca. No iba a entrar a dar explicaciones.

– Se ha marchado -dijo, malhumorado.

– ¿Se ha ido?

Kam asintió con la cabeza, dejándose caer en un sillón.

Shawnee se sentó en una silla frente a él.

– ¿Por qué la dejaste marchar? -preguntó.

Kam la miró fijamente. Estaba decidido a no discutir el asunto.

– No la quería aquí.

Shawnee le miró con incredulidad, pero evitó hacer ningún comentario.

– ¿De dónde había salido? -preguntó, a cambio.

Kam sonrió forzadamente y echó la cabeza hacia atrás, no sabiendo por dónde empezar. Al final se decidió por el principio. La verdad no haría daño a nadie.

– Asaltó mi casa anoche -dijo, pausadamente-. Entró por la ventana de atrás.

– ¿Qué? -exclamó Shawnee, irguiéndose en el asiento-. ¿Intentaba robar?

– No. Sólo quería un sitio en el que pasar la noche -miró a Shawnee-. Se había fugado de su boda.

Shawnee reflexionó un instante, mordiéndose el labio infeior.

– ¿Antes o después de decir «sí quiero»? Kam sonrió.

– Ella dice que antes -se detuvo antes de continuar-. Iba a casarse con Wesley Butler.

Shawnee se dió una palmada en el muslo y soltó una carcajada.

– Yo habría hecho lo mismo -bromeó.

Los dos rieron, imaginándose al Wesley que habían conocido hacía años. De pronto Shawnee miró a su hermano con ojos inquisitivos.

– ¿Dónde ha ido? -preguntó.

Kam se encogió de hombros, evitando la mirada de su hermana. Lo cierto era que también él deseaba saberlo, aunque sólo fuera por quedarse tranquilo.

– No tengo ni idea.

Shawnee no se quedó satisfecha.

– ¿Qué opciones tenía? ¿Conoce a alguien en la isla? Me dijo que no tenía dinero. Supongo que le diste algo.

Kam tragó saliva y miró en otra dirección.

Shawnee le miró con gesto de espanto.

– ¿Qué va a poder hacer sin dinero en un pueblo turístico como éste?

Kam se pasó la mano por el cabello bruscamente.

– No seas ingenua, Shawnee -masculló-. Habrá vuelto con Wesley. Sólo intentaba ganar tiempo.

Shawnee guardó silencio unos instantes. Después sacudió la cabeza lentamenente.

– No dijo-. La mujer que he visto esta mañana no ha vuelto con Wesley.

Kam la miró sorprendido. Conocía bien a Shawnee y desde su infancia había aprendido a fiarse de sus intuiciones, pues siempre se cumplían. En aquella ocasión, Kam creía que se equivocaba.

– ¿Por qué crees eso?

Shawnee se encogió de hombros. Su mirada de jos verdes destellaba sabiduría.

– Estoy segura. Tratará de salir adelante, aun sin dinero y sin amigos que la ayuden.

Miró a Kam fijamente. A veces le preocupaba la falta de sentimientos que demostraba. Sabía que hacer de él un hombre sensible era prácticamente imposible, pero al menos confiaba en que llegaría a pensar más en los sentimientos y las ideas de los demás.

– ¿Cómo la dejaste marchar de esa manera?

Kam la miró irritado.

– Shawnee, apenas la conozco. Asaltó mi casa. ¿Debía haberle dejado mi coche?

– Por ejemplo -se mordió el labio y fruncio el ceño-. Míralo de esta manera: la dejaste en la nieve y sin dinero. ¿Qué otra cosa podía hacer si no volver con Wesley? Tú la echaste en sus brazos -sus ojos se llenaron de tristeza-. ¿Cómo has podido hacerlo? Es una chica encantadora. Debías haberla ayudado.

Kam empezó a defenderse pero calló. No tenía sentido seguir discutiendo sobre algo de lo que no estaban seguros. Se levantó bruscamente y fijó sus ojos en los de Shawnee.

– Se ha marchado, así que harás mejor olvidando este asunto.

Shawnee se inclinó hacia delante, mirando a Kam, acusadora.

– ¿No te importa?.

Kam levanto los brazos en un gesto de impaciencia.

– ¿Por qué habría de preocuparme? No significa nada para mí.

– Yo pensé que había algo entre vosotros.

Kam dio varios pasos por la habitación. Una vena latía en su sien.

