—¿A quién?

—A Justin.

—Debes de estar loca.

—Bueno, es una Derrise. ¿Recuerdas aquel día en que estuvimos en los páramos y me contaste la historia de ellos?

—Sí, lo recuerdo.

—Dijiste que había locura en la familia. Y bien, Judith está loca… loca por su marido. Por eso irrumpió aquí de esa manera. ¿No viste cuan complacida quedó al comprobar que estabas conmigo, no con él?

—Es una locura.

—En cierto modo.

—¡Quieres decir que ella tiene celos de mí y de Justin! —Tiene celos de cualquier mujer atractiva que entra en la visión de él.

Miré a Mellyora. No podía ocultarme la verdad. Estaba enamorada de Justin Saint Larston; siempre lo había estado.

Me sentí muy inquieta.

* * *

Ya no había cestas con comida para llevar a abuelita.

Bien podía imaginarme a la señora Rolt o a la señora Salt elevando sus voces escandalizadas si yo hubiese sugerido hacerlo. Pero todavía encontraba tiempo para visitarla de vez en cuando; y fue en una de esas ocasiones cuando me preguntó si, en el camino de regreso al Abbas, entregaría unas hierbas a Hetty Pengaster. Hetty las estaba esperando, y como yo sabía que era una de las mejores dientas de abuelita, accedí a ir.

Fue así como, una tarde calurosa, me encontré yendo desde la cabaña de abuelita hacia Larnston Barton, la finca de los Pengaster.

Viendo a Tom Pengaster que trabajaba en el campo, me pregunté si sería cierto— que estaba cortejando a Doll, como ésta había sugerido a Daisy. Sería un buen matrimonio para Doll. La Barton era una finca próspera, y algún día la heredaría Tom, no su hermano Reuben, que estaba "enredado por los duendes" y hacía tareas varias.

Pasé bajo los altos árboles donde anidaban las cornejas. Cada mayo, la matanza de cornejas en Larnston Barton era una verdadera ceremonia; y los pasteles de corneja, preparados por la señora Pengallon, que era cocinera en la finca Barton, eran considerados como un manjar. Siempre se enviaba al Abbas un pastel, que era benévolamente aceptado. La señora Salt lo había mencionado hacía poco: cómo ella lo había servido con crema cuajada, y cómo la señora Rolt había comido demasiado y sufrido en consecuencia.

Llegué a los establos —los había para unos ocho caballos, así como dos casillas abiertas— y me dirigí a las dependencias exteriores. Pude ver el palomar y oír el monótono arrullo de estos pájaros, que parecían repetir siempre una misma frase.

Cuando pasaba frente al montadero, vi a Reuben Pengaster que se acercaba bordeando el palomar y sosteniendo un ave en las manos. Reuben andaba de un modo extraño, al medio galope. Siempre había habido algo extraño en Reuben. En Cornualles dicen que en una carnada suele haber un winnick, lo cual significa uno que no alcanza el nivel de los demás; y Reuben era el winnick de los Pengaster. Siempre me repugnaron los subnormales, y aunque era pleno día, con el sol brillando luminoso, no pude contener un ligero estremecimiento mientras Reuben venía hacia mí con ese andar peculiar suyo. Tenía la cara lisa, como la de una persona muy joven; sus ojos eran azules como la porcelana, y su cabello muy rubio; era la posición de su mandíbula y el modo en que se separaban sus flojos labios lo que lo delataba como "enredado por los duendes".

—Hola, qué tal —me gritó—. ¿Adónde vas, pues?

Al hablar acariciaba la cabeza del ave, y me di cuenta de que percibía su presencia mucho más que la mía.

—Traje algunas hierbas para Hetty —le dije.

—¡Hierbas para Hetty! —rió él; tenía una risa aguda, inocente—. ¿Para qué las quiere ella? Para ponerse linda. —Su expresión se tornó belicosa—. A mí me parece que nuestra Hetty es bastante linda sin ellas.

Por un segundo avanzó la mandíbula, como si estuviese listo para atacarme por sugerir que no era así.

—Es cosa de Hetty decir si quiere las hierbas —repuse bruscamente.

Aquella risa inocente volvió a resonar.

—Me parece que sí —replicó—. Aunque Saul Cundy la considera bella como pocas.

—Sin duda.

—Podría decirse que está comprometida —agregó casi tímidamente. Era inconfundible su amor hacia su hermana y su orgullo por ella.

—Ojalá que sean felices.

