—Estos sueños… ¿acaso no hay modo de escapar de ellos?

—Pasarán cuando recuerdes que son tan sólo sueños.

—Es que son parte del pasado, Mellyora, Oh, tú no sabes. Me temo que he sido malvada.

—Vamos, Kerensa, deja de decir tales cosas.

—Dicen que la confesión hace bien al alma. Mellyora, quiero confesar…

—¿Ante mí?

—Es a ti a quien perjudiqué.

—Te daré un sedante, debes tratar de dormir.

—Dormiré mejor con la conciencia liviana. Debo decírtelo, Mellyora. Debo hablarte del día en que Judith murió. No fue como todos creyeron. Sé cómo murió.

—Has tenido malos sueños, Kerensa.

—Sí, por eso debo decírtelo. No me perdonarás… no en el fondo de tu corazón, aunque dirás que sí. Guardé silencio cuando debí haber hablado. Arruiné tu vida, Mellyora.

—¿Qué estás diciendo? No debes alterarte. Vamos, toma esto y procura dormir.

—Escúchame. Judith tropezó. ¿Recuerdas a Nelly… el elefante de juguete de Carlyon?

Se mostró alarmada; evidentemente creía que yo desvariaba. Insistí:

—¿Lo recuerdas?

—Pero, por supuesto. Todavía está por allí, en alguna parte.

—Judith tropezó en él. La cicatriz… El desgarrón; tú lo remendaste. Lo hizo el tacón de Judith. Estaba caído en la escalera y ella tropezó con él. Escondí el elefante, primero porque no quería que culparan a Carlyon y después… después porque pensé que, si se demostraba que era un accidente, Justin no se marcharía; se habría casado contigo; habrían tenido un hijo que tendría todo… todo lo que yo quería para Carlyon.

El silencio reinaba en la habitación. Sólo se oía el tic-tac del reloj sobre la repisa de la chimenea. El silencio mortal del Abbas por la noche. En alguna parte de esta casa dormía Kim; también Carlyon.

—¿Me oíste, Mellyora? —insistí.

—Sí —respondió ella con voz queda.

—¿Y me odias… por dar forma a tu vida… por arruinarla?

Guardó silencio un rato; pensé: "La he perdido. He perdido a Mellyora. Primero abuelita, ahora Mellyora. Pero ¿qué me importa? Tengo a Carlyon. Tengo a Kim."

—Hace tanto tiempo de todo eso —dijo por fin Mellyora.

—Pero habrías podido casarte con Justin. Podrías ser el ama del Abbas. Podrías tener hijos. Oh, Mellyora, ¡cuánto debes odiarme!

—Jamás podría odiarte, Kerensa: además…

—Cuando lo recuerdes todo… cuando se te presente todo con claridad… cuando recuerdes todo lo que has perdido, me odiarás.

—No, Kerensa.

—Oh, eres tan buena… demasiado buena. A veces odio tu bondad, Mellyora. Te hace tan débil… Te admiraría más si te enfurecieras conmigo.

—Es que ahora no podría hacer eso. Estuvo mal de tu parte, sí… Fue una maldad tuya. Pero ya pasó. Y ahora quiero decirte gracias, Kerensa. Porque me alegro de que hayas hecho lo que hiciste.

—¿Te alegras… te alegras de haber perdido al hombre a quien amabas… te alegras de una vida solitaria?

—Tal vez nunca amé a Justin, Kerensa. Oh, no soy tan sumisa como tú crees. Si lo hubiese amado, jamás lo habría dejado irse. Si él me hubiese amado, jamás se habría ido. Justin amaba la vida solitaria. Ahora es tan feliz como nunca lo ha sido. Y yo también. Si nos hubiésemos casado, habría sido un grave error. Tú nos salvaste de él, Kerensa. Por malos motivos, sí… pero nos salvaste. Y yo me alegro de estar salvada. Ahora soy tan feliz… Jamás habría podido tener una felicidad así, de no haber sido por ti. Eso es lo que debes recordar.

—Tratas de consolarme, Mellyora. Siempre lo hiciste. No soy una niñita para que se me tranquilice.

—No me proponía decírtelo aún. Esperaba a que estuvieses mejor, entonces íbamos a celebrar. Todos estamos muy entusiasmados al respecto. Carlyon está tramando una gran sorpresa. Será una fiesta grandiosa y solamente esperamos a que te mejores.

—¿Para celebrar… qué?

—Este es el momento para decírtelo… para poner sosiego en tu espíritu. No les importará que te lo haya dicho… aunque pensábamos hacer de ello una ocasión festiva.

—No entiendo.

