—No mires demasiado adelante, preciosa. Está el otro…

—Justin… De su parte no hay peligro… por un tiempo.

—¿Cómo puedes saberlo con certeza? Podría decidir casarse.

—Si pensara en casarse ya lo habría dicho. Pocas veces escribe a Mellyora, y cuando lo hace, nunca menciona el matrimonio.

—Lo lamento por la hija del párroco, fue buena contigo —Aunque abuelita me miraba, no pude sostenerle la mirada. Ni siquiera a ella le había dicho lo que yo había hecho aquel día, cuando encontré a Judith al pie de la escalera.

—¿Y tú y Johnny? —preguntó—. ¿Hay alejamiento entre ustedes?

—A veces pienso que no sé mucho sobre Johnny.

—Pocos somos los que podemos ver hondo en el corazón de otros, por cercanos que estemos.

Me pregunté si ella conocería mi secreto, si esos poderes suyos especiales lo habrían revelado. Rápidamente inquirí:

—Abuelita, ¿qué debo hacer? Tengo que impedirle que gaste dinero. Tengo que salvar la herencia de Carlyon.

—¿Podrás imponerle tu voluntad, Kerensa? —No estoy segura.

—¡Ah! —exclamó lanzando un prolongado suspiro—. Estoy inquieta por ti, Kerensa. A veces me despierto en esta habitación mía, y todo parece tan extraño de noche, y me siento inquieta por ti. Pienso en ese matrimonio tuyo… Dime una cosa, Kerensa, si pudieras volver atrás… si pudieras ser de nuevo doncella y tuvieras la posibilidad de elegir, ¿qué elegirías? ¿Soltera y abriéndote paso en el mundo, como institutriz o dama de compañía… porque tenías la educación necesaria para serlo… y libertad, o el Abbas y el matrimonio que fue necesario para eso?

Me volví hacia ella con asombro. ¡Renunciar al Abbas, a mi posición, mi orgullo, mi dignidad… mi hijo! ¡Y en aras de ser una criada de alta categoría en la casa de otros! No hacía falta pensar mi respuesta. Mi matrimonio no era todo lo que se espera de un matrimonio; Johnny no era ningún marido ideal y yo no estaba enamorada de él, ni lo había estado jamás, pero no tuve que reflexionar ni un solo instante.

—Cuando me casé con Johnny tomé la decisión correcta —dije y agregué—: para mí.

Una lenta sonrisa asomó los labios de abuelita al responder:

—Ahora estoy contenta. No me inquietaré más por ti, preciosa. ¿Por qué dudé? Supiste lo que querías desde que eras pequeñita. ¿Y este nuevo problema? No te preocupes tanto. Todo irá bien, ya verás. Harás que el señor Johnny Saint Larston baile a tu música.

Después de aquella conversación con abuelita me sentí mejor. Emprendí sola el regreso al Abbas, diciéndome que insistiría en que Johnny compartiera conmigo las cargas de la propiedad. Descubriría cuan profundamente endeudados estábamos. En cuanto a la leve irritación por el interés de Carlyon en Joe y su labor, todos los niños tenían esos entusiasmos; ya crecería y lo olvidaría cuando se marchase para ir a la escuela y de allí a la Universidad.

* * *

No fue fácil sujetar a Johnny. Cuando trataba de discutir negocios con él, se ponía impertinente; y sin embargo intuí al mismo tiempo cierta falta de soltura en su actitud y supe que en lo profundo de su ser estaba preocupado.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó—. ¿Agitar tu vara de bruja?

Le contesté que me gustaría saber cuál era exactamente la situación, y que tal vez pudiéramos buscar consejo.

—No es consejo lo que necesitamos, dulce esposa mía, sino dinero.

—Quizá podamos reducir los gastos.

—Brillante idea. Empieza tú…

—Empezaremos los dos. Veamos si podemos hallar medios para ahorrar.

—¡Qué mujercita mañosa! —dijo, apoyando las manos en mis hombros; luego arrugó el entrecejo—. Sé más mañosa todavía, amor mío, y no metas la nariz en mis asuntos.

—Pero, Johnny… soy tu esposa.

—Una posición que obtuviste mediante soborno y corrupción.

—¿Qué dices?

Lanzó una carcajada al replicar:

—Me diviertes, Kerensa. Nunca vi alguien tan capaz de representar un papel. Ahora eres la gran señora del feudo. Ni siquiera mi madre tuvo tanto aire de gran dama. Tal vez deberías estar en la Corte… aquí en Saint Larston somos demasiado simples para ti.