—Serán felices. Saul es un hombre muy bueno. El capitán Saul… los mineros tienen que fijarse cómo se portan, eh… con Saul. Si Saul les dice "vayan", ellos van, y si Saul les dice "vengan" ellos vienen. Me parece que el señor

Fedder no es más importante que el capitán Saul Cundy.

No quise discutir esa cuestión, ya que estaba ansiosa por entregar esas hierbas e irme.

—¿Dónde está Hetty ahora? —pregunté.

—Me parece que debe de estar en la cocina con la anciana madre Pengallon.

Vacilé, pensando si darle el envoltorio y pedirle que se lo llevase a Hetty, pero decidí lo contrario.

—Iré a buscarla —dije.

—Te llevaré hasta ella —prometió y echó a andar a mi lado—. Cucú, cucú, cucú —murmuró a la paloma. Momentáneamente recordé a Joe cuando, tendido en el talfat, curaba la pata de un palomo. Noté lo grandes que eran sus manos y la suavidad con que sostenían al pájaro.

Me condujo detrás del cortijo y dirigió mi vista hacia la teja que, en el caballete del tejado, servía de adorno. Había una escalera apoyada en la pared; Reuben estaba efectuando una tarea en el cortijo.

—Algunas de esas tejas están sueltas —dijo confirmando esto—. Eso no conviene. ¿Y si alguna de la Gente Pequeña viniese y las pisara a medianoche?

De nuevo aquella aguda risa que estaba empezando a irritarme. Tanto que deseé que Reuben se marchase.

Sabía que él se refería a lo que llamábamos el pisky-pow, esa baldosa del techo donde se suponía que los "pis-kies", o duendes, venían a bailar después de la medianoche. Se decía que, si se hallaba en mal estado de conservación, esto enfurecía a los duendes, cuya ira podía traer mala suerte a una casa. Era natural, supongo, que alguien a quien se consideraba "enredado por los duendes" creyese en tales leyendas.

—Ahora está bien, yo me ocupo de eso —continuó, Reuben—. Luego pensé que podía echar una ojeada a mis pajaritos.

A través de un lavadero con piso de piedra me condujo a un pasillo embaldosado, donde abrió de un tirón una puerta para mostrarme una inmensa cocina con dos grandes ventanas, una chimenea abierta además del horno, losas rojas y la enorme mesa del refectorio; de las vigas de roble colgaban un jamón, trozos de tocino y manojos de hierbas.

Sentada a esta mesa, pelando patatas, se encontraba la señora Pengallon, que había sido cocinera y ama de llaves de la casa desde la muerte de la señora Pengaster; una mujer voluminosa, de aspecto consolador, que en ese momento parecía inusitadamente melancólica. Hetty estaba en la cocina, planchando una blusa.

—Vaya —dijo Hetty al entrar nosotros—, Dios me bendiga si no es Kerensa Carlee. Válgame, nos sentimos honrados. Entra. Es decir, si no eres demasiado ilustre para gente como nosotros.

—Déjate de bromas —dijo la señora Pengallon—. No es más que Kerensa Carlee. Entra, querida mía, y dime si has visto por allí a mi Tabs.

—¿Entonces perdió usted a su gato, señora Pengallon? —pregunté sin hacer caso a Hetty.

—Hace ya dos días, querida mía. No es propio de él… Antes ha estado ausente todo el día, pero siempre volvió a casa a la hora de cenar… siempre ronroneando para pedir su platillo de leche.

—Lo siento, no lo he visto.

—Estoy muy preocupada, pensando en lo que puede haberle pasado. No puedo evitar el pensar que ha caído en alguna trampa. Sería terrible que hubiera ocurrido eso, querida mía, y no puedo quitármelo de la mente. Estuve pensando en ir á ver a tu abuela, tal vez ella podría decirme algo. Hizo verdaderas maravillas por la señora Toms. Respira mucho mejor, y no hizo más que lo que dijo tu abuela… tomó telarañas, las hizo una pelota y se las tragó. A mí me parece magia y tu abuela es una mujer maravillosa.

—Sí, es una mujer maravillosa —asentí.

—Y cuando la veas, dile que no volvió a molestarme aquél orzuelo en el ojo desde que me lo froté con la cola de Tabs, como ella me dijo. ¡Oh, mi pobrecito Tabs! No sé dónde puede estar, y no tendré descanso hasta encontrarlo.

—Tal vez lo estén alimentando en otra parte, señora Pengallon —sugerí.

—No lo creo, querida mía. Él conoce su propio hogar. Nunca se quedaría tanto tiempo ausente. Es muy apegado a su hogar, mi Tabs. ¡Oh, válgame Dios, ojalá volviese a mí!

