Ariel seguía mirando Jackson.

– No tiene importancia. Así yo también podré ocuparme de un par de cosillas -lo miró a los ojos un momento más, como si le diera a entender algo, y luego miró a Katie-. Aún no he visto la cocina.

– ¿Por qué no vais ahora mismo? -preguntó él, preguntándose por qué Ariel se portaba de forma tan extraña. ¿Estaba enfadada por que la hubiera llamado por trabajo? Pero, si no le hubiera interesado el trabajo, lo habría rechazado.

– Claro -dijo Katie-. La cocina está por aquí.

Ariel era una de esas mujeres que fascinaban a los hombres e intimidaban a los hombres sin necesidad de derramar una sola gota de sudor. Katie, en cambio, llevaba sudando cuarenta minutos. No estaba en su mejor momento cuando mostró la cocina a aquella alta y despampanante pelirroja. Por suerte, Ariel no pareció fijarse en ella, así que tampoco tuvo nada que objetarle.

Katie le enseñó las capas de bizcocho recién horneadas y los adornos de la tarda y le presentó a André, su «contacto en la cocina». Luego se dirigió a la máquina de café que había en el vestíbulo. Tras beber el primer sorbo, cerró los ojos e inhaló el aroma del café. Y no porque necesitara la cafeína para sentirse despierta, sino porque aquel ritual la mantenía anclada en un mundo en el que los antiguos patosos como Jackson no le aceleraban el corazón con un solo beso o una sonrisa, ni tenían ex novias semejantes a diosas. Justo cuando creía que tenía posibilidades, se dijo con amargura. Estaba tan segura de que entre ellos había química, de que a Jackson le gustaba de verdad, de que estaba interesado en ella… Y tal vez no se equivocaba, pero era imposible que compitiera con alguien como Ariel. Aunque, de todos modos, no había ninguna competición, claro, pero aun así. ¿No podía haber salido Jackson con alguien un poco más… normal?

Volvió a llenarse el vaso y se dirigió hacia los ascensores. Cuando se abrieron, salió su hermana Courtney. Era todavía temprano, pero Courtney iba encantadoramente vestida con una faldita vaporosa y una camiseta ceñida. Su largo pelo brillaba y su maquillaje era perfecto.

– Katie -parecía sorprendida-. ¿Qué te ha pasado?

– He estado entrenando.

– Tienes un aspecto horrible -entornó los ojos-. ¿Seguro que estás bien? Estás muy colorada.

– Me pasa cuando hago ejercicio -contestó Katie alegremente, e intentó rodear a su hermana, pero las puertas del ascensor se cerraron. Suspirando, volvió a apretar el botón.

– Sé que tienes que entrenar por lo de tu peso, pero no deberías salir así en público. Alex siempre dice… -Courtney se interrumpió y sonrió, tensa-. ¿Has dormido bien?

Katie podría haber insistido en que le contara qué decía Alex. ¿Que no estaba en su mejor momento por la mañana? ¿Que no se despertaba alta y radiante? Pero luego decidió que no le importaba.

– Muy bien -dijo-. ¿Y tú?

En lugar de contestar, su hermana le puso una mano en el brazo.

– Sé que es duro para ti.

¿Dormir? No tanto. La mayoría de las noches le resultaba facilísimo.

– ¿El qué?

– Verme con Alex.

– He tenido casi un año para acostumbrarme.

– Lo sé, pero esto es distinto. Vamos a casarnos. Sé que creías que eras tú quien iba a casarse con él.

– Ya no -le aseguró Katie mientras para sus adentros rezaba por que llegara el ascensor y la rescatara-. Estoy perfectamente.

– Mamá ha tenido que pagarte un acompañante.

Katie contuvo el aliento.

– Jackson no es un gigoló. Nadie le paga -al menos, eso creía-. Es un amigo de la familia -más o menos.

– Aun así -Courtney parecía sentir lástima por ella, lo cual no contribuyó a que Katie se sintiera mejor-. Es tan triste que haya tan pocos chicos que vean más allá de las apariencias… Yo no podría soportarlo. Debes de sentirte muy sola.

«Me quiero morir», pensó Katie. «O podría matar a Courtney». Antes de que pudiera tomar una decisión, llegó el ascensor y prácticamente se arrojó dentro.

Cuando se cerraron las puertas, se prometió a sí misma tomar vino en la comida.

Capítulo 5

Katie se ahuecó los rizos y los roció con laca por tercera vez desde que había empezado a usar el rizador. Mientras no saliera ardiendo, todo iría bien.

