* * *
Judith se había acostado temprano debido a un dolor de cabeza, dejándome libre por toda la noche. Eran las nueve, y como deseaba ver a abuelita, me escabullí de la casa y me dirigí a la cabaña.
Estaba sentada, fumando su pipa y, como siempre, se alegró de verme. Nos sentamos a conversar; le dije que la actitud de Johnny parecía estar cambiando y que no lograba entenderlo. En los últimos tiempos había estado un poco frío, y a veces me parecía que estaba abandonando la persecución, otras, sin embargo, parecía más decidido que nunca.
Abuelita encendió dos velas, pues ya teníamos encima el crepúsculo y mi conversación, como siempre, se había vuelto hacia la casa misma, cuando de pronto me sobresaltó un movimiento en la ventana. Tuve el tiempo justo para ver que una oscura forma se alejaba con presteza. ¡Alguien había estado mirándonos!
—Abuelita, hay alguien afuera —dije.
Abuelita se levantó con lentitud, pues ya no era ágil, y se dirigió a la puerta. Luego, volviéndose hacia mí, sacudió la cabeza.
—Allí no hay nadie —dijo.
—Pero alguien estaba mirándonos —insistí mientras la seguía hasta la puerta y atisbaba en las tinieblas—, ¿Quién está allí? —grité. No hubo respuesta—. ¿Quién pudo haber sido? ¿Quién pudo haber estado allí afuera espiándonos? ¿Y durante cuánto tiempo, me pregunto?
—Probablemente haya sido alguien que quería verme a solas —fue la cómoda explicación de abuelita—. Volverán… es decir, si realmente necesitan verme.
La inquieta sensación de haber sido espiada siguió acompañándome. No lograba disponerme a conversar, y como se estaba haciendo tarde, me di cuenta de que era tiempo de regresar al Abbas.
Di las buenas noches a abuelita y la dejé. Pero no cesaba de preguntarme quién había mirado por la ventana y decidido no entrar.
* * *
No tuve oportunidad de volver a ver a abuelita hasta que hube tomado mi decisión. Me decía que eso, en cierto modo, era bueno, pues la decisión tenía que ser mía. Debía tomarla con los ojos abiertos; tenía que sobrellevar yo misma toda la responsabilidad.
Judith había estado tediosa. Yo estaba descubriendo facetas de su carácter que hasta entonces no conocía. Tenía un genio violento que, cuando se manifestaba, era más vehemente aún por haber estado contenido. Yo conjeturaba que el futuro en aquella casa iba a ser muy tempestuoso. Judith no toleraría durante mucho tiempo más la presencia de Mellyora.
Y cuando Mellyora se marchase… ¿qué sería de mí?
Sin embargo, eso no era lo que me preocupaba en el futuro inmediato. Judith tenía una de sus jaquecas; debía cepillarle el cabello, masajearle la frente. A veces detestaba el olor del agua de colonia que ella empleaba. Siempre me recordaría mi vasallaje hacia esa mujer.
—Qué torpe eres, Carlee —dijo. Que usara mi apellido era signo de su irritación. Procuraba deliberadamente ofenderme porque ella estaba ofendida—. Me estás tirando del cabello. Eres una inútil, una inútil. A veces no sé por qué te empleo.
Aunque si lo pienso bien, no te contraté yo. Te encontraron para mí. ¿Qué soy yo en esta casa…? Yo trataba de tranquilizarla.
—Mi señora, no se siente usted bien. Quizá debería descansar.
Detestaba llamarla "mi señora". Si Mellyora hubiese sido mi señora, yo me habría jactado de mi amistad con Lady Saint Larston, pero para mí ella sería Mellyora, no mi señora.
Sin embargo, Mellyora jamás podría ser Lady Saint Larston mientras esa mujer viviera.
—No te quedes allí como una tonta. Trénzame el cabello. Y no tironees; ya te lo advertí antes.
Me quitó el cepillo, y al hacerlo, las púas me desgarraron la piel de un dedo, haciéndolo sangrar. Lo miré consternada mientras ella lanzaba el cepillo al otro lado de la habitación.
—¡Oh, sí que se te ha tratado brutalmente! —se mofó—. Y bien merecido lo tienes.
Tenía los ojos desencajados. Yo pensé: ¿acaso en pocos años Lady Saint Larston saldrá a bailar en el páramo cuando haya luna llena?
Aquellos Derrise estaban sentenciados… sentenciados a la demencia por un monstruo. Y Judith era uno de los sentenciados.
