—Vine a ver a Joe —dije.

—Oh, sí, señora Saint Larston. Iré a decírselo. Discúlpeme usted un minuto o dos.

Le sonreí con benevolencia mientras ella salía. Conjeturé que la historia de mi casamiento había sido el tema principal en toda la campiña, y que Joe se había vuelto más importante debido a su conexión conmigo. Quedé satisfecha (siempre me complacía cuando podía llevar honra a mi familia).

Estaba observando la plata y la porcelana en el aparador del rincón, y al calcular su valor, diciéndome que los Pollent eran, si no ricos, gente acomodada, cuando volvió la señorita Pollent para decirme que Joe le había pedido llevarme adonde él estaba trabajando, pues se hallaba ocupado.

Quedé un tanto desanimada por este indicio de que Joe no me respetaba tanto como los Pollent, pero lo disimulé y me dejé conducir a un recinto donde lo encontré de pie junto a un banco, mezclando un líquido en una botella. Su placer fue auténtico cuando me acerqué y le besé. Sosteniendo en alto la botella para mostrármela, explicó:

—Es una nueva mixtura. El señor Pollent y yo creemos haber obtenido algo que nunca se usó antes aquí.

—¿De veras? —repuse—. Tengo novedades para ti Joe.

—Oh, sí, ahora eres la señora Saint Larston —rió el—. Todos nos enteramos de que te escapaste a Plymouth con el señor Johnny.

Arrugué el entrecejo. Tendría que aprender a expresarse como un caballero.

—Válgame, ¡cuánto alboroto! —prosiguió Joe—. Tú y el señor Saint Larston y Hetty Pengaster, todos yéndose el mismo día.

—¡Hetty Pengaster! —me sobresalté.

—¿No lo sabías? También ella se marchó. Un verdadero escándalo, te lo digo yo. Los Pengaster estaban de veras furiosos, y Saul Cundy con ganas de matar a alguien. Pero… así son las cosas. Doll deducía que Hetty se habría ido hasta el mismísimo Londres. Siempre dijo que era allí donde quería ir.

Guardé silencio momentáneamente, olvidando la importancia de mi misión con Joe. ¡Hetty Pengaster! Qué raro que hubiese decidido abandonar su hogar el mismo día en que habíamos partido. Johnny y yo.

—Así que se fue a Londres —dije.

—Pues nadie lo sabe todavía, pero eso es lo que dicen todos. En verano estuvo aquí un joven que venía de Londres, y Doll dice que era amigo de Hetty. Doll deduce que lo planearon estando él aquí… aunque Hetty no se lo dijo con exactitud.

Miré a Joe y su contento con la vida me irritó.

—Tengo maravillosas noticias para ti, Joe —le dije. Me miró, entonces continué—: Todo es diferente ahora. No hace falta que sigas estando en esta humilde situación.

Joe arrugó las cejas con necia expresión.

—Siempre me propuse hacer algo por ti, Joe, y ahora estoy en situación de hacerlo. Puedo ayudarte a que llegues a ser médico. Puedes decírselo al señor Pollent esta noche. Habrá mucho que estudiar, y mañana iré a pedir consejo al doctor Hilliard. Luego…

—No sé de qué estás hablando, Kerensa —dijo mientras el rubor le cubría lentamente la cara.

—Ahora soy una Saint Larston, Joe. ¿Sabes lo que eso significa?

Joe dejó la botella que sostenía y fue cojeando hasta un estante; allí tomó un frasco que contenía cierto líquido y se puso a sacudirlo distraídamente. Me emocioné mirándolo, pensando en la noche en que Kim y yo lo habíamos rescatado de una trampa y sentí un gran anhelo por Kim.

—No entiendo qué importancia tiene eso para mí —respondió—. Y me quedaré aquí con el señor Pollent. Aquí es donde me corresponde estar.

—¿Veterinario? ¡Cuándo podrías ser médico!

—Aquí es donde me corresponde estar —repitió.

—Pero te educarás, Joe. Podrías ser médico…

—No podría serlo. Soy veterinario y.es aquí donde…

—¡Donde te corresponde estar! —terminé con impaciencia—. Oh, Joe, ¿acaso no quieres progresar?

Clavó en mí una mirada más fría que nunca.

—Quiero que se me deje tranquilo, eso quiero —dijo.

—Pero, Joe…

Cojeando se me acercó, y cuando estuvo cerca dijo:

—Lo malo contigo, Kerensa, es que quieres ser igual que Dios. Quieres obligarnos a los demás a bailar con tu música. Pues yo no lo haré, ¿entiendes? Estoy aquí con el señor Pollent, y es aquí donde me corresponde estar.