—Tendré los ojos abiertos —le dije. —Y pregunta a tu abuelita si puede ayudarme… —Bueno, señora Pengallon, no regresaré allá por el momento.

—Oh, no —intervino maliciosamente Hetty—. Ahora trabajas en el Abbas, junto con Doll y Daisy. Doll está casi de novia con Tom, así que nos cuenta. Válgame, yo no querría trabajar para esa familia.

—No creo probable que tengas tal oportunidad —le repliqué.

Reuben, que nos observaba con atención mientras hablábamos, se sumó a la risa de Hetty.

—Vine a traer tus hierbas —dije fríamente.

Hetty se apoderó de ellas, las metió en el bolsillo de su vestido y yo me dispuse a salir.

—Y no olvides preguntarle a tu abuela —insistió la señora Pengallon—. No descanso de noche, preguntándome qué le habrá sucedido a mi Tabs.

Fue entonces cuando intercepté una mirada entre Hetty y Reuben. Quedé alarmada, pues me pareció… maligna. Ambos compartían algún secreto, y me pareció que aunque les hacía gracia, no ocurría lo mismo con otros. Entonces tuve un gran deseo de salir de la cocina de los Pengaster.

Estaba demasiado inmersa en mis propios asuntos para darme cuenta de lo que le estaba ocurriendo a Mellyora. Con frecuencia oía voces airadas en las habitaciones cercanas a la mía, y conjeturaba que Judith estaba reconviniendo a su marido por alguna supuesta negligencia. Estas escenas empezaban a volverse algo monótonas, y aunque mi ama no me desagradaba, mi simpatía (si es que mis sentimientos eran tan profundos como para merecer tal nombre) era para Justin, pese a que casi nunca me dirigía la palabra; y la única ocasión en que parecía consciente de mi presencia era cuando Judith lo avergonzaba con sus excesivas demostraciones de afecto. No creía que su esposa le interesara mucho, y bien podía imaginarme lo fatigoso que debía ser que alguien le exigiera a uno cariño continuamente.

Con todo, era una situación que yo aceptaba y no advertí la creciente tensión, ni tampoco el efecto que estaba teniendo en las personas involucradas: Justin, Judith… y Mellyora. Siendo tan egocéntrica, olvidé temporalmente que la vida de Mellyora podía tomar un giro tan dramático como la mía.

Sucedieron dos cosas que parecieron muy importantes.

La primera fue mi descubrimiento casual de lo que había sucedido al gato de la señora Pengallon. Fue Doll quien delató la información. Me preguntó si abuelita Be le prepararía algunas hierbas para el cutis, tal como las que había dado a Hetty Pengaster. Le contesté que sabía cuáles eran, y que la próxima vez que fuera a visitar a mi abuela le traería un poco. Entonces se me ocurrió mencionar que cuando entregué las de Hetty, la señora Pengallon estaba preocupada por su gato.

Doll se echó a reír por lo bajo, diciendo:

—Jamás volverá a ver a ese gato.

—Supongo que habrá encontrado un nuevo hogar. —¡Sí, bajo tierra! —exclamó Doll. Cuando la miré inquisitivamente se encogió de hombros—. Oh, fue Reuben quien lo mató. Yo me hallaba presente cuando lo hizo. Él estaba realmente enloquecido. El viejo gato mató una de sus palomas… y él mató al viejo gato. Lo mató, sí, con sus propias manos.

—¡Y ahora no se atreve a decírselo a la señora Pengallon!

—Reuben dice que se lo tiene merecido. Ella sabía que el viejo gato perseguía a sus palomas. ¿Conoces el palomar? Atrás hay un jardincillo cuadrado, y allí enterró Reuben al gato… y a la paloma también. Uno es el mártir, dijo. Otro el asesino. Ese día estaba realmente fuera de sus cabales, te lo aseguro.

Aunque cambié de tema, no olvidé, y ese día fui a ver a mi abuela y le hablé del gato y de lo que yo había descubierto.

—Está sepultado detrás del palomar —le dije—. Así, si te lo pregunta la señora Pengallon, podrás decírselo.

Abuelita quedó complacida. Entonces me habló de su renombre como mujer sabia y me explicó la importancia de advertir todo cuanto sucedía. No debía desconocerse ningún pequeño detalle de la vida, porque nunca se sabía cuándo sería necesario.

En esa ocasión no me llevé las hierbas de Doll porque no quería que ella supiese que yo había ido a ver a mi abuela. Al día siguiente, la señora Pengallon visitó a abuelita, rogándole que utilizara su magia y encontrara el gato.