Lo que yo estaba descubriendo acerca de Mellyora parecía no tener fin. Tenía que averiguar más. Tenía que hacerla hablar de Justin.
No aparté mis ojos de la familia Saint Larston, y antes de concluir la ceremonia supe a quién buscaba Johnny. ¡A Hetty Pengaster! Mellyora y Justin… eso era comprensible. ¡Pero Johnny y Hetty Pengaster!
Esa tarde el sol brilló cálidamente para esa época del año, y Mellyora tuvo ganas de salir. Nos pusimos unos grandes sombreros, que daban sombra, porque Mellyora decía que no debíamos permitir que el sol nos estropeara la tez. La suya era clara, muy susceptible al sol, y le salían pecas con facilidad; mi piel olivácea parecía indiferente; de todos modos me gustaba ponerme un sombrero que diera sombra, porque era lo que hacían las damas.
Mellyora estaba de humor solemne; me preguntaba si eso tenía algo que ver con haber visto a Justin en la iglesia esa mañana. Pensé que él debía de tener veinte años, es decir, unos cinco más que ella. Ella le debía parecer apenas una niña. Me estaba volviendo experta en lo mundano, y me pregunté— si para un futuro Sir Justin Saint Larston se consideraría adecuado casarse con la hija de un párroco.
Pensé que ella iba a confiarme algo cuando dijo":
—Esta tarde quiero decirte algo, Kerensa.
Ella conducía nuestra marcha, como lo hacía con frecuencia; de vez en cuando tenía su modo de recordar a una que ella era el ama, y yo no olvidaba que le debía mi contento de entonces.
Me sorprendí cuando cruzó el rectorado hasta un seto vivo que separaba de la iglesia el jardín. En el seto había un hueco por donde pasamos.
Entonces se volvió para sonreírme, diciendo:
—Oh, Kerensa, qué bueno es poder salir contigo y no con la señorita Kellow. Ella es un poco estirada, ¿no te parece?
—Tiene una tarea que cumplir —contesté. Qué extraño, cómo defendía yo a esa mujer cuando no estaba presente.
—Oh, lo sé. ¡Pobre vieja Kelly! Pero tú, Kerensa, actúas de señorita de compañía. ¿No te parece gracioso eso?
Asentí. Ella continuó:
—Bueno, si hubieses sido mi hermana, supongo que nos habría fastidiado una señorita de compañía.
Nos abrimos paso por entre las lápidas hacia la iglesia.
—¿Qué ibas a decirme? —pregunté.
—Antes quiero mostrarte algo. ¿Cuánto tiempo hace que vives en Saint Larston, Kerensa?
—Llegué cuando tenía unos ocho años.
—Ahora tienes quince, o sea que debe de haber sido hace siete años. No te habrías enterado. Sucedió hace diez años.
Y me guió hacia el costado de la iglesia, donde se alzaban del suelo una o dos lápidas más recientes. Deteniéndose ante una de ellas, como si leyera la inscripción, me hizo señas de que me acercara.
—Léela —dijo. Yo leí:
—"Mary Anna Martin, treinta y ocho años. En plena vida nos rodea la muerte."
—Esa era mi madre. Fue sepultada aquí hace diez años. Ahora lee el nombre de abajo.
—"Kerensa Martin". ¡Kerensa!
Ella asintió, sonriéndome con expresión satisfecha.
—¡Kerensa! Me encanta tu nombre. Me encantó tan pronto como lo oí. ¿Recuerdas? Estabas dentro del muro. Dijiste: "No es eso, es la señorita Kerensa Carlee." Qué extraño, cómo se pueden rememorar días y días en un minuto apenas. Recordé cuando dijiste eso. Esta Kerensa Martin era mi hermana. Verás, dice "tres semanas y dos días de edad", y la fecha. Es la misma que la de arriba. Algunas de esas lápidas tienen historias que contar, ¿verdad?, si una se pasea leyéndolas.
—¿Entonces tu madre murió al nacer ella?
Mellyora asintió con la cabeza.
—Yo quería una hermana. Tenía cinco años y me parecía haberla esperado durante años. Cuando ella nació, me entusiasmé. Creía que podríamos jugar juntas enseguida. Entonces me dijeron que debía esperar a que ella creciese. Recuerdo que a cada rato corría hasta mi padre diciéndole: "Ya esperé. ¿Ella no es todavía grande como para jugar?" Hacía planes para Kerensa. Sabía que iba a ser Kerensa antes ya de que ella naciese. Mi padre quería para ella un nombre de Cornualles, y decía que ése era un hermoso nombre porque significaba paz y amor que, según él, eran las mejores cosas en el mundo. Mi madre solía hablar de ella y estaba segura de que tendría una niña. Por eso hablábamos de Kerensa. Salió mal, ¿entiendes? Murió y mi madre murió también; y entonces todo fue distinto. Nodrizas, institutrices, amas de llave… y lo que yo había anhelado era una hermana. Deseaba una hermana más que nada en el mundo…
—Comprendo.
