Era cuestión de: "Sir Justin ha muerto. Viva Sir Justin". Los criados adoptaron de modo natural la nueva manera de hablar. Judith había pasado a ser "mi señora", mientras casi imperceptiblemente, Lady Saint Larston, la Anciana Dama, se desplazaba a un segundo plano.

Todos los allegados a la casa lucían fajas de crespón en torno a los brazos… "en señal de respeto", decía la señora Rolt. En las cocinas se efectuó una colectaba la cual Mellyora y yo fuimos invitadas a agregar nuestra parte, y hubo gran alboroto cuando llegó la corona mortuoria: "Las puertas del Cielo se abren de par en par", que había sido elegida por la señora Rolt.

Cuando pregunté si ellos creían que Sir Justin iría al Cielo, ya que, por lo que había oído decir, su vida no había sido ejemplar, fui mirada con ojos escandalizados. Doll lanzó un leve chillido mientras miraba sobre el hombro, esperando casi, según explicó, que el espíritu de Sir

Justin entrase en la cocina y me diese muerte con la vara de cobre que Daisy había traído del lavadero y había olvidado llevar de vuelta.

¿Acaso no sabía yo que era peligroso hablar mal de los muertos? ¿No sabía que los muertos estaban santificados? No importaba que Sir Justin hubiera poseído muchachas contra su voluntad; no importaba que hubiese enviado hombres, mujeres y niños a prisión o al destierro por el solo pecado de entrar sin permiso en sus propiedades; ahora estaba muerto y era, por consiguiente, un santo.

Sentí impaciencia hacia ellos; no temía al espectro de Sir Justin, pero tratar de explicarlo era inútil.

Las negras sordinas habían cumplido su obligación; los caballos con jaeces de terciopelo se habían llevado su sagrada carga y el funeral había terminado.

Yo no temía ya a Johnny. A decir verdad, ansiaba volver a encontrarme con él. Mientras Sir Justin estaba tan enfermo, yo había ido a ver a mi abuelita y le hablé de Johnny. Ella se quedó muy pensativa; luego dijo.

—El hecho de que hablara de matrimonio indicaría que pensaba en eso.

—Únicamente como algo que nunca podría tener lugar —objeté.

Abuelita sacudió la cabeza mientras me miraba con afecto.

—Vamos, Kerensa —dijo—. Juraría sin vacilar que, si te vistieses como una dama y te llevasen adonde nadie te conociera, te tomarían por una.

Yo sabía que esto era cierto, pues a ese fin había dedicado todas mis fuerzas. Era el primer paso, y esencial.

—Abuelita, él jamás se casaría conmigo —dije—. Su madre nunca lo permitiría. Y tampoco su hermano.

Entrecerré los ojos, pensando en Justin, que desde ese momento sería el jefe de la familia. Justin tenía un secreto… su amor por Mellyora. Pero ¿acaso era un secreto? ¿No lo sospechaban ya los sirvientes? Con todo, él era vulnerable, y con tal secreto, ¿estaba en situación de perjudicarme?

—Eso piensas ahora, cariño mío. Pero ¿quién sabe lo que encierra el futuro? ¿Quién habría creído que alguna vez leerías y escribirías igual que uno de ellos?

—¡Quién lo habría creído! —repetí. Luego, tomándole la mano, agregué—: Abuelita, ¿podrías darme alguna poción…?

Entonces ella retiró la mano riendo, burlona.

—¡Y yo creía que eras culta! ¿Has olvidado lo que te dije? A ti te toca hacer el futuro. Puedes tener lo que quieras… si estás dispuesta a pagar el precio por ello. Cualquiera puede. ¡Pero nunca debes olvidar que el precio ha de pagarse y que a veces es más de lo que tú habías previsto, Kerensa! —Estaba muy seria—. Escucha lo que te digo… Y no lo olvides.

* * *

Estaba tendida en la cama de Mellyora. Cuando la casa estuviese en silencio, regresaría a mi propia habitación.

—Pero ¿quieres hacerlo, Kerensa? —había preguntado ella—. ¿Te sientes a salvo?

—¡A salvo de Johnny! —repuse con desdén—. No te preocupes por mí. Sé manejar a Johnny.

Unió las manos a la espalda y miró el cielo raso. Una vez más, sólo pude describir su expresión como exaltada. —Deberías decírmelo, Mellyora —sugerí.

—¿Decírtelo?

—Algo ha sucedido, ¿verdad?

—Sabes muy bien qué ha sucedido. Hubo una muerte en esta casa.