—Lo supe tan pronto como volvió. Y él también. Sabía que era la razón principal por la que quiso regresar.

—¿Quién?

—Kim, por supuesto. Me ha pedido que me case con él. Oh, Kerensa, la vida es maravillosa. Así que fuiste tú quien me salvó. Ya ves que sólo puedo tenerte gratitud. Pronto nos casaremos.

—Tú… y Kim… oh, no. ¡Tú y Kim! Riendo contestó:

—Todo este tiempo has estado apenada, pensando en Justin. Pero el pasado quedó atrás, Kerensa. Ya no tiene importancia lo que ocurrió antes, sino lo que hay por delante. ¿Comprendes?

Me recliné y cerré los ojos.

Sí, comprendía. Veía mis sueños en ruinas. Veía que no había aprendido nada del pasado.

Contemplaba un futuro tan oscuro como los huecos entre las paredes. Estaba emparedada con mi desdicha.

CAPÍTULO 08

Ahora hay niños en el Abbas… de Mellyora y Kim. El mayor —que se llama Dick, como su padre— tiene diez años, y se parece tanto a Kim que cuando los veo juntos, mi amargura es casi intolerable.

Vivo en la Casa Dower; cada día o dos cruzo el prado hacia la casa, pasando frente al círculo de piedras. Ya se ha retirado toda señal de la mina. Dice Kim que los Saint Larston necesitaban saber que estaba allí, pero a los Kimber no les hace falta, porque amarán ese lugar y trabajarán por él para que siempre prospere mientras haya un Kimber en Saint Larston.

Mellyora es una maravillosa ama del castillo. Nunca he conocido a nadie tan capaz de ser feliz. Puede olvidar las penurias que soportó bajo la anciana Lady Saint Larston, la desdicha que sufrió por intermedio de Justin; una vez me dijo que ve el pasado como un escalón hacia el futuro.

Quisiera poder verlo así yo también. ¡Ojalá estuviese conmigo abuelita! ¡Ojalá pudiese yo hablar con ella! ¡Ojalá pudiese recurrir a su sabiduría!

Carlyon está creciendo. Es alto; no s¿ parece casi nada a Johnny, pero pese a ello es un Saint Larston. Tiene dieciséis años y pasa más tiempo con Joe que conmigo. Es como Joe… la misma dulzura, la misma absorción con los animales. A veces creo que desearía que Joe fuese su padre; y como Joe no tiene ningún hijo propio, no puede evitar que la relación entre ambos le regocije.

El otro día hablaba con Carlyon sobre su futuro cuando él, con los ojos brillantes de entusiasmo, declaró:

—Quiero trabajar con tío Joe.

Me indigné. Le recordé que algún día iba a ser Sir Carlyon, y traté de hacerle ver el futuro que tenía pensado para él. Saint Larston no podría ser suyo, naturalmente, pero yo quería que él fuese amo de una gran heredad, tal como, le hice notar, lo habían sido sus antepasados durante generaciones.

Se entristeció porque no quería herirme, y creía que me desilusionaría de él porque, pese a su dulzura, tiene voluntad propia. ¿Cómo podía esperar otra cosa de mi hijo?

Esto ha puesto entre nosotros un abismo que se agranda día a día. Joe, que lo sabe, piensa que el muchacho debe elegir por sí mismo. Joe me tiene cariño, aunque a veces creo que me teme. Una o dos veces se ha referido a esa noche en que Kim y yo lo trajimos del bosque; pero jamás lo olvidará. Lo conmueve profundamente pensar en lo que nos debe a Kim y a mí; y aunque su perspectiva de la vida difiere de la mía, me comprende un poco; sabe de mi ambición para Carlyon. Después de todo, antes fui ambiciosa para Joe.

Habla con el muchacho; ha procurado convencerlo de que la vida de un veterinario rural, aunque bastante placentera para el inculto tío Joe, no es la ideal para Sir Carlyon.

Pero Carlyon se mantiene firme, y yo también. Advierto que elude quedarse solo conmigo. Saber esto, y verme obligada a observar a la familia del Abbas, me lleva a preguntarme: ¿Qué felicidad me trajeron todas mis intrigas?

David Killigrew me escribe con frecuencia. Sigue siendo un cura, y su madre vive aún. Debería escribirle diciéndole que jamás volveré a casarme, pero lo evito. Me complace pensar en David aguardando y esperando. Me hace sentirme importante para alguien.

Kim y Mellyora me dicen que soy importante para ellos. Mellyora me llama su hermana… Kim, la suya. ¡Kim, por quien claman mi corazón y mi cuerpo! Estábamos destinados el uno para el otro; a veces casi se lo digo, pero él no lo percibe.

