De una cosa estaba segura; él no podía sospechar ni por un instante que despertaba en mí otra cosa que desprecio y ansia por librarme de él.
Alejándome de él dije:
—Más vale que tenga cuidado. Si trata de perseguirme me quejaré, y teniendo en cuenta su reputación, pienso que me creerán.
Supe entonces que él había percibido algún cambio en mis sentimientos, y que esperaba que yo cediera; por eso lo tomé descuidado y con un pequeño empujón me zafé, igual que en otra ocasión. Luego me volví y eché a andar hacia la casa con arrogancia.
Cuando llegué a mi pieza, me miré al espejo.
"¿Es posible?", me preguntaba. "¿Pensaría Johnny Larston en casarse conmigo? Y si lo hacía, ¿aceptaría yo?"
Yo estaba temblando. ¿De esperanza? ¿De miedo? ¿De placer? ¿De repugnancia? No sabía con certeza de qué.
* * *
La luz de la luna tocaba mi habitación. Sobresaltada, me senté. Algo acababa de despertarme.
Me encontraba en peligro. Un sentido adicional parecía estar diciéndomelo. Quedé consternada, pues alguien estaba en mi pieza. Vi el contorno de una figura que, sentada en un sillón, me observaba.
Lancé un grito ahogado, ya que la figura se había movido. Pensé: "Siempre creí que el Abbas estaba hechizado. Ahora lo sé."
Oí una risa grave y entonces supe que mi visitante era Johnny, tal como habría debido suponerlo.
—¡Usted! —exclamé—. ¡Cómo se atreve!
Sentándose en el borde de mi cama, me miró.
—Soy muy atrevido, Kerensa, especialmente cuando se refiere a ti.
—Mejor será que se marche… sin demora.
—Oh, no ¿No crees que será mejor que me quede?
Salté de la cama. Él se incorporó, pero sin acercarse a mí; simplemente se quedó mirándome con fijeza.
—Siempre me pregunté cómo te peinarías el cabello de noche. Dos largas trenzas… ¡Qué recatada! Aunque me gustaría verlo suelto.
—Si no se marcha de inmediato gritaré pidiendo auxilio.
—En tu lugar no haría tal cosa, Kerensa.
—Yo no soy usted y le repito, lo haré.
—¿Por qué no puedes ser razonable?
—¿Por qué no puede usted conducirse como un caballero?
—¿Contigo… que de ningún modo eres una dama?
—Lo odio, Johnny Saint Larston.
—Bueno, hablaste como la niñita de las cabañas. Pero prefiero que me odies a que seas indiferente.
—No siento nada por usted… nada en absoluto.
—No sientes nada por la verdad. Sabes que me odias y ansias que te haga el amor, pero piensas que la dama en la que tratas de convertirte debería insistir en el matrimonio antes de recibir un amante.
Corrí a la puerta, y abriéndola de un tirón, dije:
—Le daré diez segundos, Johnny Saint Larston. Si no sale antes, y si trata de tocarme, gritaré hasta despertar a su hermano y la esposa de él.
Al darse cuenta de que yo hablaba en serio, quedó momentáneamente desanimado. Pasando a mi lado, salió al corredor; su mirada era colérica y malévola. Quedé horrorizada, pues comprendí que él creía realmente que yo me convertiría en su amante esa noche.
Entré en mi cuarto, cerré la puerta y me apoyé en ella, temblando. Me preguntaba: ¿cómo iba a descansar tranquila, sabiendo que a cualquier hora de la noche él podía entrar en mi cuarto?
No podía volver a la cama. Me acerqué a la Ventana y miré afuera. La luz lunar me mostró los jardines y, más allá, el prado con el círculo de piedras.
Allí me quedé inmóvil un rato. Oí que un reloj daba la medianoche. Y entonces vi a Johnny. Se alejaba de la casa con paso decidido. Permanecí quieta, mirándolo, mientras él bordeaba el campo y tomaba el camino hacia el poblado. Ese camino conducía también hacia Larnston Barton.
Cierto instinto me dijo que, habiendo fracasado conmigo, Johnny iba en busca de Hetty Pengaster.
* * *
Sigilosamente fui por el corredor al cuarto de Mellyora y golpeé la puerta con suavidad. Como no tuve respuesta, entré. Mellyora dormía.
