—Envié a Essie tan pronto como él llegó, sabiendo cómo te sentirías.
—Gracias, Joe —repuse con vivacidad.
—Es un verdadero hombrecito… ya conduce mi coche ¿qué harás después?
—Ya conduzco el coche —repitió Carlyon, muy contento—. ¿Irás ahora a curar a Carpony, tío Joe?
—Sí, me parece que más vale que vayamos a ver cómo está ese buen caballito.
—Pronto lo curaremos, ¿eh, tío Joe? —insistió Carlyon.
—De eso me parece que podemos estar bastante seguros.
Entre ellos había una camaradería que me inquietó. No me había propuesto que el futuro Sir Carlyon se hiciese demasiado amigo del veterinario. Era cierto que debía reconocerlo como tío suyo, pero no debía haber demasiados encuentros. Si Joe hubiese sido el médico, habría sido distinto.
Levantando a Carlyon del coche, le dije:
—Cariño mío, otra vez no te vayas sin decírnoslo antes.
La felicidad se apagó en su rostro. Sin duda Joe le habría dicho cuan preocupada debía de estar yo. Echándome los brazos al cuello dijo con suavidad:
—La próxima vez lo diré.
¡Qué adorable era! Me hacía daño verlo tan amigo de Joe, y sin embargo, al mismo tiempo me complacía. Este era mi propio hermano, que antes había sido muy querido para mí… y todavía lo era, pese a haberme desilusionado.
Miré a Joe, que entró en el establo. Su cojera siempre me ablandaba con respecto a él; me recordaba siempre aquella noche en que Kim lo había llevado a la cabaña; no sé por qué, me dolía el corazón… pero no por el pasado. ¿Cómo podía yo, que tanto éxito tenía, querer volver ahora allá? Pero tenía una sensación de anhelo por saber qué estaba haciendo ahora Kim.
Joe examinó al caballito. Luego se rascó la cabeza, pensativo.
—No le pasa nada grave, me parece.
—No le pasa nada grave, me parece también —repitió Carlyon, rascándose la cabeza.
—Nada que no podamos arreglar, en mi opinión.
Carlyon sonrió. No tenía ojos más que para su maravilloso tío Joe.
* * *
La cena festiva de esa noche no fue ningún éxito. Durante el día yo no había tenido oportunidad de hablar con Johnny acerca de las cuentas por vinos, y durante la cena las recordé.
Los Fedder no eran una pareja muy interesante. James Fedder tenía casi sesenta años; su esposa, algunos menos. Yo no tenía nada en común con ella.
Mellyora cenó con nosotros, aunque yo no había invitado a otro hombre para que fuésemos un número redondo, ya que los Fedder estaban en nuestra casa porque James quería hablar de negocios con Johnny. Después de la cena, se dejaría a los hombres conversando a la mesa mientras bebían oporto.
Me alegré cuando Mellyora, la señora Fedder y yo pudimos retirarnos al salón, aunque la velada me resultó muy aburrida y quedé más satisfecha todavía cuando llegó la hora de marcharse para los Fedder.
Había sido un día agotador; primero la sorpresa por las cuentas, luego la fuga de Carlyon, y después de eso una cena festiva que no fue para nada estimulante.
En nuestro dormitorio, decidí abordar el tema de las cuentas con mi marido. Pensé que se lo veía cansado, pero la cuestión ya no se podía postergar; era demasiado importante.
—Haggety me inquietó, Johnny —empecé diciendo—. Hoy me mostró dos cuentas vencidas de dineros. Dice que no nos abastecerán más de vino hasta que se las paguemos. Es… es insultante.
Johnny se encogió de hombros y bostezó, fingiendo una indiferencia que, según sospeché, no sentía.
—Mi querida Kerensa, personas como nosotros no se creen obligadas a pagar cuentas tan pronto como se las presentan.
—¿Entonces las personas como tú tienen la costumbre de que los comerciantes se nieguen a abastecerlas?
—Estás exagerando.
—Lo supe directamente por Haggety. Cosas como esta no sucedían cuando Justin estaba aquí.
—Cuando Justin estaba aquí, sucedían toda clase de cosas que ya no suceden. Por ejemplo, las esposas morían cayendo misteriosamente por las escaleras.
Estaba cambiando el tema de discusión; tal como a mí me gustaba justificarme cuando me sentía culpable, a él también.
—Hay que pagar las cuentas, Johnny.
—¿Con qué? —Con dinero.
Volvió a encogerse de hombros.