—No fue inesperada, ni mucho menos.

—La muerte siempre causa emoción, inesperada o no.

—No me parece que estés muy emocionada.

—¿No?

Me pareció ver que las confidencias temblaban en sus labios. Quería decírmelo, pero aquel secreto no era solamente suyo. Yo estaba resuelta a que me lo dijese. Me pareció oír la voz de abuelita: "Es importante averiguarlo todo…"

—No puedes engañarme, Mellyora. Algo ha ocurrido, sí.

Se volvió para mirarme y noté que estaba sorprendida. Me recordó una delicada gacela que ha oído un rumor en la vegetación y que, si bien quiere satisfacer su curiosidad, sabe que es más juicioso escapar.

Pero de mí no iba a escapar.

—Y tiene algo que ver con Justin —proseguí con firmeza.

—Sir Justin —dijo suavemente ella.

—Ahora es Sir Justin, de acuerdo, y jefe de la familia.

—¡Qué distinto de su padre será! Los arrendatarios lo amarán. Será bondadoso, y tan justo como sugiere su nombre…

Hice un ademán de despedida. No quería un panegírico del nuevo Sir Justin.

—Será perfecto en todo sentido —dije—, salvo que ha cometido la estupidez de casarse con la mujer equivocada.

—¿Qué estás diciendo, Kerensa?

—Me oíste perfectamente. Digo solamente lo que está desde hace mucho tiempo en tus pensamientos… y acaso en los suyos también.

—Jamás debes decir eso a ninguna otra persona, Kerensa. »

—Claro que no. Esto es entre nosotras dos. Sabes que yo siempre estaría de tu parte, Mellyora. Eres mi íntima amiga… somos como hermanas… no, más aún, porque jamás olvidaré que me sacaste de la plataforma de contratación e hiciste de mí casi tu hermana… en cierto modo, tú hiciste de mí lo que soy, Mellyora. El vínculo que nos une es más fuerte inclusive que un vínculo de sangre.

Súbitamente se volvió hacia mí y se arrojó contra mí; la abracé estrechamente mientras su cuerpo se sacudía en callados sollozos.

—Deberías decírmelo —insistí—. Sabes que me preocupa todo lo que te ocurre. Amas a Justin… a Sir Justin. Hace mucho que lo sé.

—¿Quién podría evitar el amar a un hombre así, Kerensa?

—Bueno, yo lo consigo bastante bien, lo cual es una suerte. No convendría que todos se enamoraran de él. Sé desde hace tiempo cuáles son tus sentimientos… pero ¿y los de él?

Se apartó y, levantando su rostro hacia el mío, respondió:

—Me ama, Kerensa. Cree que siempre me amó, aunque no lo supo… hasta que fue demasiado tarde.

—¿Te lo ha dicho?

—No lo habría hecho. Pero fue cuando estábamos los dos sentados junto al lecho de su padre. Era más de medianoche. La casa estaba tan silenciosa, y hubo un momento en que fue imposible ocultar la verdad.

—Si te amó siempre, ¿por qué se casó con Judith? —inquirí.

—Verás, Kerensa, me consideraba una niña. Parecía mucho mayor que yo, y como me conoció cuando yo era apenas una niña, siguió pensando en mí como si lo fuese. Y luego llegó Judith…

—¡Ah, Judith! Mira, se casó con ella.

—No quería hacerlo, Kerensa. Se casó contra su voluntad.

—¿Y qué clase de hombre es, que se casa contra su voluntad?

—No comprendes. Se casó porque es bueno y amable…

Me encogí de hombros, viendo que ella luchaba consigo misma, pensando si debía decírmelo. Como no pudo soportar mi tácita crítica a Justin, decidió hacerlo.

—Antes de enfermarse, su padre quería que él se casara, pero Justin se negaba porque no quería casarse sin estar enamorado. Su padre estaba furioso; hubo muchas escenas y fue durante una de ellas que sufrió su primer ataque. Justin quedó horrorizado, ¿entiendes?, ya que se sintió responsable. Y cuando su padre enfermó tanto, Justin pensó que si hacía lo que él quería, eso contribuiría a que se recuperara. Por eso se casó con Judith. Pronto supo que era un terrible error…

Callé. Estaba convencida de que Justin le había dicho la verdad. Ella y Justin eran de la misma especie. Qué admirablemente se adecuaban uno al otro. "Si ella se hubiese casado con Justin", pensé, "yo habría venido aquí en un carácter muy distinto." Oh, ¡por qué Mellyora no se había casado con Justin!