Me quedé unos segundos contemplándola. Qué hermosa e inocente se la veía allí tendida. También Mellyora, pensé, estaba indefensa, en esa casa. Pero Justin jamás entraría en su pieza sin ser invitado. Pese a ello, Mellyora era más vulnerable que yo.
—Mellyora —susurré—. No te alarmes. Soy yo… Kerensa.
—¡Kerensa! —se sobresaltó ella—. ¿Qué es lo que ocurre?
—Ahora, nada malo… Pero no quiero volver a mi cuarto.
—¿A qué te refieres? ¿Qué pasó?
—Entró Johnny. No me siento segura si él puede entrar cuando quiere.
—¡Johnny! —repitió ella despectivamente. Asentí con la cabeza.
—Está tratando de seducirme y le temo…
—¡Oh… Kerensa!
—No te alarmes. Sólo quiero quedarme contigo. Se apartó y yo me deslicé en la cama. —Estás temblando —dijo ella.
—Fue bastante horrible.
—¿No te parece que… deberías irte?
—¿Irme del Abbas? ¿Y adonde?
—No sé… a alguna parte.
—¿A trabajar en alguna otra casa, a estar a disposición de otra persona?
—Tal vez sería mejor para las dos, Kerensa.
Era la primera vez que ella admitía sus dificultades y sentí temor. En ese momento yo estaba segura de que jamás abandonaría el Abbas por mi propia voluntad.
—Puedo manejar a Johnny —dije.
—Pero este último asunto…
—Si tengo que denunciarlo, haremos entender a todos de quién es la culpa.
—Qué fuerte eres, Kerensa.
—He tenido que cuidarme toda la vida. Tú has tenido tu padre que te cuidó… No te preocupes por mí, Mellyora.
Guardó silencio un rato; luego dijo:
—Quizá para las dos, Kerensa…
—Podríamos "ir más lejos y pasarlo peor" —cité. Sentí el alivio en el pequeño suspiro que lanzó.
—¿Dónde encontraríamos puestos juntas? —inquirió.
—Ah, ¿dónde?
—Y después de todo, Saint Larston es nuestro hogar.
Quedamos un rato calladas. Luego dije:
—¿Puedo compartir tu habitación en el futuro, mientras él esté aquí?
—Sabes que puedes.
—Entonces yo no tendré nada que temer —agregué.
Las dos tardamos largo rato en dormirnos.
Judith supo, por supuesto, que yo dormía en la pieza de Mellyora, y cuando sugerí el motivo no hizo ninguna objeción.
Durante las semanas subsiguientes, Mellyora y yo volvimos a estrechar nuestros vínculos, ya que compartir una habitación significaba compartir confidencias. Nuestra relación se parecía más a lo que había sido en el rectorado, que nunca desde nuestra llegada al Abbas, y desde que sus sentimientos hacia Justin nos habían distanciado un poco.
Durante ese período recibí una carta de David Killigrew. Decía que pensaba en mí constantemente; su madre estaba tan fuerte como siempre físicamente, pero cada día se tornaba un poco más olvidadiza; él trabajaba mucho, pero no veía esperanzas de obtener un cargo eclesiástico, cosa que, según sugería, debía hacer antes de pedirme que me casara con él.
Yo apenas si podía recordar su aspecto. Me sentía culpable porque él era tan formal y yo, en una época, había pensado en casarme con él tal como en ese momento, en el fondo de mi corazón, pensaba en casarme con Johnny Saint Larston.
¿Qué clase de mujer era yo, me preguntaba, que estaba dispuesta a volverme a un lado y a otro en aras de la conveniencia?
Procuraba hallar excusas para mí misma. Había urdido un sueño, y la realización de ese sueño era lo más importante en mi vida. Quería lograr una posición que me permitiera no sufrir más humillaciones. Quería dar consuelo a mi abuelita en su vejez; quería hacer de Joe un médico. Era irónico que Johnny —a quien yo creía odiar— fuera el único que tenía en su poder la llave de todo eso. Era una llave de la cual se desprendería a regañadientes; pero tal vez, si se le apremiaba…
Johnny me observaba con ojos abrasadores. Me deseaba más que nunca, y sin embargo, no tomaba ninguna actitud. Yo sospechaba que había ¿do a mi cuarto y lo había hallado vacío. Conjeturaría dónde me encontraba yo, pero no se atrevía a ir a la pieza de Mellyora.
Yo seguía oyendo la voz alterada de Judith en los aposentos que compartía con Justin; y sabía que ella se estaba volviendo cada vez más inquieta.