Esa noche me dominaba una rencorosa furia. Odiaba a quienes me humillaban, y Judith me estaba humillando. Me dijo que más me valía tener cuidado. Se desharía de mí. Escogería su propia doncella de compañía. Ahora era Lady Saint Larston y no había ninguna razón para que se le impusiese nada.
Le sugerí tomar uno de los polvos calmantes que el doctor Hilliard había recetado para ella, y con gran sorpresa mía, aceptó. Se lo di, y el efecto fue evidente en unos diez minutos. La tempestad estaba pasando; dócilmente me permitió llevarla a la cama.
Volví a mi cuarto, y aunque era tarde, peiné mi cabello al estilo español, poniéndome luego mi peineta y mi mantilla. Esto siempre me calmaba y se me había vuelto una costumbre. Con el cabello así solía recordar la fiesta, el baile con Kim y cómo él me había dicho que era fascinadora. En el fondo de mi mente encerraba un sueño: que Kim regresaba y me tenía cariño. Por algún milagro él era el dueño del Abbas; nos casábamos y vivíamos allí felices para siempre.
Mientras, sentada junto a la ventana, contemplaba el paisaje a la luz de la luna, sentía el deseo de ir hasta las piedras, pero estaba cansada. Tomé un libro para sosegarme leyendo, y me apoyé en la cama totalmente vestida, pues quería dejarme la peineta en el cabello; el leer nunca dejaba de consolarme; me recordaba lo lejos que había llegado, y que había logrado lo que casi todos habrían considerado imposible.
Seguí leyendo y leyendo, y era pasada la medianoche cuando oí ruido de pasos que se acercaban furtivos a mi aposento.
Salté de la cama y apagué mis velas. Me encontraba de pie tras la puerta cuando Johnny la abrió y entró.
Aquel era un Johnny diferente. Yo no sabía qué lo había cambiado; sólo sabía que jamás lo había visto así antes. Estaba tranquilo, serio, y había en él una extraña decisión.
—¿Qué quiere? —le pregunté.
Alzó un dedo advirtiéndome que callara.
—Salga o gritaré —le dije.
—Quiero hablarte. Necesito hablarte.
—Yo no deseo hablar.
—Tienes que escucharme. Tienes que darme apoyo. —No le entiendo…
Se me acercó, perdida ya toda su fiereza; era como un niño, implorándome, lo cual era extraño en Johnny.
—Me casaré contigo —dijo.
—¡Qué!
—Dije que me casaré contigo.
—¿Qué juego está jugando?
Tomándome por los hombros, me sacudió.
—Tú lo sabes —dijo—. Tú lo sabes. Es el precio que estoy dispuesto a pagar. Te digo que me casaré contigo.
—¿Y su familia?
—Hará un gran alboroto. Pero yo digo: al infierno con la familia. Me casaré contigo, lo prometo.
—No estoy segura de que yo me casaré con usted.
—Por supuesto, lo harás. Era lo que estabas esperando. Hablo en serio, Kerensa… nunca hablé más en serio en toda mi vida. No quiero casarme. Habrá problemas. Pero te digo que me casaré contigo.
—No es posible.
—Me iré a Plymouth…
—¿Cuándo?
—Esta noche. No… ya es de mañana. Hoy, entonces. Tomaré el primer tren. Partiré a las cinco. ¿Vendrás conmigo?
—¿Por qué esta repentina decisión?
—Tú lo sabes. ¿Por qué fingir?
—Creo que está loco.
—Siempre te deseé, y esta es la manera. ¿Vendrás conmigo?
—No confío en usted.
—Debemos confiar el uno en el otro. Me casaré contigo. Obtendré la licencia especial. Lo juro.
—¿Cómo sé que…?
—Mira. Tú sabes lo que ha ocurrido. Estaremos juntos. Una vez hecho, hecho estará. Me casaré contigo, Kerensa.
—Necesito tiempo para pensarlo.
—Te daré hasta las cuatro. Prepárate. A esa hora partiremos. Empacaré algunas cosas. Haz lo mismo tú. Entonces iremos en el coche liviano hasta la estación… a tiempo para tomar el tren.
—Esto es una locura —dije.
Me atrajo hacia sí, y no pude comprender su abrazo, en el que había deseo, pasión y tal vez odio. —Así lo quieres tú. Así lo quiero yo. Luego partió.
Me senté junto a la ventana. Pensé en la humillación sufrida esa misma noche. Pensé en la realización de mi sueño. Podía tornarse cierto tal como yo lo había soñado.
No estaba enamorada de Johnny, pero alguna sensualidad en él tocaba algo en mí. Yo estaba destinada a casarme y parir hijos… hijos que serían Saint Larston.