—¿No podemos hablar en serio?

—Es lo que quiero hacer. Por eso te pido que no te entrometas.

—Johnny, si existe un modo lo encontraré. Hay que pensar en el futuro de Carlyon.

Entonces me sacudió diciendo:

—Te lo advierto, Kerensa. No quiero tu consejo, no quiero tu ayuda.

—Pero esto nos concierne a los dos…

Me apartó con fuerza y se marchó furioso.

Tuve la incómoda sensación de que no sólo la falta de dinero preocupaba a Johnny. No quería confiar en mí; a veces me daba la impresión de que me odiaba, pero yo estaba decidida a averiguar qué pasaba.

Algunas tardes se iba a Plymouth y no volvía hasta entrada la noche. ¿Otra mujer? Tuve la repentina sospecha de que era ella quien lo estaba arruinando; no me importaba por mí, pero me preocupaba por Carlyon.

Johnny era un hombre descuidado; a veces olvidaba cerrar con llave su escritorio.

Me dije que todo lo que yo hacía era por Carlyon, y aunque no me gustaba revisar sus papeles privados, estaba dispuesta a hacerlo por el bien de mi hijo.

La mañana en que Johnny dejó su escritorio sin llave, me enteré de lo que quería saber.

Johnny estaba jugando. Eso explicaba sus visitas a Plymouth. Se hallaba sumamente endeudado y la mayoría de sus obligaciones a pagar eran deudas de juego.

Yo pondría fin a esto.

Johnny no estaba en casa. Supuse que estaría en el club de juego de Plymouth, ya que había partido esa tarde. Estaba encolerizada con él. Lo había atacado con furia, diciéndole que sabía lo que él estaba haciendo, preguntándole si había tenido la loca idea de ganar una fortuna. Advertí que eso era exactamente lo que esperaba. Y nada podía hacer yo para impedírselo. Mellyora y yo cenamos juntas, a solas. Ella sabía que yo estaba preocupada, ya que siempre había podido intuir mis estados de ánimo, y conjeturó que mis ansiedades se relacionaban con la propiedad.

—Las cosas han ido mal desde… —comenzó. No le contesté; jamás soportaba que ella se refiriese a Justin. Guardó silencio, con los ojos bajos; supe que estaba pensando en todo lo que podía haber sido. ¿Se veía, como la veía yo, sentada a esa mesa, con Justin sonriéndole, un Justin feliz, satisfecho en su matrimonio? ¿Pensaba acaso en el hijo… el futuro Sir Justin… que en ese momento podía haber estado durmiendo en su cuarto infantil?

Sintiendo enojo hacia ella, dije con brusquedad: —Hace ya un tiempo que las cosas no andan bien en el Abbas.

Jugó con su cuchillo y su tenedor antes de responder:

—Kerensa, habrá mucha pobreza en los alrededores.

—¿Quieres decir, cuando cierre la mina Fedder?

Entonces alzó los ojos, que estaban llenos de compasión, y asintió con la cabeza.

—Ya no puede faltar mucho —prosiguió—, y entonces…

—Me parece que todos vamos a tener tiempos difíciles —dije. No podía evitarlo, pero como tenía que averiguar en qué pensaba, agregué—: Mellyora, ¿has tenido noticias de Justin últimamente?

—Desde hace dos meses, no —repuso con voz serena—. Sus cartas han cambiado.

—¿Cambiado? —repetí, preguntándome si ella habría notado el temor en mi voz.

—Parece… más tranquilo. Reconciliado.

—¿Acaso hay… otra?

—No. Es sólo que está en paz… espiritualmente. Con aspereza repuse:

—Si te hubiese amado realmente, Mellyora, jamás te habría abandonado.

Me miró con fijeza.

—Tal vez haya varias clases de amor, Kerensa. Tal vez nos sea difícil entenderlas todas.

Sentí desprecio hacia los dos, Justin y Mellyora. No tenía por qué hacerme reproches. Ellos no eran capaces de sentir un amor profundo y apasionado. Para ellos el amor tenía que ser correcto y convencional. Ese no era modo de amar. Lo que yo había hecho no tenía por qué obsesionarme. Después de todo, si ellos se hubiesen amado realmente no se habrían dejado separar. El único amor que valía la pena era el que estaba dispuesto a desechar, en aras de sí mismo, toda consideración mundana.

Súbitamente percibimos ruidos inusitados. Pisadas, voces.