– Te has equivocado.

Shawnee suspiró, sacudiendo la cabeza. -Kammie, Kammie, te voy a dar por perdido -dijo, desesperanzada.

Echándose hacia atrás, Kam elevó el rostro al cielo.

– ¡Aleluya! -exclamó.

– Dices eso -se quejó Shawnee, compungida-. Pero si no tienes cuidado vas a acabar como el primo Reggie, sentado en un acantilado frente al mar, esperando a que llegue la sirena de tus sueños y te coja en sus brazos.

Kam se irguió. Aquel asunto le interesaba. -¿Aún sigue haciéndolo?

Ella asintió.

– Todos los días. Ha enloquecido. No habla con nadie. Apenas come. El único tema que le interesa es su amor perdido. No sabemos qué hacer con él.

– Dejadle en paz -musitó, mirando a un punto indefinido.

Shawnee lo contempló, sacudiendo la cabeza.

– Primero el primo Reggie y ahora tú -murmuró, a la vez que recogía sus cosas para marcharse-. Tal vez haya una tendencia a la locura en la familia.

Kam se despidió de ella sin apenas prestarle atención. Estaba sumido en sus popios pensamientos.

La visita de Shawnee le había puesto de mal humor. Había conseguido empeorarle el día. Estaba medio nublado, la cerveza estaba caliente, el mar no era lo bastante azul. Nada de lo que le rodeaba le satisfacía. Intentó leer, pero no pudo concentrarse. Se paseó por la casa, deteniéndose frente a un espeo que lo reflejó al pasar.

Se miró sin apenas reconocerse. ¿Cuándo había perdido su aspecto juvenil? ¿De dónde salían todas aquellas arrugas? Recordó un tiempo en el que junto a él había una mujer y los dos reían. En aquellos momentos era mucho más joven. La muerte de Ellen le había envejecido como nada podría hacerlo el resto de su vida.

– Vas a tener que ir a buscarla ¿verdad? -dijo a la imagen del espejo.

Conocía la respuesta: no iba a descansar hasta encontrar a Ashley. Tenía que averiguar si había vuelto con Wesley, en cuyo caso podía lavarse las manos, o si deambulaba por ahí en busca de cobijo.

Si así era, Kam le daría dinero. Sólo entonces podría olvidarse de todo aquel asunto.

Convencido de que Ashley habría ido hacia allí, fue directamente al club King's Way. Al fin y al cabo, ese era el tipo de sitios que ella frecuentaba y donde probablemente habría encontrado a algún amigo que pudiera ayudarla. Compró un pase de visitante y entró.

Ashley no estaba en el bar ni en el restaurante. Tampoco en las pistas de tenis. Ni estaba en ninguna parte ni la habían visto los dependientes a los que Kam preguntó.

Aun así, pensó Kam, no había motivo de preocupación, pues lo más seguro era que estuviera ya con Wesley, tal y como él había predicho desde el principio. Estaba haciendo el ridículo buscándola por las calles. Seguro que estaban ya juntos y ella lloraba falsas lágrimas prometiendo no volver a preocuparle nunca más.

Aquella imagen le convenció de la inutilidad de buscarla y le decidió a volver a casa. Estaba seguro de que Ashley sabía cuidar de sí misma.

Sin embargo, al montarse en el coche se acordó del pueblo y pensó en dar una vuelta por él. Lo atravesó lentamente, observando a los turistas pasear de la mano. Aparcó y se acercó hasta la zona de tiendas del paseo marítimo. Había muchas rubias, pero ninguna era Ashley.

Regresaba al coche cuando un silbido le detuvo. Era un joven asomado a la puerta del bar, tratando de llamar la atención de otro.

– Lennie -gritó-. Ven a ver esto. Hay una rubia jugando al billar como una profesional.

Kam se quedó congelado, no dando crédito a la idea que se le pasó por la mente. Ashley había mencionado el billar. Además, era rubia. Pero ambas circunstancias podían ser meras coincidencias. ¿0 tal vez no? Kam no podía imaginarla en un lugar como aquél, jugando con los hombres del pueblo.

Miró a su alrededor y decidió marcharse. El sol del atardecer le cegó. Le dió pereza volver a casa y optó por dar un paseo. Tal vez no fuera una mala idea entrar en el bar y ver al fenómeno rubio jugar al billar.

