Lady Saint Larston planteó la cuestión de una nodriza para él. Enumeró algunas de las muchachas aceptables del poblado, pero yo las rechacé a todas. Sufría un sentimiento de culpa debido al absurdo temor que sentía —casi una premonición— de que podía ocurrirle a Judith algo que permitiera casarse a Justin y Mellyora. Yo no quería que tal cosa ocurriese. Quería que Judith viviera y siguiera siendo la esposa estéril de Justin, pues solamente así mi hijo podría llegar a ser Sir Carlyon y heredar el Abbas. Imaginaba el triste yermo que sería la vida de Mellyora, pero rechazaba mi remordimiento encogiéndome de hombros. ¿Acaso no era una elección entre mi amiga y mi hijo? ¿Y qué madre no preferiría siempre a su hijo antes que a una amiga, por íntima que esta fuese?

De todos modos, quería ayudar a. Mellyora y para ello había concebido un plan.

—No quiero que mi hijo termine hablando con acento aldeano —dije a mi suegra.

—Pero todos hemos tenido a esas muchachas como niñeras —me recordó ella.

—Deseo lo mejor para Carlyon.

—Todos deseamos eso, mi querida Kerensa.

—Yo había pensado en Mellyora Martin —dije. Viendo que el asombro se insinuaba en la cara de mi suegra, me apresuré a continuar—: Es una dama. Le tiene afecto y creo que sería buena con los niños. Podría enseñarle a medida que él crezca; podría ser su institutriz hasta que él esté listo para ir a la escuela.

Ella meditaba sobre los inconvenientes de renunciar a Mellyora. La echaría de menos; y sin embargo comprendía la lógica de lo que yo le estaba diciendo. Sería difícil hallar una niñera del calibre de la hija del párroco.

Ese día descubrí que la imperiosa anciana estaba dispuesta a hacer sacrificios por su nieto.

* * *

Me dirigí al cuarto de Mellyora, que estaba muy cansada, por haber tenido una tarde agotadora con Lady Saint Larston. Estaba tendida en su cama y pensé que parecía una flor que se ha dejado fuera del agua demasiado tiempo.

¡Pobre Mellyora, las tensiones de su vida se estaban volviendo excesivas para ella! Sentada en el borde de la cama, la estudié con atención.

—¿Ha sido un día muy agotador? —le pregunté. Ella se encogió de hombros—. Enseguida volveré —le dije entonces.

Fui a mi pieza y volví con parte del agua de colonia que había usado durante mi embarazo y que, según había sabido por Judith, podía calmar una jaqueca. Usando una almohadilla de algodón, mojé con ese líquido la frente de Mellyora.

—¡Qué lujo, ser atendida! —murmuró ella.

—¡Pobre Mellyora! Mi suegra es una tirana. Pero en el futuro la vida será mejor.

Abrió mucho sus bellos ojos azules, donde empezaba a evidenciarse un matiz de tristeza.

—Tendrás una nueva patrona, un nuevo puesto —agregué.

Forcejeó hasta incorporarse, mientras el temor asomaba a sus ojos. Yo pensé: "No te aturulles. No serás alejada de Justin, no temas." Y aquel demonio en mí susurró: "No; mientras tú estés aquí y haya ese amor sin esperanzas entre tú y Justin, él se siente menos inclinado todavía por la compañía de su esposa. Y cuanto menos inclinado se sienta él hacia ella, menos probable es que tengan un hijo que pudiera reemplazar a mi Carlyon."

Cuando se me ocurrían tales pensamientos, yo siempre quería ser especialmente amable con Mellyora, de modo que rápidamente dije:

—Yo seré tu patrona, Mellyora. Serás la niñera de Carlyon.

Nos abrazamos, y por unos instantes fuimos como aquellas dos muchachas en el rectorado.

—Serás como su tía —continué—. No se sugerirá ninguna otra cosa. ¿Acaso no somos hermanas?

Guardamos silencio un rato; luego ella dijo:

—A veces la vida inspira un temor reverente, Kerensa. ¿Adviertes un designio en la nuestra?

—Sí, un designio —repuse.

—Primero te ayudo yo… después me ayudas tú.

—Hay lazos invisibles que unen nuestras vidas. Nada los romperá jamás, Mellyora. No podríamos aunque lo intentásemos.

—Jamás lo intentaremos —me aseguró ella—. Kerensa, cuando supe que mi madre iba a tener un hijo recé por una hermana. ¡Rezaba con vehemencia, no solamente de noche, sino durante todo el día, a cada momento en que estaba despierta! Mi vida era una oración. Creé una hermana en mi imaginación, y se llamaba Kerensa. Era como tú… más fuerte que yo, siempre cerca para ayudarme, aunque algunas veces la ayudaba yo también. ¿Crees que Dios lamentó tanto tener que quitarme a mi hermana, que me dio a ti a cambio?

