Nos miramos y respondí sinceramente, como siempre lo hacía con abuelita.
—En esa época yo habría hecho cualquier cosa por el nombre de Saint Larston.
—Fue una lección que debías aprender, nieta mía. Tal vez ya la hayas aprendido. Tal vez sepas que se puede hallar tanta felicidad dentro de cuatro paredes de barro como en una mansión. Si lo aprendiste, no importa mucho lo que hayas tenido que pagar por la lección. Y ahora puedes empezar de nuevo.
—¿Será posible?
Ella asintió con un movimiento de cabeza.
—Sí, escucha… Johnny no quería abrir la mina, y Saul Cundy estaba decidido a que lo hiciera. Saul quería averiguar si había estaño en la mina. Iba a bajar para averiguarlo, y así lo hizo. Pero encontró también a Hetty. Habrá sabido por qué estaba ella allí abajo, y habrá sabido también que Johnny era el culpable, pues habría oído murmuraciones. Y Johnny que se marchó y se casó contigo el día en que ella desapareció… bueno, es algo que habla por sí mismo.
Contuve el aliento.
—¿Crees que Saul asesinó a Johnny debido a lo que encontró en la mina?
—Eso no puedo saberlo, pues no lo vi. Pero Saul no dijo nada de haber encontrado a Hetty, y yo sé que ella estaba allí abajo. ¿Por qué Saul no dijo que la había encontrado allí? Porque era un hombre que nació odiando a la gente acomodada y estaba resuelto a que Johnny pagara su culpa. Johnny podía negar a los trabajadores el derecho a ganarse la vida; Johnny podía despojar a un hombre de su novia. Saul no confiaba en la ley, pues con suma frecuencia decía que había una para los ricos y otra para los pobres.
Entonces tomó la ley en su propia mano. Colijo que acechó a Johnny cuando volvía de jugar y lo mató; y ¿dónde es más probable que lo haya ocultado sino en el pozo de la mina? ¡Para hacer compañía a Hetty! Luego se fue… se marchó a Saint Agnes… lejos de Saint Larston.
—Es una terrible historia, abuelita.
—Fue una amarga lección, pero siempre tuviste que aprender tú misma las lecciones. De nada servía que yo tratase de enseñarte. Encuentra a tu hombre, Kerensa; ámalo como yo amé a mi Pedro, dale hijos… y no te importe si vives en una mansión o en una cabaña con paredes de arcilla y paja. La felicidad no pregunta quién eres antes de sentarse a tu mesa. Viene y se sienta con quienes saben darle la bienvenida y tenerla como huésped gustoso. Esto ha terminado, cariño mío, y ahora me voy contenta. Todo se presenta bien para ti. He visto en tus ojos amor por un hombre, Kerensa. He visto amor por mí, amor por Joe, amor por Carlyon, y ahora por un hombre. Es mucho amor para darlo una persona, preciosa. Pero Joe tiene su propia vida por construir, y lo mismo la tendrá Carlyon algún día; y yo no puedo estar contigo eternamente. Por eso me alegro de que haya un hombre a quien ames, y ahora me iré contenta…
—No hables de irte, abuelita. No debes morir. ¿Crees acaso que alguna vez podré prescindir de ti?
—Es bueno oírlo, mi dulce nietita, pero si creyera que es cierto me entristecería. Prescindirás de mí, porque el hombre a quien amas estará a tu lado y crecerás en amor y sabiduría. Paz y amor… eso significa nuestro nombre, muchacha; también es el significado de la buena vida. Has madurado, hija mía. No buscas lo que no te conviene. Ama y sé feliz… es tiempo de qué llegues a eso. La mujer que hoy eres no es la misma que eras ayer. Conviene que lo recuerdes. Nunca llores el pasado. Nunca digas que fue una tragedia. Di que fue experiencia. Gracias a eso soy lo que soy ahora… y tanto mejor, porque pasé a través del fuego.
—Haz abrir la mina, niña. Allí lo encontrarás. De eso estoy segura. A él y a Hetty. Se reavivará el viejo escándalo, pero eso es mejor que estar atada toda tu vida a un hombre desaparecido.
—Lo haré abuelita —respondí. Pero en ese momento se me ocurrió algo que me hizo contener el aliento de horror. Abuelita me miraba esperando; exclamé:
—No puedo hacerlo. Está Carlyon…
—¿Qué pasa con Carlyon?
—¿No te das cuenta? Dirían que es el hijo de un asesino.
Abuelita guardó silencio un rato. Después dijo:
—Tienes razón, eso no conviene. Es algo que arrojaría una sombra sobre él durante toda su vida… Pero ¿y tú, querida mía? Entonces ¿nunca estarás libre para casarte?
