Abuelita pudo indicarle el jardincillo situado tras el palomar de Reuben. Cuando la señora Pengallon vio la tierra recién removida y halló el cuerpo de su idolatrado gato, quedó llena de furia contra quien había matado al animalito y de congoja por su pérdida. Pero cuando estas emociones se mitigaron un poco, la anonadó la admiración por la habilidad de mi abuela, y durante algunos días el tema principal en las cabañas fue el poder de abuelita Be.

A su puerta comenzaron a llegar obsequios, y hubo un verdadero banquete en la cabaña. Yo fui a verla y ambas nos reímos de lo sucedido. Convencida de tener la abuela más sabia del mundo, estaba decidida a ser como ella.

Le llevé sus hierbas a Doll, cuya creencia en ellas era tan grande, que fueron totalmente eficaces y le desaparecieron por entero las manchas en la espalda, para las cuales las necesitaba.

Abuelita Be poseía facultades sobrenaturales. Abuelita Be conocía acontecimientos que no podía haber presenciado; podía curar achaques. Era una persona a tener en cuenta; y como todos sabían cuánto me quería, se me debía tratar con especial cuidado.

Y la circunstancia de que nosotras mismas habíamos causado esta situación aprovechando un poco de buena suerte, era doblemente satisfactoria.

Volvía a tener mi sueño de lograr todo aquello que había emprendido. Estaba convencida de que no podría fracasar.

* * *

Sentados junto a la mesa, cenábamos. Había sido un día agotador. Judith había salido a caballo con Justin. Habían partido de mañana temprano, encantadora ella en su traje gris perla con el pequeño toque de verde esmeralda en la garganta. Cuando estaba contenta se la veía muy bella, y ese día estaba satisfecha porque Justin la acompañaba. Pero yo sabía que no podía estar mucho tiempo satisfecha; siempre estaba vigilante, y cualquier pequeño gesto, cualquier inflexión de la voz de Justin, podían impulsarla a pensar si acaso él se estaba cansando de ella. Entonces empezarían los problemas; ella formularía preguntas interminables, le requeriría apasionadamente si él la amaba todavía, cuánto la amaba. Había oído la voz alta de ella y la baja de él. Cuanto más intensa se ponía ella, más remoto estaba él. Yo no creía que él la manejase tan bien como podría hacerlo; estaba convencida de que él percibía esto, pues a veces veía su expresión de alivio cuando ella salía de una habitación.

Pero esa mañana ambos habían partido de buen ánimo, y yo me regocijé, porque esto significaba que tendría un poco de tiempo disponible. Iría a ver a abuelita; tener esperanzas de pasar un rato con Mellyora era inútil, pues Lady Saint Larston la tenía todo el día ocupada. ¡Pobre Mellyora! Mi suerte era más liviana que la suya; sin embargo, a veces me parecía verla absolutamente feliz… otras veces no estaba segura. Pero una cosa sí sabía; se estaba poniendo cada vez más bella desde nuestra llegada al Abbas.

Pasé la mañana con abuelita Be, y por la tarde temprano Judith volvió sola. Estaba aturdida, tanto que se confió en mí… porque sentía necesidad de hablar con alguien, supongo.

Ella y Justin habían ido a merendar con la familia de ella. Más tarde ambos habían partido juntos y… Ella se interrumpió y conjeturé que habían disputado. Los imaginé merendando en la lúgubre casa; quizás estuviese presente la madre de ella, un tanto confusa… y todo el tiempo se estarían preguntando qué haría luego ella. Aquella casa estaba llena de sombras, y sobre ella flotaría la leyenda del monstruo. Imaginé a Justin deseando no haberse casado jamás con ella, preguntándose tal vez por qué lo habría hecho. Lo imaginé formulando algún comentario que la habría alterado… luego las apasionadas exigencias de que él demostrara su cariño, y los altercados.

Juntos habrían partido de Derrise; él habría fustigado coléricamente a su caballo alejándose de ella… cualquier cosa por escapar; y ella habría llorado. Me daba cuenta de que había estado llorando. Demasiado tarde, habría tratado de seguirlo, se habría dado cuenta de que lo había perdido de vista y entonces habría empezado a preguntarse dónde estaba él.

Judith había regresado al Abbas en su busca, y al no encontrarlo quedó anonadada por celosa ansiedad.

Yo estaba arreglando uno de sus vestidos cuando ella irrumpió en el cuarto.