La cena de esa noche era para dar oficialmente la bienvenida al resto de los miembros de la familia, que habían llegado ese día, y para festejar a la feliz pareja. Era una cena más bien formal, así que había elegido un vestido de fiesta que le sentaba como un guante. Le había costado más de la cuenta porque se lo habían hecho a mano, pero había valido la pena, pensó mientras dejaba el spray fijador y se volvía para verse por detrás. Con la luz adecuada, y con sus tacones de ocho centímetros, casi podía pasar por alta.

Teniendo en cuenta cómo había empezado el día, se merecía un poco de diversión por la noche. Aunque para ser sincera, tras aquel horrendo comienzo el día había transcurrido razonablemente bien. Había pasado la mañana recibiendo al resto de sus familiares a medida que llegaban. Jackson había estado muy guapo y muy simpático a la hora de la comida. Se habían sentado en una mesa en la que no estaba Courtney, y Ariel había dado señales de vida. Katie estaba dispuesta a considerarlo una victoria.

Salió del cuarto de baño y fue a recoger su bolso. Cuando casi había llegado, llamaron a la puerta. «Jackson», pensó, y el corazón se le aceleró un poco más de lo debido. Justo a tiempo.

Efectivamente, su pareja estaba en la puerta, muy guapo y sexy con un traje oscuro, camisa blanca y corbata gris.

– ¿Voy bien? -preguntó-. He traído un esmoquin.

– Estás fantástico -contestó ella sinceramente, pensando que no había nada mejor que un hombre guapo, puntual y dueño de un esmoquin-. Voy a tener que interponerme entre la tía Tully y tú.

– Te lo agradecería. Aunque en la comida me ha parecido que estaba más interesada en el padre del novio.

– Eso sí que sería un espectáculo -Katie tomó nota de que debía pasarle la información a su madre. Aunque todavía no la había perdonado por la escenita del ascensor. Saber que sus padres tenían vida sexual era una cosa, y tener que oír los detalles, otra bien distinta.

– ¿Qué tal te encuentras? -preguntó él.

Ella comprobó que llevaba la llave de la habitación en el bolsito de pedrería y tiró de la puerta.

– Estoy bien. Contando los días para que esto acabe. ¿Y tú?

– No es mi familia -replicó Jackson-. Aunque he decidido que, cuando me case, quiero una ceremonia sencilla. Y que todo se haga en un día.

– Tienes razón. Esto es un infierno: no se acaba nunca.

Como los invitados eran cada vez más numerosos, la cena iba a celebrarse en una parte del salón de baile pequeño. El sábado tendría lugar allí la ceremonia, después de la cual habría un banquete en el salón de baile grande.

Al acercarse a la fiesta, Katie oyó risas y el tintineo del hielo en las copas. Se preparó mentalmente para pasar una noche entera con su familia al completo. Pero cuando se disponía a entrar en el salón, Jackson la retuvo en el pasillo.

– Quiero que sepas que estás preciosa -le dijo mirándola a los ojos.

Katie veía sus gruesas pestañas, el destello de admiración de su mirada. Aunque siempre había deseado ser más alta, tenía que reconocer que era agradable que un hombre se cerniera sobre ella. Al menos, aquel hombre.

– Gracias -murmuró-. Eres muy bueno.

Él frunció el entrecejo.

– ¿Cómo dices?

– Que eres muy bueno.

Jackson frunció más aún el ceño.

– ¿Te digo que estás preciosa y tú me insultas?

Aunque tenía una expresión feroz, Katie vio que tensaba un poco la boca. Como si intentara no sonreír.

– ¿Cómo es posible? -preguntó, severo-. Me marcho.

Ella reprimió las ganas de reír.

– Espera, Jackson. Lo siento. No eres bueno.

Él siguió con el ceño fruncido.

– La verdad es que eres… -vaciló, y luego bajó la voz- malo. Muy malo. Ya me advirtió mi madre sobre ti.

– Eso está mejor -refunfuñó él-. Conviene que lo recuerdes.

Luego se inclinó para besarla. Katie tensó los músculos, expectante, y contuvo el aliento. Sus labios temblaban de emoción.

– Ah, ahí estás -una voz aguda y trémula hizo que la emoción de Katie se convirtiera en pesadilla-. Katie, tesoro, ven a darme un beso.

Katie se apartó de Jackson y sonrió a la ancianita que se acercaba a ella.

– Nana -dijo, y avanzó hacia ella.

Conteniendo el aliento, ya que por motivos que nadie lograba explicar, Nana Marie siempre olía a pescado, Katie se inclinó y besó su mejilla apergaminada.