Entró lentamente, tratando de acostumbrarse a la penumbra y al aire enviciado de tabaco. Olía a asado. La habitación estaba repleta de gente ruidosa y había demasiado humo. Se respiraba una tensión especial en el ambiente.

La mayoría de los clientes eran hombres. Las pocas mujeres que había estaban sentadas en mesas alejadas. Los hombres estaban reunidos alrededor de la mesa de billar, en medio del local. Kam se abrió camino entre los espectadores.

La atracción era, por supuesto, la rubia jugando al billar. Allí estaba, metiendo una bola tras otra, segura y certera, ignorando los comentarios provocativos de los hombres, concentrada cien por cien en el juego.

Kam tragó saliva. Era exactamente lo que temía encontrar. Le sorprendió ver a Ashley sujetando el taco y anunciando el agujero en el que metería la bola, para luego echarse hacía delante y cumplir el recorrido anunciado sin titubeos.

Parecía una persona distinta a la que había estado con él en la casa. Seguía siendo rubia, menuda y vestía el traje que Shawnee le había dado, pero había en ella una determinación nueva.

Ashley se irguió y sonrió a los espectadores que aplaudían.

– Partida acabada -anunció con gesto triunfante, a la vez que cogía el dinero que estaba en la esquina de la mesa y su contrincante se alejaba sacudiendo la cabeza.

– ¿Quién le sigue? -preguntó, animada, mirando a su alrededor.

Estaba acalorada y sus ojos brillaban. Parecía una mujer en la cima del éxito, llena de entusiamo, dispuesta a todo. Kam no pudo evitar sonreír y pensar que estaba muy atractiva.

Su sonrisa se congeló al fijarse en los demás hombres que también la miraban. La mayoría eran inofensivos, pero la mirada de algunos no era sólo de admiración. Kam podía oler el peligro en el aire.

– Yo soy el siguiente -dijo con voz firme, abriéndose paso hasta la mesa.

Ashley se volvió bruscamente y le miró sorpren dida. Se serenó y sonrió cortésmente.

– Encantada -dijo-. ¿Quieres comenzar?

– ¿Qué estás haciendo aquí? -susurró Kam al pa sar junto a ella.

– Ocuparme de mí misma -susurró ella. Luego, en voz alta-. Caballero, elige usted. ¿A qué jugamos?

– A la ruleta rusa -masculló él, ocupando su puesto junto a ella en la mesa y mirándola con expresión retadora-. Debes estar de suerte -murmuró-. Pero hasta las mejores rachas se acaban.

Ashley ignoró el comentario. Le miró indiferente, analizándolo como contrincante. Kam se sintió incómodo. Su plan era ganarle y sacarla de aquel local. Vencer era imprescindible.

Él era bueno jugando al billar. Tenía un estilo natural y elegante, que había desarrollado a lo largo del tiempo. Mientras ponía tiza al taco, contempló la superficie verde de la mesa y miró a Ashley.

Miraba la mesa, relajada, ignorando los silbidos de los espectadores. Estaba concentrada en el juego. Algo en su mirada hizo saber a Kam que podía ganar. Lo llevaba marcado en el rostro.

Aquel juicio se fue confirmando a medida que avanzaba el juego. Adoptaba la postura perfecta para adaptarse a los distintos ángulos de la mesa, sus tiros eran firmes y precisos, y siempre colocaba la bola exactamente donde quería, como un robot bien programado.

Estaba hermosa. Verla jugar era una delicia. Se comportaba como si hubiera nacido para ganar a ese juego, y Kam supo que no tenía posibilidad alguna (le vencer.

– Déjame ganar -le susurró una de de las veces que pasó junto a ella.

Ashley le miró retadora.

– Ni lo sueñes -dijo, con sorna.

Kam la agarró por el brazo y miró fijamente sus enormes ojos azules.

– Ashley, este sitio está lleno de hombres.

Los ojos de Ashley brillaban.

– Lo sé. Los tengo a todos en la palma de la mano -se zafó de Kam y salvó un tiro particularmente difícil.

Kam la siguió, tratando de hacerle comprender la situación.

– Ahora los tienes controlados, pero en cuanto vean un síntoma de debilidad caerán sobre ti.

Ashley rió, apartándolo de sí para hacer el siguiente tiro.

– Vamos, Kam -dijo-. No te pongas melodramático.