—Kerensa —dijo, pues había conjeturado que no me gustaba ser llamada por mi apellido, y uno de sus encantos era su deseo de complacer a todos, con tal de que el hacerlo no le exigiese demasiado—. ¿Dónde está la dama de compañía?

—¿La señorita Martin? —balbuceé.

—Por supuesto. Por supuesto. ¿Dónde está? Encuéntrala… enseguida.

—¿Quiere usted hablar con ella? —Hablarle… No, quiero saber si está aquí.

Entendí. Fugazmente me pregunté si Justin estaría con Mellyora. Qué compañera serena y agradable parecería Mellyora después de esta mujer exigente, apasionada. En ese momento se me ocurrió, sí, que estaba surgiendo una situación peligrosa… no para mí, salvó que cuanto afectaba a Mellyora me afectaría también, ya que nuestras vidas habían quedado entrelazadas. Tal vez habría meditado sobre esto, salvo por lo que pronto iba a ocurrir y que me afectó más personalmente.

Con voz queda dije que iría en busca de Mellyora. Llevé a mi ama de vuelta a su habitación, la hice tenderse en la cama y la dejé.

No tardé mucho en hallar a Mellyora; estaba en el jardín con Lady Saint Larston, que juntaba rosas. Mellyora caminaba a su lado, llevando la cesta y las tijeras. Pude oír las imperiosas órdenes de Lady Saint Larston y las dóciles respuestas de Mellyora.

Entonces pude volver junto a mi ama y decirle que Mellyora se encontraba en el jardín, con su patrona.

Judith se tranquilizó, pero estaba exhausta. Me alarmé bastante, pues pensé que iba a enfermar. Me dijo que le dolía la cabeza; le masajeé la frente frotándosela con agua de colonia. Corrí las cortinas y la dejé que durmiera, pero ella no descansó más de diez minutos antes de necesitarme otra vez.

Tuve que cepillarle el largo cabello, lo cual, según dijo, la calmaba. Cada vez que oía un movimiento abajo se precipitaba a la ventana con la esperanza, lo supe, de que fuera Justin que volvía.

Esta situación no podía continuar. Tarde o temprano debía ocurrir algo que la modificara. Era como el anuncio de una tormenta; y lo natural era que las tormentas se desataran. Empezaba a estar un poco inquieta por Mellyora.

Y así era como me sentía cuando bajé a la sala para cenar con los demás sirvientes. Estaba cansada porque las emociones de Judith se me habían comunicado en alguna medida, y pensaba mucho en Mellyora.

Tan pronto como me senté, supe que la señora Rolt tenía alguna noticia que anhelaba revelarnos; pero era típico de ella que se reservara el mejor bocado durante el mayor tiempo posible. Cuando comía siempre dejaba los mejores trozos en su plato hasta el final; me divertía verla contemplarlos con anticipación mientras comía. Ese aspecto tenía en ese momento.

La señora Salt hablaba con su voz grave y monótona sobre su marido, y su hija Jane era la única que realmente le prestaba atención. Doll se tocaba a cada rato el cabello, donde se había atado una nueva cinta azul, y estaba cuchicheándole a Daisy que Tom Pengaster se la había regalado. Haggety se sentó a mi lado, acercando un poco más la silla. Echándome su aliento en la cara dijo:

—Hoy hubo problemas entre la gente de alcurnia, ¿eh, querida mía?

—¿Problemas? —repetí.

—Me refiero a él y ella, por supuesto.

La señora Rolt nos observaba con los labios fruncidos, la mirada desaprobatoria. Se estaba diciendo que yo provocaba al pobre señor Haggety; tal creencia le convenía más que la verdad, y era una mujer que siempre se engañaría creyendo lo que deseaba creer. Y mientras nos observaba sonreía taimadamente, pensando en la sabrosa noticia con la que se proponía sorprendernos.

No contesté al señor Haggety porque me desagradaba discutir a Judith y Justin en las piezas de la servidumbre.

—Ja —continuó Haggety—. Ella entró furiosa, la vi..

—Bueno —intervino solemnemente la señora Rolt—, eso demuestra qué el dinero no lo es todo.

Haggety lanzó un suspiro piadoso.

—Creo que tenemos mucho que agradecer…

—A todos les llegan los pesares —prosiguió la señora Rolt, dándome un indicio de la noticia que se estaba reservando—, ya sean gente acomodada o personas como nosotros.

—Nunca dijo usted nada más cierto, querida mía —suspiró Haggety.

La señora Salt se dispuso a cortar el pastel de carne que había preparado esa mañana, y la señora Rolt hizo señas a Daisy de que llenara los jarros con cerveza fuerte.