Los imaginé… uno a cada lado de aquel anciano moribundo que había jugado tal papel en sus vidas… sus confidencias susurradas, sus anhelos.

—¿Qué van a hacer, Mellyora? —pregunté. Sus ojos se dilataron de incredulidad.

—¿Hacer? ¿Qué podemos hacer? Está casado con Judith, ¿verdad?

No dije nada. Sabía que, por un tiempo, le bastaba con saber que él la amaba; pero ¿durante cuánto tiempo se contentaría con eso ella… o él?

* * *

En todas las ventanas, las celosías estaban subidas. Yo sentía que en todas partes había un cambio sutil. Nada podría volver a ser totalmente igual. La anciana Lady Saint

Larston había hablado, con poco entusiasmo, de ir a la Casa Dower, pero cuando Justin la instó a quedarse en el Abbas, había aceptado encantada.

Un nuevo Sir Justin. Una nueva Lady Saint Larston. Pero esos eran nombres, simplemente. Yo veía que los ojos de Justin seguían a Mellyora, y sabía que esa confesión de ellos había modificado su relación, por más que ellos creyesen lo contrario. Cuánto tiempo, me pregunté, creían ellos poder ocultar su secreto a gente como la señora Rolt, Haggety y la señora Salt.

Pronto habría más habladurías en las cocinas. Tal vez ya hubieran empezado. Y cuánto tardaría en enterarse Judith… ¡ella, que vigilaba a su marido durante cada segundo en que estaba en su compañía! Ya sospechaba que sus sentimientos hacia Mellyora eran peligrosamente fuertes.

Esta atmósfera estaba llena de peligro… tensa y silenciosa, a la espera de un desastre.

Pero eran mis propios asuntos los que me absorbían, porque la pasión de Johnny hacia mí iba en aumento, y cuánto más distante me ponía yo, más decidido estaba él. Nunca repitió el intento de penetrar en mi dormitorio, pero cada vez que yo salía, lo encontraba caminando junto a mí. A veces me adulaba, otras veces rabiaba, pero la conversación era toda sobre un solo tema.

Una y otra vez le dije que estaba perdiendo su tiempo; él respondía que yo estaba haciendo perder tiempo a los dos.

—Si esperas matrimonio, esperarás mucho tiempo —dijo colérico.

—Ocurre que tiene usted razón. Espero matrimonio, pero no con usted. David Killigrew quiere casarse conmigo tan pronto como obtenga un puesto eclesiástico.

—¡David Killigrew! ¡Así que piensas ser la esposa de un párroco! Vaya broma.

—Su sentido del humor es algo infantil, por supuesto.

No hay en esto nada de gracioso, se lo aseguro. Es una cuestión muy seria.

—¡Pobre Killigrew! —resopló y me dejó sola.

Pero estaba intranquilo. Supe entonces que poseerme se había convertido en una obsesión para él.

* * *

Cada vez que era posible, yo iba a ver a abuelita. De nada disfrutaba más que de estirarme en el talfat y hablar con ella como antes, cuando era niña. Sabía que mis asuntos eran para ella tan importantes como para mí, y ella era la única persona del mundo con quien yo podía ser absolutamente franca.

Discutimos la posibilidad de un matrimonio con David Killigrew. Abuelita sacudió la cabeza negativamente al respecto.

—Sería bueno para algunas, preciosa, pero colijo que tú siempre seguirías ansiando otra cosa.

—¿No dirás que Johnny Saint Larston es el hombre para mí?

—Si te casaras con él, te estarías casando con un sueño, Kerensa.

—¿Y eso no sería bueno?

—Sólo tú puedes hacerlo bueno o malo, preciosa.

—En tal caso, ¿podría yo hacer bueno o malo un matrimonio con David?

Ella movió la cabeza afirmativamente. Entonces pasé a contarle mi último encuentro con Johnny, y luego hablarle de la vida en el Abbas. Nunca cesaba yo de hablar del Abbas. Me gustaba hacérselo ver como yo lo veía… las antiguas escaleras de caracol y celdas de piedra donde habían vivido las monjas; lo que más me interesaba era la parte antigua del Abbas, pero lo amaba todo; y cuando pensaba en casarme con David Killigrew pensaba en abandonar el Abbas y tenía la sensación de despedirme de un amante.

—Estás enamorada de una casa —comentó abuelita—. Bueno, quizá sea más seguro amar una casa que a un hombre. Si es tuya pues es tuya, y no tienes por qué temer que te traicione.