—Escucha, Reuben —dije—. Fue un error venir a esta hora. Ni siquiera es un día luminoso, lo cual habría ayudado. Lo que haré es darte la llave de la cabaña, y quiero que vengas una mañana y efectúes un minucioso examen del lugar. Cuando lo hayas hecho podrás hacerme un informe y yo decidiré qué podemos hacer. ¿De acuerdo?

Reuben asintió con la cabeza. Yo continué:

—Temo que ahora no podamos hacer nada, está demasiado oscuro. Nunca hubo mucha luz aquí, ni en los días más soleados. Pero a la mañana será mejor.

—Oh, no —contestó él—. Lo mejor es ahora. La hora ha sonado. Este es el momento.

Procurando no hacer caso de eso, me acerqué a la puerta.

—¿Y bien, Reuben? —murmuré.

Pero él estaba delante de mí, cerrándome el paso.

—Quiero decirte algo —empezó.

—Sí, Reuben.

—Quiero hablarte de nuestra Hetty…

—En otra ocasión, Reuben.

De pronto su mirada fue colérica.

—No —dijo.

—¿Y entonces, qué?

—Nuestra Hetty está fría y muerta. —Se le frunció la cara—. Era linda… como un pajarito, así era nuestra Hetty. No estuvo bien. Él debía casarse con ella, y tú lo obligaste a casarse contigo en cambio. Sobre eso nada puedo hacer… Saul se hizo cargo de él.

—Ya pasó eso, Reuben —susurré tranquilizadoramente, y traté de pasar junto a él, pero volvió a detenerme.

—Recuerdo cuando se cayó la pared —dijo—. Entonces la vi. Allí estuvo un instante… y al siguiente, ya no. Me recordó a alguien.

—Tal vez no viste nada en realidad, Reuben —dije, contenta de que él hubiera dejado de hablar de Hetty y hablase en cambio de la Séptima Virgen.

—Un instante ella estuvo allí —murmuró Reuben— y al siguiente se había ido. Si yo no hubiese quitado las piedras, hasta ahora estaría allí. Emparedada estaba, a causa de su pecado. ¡Se acostó con un hombre, aunque había hecho la sagrada promesa! Y allí estaría ahora… ¡de no haber sido por mí!

—No fue culpa tuya, Reuben. Y estaba muerta. No importó que se la perturbara cuando estaba muerta.

—Todo por mi culpa —insistió él—. Se parecía a alguien…

—¿A quién? —pregunté débilmente.

Sus ojos dementes se posaron de lleno en mi rostro.

—Se parecía a ti —dijo.

—No, Reuben, tú imaginaste eso.

—Ella pecó —repitió él, sacudiendo la cabeza—. Tú pecaste. Nuestra Hetty pecó. Ella pagó… pero tú no.

—No debes preocuparte, Reuben —lo apremié, tratando de hablar con calma—. Debes tratar de olvidar todo eso. Ya pasó. Ahora debo irme.

—No —repuso él—, porque aún no ha pasado. Pasará, pero todavía no.

—Pues no te preocupes más, Reuben.

—No estoy preocupado —replicó él—, porque pronto estará hecho.

—Está bien, entonces. Te daré las buenas noches. Puedes guardar la llave, está allí sobre la mesa.

Con mucho esfuerzo, procuré sonreír. Debía abalanzarme y pasar frente a él; debía correr. Iría en busca de Kim y le diría que lo que siempre habíamos temido en cuanto a Reuben, estaba sucediendo. La tragedia de la desaparición de su hermana y el descubrimiento de su cadáver habían desequilibrado totalmente su pobre cerebro. Reuben ya no estaba levemente loco, sino totalmente.

—Tomaré la llave —dijo, y cuando miró la mesa, di un paso hacia la puerta. Pero él estuvo enseguida a mi lado, y cuando sentí sus dedos en mi brazo, percibí de inmediato su fuerza.

—No te vayas —ordenó.

—Debo irme, Reuben. Me estarán esperando…

—Otras esperan también —dijo él.

—¿Quiénes?

—Ellas —replicó—. Hetty y ella… la de la pared.

—No sabes lo que dices, Reuben.

—Sé lo que debo hacer. Se lo prometí a ellas.

—¿A quiénes? ¿Cuándo?

—Le dije: "Hetty, no te preocupes, mi pequeña. Se te ha perjudicado. Él se habría casado en vez de asesinarte, pero ya ves, estaba ella… Salió de la pared y te perjudicó, y fui yo quien la dejó salir. Ella es mala… debe volver a la pared. No te preocupes. Estarás en paz".