Ya el sueño se estaba volviendo más ambicioso. Justin y Judith no tenían hijos. Veía a mi hijo: Sir Justin. Yo, ¡madre del heredero del Abbas!
Cualquier cosa valía la pena por eso. Casarme con Johnny… cualquier cosa.
Me senté y escribí una carta a Mellyora; agregué otra, pidiéndole que la entregase a abuelita.
Estaba decidida.
Por eso partí en el tren de las cinco a Plymouth. Johnny cumplió su palabra, y poco después me convertí en la esposa de Johnny Saint Larston.
CAPÍTULO 04
Los días que siguieron a nuestra fuga del Abbas aún me parecen como un sueño; la vida no cobró realidad hasta algunas semanas después, cuando regresé al Abbas como la señora Saint Larston, necesitada de toda mi fortaleza para combatir por el sitio que me proponía ocupar.
El día de nuestro regreso no tenía miedo; casi no quedaba lugar para otro sentimiento que el de victoria. Era Johnny quien tenía miedo; pronto aprendería que me había casado con un ser débil.
Durante aquel viaje de mañana temprano a Plymouth, había hecho mis planes. Estaba decidida a no regresar al Abbas hasta que fuese la señora Saint Larston, y estaba decidida a regresar al Abbas. No tenía por qué preocuparme. Johnny no intentó eludir su promesa; a decir verdad, parecía ansiar tanto como yo la ceremonia, y hasta estuvo dispuesto a mantener la distancia hasta que ésta concluyó; entonces tuvimos algunos días de luna de miel en un hotel de Plymouth.
La luna de miel con Johnny fue una experiencia que no me agrada particularmente rememorar, ni siquiera ahora. Nuestra sociedad lo era solamente de los sentidos. Yo no tenía verdadero amor por él, ni él por mí. Quizá tuviese una renuente admiración por mi tenacidad; hubo momentos en que me convencí de que le alegraba mi fortaleza; pero la nuestra era una relación física que, durante esas primeras semanas, fue lo bastante satisfactoria como para que no examinásemos con demasiada atención la situación en la que nos habíamos colocado.
Para mí, ésta era la culminación de mi sueño más acariciado; y de esos sueños había surgido otro nuevo, más ambicioso: anhelaba apasionadamente un hijo, ¡mi cuerpo entero clamaba por un hijo! Un varón que sería el heredero de Saint Larston… mi hijo, un baronet. Durante esos días y noches en el hotel de Plymouth, cuando para Johnny y yo no parecía haber sentido en la vida, fuera de nuestra pasión, fui alocada y risueñamente feliz porque intuía un creciente poder en mi interior. Podía hacer realidad mis sueños. Estaba resuelta a concebir sin demora; no podía esperar más para tener a mi hijo en los brazos—. No hablé de esto a Johnny; él, al percibir mi necesidad, que igualaba a la suya por mí, interpretó de modo totalmente erróneo mi pasión; pero ésta encendía la suya, y él me repetía con frecuencia el placer que yo le causaba.
—No lamento nada… nada… —exclamaba y reía, recordándome mi indiferencia hacia él—. Eres una bruja, Kerensa —me decía—. Siempre creí que lo eras. Esa abuela tuya lo es y tú eres igual. Estuviste siempre tan loca por mí como yo por ti, aunque me tratabas como si me aborrecieses. ¿Qué me dices ahora de ese clérigo, eh?
—No estés demasiado seguro de ti mismo, Johnny —le advertí.
Y él se reía de mí, me hacía el amor, y yo nunca me resistía, diciéndome: "Tal vez mi hijo sea concebido ahora."
Johnny podía abandonarse al momento sin pensar en el futuro; más tarde comprendí que esa característica era la fuente de todos sus problemas. Durante aquellas semanas en Plymouth fuimos la pareja de recién casados que gozaban de su mutua posesión; él ni siquiera pensó en nuestro regreso hasta que partimos rumbo al Abbas.
Johnny había escrito a su hermano anunciándole que volvíamos y pidiendo que se enviara a Polore a la estación para recibirnos.
Jamás olvidaré cuando bajamos del tren. Yo llevaba puesto un traje para viajar, de tela verde con cordoncillo negro; mi toca era también verde con cintas negras. Johnny me había comprado esas ropas, y afirmaba que con las prendas adecuadas, que él pensaba proporcionarme, eclipsaría a Judith.
"La Leyenda De La Séptima Virgen" отзывы
Отзывы читателей о книге "La Leyenda De La Séptima Virgen". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "La Leyenda De La Séptima Virgen" друзьям в соцсетях.