—Bueno, por eso fue que cuando te vi allí de pie… y porque te llamabas Kerensa. ¿Entiendes a qué me refiero?
—Pensé que era porque me compadecías.
—Compadezco a todos los que veo en la plataforma de contratación, pero no podía traerlos a mi casa, ¿verdad? Papá ya está bastante preocupado por las cuentas. —Rió al agregar—: Me alegro de que hayas venido.
Contemplé la lápida, pensando en la fortuna que me había brindado todo cuanto yo quería. Podría haber sucedido de modo muy distinto. Si esa pequeña Kerensa hubiese vivido… si no se hubiese llamado Kerensa… ¿dónde estaría yo en ese momento? Pensé en los ojillos porcinos de Haggety, en la fina boca de la señora Rolt, en la tez purpúrea de Sir Justin, y me sentí intimidada por esa serie de acontecimientos a lo que se llama Fortuna.
* * *
Después de nuestra charla en el camposanto, éramos más amigas que nunca. Mellyora quiso hacerse la idea que yo era su hermana. Yo estaba muy dispuesta. Esa noche, cuando le cepillaba el cabello, empecé a hablar sobre Justin Saint Larston.
—¿Qué opinas de él? —pregunté y vi que se ruborizaba enseguida.
—Me parece guapo.
—¿Más que Johnny?
—¡Oh… Johnny! —exclamó en tono despectivo.
—¿Habla mucho contigo?
—¿Quién… Justin? Siempre se muestra amable cuando voy allá, pero está muy ocupado. Trabaja. Se diplomará este año y entonces estará siempre en casa.
Sonreía secretamente, pensando en el futuro, cuando Justin estaría siempre en casa. Yendo a caballo por el campo se le encontraría; cuando ella fuese de visita con su padre él estaría allí.
—¿Te agrada? —insistí. Ella asintió con la cabeza, sonriendo—. ¿Más que… Kim? —arriesgué.
—¿Kim? ¡Oh, es alocado! —Arrugó la nariz—. Me gusta Kim. Pero Justin es igual que un… caballero antiguo. Sir Galahad o Sir Lancelot. Kim no es así.
Pensé en Kim llevando a Joe a través del bosque hasta nuestra ¿abaña, aquella noche. No creía que Justin hubiera hecho eso por mí. Pensé en Kim mintiendo a Mellyora acerca del muchacho que se había caído del árbol.
Mellyora y yo éramos como hermanas; íbamos a compartir secretos, aventuras, nuestras vidas enteras. Tal vez ella prefiriese a Justin Saint Larston… pero mi caballero antiguo era Kim.
* * *
La señorita Kellow tenía uno de sus ataques de neuralgia, y Mellyora, que siempre era compasiva hacia los enfermos, insistió en que se quedase acostada. Ella misma corrió las cortinas, y ordenó a la señora Yeo que no la molestaran hasta las cuatro, hora en que se le debía llevar el té.
Habiéndose ocupado de la señorita Kellow, Mellyora me hizo llamar y dijo que tenía ganas de dar un paseo a caballo. Mis ojos centellearon, porque ella, naturalmente, no iría sin compañía, y yo estaba segura de que preferiría la mía antes que la de Belter.
Mellyora montó su jaca y yo iba en Cereza, que se utilizaba para el cochecito. Tenía la esperanza de que algunas personas de Saint Larston me viesen al cruzar el poblado, especialmente Hetty Pengaster, en quien me había fijado más desde que percibí el interés de Johnny Saint Larston en ella.
Sin embargo, nos vieron tan sólo algunos niños que se apartaron a nuestro paso; los varones saludaron con respeto y las niñas hicieron reverencias… lo cual me llenó de satisfacción.
En poco tiempo llegamos al páramo, y la belleza del paisaje me quitó el aliento. Inspiraba temeroso respeto. No había signos de morada alguna, nada más que páramo, cielo y los tormos que, aquí y allá, se alzaban del erial. Sabía que la escena podía ser lóbrega de noche; ese día era resplandeciente, y el sol, al caer sobre los arroyuelos que aquí y allá caían sobre los peñascos, los convertía en plata; y podíamos ver que en el césped, las gotas de agua brillaban cual diamantes.