En cuanto a Mellyora, parecía vivir en un estado de exultación. Yo creía saber por qué, pues un día los había visto juntos a ella y Justin desde mi ventana. Se habían encontrado accidentalmente, y sólo habían cambiado una palabra; pero yo lo vi seguirla con la mirada al pasar ella; la vi volverse para mirarlo a él, y durante unos segundos se quedaron inmóviles, contemplándose.
Se habían delatado. Las sospechas de Judith tenían alguna base.
Se amaban, y lo habían admitido, si no en palabras, con una mirada.
* * *
Estábamos sentados a la mesa cuando empezó a retumbar la campana desde la habitación de Sir Justin. Durante unos segundos nos miramos con fijeza; luego Haggety, seguido por la señora Rolt, subió a toda prisa la escalera.
Todos nos mirábamos, ya que la campana siguió sonando hasta que ellos llegaron al aposento, y comprendíamos que esa no era una llamada común.
En pocos instantes, Haggety regresó a la cocina. Polore debía ir de inmediato en busca del doctor Hilliard.
Cuando Polore se hubo marchado, nos quedamos junto a la mesa, pero sin comer. La señora Salt dijo lúgubremente:
—Este será el final, ya verán. Y si me lo fueran a preguntar, será una feliz liberación.
Afortunadamente el doctor Hilliard estaba en casa, y en menos de media hora volvió con Polore. Pasó largo rato en la habitación de Sir Justin.
Una tensión había caído sobre la casa; todos hablaban susurrando. Cuando se marchó el doctor Hilliard, Haggety nos dijo que Sir Justin había tenido otro ataque. Aún estaba vivo pero, en opinión suya, no pasaría de esa noche.
Cuando fui junto a Judith a preparar sus cosas para la noche, la encontré más tranquila que de costumbre; me dijo que Justin estaba con su padre, toda la familia se encontraba allí.
—Esto no es totalmente inesperado, señora —le dije.
Sacudió la cabeza al responder:
—Tarde o temprano tenía que ocurrir.
—¿Y este es… el final, señora?
—¿Quién puede saberlo? Todavía no ha muerto.
Pronto, pensé, ella será Lady Saint Larston, y Justin será el jefe de la casa. Para mí sería igual. Pero… ¿y Mellyora? Yo estaba convencida de que Justin detestaba ver cómo su madre intimidaba a Mellyora. Cuando él fuera Sir Justin, ¿qué podría hacer para impedirlo? ¿Delataría sus sentimientos?
La vida nunca permanece estacionaria, pensé. Un pequeño cambio aquí, un pequeño cambio allá… y lo que era seguro y normal deja de serlo. Pensé en la séptima virgen de la leyenda, que había meditado no lejos de donde yo me encontraba, que había tomado los hábitos y sin duda creía vivir el resto de su vida en tranquila seguridad. Después amó y se sometió al amor; y el resultado fue una prolongada agonía en la pared del convento.
El doctor Hilliard venía dos veces diarias, y cada mañana creíamos que Sir Justin estaría muerto antes de concluir el día. Pero él resistió durante una semana.
Mellyora lo asistía constantemente. Quedó excusada de sus obligaciones de leer y juntar flores. Yo regresé a mi propia habitación, porque ella hacía falta en el cuarto del enfermo y, como allí yo estaba sola, no tenía sentido que estuviese en el de ella.
Durante esos seis días poco descansó, pero no parecía necesitarlo. Había adelgazado un poco, lo cual le sentaba bastante bien, y la rodeaba cierto resplandor. Yo, que tan bien la conocía, comprendí que por un tiempo se contentaba con saber que Justin la amaba.
Tal vez, pensé, podrían seguir así durante el resto de sus vidas. La suya sería una relación de ideales, no mancillada por ninguna necesidad física. Justin jamás sería un hombre apasionado, y Mellyora estaría pronta a adaptarse a su modalidad. Sería un amor sublimado; siempre los mantendría separados la llameante espada del decoro y las convenciones.
Qué contraste era esa atracción profana que Johnny sentía por mí, y acaso yo por él.
* * *
Sir Justin murió; la atmósfera se aligeró al iniciarse los preparativos para el funeral. En todas las ventanas se corrieron celosías; íbamos por la casa en lóbrega oscuridad. Sin embargo, no había verdadera tristeza, pues nadie había amado a Sir Justin y su muerte se preveía desde mucho tiempo atrás.
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