—Eres un imbécil, Joe Carlee —le dije.

—Esa es tu opinión, pero si soy un imbécil, pues un imbécil me gusta ser.

Me enfurecí. Aquel era el primer obstáculo verdadero que encontraba. Yo había sabido tan bien lo que quería… La señora Saint Larston, del Abbas; su hijo, heredero al título; su hermano, el médico local; su abuela instalada en… la Casa Dower, digamos. Yo quería que cada detalle del sueño se hiciese realidad.

Y Joe, que siempre había sido tan dócil, se me oponía.

Me aparté colérica, y cuando abrí bruscamente la puerta casi me caí encima de una de las hijas de Pollent, que evidentemente había estado escuchando por el ojo de la cerradura. No le hice caso; ella entró corriendo en la habitación. La oí decir:

—Oh, Joe, no te irás, ¿verdad? Esperé; Joe replicó:

—No, Essie. Sabes que jamás me iría. Es aquí, contigo y mi trabajo, donde me corresponde estar. Entonces me alejé de prisa, disgustada.

* * *

Hacía dos meses que estaba casada y tenía la certeza de que iba a tener un hijo.

La primera vez que sospeché esto no se lo dije a nadie, salvo a abuelita; no lo anuncié hasta estar segura.

Mi triunfo superó mis expectativas.

En el Abbas, la primera persona a quien quería decírselo era mi suegra. Fui a su cuarto y llamé a la puerta. Estaba sola y no muy complacida de que se la molestara.

—No estoy libre para verte ahora —dijo. Hasta ese momento, jamás se había dirigido a mí por mi nombre.

—Quería que fuese usted la primera en escuchar mis novedades —repuse con calma—. Si no desea usted hacerlo, poco me importa que sea usted mantenida en la ignorancia.

—¿A qué novedad te refieres? —inquirió.

—¿Puedo sentarme? —pregunté a mi vez. Ella asintió con la cabeza sin mucha benevolencia—. Voy a tener un hijo —dije.

Ella bajó los ojos, pero no antes de que yo viese en ellos la excitación.

—Sin duda, el matrimonio fue necesario por esta razón.

Me puse de pie.

—Si se propone insultarme,, preferiría irme cuando le haya dicho que su presunción es incorrecta. El nacimiento de mi hijo lo demostrará, y supongo que necesitará usted pruebas antes de creerme. Lamento haber creído que era correcto decírselo antes a usted. Fue una estupidez de mi parte.

Salí del cuarto con arrogancia; al cerrar la puerta me pareció oírla susurrar:

—Kerensa…

Me dirigí a las habitaciones que compartía con Johnny. Iría a ver a abuelita, en cuya compañía podría aliviar mi vanidad herida. Pero mientras me ponía mi abrigo, alguien llamó a la puerta. Allí estaba la señora Rolt.

—Dice su señoría que le complacería si va usted a verla… señora.

—Iba a salir —respondí. Vacilé; luego me encogí de hombros—. Muy bien. Iré cuando baje. Gracias, señora Rolt…

Conociendo tan bien a la señora Rolt, me parecía ver las palabras que temblaban en sus labios: " ¡Vaya ínfulas! Como si hubiese nacido en esta situación."

Abrí la puerta de la sala de recibo de Lady Saint Larston y allí me quedé esperando.

—Entra, Kerensa —dijo ella con voz cálida.

Me le acerqué y me quedé esperando.

—Siéntate, por favor.

Me senté en el borde de una silla, demostrándole con mi actitud que su aprobación nada significaba para mí.

—Esta noticia me complace —prosiguió.

No pude ocultar la satisfacción que me inundó.

—Es lo que quiero… más que nada en el mundo —repuse—. Quiero un hijo.

En ese momento, nuestra relación cambió. Ella deploraba mi matrimonio, pero yo era joven y fuerte; era inclusive presentable y solamente las gentes de los alrededores (los de menor categoría) tenían por qué saber de dónde provenía yo. Hacía dos meses que estaba casada y ya había concebido un hijo… un nieto para ella. Y mientras tanto no había habido nada de parte de Judith. La anciana Lady Saint Larston era una mujer que había tenido en la vida casi todo lo que quería. Debió de haberse adaptado rápidamente a la intemperancia de su esposo. Tal vez aceptaba eso como parte de las necesidades de un caballero, y mientras el poder de su esposa en la casa siguiera siendo absoluto, ella estaba satisfecha. No lograba imaginarme cómo habría sido su vida matrimonial, pero sí sabía que yo compartía alguna cualidad suya, algún amor por el poder, el deseo de dirigir su propia vida y la de quienes la rodeaban; y como cada una reconocía esto en la otra, éramos esencialmente aliadas.