En una ocasión me dijo que se enamoró de Mellyora cando oyó decir que ella me había llevado a su casa desde la feria de Trelinket.

—Parecía tan dulce —dijo—, y sin embargo era capaz de tal acción. Dulzura y fortaleza, Kerensa. ¡Una perfecta combinación, y la fortaleza era toda por otra persona! Esa es mi Mellyora… ¡Y luego, cuando te trajo al baile! Que nunca te engañe la dulzura de Mellyora; es la dulzura del vigor.

Tengo que verlos juntos y tengo que fingir. Estuve en el nacimiento de sus hijos. Dos varones y dos niñas. El mayor heredará el Abbas. Se lo educa para que lo ame y trabaje para él.

¿Por qué debe sucederme esto cuando planeé y trabajé… y llegué tan lejos?

Pero aún tengo a Carlyon, y constantemente me recuerdo que algún día será Sir Carlyon, pues Justin no puede vivir mucho más tiempo; es un hombre enfermo. ¡Sir Carlyon! Debe tener un futuro digno de él mismo. Yo aún tengo a Carlyon por quien trabajar. Jamás permitiré que sea el veterinario de la aldea.

A veces, sentada junto a mi ventana, contemplo las torres del Abbas y lloro en silencio. Nadie debe saber cuánto he sufrido. Nadie debe saber cómo he fracasado.

A veces voy y me detengo en el círculo de piedras, y me parece que mi suerte es más mísera que la de ellas. Fueron convertidas en piedra mientras bailaban desafiantes. Ojalá me hubiese ocurrido lo mismo.

CAPÍTULO 09

Mellyora y Kim vinieron del Abbas esta noche. Estaban asustados.

—Queremos que regreses con nosotros, Kerensa, solamente hasta que él sea hallado.

Estuve tranquila. Hasta ahora he logrado ocultar mis sentimientos; a decir verdad, uno de mis triunfos —de los pocos que me quedan— es el modo en que los engaño, naciéndoles creer que soy tan sólo una buena amiga para ambos.

—¿Quién?

—Reuben Pengaster. Ha escapado. Se inclinan a pensar que volverá aquí.

¡Reuben Pengaster! Hacía años que había tratado de emparedarme. Algunas veces me decía que ojalá lo hubiese logrado; de haberlo hecho, yo habría ido a la muerte creyendo que Kim me amaba como lo amaba yo; al parecer, la mayor tragedia de mi vida fue enterarme de lo contrario.

—No tengo miedo —reí.

—Escucha, Kerensa —intervino Kim con voz severa, los ojos velados de preocupación por mí—. Tuve noticias de Bodmin… Allá están particularmente inquietos. Hace varios días que Reuben actúa de manera extraña. Dijo que tenía algo por hacer y que lo haría. Era algo que debió haber hecho antes de que se lo llevaran, dice. Están seguros de que volverá aquí.

—Entonces pondrán guardias aquí. Lo estarán esperando.

—Las personas como él son astutas. Recuerda lo que estuvo a punto de hacer.

—De no haber sido por ti —le recordé con dulzura.

Kim se encogió de hombros con impaciencia.

—Ven al Abbas, entonces estaremos tranquilos.

"¿Por qué van a estar tranquilos?", pensé. "Yo no lo estoy desde hace años, a causa de ustedes."

—Están exagerando —dije—. Estaré perfectamente bien aquí. No me moveré.

—Es una locura —insistió Kim, mientras Mellyora casi lloraba—. Entonces vendremos nosotros —agregó luego.

Verlo tan preocupado me dio felicidad. Quería que siguiese inquietándose por mí durante toda la noche.

—No los recibiré aquí y aquí me quedo —dije finalmente—. Esto es una exageración. Reuben Pengaster ha olvidado mi existencia.

Los despedí y me puse a esperar.

* * *

Noche en la Casa Dower. Carlyon estaba en la escuela, Daisy se encontraba todavía conmigo. No le había dicho nada porque no quería asustarla. Dormía en su habitación.

Me senté junto a la ventana. No había luna, pero era una noche muy fría, con escarcha, y las estrellas brillaban.

Distinguía apenas el círculo de piedras. ¿Era una sombra lo que acababa de ver allí? ¿Era un ruido lo que había oído? ¿Una ventana que se bajaba? ¿Un picaporte que se alzaba?

¿Por qué sentía ese júbilo? Aparte de cerrar con llave como de costumbre, no había tomado ninguna precaución especial. ¿Sabría Reuben dónde hallarme? Cuando lo encerraron, yo vivía en la Casa Dower. Ahora vivía en el mismo lugar.