—Sí —repuse—, creo que estábamos predestinadas a estar juntas.

—Entonces piensas como yo. Siempre solías decir que si quieres algo, rezas por ello, vives para ello… llega.

—Mi abuelita dice que llega, pero que hay muchas fuerzas que no podemos comprender. Quizá tu sueño se haya cumplido, pero debes pagar por él… Quizás obtengas a tu hermana, pero es posible que ella no sea todo lo que tú esperas que sea.

Cuando rió fue como la antigua Mellyora, que no había sufrido las humillaciones que una mujer orgullosa como mi suegra no podía dejar de infligir a quienes consideraba en su poder.

—Oh, vamos, Kerensa —dijo—, soy muy consciente de tus defectos.

Reí junto con ella mientras pensaba: "No, Mellyora, no lo eres. Te sorprenderías si pudieses ver dentro de este negro corazón mío. ¿Negro? Tal vez no totalmente. Pero tampoco luminoso y puro, sino salpicado de gris." Estaba decidida a hacer la vida más fácil para Mellyora.

* * *

Qué cambio había traído Carlyon al Abbas. Ninguno de nosotros dejó de verse afectado por su presencia. Hasta Johnny había dejado parte de su cinismo, convirtiéndose en un padre orgulloso. Para mí, por supuesto, mi hijo era todo el sentido de la vida. Mellyora estaba más tranquila que en mucho tiempo. Se dedicaba enteramente al pequeño, y a veces yo temía que éste pudiera llegar a quererla tanto como a mí. Lady Saint Larston se suavizaba visiblemente al ver a su nieto, y los criados lo adoraban; yo sabía que, cuando él estaba en el jardín, todos ellos buscaban excusas para ir a verlo. Colegí que era el único en la casa a quien ellos no criticaban.

Sin embargo había una persona, tal vez dos, que estaban menos felices por su llegada. Para Judith él era un continuo reproche, y yo sospechaba que para Justin también. Habiendo visto cómo Justin miraba a mi hijo con anhelo, pude leer sus pensamientos; en cuanto a Judith, no lograba ocultar los suyos. En su corazón había una violenta turbación, como si preguntase al destino: "¿Por qué no puedo yo tener un hijo?"

Aunque parezca extraño, permitió que yo me convirtiera en su confidente. No lograba imaginar por qué me había elegido a mí; tal vez fuese porque sentía que yo la comprendía más que cualquier otra persona de la casa.

A veces iba yo a sentarme con ella, y tenía un modo de hacerla hablar que me entusiasmaba y que a ella le resultaba tranquilizador. Recordaba continuamente lo dicho por abuelita: que convenía descubrir todo lo posible, porque cada fragmento de información podía resultar útil, en algún momento.

Yo solía fingir comprensión; solía inducirla a confidencias, y cuando ella tenía la mente embotada por el whisky, hablaba con más presteza. Todos los días salía sola a caballo. Yo sabía que su finalidad era comprar whisky en las diversas tabernas de los alrededores. Evidentemente había comprendido el peligro de usar las provisiones domésticas.

Cuando Justin descubrió las botellas vacías en el aparador, le horrorizó que ella bebiese en secreto.

Ella, al principio, se regocijó.

—Qué furioso estaba, pocas veces lo he visto tan furioso. Debe de importarle, ¿verdad, Kerensa?, para enfurecerse tanto. Dijo que arruinaría mi, salud. ¿Sabes lo que hizo? Se llevó mi whisky para que no me arruinase la salud.

Pero ese regocijo no duró. Supe entonces cuánto había llegado ella a confiar en su whisky. Una vez entré en su cuarto y la encontré sentada junto a una mesa, llorando sobre una carta.

—Estoy escribiéndole a Justin —dijo.

Miré por sobre su hombro y leí: "Querido mío. ¿Qué te hice para que me trates así? A veces creo que me odias. ¿Por qué prefieres a esa muchacha con su tonta cara de mansedumbre y sus ojos azules de niñita? ¿Qué puede darte ella que yo no pueda?…"

—¿No pensarás enviar eso a Justin? —pregunté.

—¿Por qué no? ¿Acaso no debería hacerlo?

—Lo ves todos los días, ¿por qué quieres escribirle?