Mellyora tocó levemente los flancos de su jaca, que se lanzó al galope; yo la seguí, y saliendo del camino atravesamos la hierba hasta que Mellyora detuvo su cabalgadura frente a una extraña formación de piedra; y cuando llegué en pos de ella, porque su jaca era más veloz que la mía, vi tres losas de piedra verticales sosteniendo otra losa que se apoyaba encima de ellas.
—¡Pavoroso! —comentó Mellyora—, Mira en torno. No hay señales de nadie. Aquí estamos, Kerensa, tú y yo, solas con eso. ¿Sabes qué es? Es un cementerio. Hace años y años… tres o cuatro mil años antes de que naciera Cristo, las personas que vivían aquí erigieron esa tumba. No podrías mover esas piedras aunque lo intentaras durante el resto de tu vida. Kerensa, ¿no te hace sentir… extraña estar aquí, al lado de eso, y pensar en esa gente?
La miré; con el viento agitándole los rubios cabellos, que caían en rizos bajo su gorro de montar, estaba muy bonita. Además, hablaba en serio.
—Dime, ¿qué te hace sentir, Kerensa? —insistió.
—Que no hay mucho tiempo.
—¿Mucho tiempo para qué?
—Para vivir… para hacer lo que una quiere… para obtener lo que una desea.
—Dices cosas extrañas, Kerensa. Me alegra que lo hagas. No soporto saber lo que van a decir las personas. Eso me ocurre con la señorita Kellow, y hasta con papá. Contigo nunca lo sé con certeza.
—¿Y con Justin Saint Larston? Apartándose, repuso con tristeza:
—Casi nunca me habla ni se fija en mí. Tú dices que no hay mucho tiempo, pero mira lo que se tarda en crecer.
—Piensas eso porque tienes quince años, y cada año que pasa parece largo cuando se han vivido solamente quince y se tienen sólo quince con los cuales comparar. Cuando se tienen cuarenta o cincuenta… un año parece menos, porque se los compara con los cuarenta o cincuenta que se han vivido.
—¿Quién te lo dijo?
—Mi abuelita, que es muy sabia.
—He oído hablar de ella. Bess y Kit la mencionan. Dicen que tiene "poderes", que puede ayudar a la gente… —Quedó pensativa; luego agregó—: Esto se denomina un quoit. Me dijo papá que fueron construidos por los celtas, los de Cornualles, que han estado aquí mucho más tiempo que los ingleses.
Atamos un rato nuestras jacas y nos sentamos apoyadas en las piedras, mientras ellas mordisqueaban el pasto y Mellyora me hablaba de las conversaciones que había tenido con su padre acerca de las antigüedades de Cornualles. Yo la escuchaba con suma atención, orgullosa de pertenecer a un pueblo que había habitado esta isla más tiempo que los ingleses, y que había dejado esos monumentos peculiarmente inquietantes a sus muertos.
—No podemos estar lejos del territorio de los Derrise —dijo por fin Mellyora, levantándose para indicar que deseaba montar—. No me digas que nunca oíste hablar de los Derrise. Son la gente más adinerada de los alrededores; poseen acres y acres de terreno,
—¿Más que los Saint Larston?
—Mucho más. Vamos; perdámonos. Siempre es tan divertido perderse y encontrar Juego el camino.
Montó en su jaca y partimos; ella iba adelante.
—Es un tanto peligroso —me gritó por sobre el hombro, más preocupada por mí, que no era tan experta, que por sí misma, y sofrenó su jaca. Llegué a su lado e hicimos que nuestros caballitos fueran al paso sobre la hierba—. Es fácil perderse en el páramo, porque hay muchas cosas que se parecen. Hay que encontrar un punto de referencia… como ese tormo de allí. Creo que es el Tormo de Derrise, y si lo es, ya sé dónde estamos.
—¿Cómo puedes saber dónde estás si no tienes la certeza de que es el Tormo de Derrise?
Riéndose de mí contestó:
—Ven.
Ascendíamos al encaminarnos hacia el tormo; estábamos ahora en terreno pedregoso y el mismo tormo se encontraba sobre un montecillo; una extraña forma retorcida de piedra gris que, desde cierta distancia, podía confundirse con un nombre de proporciones gigantescas.
Volvimos a desmontar, atamos las jacas a un grueso arbusto y, juntas, trepamos al tormo por el montecillo. Era más empinado de lo que habíamos pensado, y cuando llegamos a la cima… Mellyora, que semejaba una enana junto a un gigante, se apoyó en la piedra y anunció, entusiasmada, que estaba en lo cierto. Aquel era el territorio de los Derrise.
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