—Encuéntralo y yo pagaré las cuentas.
—No podemos agasajar a nuestros invitados si no podemos ofrecerles vino para beber.
—Haggety tendrá que encontrar alguien que quiera abastecernos.
—¿Y acumular más cuentas? —Tienes mentalidad de cabaña, Kerensa.
—Me alegro, si eso significa que pago mis deudas.
—Oh, no me hables de dinero.
—Johnny, dímelo francamente, ¿estamos en dificultades… en dificultades financieras?
—Siempre hay problemas de dinero.
—¿Los hay? ¿Los hubo en la época de Justin?
—En la época de Justin todo estaba perfectamente ordenado. Era tan ingenioso en todos los aspectos… hasta que su ingenio le costó caro.
—Johnny, quiero saberlo todo.
—Saberlo todo es perdonar —citó él con ligereza.
—¿Estamos escasos de dinero?
—En efecto.
——¿Y qué estás haciendo tú al respecto?
—Esperar y rezar por un milagro.
—Johnny, ¿es muy grave la situación?
—No lo sé, pero saldremos del paso, como siempre.
—Debo estudiar contigo estas cuestiones… pronto.
—¿Pronto? —repitió él. Súbitamente se me ocurrió algo.
—¿No habrás estado pidiendo dinero a James Fedder? —Justamente al revés, mi dulce esposa. Fedder está buscando un amigo bondadoso que venga en su ayuda. Esta noche se equivocó al elegir.
—¿Quería que le prestaras dinero? —pregunté; Johnny asintió—. ¿Y qué le dijiste?
—Oh, le di un cheque en blanco y le dije que usara lo que quisiera. En el banco había tanto que yo no echaría de menos algunos miles.
—Johnny… en serio.
—En serio, Kerensa, le dije que me hallaba en mala situación. De todos modos, la mina Fedder se está quedando agotada. Es inútil tratar de apuntalar las cosas.
—La mina. ¡Por supuesto, la mina! —repetí; él me miró extrañado—. Sé que no nos gustará, pero es el único modo… y si hay estaño allí, como dicen algunas personas…
Tenía los labios apretados, los ojos llameantes.
—¿Qué estás diciendo? —inquirió.
—Pero si es el único modo… —empecé.
Me interrumpió diciendo, en voz tan baja que apenas pude oír:
—Tú… tú… sugieres semejante cosa. ¿Qué te crees? —Tomándome por el hombro me sacudió bruscamente—, ¿Quién eres tú… para creer que puedes gobernar el Abbas?
Tan cruel era su mirada en ese momento, que me convencí de que me odiaba.
—¡Abrir la mina! —continuó—. Cuando sabes tan bien como yo que…
Alzó una mano; tan furioso estaba, que creí que me iba a golpear. Después se apartó bruscamente. Se quedó acostado a un lado de la cama; yo al otro.
Sé que no durmió hasta la madrugada. Había sido un día extraño, inquietante, cuyos acontecimientos no abandonarían mis pensamientos. Vi a la señora Rolt y la señora Salt de pie ante mí; vi a Haggety con las cuentas de los vineros; a Carlyon junto a Joe, sujetando las riendas del caballo de Joe en sus queridos dedos regordetes; y vi a Johnny con la cara blanca de ira.
"Un mal día", pensé. Fantasmas que se agitaban; alacenas que se abrían y revelaban viejos esqueletos que era mejor olvidar.
* * *
Desde entonces mis días fueron inquietos. Mi atención se centró en Johnny porque repentinamente había comprendido que no era una persona apta para administrar la propiedad, y que su mala administración podía tener efectos en el futuro de Carlyon.
Sabía poco de asuntos financieros, pero sí sabía con qué facilidad las personas ineficaces podían verse en problemas. Fui a ver a abuelita, llevándome a Carlyon. Cuando supo adónde íbamos, mi hijo quedó encantado. Yo misma conducía el pequeño coche que usaba para esos viajes cortos, y Carlyon, de pie delante de mí sujetaba las riendas como lo hiciera con Joe. Mientras tanto, parloteaba sobre su tío Joe. Tío Joe dice que los caballos tienen sentimientos, igual que la gente. Tío Joe dice que todos los animales saben lo que uno está diciendo, por eso hay que tener cuidado de no ofenderlos. Tío Joe dice…
Debí haber estado complacida de haberle dado un tío a quien él tanto admiraba.
Essie salió a recibirnos; como siempre, un poco tímida en nuestra compañía. Nos llevó al cuarto de abuelita, que estaba en cama; no era uno de sus días buenos, me dijo Essie.