—Me elude. Ahora tenemos habitaciones separadas. ¿Lo sabías? Es porque soy una molestia. Las cosas han cambiado desde que eras mi doncella de compañía, Kerensa. ¡Ingeniosa Kerensa! Ojalá supiese yo manejar mi vida como tú manejas la tuya. No te importa mucho Johnny, ¿verdad? Pero a él le importas tú. ¡Qué extraño! Es una especie de voltereta. Los dos hermanos y sus esposas…

Se echó a reír alocadamente y le advertí:

—Te oirán los criados.

—Y bien, ¿qué descubrirían? ¿Que él me abandona? ¿Que desea a la hija del párroco? Eso ya lo saben.

—Calla…

—¿Por qué voy a callar?

—Judith, estás fuera de ti.

—Me muero por un trago. Él se llevó mi único consuelo, Kerensa. ¿Por qué no puedo tener un consuelo? Él tiene el suyo. ¿Adónde crees que se habrán ido él y esa muchacha, Kerensa?

—Te estás portando como una tonta. Estás imaginándote esto. Ambos son demasiado… —hice una pausa y agregué—: demasiado conscientes de las convenciones para ser otra cosa que amigos.

—¡Amigos! —se mofó ella— Aguardando el momento en que serán amantes. ¿De qué hablan cuando están juntos, Kerensa? ¿En los días en que yo no esté ya aquí?

—Estás sobreexcitada.

—Si pudiera beber un trago estaría mejor. Kerensa, ayúdame. Cómprame un poco de whisky… Tráemelo. Por favor, Kerensa, no sabes cómo necesito un trago.

—No puedo hacer eso, Judith.

—No quieres ayudarme, entonces. Nadie quiere ayudarme… Nadie…

Se interrumpió y sonrió lentamente. Era evidente que se le había ocurrido una idea, pero no descubrí cuál era hasta pocos días más tarde.

Fue cuando ella partió a caballo rumbo a su antiguo hogar y volvió trayendo consigo a Fanny Paunton. Fanny había sido niñera en Derrise, donde había trabajado en otras tareas cuando ya no hubo lugar para ella en el cuarto infantil.

Fanny iba a ser la nueva doncella de compañía de Judith.

Repentinamente los asuntos de Judith y Justin dejaron de interesarme. Mi hijo estaba enfermo. Una mañana, al inclinarme sobre su cuna, comprobé que tenía fiebre. Aterrada envié a buscar de inmediato al doctor Hilliard.

El médico me dijo que Carlyon sufría de sarampión y que no había motivo de alarma. Era un mal infantil común.

¡Que no había motivo de alarma! La ansiedad me tenía fuera de mí. Estaba junto a él noche y día; no permitía que nadie más lo cuidara. Johnny me amonestaba diciendo:

—Les ocurre a todos los niños.

Yo le lancé una mirada desdeñosa. Aquel era mi hijo, que era distinto de todos los demás niños. No toleraba que él corriese el menor riesgo.

Mi suegra fue extraordinariamente amable conmigo.

—Te vas a enfermar, querida mía. El doctor Hilliard me aseguró que no es sino una enfermedad infantil común, y que el ataque del querido Carlyon es benigno. Descansa un poco, te garantizo que yo misma lo cuidaré mientras tanto.

Pero yo no quise alejarme de él. Temía que otros no le brindaran el mismo cuidado que yo. Sentada junto a su cuna imaginaba su muerte, el pequeño ataúd llevado a la bóveda de los Saint Larston.

Johnny vino a sentarse a mi lado.

—¿Sabes lo que te ocurre? —dijo—. Necesitas más hijos. Entonces no tendrás tantos sobresaltos por uno solo. ¿Qué te parecen cinco o seis hijitos e hijitas? Estabas predestinada a ser madre. Eso te ha hecho algo, Kerensa.

—No seas impertinente —le ordené.

Pero cuando Carlyon estuvo mejor y pude pensar más razonablemente, pensé en una familia grande y en los años venideros, cuando yo sería la augusta anciana dama del Abbas, no sólo con Sir Carlyon y sus hijos, sino con otros… mis hijos, mis nietos. Yo sería para ellos lo que para mí había sido la abuelita Be.

Era una expansión de mi sueño.

Johnny me había ofrecido un atisbo de un futuro que me parecía bueno.

Carlyon no sufrió ningún mal efecto y pronto volvió a ser el mismo de antes. Ya caminaba y hablaba. Mirarlo me brindaba la máxima alegría.

Johnny y yo nos habíamos deslizado en una nueva relación. Éramos como habíamos sido durante aquellos primeros días de nuestro matrimonio. Había entre nosotros una pasión tan vehemente como antes. De mi parte brotaba del ansia de colmar un sueño; de la suya, del deseo por una mujer que, él estaba convencido, era una bruja.