—Reuben, ya me voy…

Sacudió la cabeza.

—Irás adonde debes estar. Yo te llevaré.

—¿Adónde?

Acercó su cara a la mía y prorrumpió en esa risa horrible que me obsesionará durante el resto de mi vida.

—Ya sabes tú, querida mía, dónde debes estar.

—Reuben, tú me seguiste antes hasta aquí.

—Sí —repuso—. Tú te encerraste adentro… Pero de nada habría servido. Yo no estaba preparado. Tenía que estar preparado. Ahora lo estoy…

—¿Preparado para qué?

Sonrió y aquella risa volvió a llenar la cabaña.

—Déjame ir, Reuben —le imploré.

—Te dejaré ir, mi pequeña señora. Te dejaré ir adonde debes estar. No es aquí… en esta cabaña. No es en este mundo. Te volveré a poner donde estabas cuando yo te perturbé.

—Reuben, escúchame, por favor. Has interpretado mal. No viste a nadie en la pared. Te lo imaginaste debido a los relatos… y si viste algo, nada tuvo que ver con nosotros.

—La dejé salir —insistió él—. Fue algo terrible de hacer… Mira lo que le hiciste a nuestra Hetty.

—No le hice nada a Hetty. Lo que le haya pasado se debió a lo que ella misma hizo.

—Ella era como un pajarito… una pequeña paloma mensajera.

—Escucha, Reuben…

—Ya no es hora de escuchar. Tengo tu nidito ya preparado para ti. Allí descansarás, tan cómoda como estabas hasta que yo te perturbé. Y entonces ya no podrás perjudicar a nadie más… y podrás contar a Hetty lo que hice.

—Hetty está muerta. No puedes contarle nada.

De pronto se le frunció la cara.

—Nuestra Hetty está muerta —murmuró—. Nuestra palomita mensajera está muerta… Y él también. Saul se ocupó de eso. Saul decía siempre que había una ley para ellos y otra para gente como nosotros… y quiso que se hiciera justicia. Pues yo también. Es por ti, Hetty. No te inquietes más. Ella volverá al sitio donde debe estar.

Cuando me soltó, me moví hacia la puerta, pero escapar era imposible. Oí su risa, que llenaba la cabaña, y vi sus manos… ¡sus manos tan fuertes y hábiles! Las sentí en torno a mi cuello… apretando, quitándome la vida.

* * *

El frío aire nocturno me revivió. Me sentía enferma y descompuesta; me dolía la garganta. Tenía los miembros entumecidos y luchaba por respirar.

Envuelta en la oscuridad como estaba, percibí que me sacudía incómodamente. Traté de gritar, pero no hubo ningún sonido. Sabía que era llevada a alguna parte, ya que de vez en cuando un dolor me estremecía el cuerpo. Procuré mover los brazos, pero no pude; entonces comprendí de pronto que los tenía atados a la espalda.

Recobré la memoria. La risa de Reuben; su cara semienloquecida junto a la mía; la oscuridad de la cabaña que durante tanto tiempo fuera mi hogar y mi refugio; el horror que la había convertido en un lugar siniestro…

Se me estaba llevando a alguna parte, y era Reuben quien me llevaba. Me encontraba amarrada e indefensa, como un animal que es llevado al matadero.

"¿Adónde voy?", pensé. Pero lo sabía.

Tenía que gritar pidiendo auxilio. Tenía que avisar a Kim que me hallaba en poder de un demente. Sabía lo que él iba a hacer. En su cerebro demente me había identificado con una visión… real o imaginaria, ¿quién podía saberlo?, y para él yo era la Séptima Virgen de Saint Larston.

Esto no podía ser. Yo lo había" imaginado. Esto no podía sucederme a mí.

Traté de llamar a Kim, pero sólo emití un sonido estrangulado. Me di cuenta de que tenía el cuerpo cubierto por Un trozo de materia áspera, probablemente arpillera.

Nos habíamos detenido. Fue retirada la cobertura y me encontré mirando las estrellas. Era de noche entonces, y yo sabía dónde estaba, pues ahora podía ver el jardín tapiado y el muro… tal como había estado aquel día, cuando todos juntos habíamos estado allí, Mellyora, Johnny, Justin, Kim y yo. Y ahora yo estaba allí sola… sola con un loco.

Oí su risa grave, esa risa horrible que siempre me perseguiría. Me había empujado cerca de la pared. ¿Qué le había ocurrido a esta? Allí estaba el agujero, tal como en aquella otra ocasión; allí estaba el hueco.

Reuben me había sacado a rastras de la carretilla en la cual me había traído desde la cabaña; pude oír su pesada respiración cuando me empujó dentro del hueco.