Tenía la negra cabellera peinada en dos trenzas y se la veía más vieja; siempre había parecido fuera de lugar en casa de los Pollent, aunque yo sabía que Essie había hecho todo lo posible para que se sintiera bien acogida y cómoda. Esa habitación con pulcras cortinas de algodón y cobertor almidonado no era del estilo de abuelita; había en ella un aire de resignación, tal como —pensé con alarma— si hubiese venido aquí a esperar el final.
Carlyon trepó a la cama para hablarle, y ella le habló durante unos minutos. Carlyon se quedó pasivamente en sus brazos, mirándole los labios con cierta concentración, pero yo sabía que ansiaba estar con Joe. Essie había avisado a Joe que estábamos allí, y cuando mi hermano entró, Carlyon se bajó de la cama y se precipitó hacia él. Joe lo levantó en sus brazos y lo alzó sobre la cabeza.
—Así que viniste a echarme una mano, ¿verdad?
—Sí, tío loe, vine a echarte una mano.
—Pues debo ir a casa del agricultor Pengaster esta mañana. Uno de sus caballos está enfermo. Creo que sólo le hará falta un mosto de salvado, ¿qué opinas tú, socio? Carlyon ladeó la cabeza.
—Sí, opino también que sólo le hará falta un mosto de salvado, socio.
—Pues oye, qué te parece si vienes conmigo y le echas una ojeada. Pediría a tu tía Essie que nos envuelva un pastel de carne por si acaso sentimos hambre.
Carlyon se había metido las manos en los bolsillos; estaba de pie con el peso apoyado en una pierna, como hacía Joe; encorvó los hombros, lo cual, yo lo sabía, era un signo de alegría.
Joe me miraba con los ojos iluminados de placer. Sólo una cosa podía yo decir.
—Entonces lo traerás de vuelta esta tarde, Joe. Mi hermano asintió con la cabeza. —Creo que nuestro recorrido nos llevará por allí. Tengo que visitar los establos del Abbas… De pronto Carlyon rió.
—Mejor será que partamos, socio —dijo—. Habrá mucho trabajo esta mañana.
Cuando ellos se marcharon, acompañados por Essie que iba a envolver los pasteles, abuelita me dijo riendo:
—Es bueno verlos juntos… Pero tú no lo crees así, preciosa. Ahora tu hermano no vale lo suficiente para ti.
—No, abuelita, eso no es cierto…
—No te gusta ver al pequeño haciendo de veterinario, ¿verdad? ¡Y Joe tan contento de recibirlo, y él tan contento de estar con Joe! Confío en que algún día Joe tenga un hijo, pero hasta entonces, preciosa, no le regatees una pequeña participación en el tuyo. Recuerda cómo solías querer a tu hermano. Recuerda cómo ibas a conseguir todo lo mejor para él, tanto como para ti misma. Naciste para amar, mi pequeña Kerensa; lo haces con toda tu alma y vida. Y es bueno hacer lo que haces con todas tus fuerzas, porque entonces lo haces bien. Y el niño es digno de tu devoción, pero no intentes forzarlo, niña. No hagas eso.
—Jamás lo forzaría a hacer nada.
Puso su mano sobre la mía mientras continuaba:
—Tú y yo nos entendemos, nieta. Conozco tu mente porque funciona igual que la mía. Estás inquieta. Viniste a hablarme al respecto…
—Vine a verte, abuelita. ¿Eres feliz aquí?
—Mis huesos son viejos. Crujen, preciosa. Cuando me agacho a juntar mis hierbas siento las coyunturas rígidas. Ya no soy joven. Me dicen que estoy demasiado vieja para vivir sola. Mi vida ha terminado; ahora tengo suerte de tener una cama cómoda donde reposar mis viejos huesos mientras aguardo.
—No hables así, abuelita.
—De nada sirve cerrar los ojos a la verdad. Dime, ¿qué te trajo aquí a conversar con tu vieja abuelita?
—Se trata de Johnny…
—¡Ah! —exclamó, y una nube pareció cubrirle los ojos. Eso ocurría con frecuencia cuando yo hablaba de mi matrimonio, que para ella era un tema penoso. Le regocijaba que mi sueño se hubiese hecho realidad, que yo fuese ama del Abbas, pero yo intuía que deseaba que esto hubiese podido ocurrir por algún otro medio.
—Temo que esté gastando dinero… dinero que debería ser de Carlyon.
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