– Buena chica. Déjame verte.

Katie se quedó quieta y después, respondiendo a una seña de Nana, dio una vuelta.

– Muy bien. Veo que te mantienes delgada. Nos preocupaba mucho a todos que siguieras siendo gorda. Pero nos has demostrado que estábamos equivocados -Nana Marie miró a Jackson-. ¿Tú quién eres?

– Jackson Kent.

– Jackson, ésta es Nana Marie le dijo Katie-. Es… -sacudió la cabeza-. ¿Cuál es nuestro parentesco, Nana?

– No somos parientes. Yo era amiga de tu abuela -Nana sonrió a Jackson-. ¡Qué guapo eres! Nos alegramos mucho de que Katie tenga por fin novio. Ese Alex… ¡darle esperanzas para luego enamorarse de Courtney! Esa chica tiene la profundidad sentimental de una patata frita. No como nuestra Katie.

Nana le pellizcó la mejilla tan fuerte que a Katie se le saltaron las lágrimas.

– Ahora tienes un hombre. Eso es lo que cuenta. Bueno, ahora tendréis que disculparme: tengo que ir a hacer pipí.

Katie la vio dirigirse hacia los aseos y luego se preguntó si haría bien en darse de cabezazos contra la pared. Aquello le dejaría un moratón, claro, pero al menos así la gente tendría otra cosa de que hablar, aparte de de su peso y su vida amorosa.

– Lo siento -dijo apesadumbrada-. Esto es mucho peor de lo que imaginaba.

Jackson se acercó y le acarició ligeramente la mejilla.

– Eh, que he venido porque he querido. Además, me gusta Nana Marie.

– Espera a que te pellizque la mejilla.

Él se rió y luego se puso serio.

– No te lo tomes a mal, pero tu familia tiene que dejar de juzgarte. Tienes un trabajo estupendo, eres preciosa y sexy. Cuando estés lista, te casarás. Cualquier hombre se sentiría afortunado por casarse contigo. Alex es un idiota por haber preferido a Courtney.

Katie lo miró parpadeando.

– Gracias -musitó.

– De nada -la rodeó con el brazo y la condujo hacia la fiesta-. Pasaremos al lado de Alex y Courtney para que ese pobre diablo vea lo que se está perdiendo.

Nana Marie resultó ser una de las invitadas más llevaderas, pensó Jackson tres horas después, mientras Katie y él bailaban una canción lenta. La familia McCormick era grande, cariñosa y estaba demasiado centrada en los que consideraban defectos de Katie. Cuando no hablaban de su peso, se extrañaban que tuviera pareja. Como si fuera sorprendente.

Jackson no lo entendía. Él era chico, claro, y quizá no fuera muy perspicaz, pero ¿qué le pasaba a aquella gente? Katie era preciosa. Tenía unos ojos preciosos, una piel fantástica y el pelo rubio y brillante, y ésos eran sólo sus atributos más corrientes. Mientras bailaban y se mecían juntos al son de la música, Jackson sentía sus pechos apretados Contra su torso y apoyaba mano sobre la curva de su cadera. No había nada de malo en su figura. Al contrario: su cuerpo le decía que era perfecta. La gente era muy rara, y las familias peores aún. Al menos él estaba allí y podía protegerla.

El aire le llevó una dulce y ligera fragancia floral. Su aroma le hizo pensar en dormitorios en penumbra y sábanas revueltas. Sin pensarlo, condujo a Katie hacia una gran columna que había al borde de la pista de baile. Cuando estuvieron fuera del alcance de la vista de los invitados, se inclinó y la besó. La boca de Katie recibió la suya con una leve presión. Ella entreabrió los labios y sus lenguas se tocaron. Katie sabía a chocolate, a vino y a tentación. Jackson se excitó en cuestión de segundos.

Intentando ser un caballero, mantuvo una ligera distancia entre ellos. O lo intentó. Ella le rodeó el cuello con los brazos y le hizo inclinarse. Cuando rozó su erección, dejó escapar un ruido a medio camino entre un gruñido y un ronroneo. Jackson sintió que su vibración le llegaba hasta la entrepierna.

– No podemos -murmuró ella contra su boca, y luego le mordisqueó el labio-. Sería una pésima idea. Peligrosa, incluso.

Jackson bajó la cabeza y besó su cuello. Mientras lamía su piel por debajo de la oreja, la sintió estremecerse.

– ¿Una pésima idea para quién? -preguntó.

– Para mí. Para los dos. Es sólo un fin de semana, Jackson. Y a mí no me gustan los líos de una noche.