—Me parece que se avecinan disgustos —dijo la señora Salt—. Y si alguien reconoce los disgustos cuando los ve avecinarse, esa soy yo. Vaya, recuerdo…

Pero la señora Rolt no iba a permitir que la cocinera siguiese divagando con sus recuerdos.

—Es lo que podría llamarse una relación unilateral, y esas no son buenas para nadie, si quieren preguntármelo.

Haggety aprobó con un movimiento de cabeza, y volvió hacia la señora Rolt sus ojos, algo saltones, mientras su pie tocaba el mío bajo la mesa.

—Claro que una cosa les diría —continuó la señora

Rolt, que se complacía en fingir siempre que sabía mucho sobre las relaciones entre ambos sexos—, el señor Justin no es hombre de caer en esa clase de problemas.

—¿Con otra mujer, quiere decir usted, querida mía? —inquirió Haggety.

—Eso quise decir exactamente, señor Haggety. Ese es el problema, si me lo pregunta usted. Una caliente que quema y el otro frío que hiela. A mi parecer, él no desea una sola mujer, mucho menos dos.

—Son una familia violenta —intervino el señor Trelance—. Tuve un hermano que trabajó allá en Derrise.

—Todos conocemos esa historia —lo hizo callar la señora Rolt.

—Y según dicen —intervino Doll, acalorada—, esa última vez, cuando había luna llena…

—Basta, Doll —dijo la señora Rolt, quien no permitía a los criados de inferior categoría discutir a la familia, lo cual era un privilegio de los criados superiores.

—Recuerdo que una vez —dijo la señora Trelance en tono soñador— vi por aquí a la señorita Martin… eso fue cuando su padre vivía. Qué bonita muchacha. Estaba a caballo y Justin le ayudaba a bajar de él… y entonces a Trelance le dije "fíjate qué lindo cuadro", y Trelance me contestó que si la hija del párroco llegaba a ser algún día el ama del Abbas, no podríamos tener otra más bonita ni más dulce.

La señora Rolt fijó en la señora Trelance una mirada colérica.

—Pues ahora es la dama de compañía, y sería inaudito que la dama de compañía fuese el ama.

—Bueno, ahora ella no podría serlo… ya que él está casado —dijo la señora Salt—. Aunque, como los hombres son hombres… —Sacudió la cabeza y hubo silencio alrededor de la mesa.

La señora Rolt dijo con brusquedad:

—El señor Justin no es "los hombres", señora Salt. Y no debe usted creer que todos los hombres son como ese marido suyo, porque yo puedo decirle lo contrario. —Sonrió secretamente; luego continuó, con una voz solemne llena de promesas—: Y hablando de disgustos…

Todos guardábamos silencio, esperando a que ella continuara. Había llegado al bocado escogido; tenía toda nuestra atención y estaba preparada.

—Su señoría me hizo llamar esta tarde. Quería que yo me ocupara de hacer preparar la habitación de cierta persona. No estaba muy complacida, eso les aseguro. Hubo un problema terrible. Tan pronto como llegó el señor Justin, lo hizo llamar. Me dijo que debía vigilar, y que tan pronto como llegara él debía ir a verla. Vigilé, pues, y lo vi entrar. Abajo estaba ella… la señora Judith… hecha un mar de lágrimas y aferrándose a él. "Oh, querido… querido… dónde has estado…"

Hubo risitas en torno a la mesa, pero ahora la señora Rolt tenía prisa por continuar.

—Yo puse fin a todo. "Su señoría quiere que vaya usted a verla enseguida, señor Justin", le dije. "Dio órdenes de que no haya ninguna demora." Bueno, él se mostró complacido… cualquier cosa por alejarse de ella con su "querido, querido"… y subió derecho a ver a su señoría. Bueno, yo sabía lo que había pasado, aunque ella no me dijo por qué, pero mientras lustraba en el corredor, frente al aposento de su señoría, la oí decir casualmente: "Es por causa de cierta mujer. Qué ignominia… Gracias a Dios que su pobre padre no puede entender. Si pudiera, eso lo mataría." Me dije entonces que los pesares llegan tanto a la gente acomodada como a las personas de nuestra categoría, y es la verdad. —Hizo una pausa; llevándose a los labios su jarro de cerveza, bebió; chasqueó los labios y nos miró triunfante—. El señor Johnny vuelve a casa. Lo enviaron de vuelta. Ya no lo quieren allá, desde que se deshonró con esa mujer.