—Esto me alegra —declaró—. Debes cuidarte mucho, Kerensa.

—Pienso hacer todo lo necesario para garantizar que tendré un varón saludable.

—No estemos demasiado seguras de que será un varón —rió ella—. Si es una niña, le daremos la bienvenida. Eres joven… Habrá varones.

—Anhelo un varón —dije con fervor.

—Esperemos que lo sea —asintió ella—. Mañana yo misma te mostraré los cuartos infantiles. Hace mucho que no hay niños pequeños en el Abbas… Pero hoy estoy un poco cansada y me gustaría mostrártelos en persona.

—Mañana, entonces —respondí.

Nuestras miradas se cruzaron. Aquel era un triunfo. Esta orgullosa anciana que poco tiempo atrás deploraba el casamiento de Johnny, se estaba reconciliando ahora rápidamente con una nuera en la que reconocía a un espíritu afín.

¡Un hijo para Saint Larston! Era lo que ambas deseábamos más que cualquier otra cosa en el mundo, y estaba en mi poder dárselo a ella… más aún; ese poder parecía ser sólo mío.

Cuando una mujer queda embarazada, conlleva un cambio. Con frecuencia no hay para ella otra cosa que el niño, del cual ella es consciente a medida que pasan las semanas, creciendo constantemente en su interior. Intuye los cambios en el niño, el desarrollo de ese cuerpecito.

Yo vivía para el día en que nacería mi hijo.

Me volví serena, satisfecha; mi actitud era más dulce; el doctor Hilliard venía a menudo a verme y solía encontrarme con Mellyora en la rosaleda; cosiendo alguna pequeña prenda de vestir, pues pedí que ella me ayudase con el ajuar infantil.

Lady Saint Larston no me ponía ningún obstáculo. No se me debía contrariar. Si yo quería a Mellyora, debía tenerla. Se me debía mimar y consentir. Yo era la persona más importante en toda la casa.

A veces la situación me resultaba tan cómica, que una risa silenciosa me dominaba. Era feliz. Me decía que jamás en mi vida lo había sido tanto.

¿Johnny? No me interesaba nada. Su actitud había cambiado también, pues por primera vez en su vida parecía tener la aprobación de su familia. Había engendrado un hijo… algo que Justin no había logrado hacer.

Cuando estábamos solos, juntos, él solía burlarse de Justin.

—Tan perfecto que ha sido siempre. Toda mi vida he sufrido por culpa de Justin. Es irritante tener un santo como hermano. ¡Pero hay algo que evidentemente los pecadores saben hacer mejor que los santos! —rió abrazándome. Yo lo aparté de un empujón, diciéndole que tuviese cuidado con el niño.

Johnny Se estiró en nuestro lecho, con la cabeza apoyada en los brazos, observándome.

—Nunca dejas de asombrarme —declaró—. Nada me convencerá de que no me he casado con una bruja.

—Recuérdalo —le advertí—. No la ofendas o podría hechizarte.

—Eso ya lo ha hecho. A mí… y a toda la familia, incluyendo nuestra querida mamá. Kerensa, grandísima bruja, ¿cómo conseguiste eso?

Palmeando mi cuerpo hinchado, respondí:

—Con mi habilidad para dar a luz un hijo sin demora.

—Dime una cosa, ¿cabalgas en una escoba y practicas ritos de fertilidad con tu abuela?

—No te ocupes de lo que yo hago —le contesté—. Lo importante es el resultado.

Se incorporó de un salto y me besó. Yo lo aparté; Johnny ya no me interesaba.

* * *

Sentada bajo los árboles, cosía junto a Mellyora.

Qué linda estaba con la cabeza levemente inclinada, observando el ordenado avance de su aguja. Con mis pensamientos me trasladé a esos días en que la había espiado en el jardín del rectorado, junto con la señorita Kellow. ¡Cómo se habían invertido nuestras situaciones! Recordé también lo que le debía.

Querida Mellyora, a quien estaría agradecida durante el resto de mi vida.

Deseé que ella pudiera ser tan feliz como lo era yo. Pero al mismo tiempo que pensaba esto, sentí que el miedo me apretaba el corazón. Para Mellyora, la felicidad significaría casarse con Justin. Pero ¿cómo podía ella casarse con Justin, cuando éste ya tenía esposa? Sólo si moría Judith podría Mellyora casarse con Justin; y en tal caso, si tenían hijos… hijos varones… ¡los hijos de ella tendrían prioridad sobre los míos!