—¡Reuben…! —exhalé—. No… por amor de Dios, Reuben…

—Temí que estuvieses muerta —dijo él—. No habría sido correcto. Me alegro muchísimo de que aún estés viva.

Traté de hablar, de suplicarle. Traté de llamar. La garganta magullada se me oprimió, y aunque ejercí toda mi voluntad, no logré emitir ni un sonido.

Allí estaba yo… de pie en ese lugar, tal como aquel día. Reuben no era más que una oscura sombra, y como desde lejos le oí reír. Vi el ladrillo en su mano y supe lo que iba a hacer.

Al desmayarme pensé de pronto: "Todo lo que he hecho me trajo hasta esto, tal como todo lo que ella hizo la trajo a este mismo lugar." Habíamos recorrido una senda similar, pero yo no lo había sabido. Yo había creído que podía encauzar la vida hacia donde quería… pero quizás ella también.

A través de una bruma de dolor y duda, oí una voz, una voz muy querida.

—¡Dios santo! —decía, y luego—: Kerensa. ¡Kerensa!

Me sentí levantada en dos brazos, tierna, compasivamente.

—Mi pobre, pobre Kerensa…

Era Kim quien había venido en mi busca, Kim quien me había salvado; Kim quien me llevaba en sus brazos desde la oscuridad de la muerte, al Abbas.

* * *

Estuve enferma varias semanas. Me hicieron quedar en el Abbas, y allí estaba Mellyora para cuidarme.

Había sido una prueba terrible, mucho peor de lo que pensé al principio; cada noche despertaba bañada en sudor, soñando que estaba de pie dentro de la pared hueca, mientras unos demonios se esforzaban febrilmente por encerrarme en ella.

Mellyora venía a cuidarme y estuvo conmigo noche tras noche. Una de ellas desperté sollozando en sus brazos.

—Mellyora, yo merecía morir, pues he pecado —dije.

—Calla —trató de calmarme ella—. No debes pensar tales cosas.

—Pero lo hice… tan profundamente como ella. Más aún. Ella quebró su juramento, yo quebré el mío. Quebré el juramento de amistad, Mellyora.

—Has tenido malos sueños.

—Malos sueños de una mala vida.

—Has tenido una terrible experiencia. No hay por qué temer.

—A veces creo que Reuben está en el cuarto, que grito y nadie me oye…

—Se lo llevaron a Bodmin. Hacía mucho que estaba enfermo. Empeoraba gradualmente…

—¿Desde que se fue Hetty?

—Sí.

—¿Cómo fue que Kim llegó a tiempo para salvarme?

—Porque vio que alguien había removido la pared.

Cuando habló con Reuben al respecto, este le dijo que la pared había vuelto a derrumbarse. Dijo que al día siguiente la repararía. Pero Kim no lograba entender cómo podía haberse derrumbado, cuando se la había reconstruido no mucho tiempo atrás… oh, tú recuerdas cuando… éramos niños.

—Lo recuerdo bien —le contesté—. Estuvimos todos juntos allí…

—Todos lo recordamos —respondió Mellyora—. Entonces tú no llegaste a casa y yo fui en busca de Kim… naturalmente.

—Sí —repuse con dulzura—, naturalmente fuiste en busca de Kim.

—Como yo sabía que habías ido a la cabaña, fuimos primero allí. La puerta estaba abierta de par en par… Entonces Kim se asustó. Echó a correr… porque Reuben le había dicho algo extraño acerca de Hetty… y debe de habérsele ocurrido la idea…

—¿Conjeturó lo que iba a hacer Reuben?

—Conjeturó que algo extraño estaba pasando, y que tal vez lo averiguásemos al llegar a la pared. Gracias a Dios, Kerensa.

—Y a Kim —murmuré.

Luego me puse a pensar en todo lo que debía a Kim. Probablemente la vida de Joe y su felicidad actual; mi vida, mi futura felicidad.

"Kim", pensé, "pronto estaremos juntos y todo lo que antes ocurrió será olvidado. Sólo habrá futuro para nosotros… para mí y para ti, mi Kim."

Desperté por la noche, sollozando. Había tenido una pesadilla. Estaba de pie en la escalera, con Mellyora, y ella me mostraba el elefante de juguete. Yo le decía: "Esto es lo que la mató. Ahora estás libre, Mellyora… libre."

Al despertar vi a Mellyora de pie junto a mí, con la rubia cabellera peinada en dos trenzas que, gruesas y relucientes, parecían sogas doradas.

—Mellyora —dije.

—Tranquilízate. No fue más que una pesadilla.