Parecía una elección entre Kim y Carlyon; pero yo conocía la índole sensible y tierna de Carlyon y jamás permitiría que se le llamara hijo de un asesino.
Abuelita empezó a decir con lentitud:
—Hay una salida, Kerensa. Se me está ocurriendo. Ya no podrán saber cuándo murió Hetty. Si bajaran a la mina la encontrarían allí… y también a Johnny. Colijo que Saul Cundy mató a Johnny, y colijo que Saul se encuentra ya a kilómetros de distancia. Deja estar las cosas un tiempo; después haz abrir la mina. Todavía vienen muchos a verme. Difundiré la versión de que Hetty volvió y se la ha visto. Qué tal si Johnny iba a Plymouth para ver a Hetty, Saul lo descubrió… y los sorprendió. Bueno, él sabía que no había estaño en la mina, ¿por qué no iba a matarlos y esconder allá abajo sus cuerpos?
Yo la miraba con incredulidad, pensando: "Haces que la vida vaya adonde quieres…" Ese era su credo. Y bien, ¿por qué no?
Parecía más vital que en mucho tiempo. Todavía no estaba lista para morir, al menos mientras me pudiera ser útil. ¡Cuánto la quería yo! ¡Cómo confiaba en ella! Cuando estaba con ella, me hacía sentir que todo era posible.
—Abuelita, no creo que Johnny haya asesinado a Hetty. Fue un accidente —dije con firmeza.
—Fue un accidente —repitió ella, tranquilizadora. Me comprendía; el padre de Carlyon no debía ser un asesino.
Tampoco debía ser sospechoso de asesinato.
Era como en otros tiempos. Nos dábamos fuerzas mutuamente.. Yo sabía que iba a ser libre, y al mismo tiempo nos aseguraríamos de que no había peligro de que la mácula del crimen tocase a Carlyon.
* * *
Aguardamos un mes. En ese lapso hice un viaje a Saint Agnes, para ver si lograba averiguar algo respecto de Saul Cundy. No se encontraba allí; supe que había estado en ese lugar algunos días, aunque no para trabajar. Se creía que él y su familia se habían ido para siempre del país, ya que habían desaparecido completamente sin que nadie supiese adonde habían ido.
Este era un triunfo, en verdad. Volví y se lo dije a abuelita.
—No esperes más —me dijo ésta—. No eres de las que esperan. No me queda mucho tiempo y quisiera verte tranquila antes de morir.
* * *
Me encerré en mi dormitorio. Los expertos habían estado trabajando toda la mañana. Había oído decir que era necesario garantizar la seguridad antes de efectuarse el descenso; una mina abandonada durante tanto tiempo podía presentar ciertos peligros: inundaciones, derrumbes y otros desastres. Sería costoso averiguar si convenía explotar comercialmente la mina.
Kim vino a caballo a la Casa Dower. Me alegré de que Mellyora hubiese salido con Carlyon. Daisy subió a decirme que Kim estaba abajo; le contesté que enseguida iría a recibirlo. Me miré en el espejo. Era yo una mujer joven, muchos dirían que en la flor de la vida. En mi vestido matinal color lavanda, con encaje en el cuello y las mangas, estaba hermosa. Abuelita tenía razón; estar enamorada hacía que una resplandeciese. Mi cabello tenía más brillo. Lo tenía peinado en alto; el fulgor de mis ojos los hacía parecer más grandes. Complacida conmigo misma bajé al encuentro de Kim, sabía que quizás ese mismo día demostraría ser una mujer libre.
Cuando abrí la puerta de la sala de recibo lo vi de pie junto a la chimenea, con las piernas separadas, las manos en los bolsillos; en sus labios había una tierna sonrisa que, me sentí segura, era para mí.
Se me acercó, me tomó las dos manos con los ojos risueños, levemente burlones.
—¡Kerensa! —dijo. Hasta pronunciaba mi nombre como si le divirtiese.
—Fuiste muy amable al venir. Ladeó la cabeza y sonrió.
—¿Eso te divierte? —pregunté.
—De manera agradable.
—Me alegro de poder divertirte agradablemente.
Riendo, me atrajo hacia la ventana.
—Qué ruido están haciendo hoy en el prado.
—Sí. Por fin están poniendo manos a la obra.
—Y el resultado significa mucho para ti.
Enrojecí, temiendo por un instante que él conociese la verdadera razón. La mirada de Kim parecía haberse tornado más penetrante durante su ausencia; había en él un aire de sabiduría que me resultaba atractivo, pero que me alarmaba un poco.
—Es importante que podamos explotar de nuevo la mina.