—¿Qué sucede? —exclamé. Ambas callamos, escuchando, mientras las voces se aproximaban. Oí el fuerte resonar del timbre, luego silencio y los pasos de Haggety. Después se oyeron voces, y Haggety venía al comedor. Cuando entró alcé la vista—. ¿Qué hay, Haggety?

Se despejó la garganta antes de responder:

—Es una delegación, señora. Quieren ver al señor Saint Larston.

—¿Les dijo que él no estaba en casa?

—Sí, señora, pero me parece que no me creyeron.

—¿De qué delegación se trata?

—Pues, señora, son algunos hombres de la mina Fedder, creo, y con ellos viene Saul Cundy.

—¿Y han venido aquí? ¿Por qué? —inquirí. Haggety se mostró confuso.

—Pues, señora, yo les dije…

Yo sabía por qué habían venido al Abbas. Querían que se examinara la mina Saint Larston en busca de estaño. Si era posible que ella proporcionara trabajo, querían que así fuese. ¿Y por qué no? ¿Acaso no podía ser esa la solución a nuestros problemas? La mina había salvado al Abbas una vez, ¿por qué no de nuevo?

—Yo recibiré a esos hombres, Haggety —anuncié—. Llévelos a la biblioteca.

Haggety vaciló; lo miré imperiosamente y él se alejó para cumplir mis órdenes.

En la biblioteca hice frente a los hombres. Saul Cundy parecía grande y vigoroso. Un hombre decidido como líder, pensé, y una vez más me pregunté qué habría visto en Hetty Pengaster. Como Saul era el portavoz, me dirigí a él.

—Han venido ustedes a ver a mi marido, pero él no se encuentra en casa. Como él me consulta en asuntos financieros, si quieren decirme por qué han venido, podré trasmitirle el mensaje de ustedes.

Titubearon; pude ver expresiones escépticas en algunos rostros. Tal vez no creyesen que Johnny no estaba en casa; tal vez no les gustaba hablar con una mujer.

Saul Cundy y yo nos medimos con la mirada. Sin duda él estaba recordando que yo era la nieta de abuelita Be. Por fin decidió hablar conmigo.

—Y bien, señora —dijo—, es un hecho cierto que la mina Fedder cerrará, lo cual causará verdaderas penurias a muchos de nosotros. Creemos que hay buen estaño en la mina Saint Larston y querernos tener la ocasión de averiguarlo y, si estamos en lo cierto, de ponerla en funcionamiento.

—Me parece muy justo —respondí. Viendo sus expresiones de alivio, continué:

—Tan pronto como regrese mi esposo le hablaré de vuestra visita y se examinará la cuestión.

—Pues, señora, no debe haber demora alguna —continuó Saul Cundy—. Pienso que todos se tranquilizarían si empezáramos a preparar las barrenas.

—¿Por qué tienen tanta seguridad de que hay estaño en la mina Saint Larston?

—Bueno, nuestros abuelos contaron a nuestros padres, y nuestros padres a nosotros, que fue cerrada de manera súbita. Por capricho, podría decirse. Y eso causó muchas privaciones. Y bien, ahora vienen malos tiempos y los malos tiempos no son tiempos para que los caballeros alardeen de sus caprichos.

Aquí había una amenaza, lo cual no me gustaba, pero comprendí la sabiduría del razonamiento de esos hombres.

—Por cierto, diré a mi esposo que han venido —les aseguré.

—Y dígale, señora, que vendremos de nuevo.

Incliné la cabeza y todos salieron en fila, respetuosamente. Entonces regresé junto a Mellyora, que estaba muy pálida.

—Kerensa —dijo con mirada que expresaba admiración—, ¿acaso no hay nada que no seas capaz de hacer?

Repuse que no creía haber hecho nada extraordinario y pensé: "Esta es la respuesta. La mina será trabajada de nuevo. El Abbas será salvado para Sir Carlyon."

* * *

Estaba despierta cuando llegó Johnny esa noche. Antes de que hablara vi en sus ojos una expresión desesperada; era lo que yo había llegado a reconocer como "mirada de perdedor"..

Tanto mejor así. Ahora estaría tan ansioso como cualquier otro por que se investigara la posibilidad de explotar la mina. Me senté en la cama, y tan pronto como entró exclamé:

—Johnny, vino una delegación.

—¿Una qué?

—Estuvieron aquí Saul Cundy y algunos mineros. Quieren que abras la mina Saint Larston. Sé que no te gusta… pero es una posibilidad de resolver las dificultades. Lo que una vez resultó puede volver a resultar.