Llamé a Daisy para que trajese vino y los bizcochos especiales que siempre se había reservado para los visitantes del Abbas; una costumbre que, como muchas otras, yo había llevado a la Casa Dower.
Sentados a una mesita sorbimos el vino. Mirando a su alrededor dijo Kim:
—Es un sitio más cálido que cuando yo vivía aquí. Es una extraña sensación, Kerensa, volver a una casa que uno ha tenido por hogar y descubrir que es el hogar de otras personas, diferentes muebles, diferentes caras, diferente atmósfera…
—Siempre solía envidiarte porque vivías en la Casa
Dower.
—Lo sé, lo veía en tu rostro. Tenías la cara más expresiva del mundo, Kerensa. Jamás pudiste ocultar tus sentimientos.
—Qué alarmante. Espero que no sea así ahora.
—¡Qué desdén! ¡Qué orgullo! Nunca vi a nadie tan desdeñosa ni tan orgullosa.
—Era una niña iracunda…
—Pobre Kerensa —rió él—. Te recuerdo de pie dentro de la pared… la pared rota. La Séptima Virgen. ¿Recuerdas cuánto nos interesaba esa historia en aquella época?
—Sí, por eso fui a mirar.
—Todos fuimos. Todos nos encontramos allí.
Me parecía verlo todo con claridad. Yo, Mellyora, Justin, Johnny y Kim.
—Temo que te fastidiamos horriblemente. Te hicimos enojar mucho. Me parece verte ahora… volviéndote para sacar la lengua. Jamás lo he olvidado.
—¡Ojalá tuvieses algo más agradable para recordar! —Estuvo la señorita Carlyon, en el baile. Magnífica de terciopelo rojo. Y estuvo aquella noche en el bosque… Ya ves, Kerensa, cómo recuerdo el pasado. ¡Tú y Mellyora en la fiesta! ¡Mellyora que te llevó sin que la anfitriona lo supiese! —rió—. Hizo que ese baile valiera 4a pena para mí. Siempre me han aburrido, pero aquel baile… Nunca lo he olvidado. A menudo me he reído recordando cómo obtuvo Mellyora tu invitación…
—Siempre hemos sido como hermanas.
—Eso me alegra —dijo él. Miró dentro de su vaso y yo pensé: "Ojalá supiese que estoy libre. Cuando sepa que estoy libre, me dirá que me ama."
Kim quería hablar del pasado. Me hizo contarle del día en que yo me había ofrecido para trabajar en la feria de Trelinket, y cómo Mellyora había llegado y me había contratado. Seguí explicándole luego cuan tristemente había muerto el reverendo Charles Martin, y cómo nosotras nos habíamos encontrado sin dinero.
—Como Mellyora y yo no podíamos separarnos, yo me convertí en doncella de compañía y Mellyora en una verdadera esclava…
—¡Pobre Mellyora!
—La vida fue difícil para las dos.
—Pero tú siempre supiste cuidarte.
Ambos reímos. Le tocaba el turno de hablar. Se refirió a su vida solitaria en la Casa Dower. Había tenido cariño a su padre, pero la circunstancia de que éste se hallara siempre, ausente, en el mar, había significado que él quedara a cargo de los criados.
—Nunca tuve la sensación de tener un verdadero hogar, Kerensa.
—¿Y tú querías un hogar?
—No lo sabía, pero sí. ¿Quién no quiere eso? Los criados eran amables conmigo… pero no era lo mismo. Yo frecuentaba mucho el Abbas, era un lugar que me fascinaba. Sé lo que tú sentías al respecto… porque en cierto modo, yo sentía lo mismo. Hay algo en él… ¿Quizá sean las leyendas que acompañan a tales casas lo que nos intriga? Yo solía decirme: "Cuando crezca tendré una fortuna. Viviré en una casa como el Abbas". No deseaba tanto la casa como todo aquello que la acompañaba. Ansiaba ser miembro de una familia grande. Ya ves, Kerensa, soy un hombre solitario. Siempre lo he sido, y mi sueño era tener una gran familia… que creciese en todas las direcciones.
—¿Quieres decir que deseas casarte, tener hijos y ser un ilustre anciano… con nietos y biznietos siempre cerca de ti?
Sonreí, porque ¿acaso no era ése mi sueño también? ¿Acaso no me veía yo como la ilustre anciana señora del Abbas? Entonces nos imaginé a los dos juntos; Kim y yo, ya viejos. Serenos y felices, observaríamos jugar a nuestros nietos. Entonces, en lugar de mirar adelante, yo estaría mirando atrás… rememorando una vida que me había dado todo cuanto yo había pedido.
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