CAPÍTULO 04

Lord Cambridge había olvidado cuan largo y tedioso era el viaje a Londres. Pero la emoción que los nuevos paisajes provocaban en Elizabeth despertó su entusiasmo, y recordó la primera vez que había recorrido el trayecto con Rosamund y más tarde con sus hijas mayores. Los días pasaron velozmente y, de pronto, se encontraron cabalgando por el camino que conducía a la casa de Thomas Bolton en Londres. En la puerta, una elegante mujer los esperaba para darles la bienvenida.

– Bien -dijo Philippa, la condesa de Witton, al ver a su hermana menor-, se te ve bastante presentable, Bessie.

– No olvides, Philippa, que ahora soy Elizabeth, no Bessie. Ni siquiera nuestra madre me sigue llamando así. -Se sacudió el polvo de la falda de terciopelo bordó-. ¿Podemos pasar? ¿O prefieres que nos quedemos afuera y compartir con todos nuestra tierna reunión? ¿Hace cuánto que no nos vemos?

– Ocho años -respondió irritada Philippa.

– Y sigues tan bella como siempre, querida -dijo lord Cambridge, intentando aliviar la tensión que ya se había instalado entre las hermanas-. ¿Cómo lo logras? Pues para colmo tienes que hacerte cargo de tus niños. -Thomas Bolton la besó en ambas mejillas.

– Y tú sigues siendo el mismo pícaro de siempre, tío -respondió con una sonrisa. Thomas Bolton era responsable de su felicidad y la joven le estaba eternamente agradecida. Philippa lo adoraba. Podría ayudar también a su hermana menor, pero era obvio que Bessie o Elizabeth, como prefería que la llamaran- seguía siendo una criatura difícil.

– Gracias por venir a visitarnos a Londres, querida mía. Sé que deseabas que nos detuviéramos primero en Brierewode, pero temía no llegar a Greenwich para las celebraciones de mayo. ¿Has traído a tu hija menor contigo? Me encanta saber que tengo una nueva niñita para mimar.

– No, tío, si quieres conocer a tu sobrina tendrás que venir a Brierewode. No quise viajar con una niña tan pequeña y su nodriza. Hay tanto que organizar cuando se viaja con niños. Por ese motivo, dejé también a Hugh Edmund en casa. El año próximo irá a la corte para servir como paje de la princesa María -dijo con orgullo-. Este año iré con ustedes a Greenwich a disfrutar de las festividades de mayo.

– ¿Y veremos a tus otros hijos? -preguntó Thomas Bolton.

– Sí, tío. Logramos ubicar en la corte tanto a Henry como a Owein. Hemos sido muy afortunados. Tú bien sabes qué importante son estas cosas cuando a uno le interesa progresar en la corte. Y, además, hay que arreglar el tema de los matrimonios. Henry, por supuesto, algún día será el sucesor de su padre, pero nunca viene mal forjarse una buena reputación en los círculos aristocráticos. Te asombrarás al verlos, querido tío. Mis hijos mayores ya son dos pequeños cortesanos.

Elizabeth reprimió todo tipo de comentario sobre las ambiciones de su hermana. En su opinión, los hijos debían vivir en casa con sus padres. Miró a su alrededor a fin de distraerse. Se hallaba en un largo vestíbulo con ventanas que daban al Támesis. Era muy hermoso. Aunque se había resistido a dejar Friarsgate, debía admitir que, hasta ahora, disfrutaba muchísimo del viaje. La campiña y las aldeas que atravesaron fueron una revelación para ella. Ahora estaba en Londres, y ya había decidido que no le gustaba.

– Mi hermana está muy callada-notó Philippa-. Espero que no sea siempre así, pues en palacio prefieren las mujeres vivaces.

– Creo que vas a pensar que soy vivaz, hermana, tal vez demasiado para tu gusto, pero ahora estoy cansada y desearía reposar. Aprendí que siempre es conveniente estudiar los nuevos escenarios para orientarse antes de subir a la palestra. Soy una persona muy cuidadosa y práctica. ¿Te parece que encontraré un hombre con esas cualidades en la corte? -Elizabeth estaba provocando a Philippa y ella lo sabía.

– No será nada fácil encontrarte un buen candidato, Elizabeth, pero haremos lo imposible para lograrlo. Te lo prometo -le respondió la condesa de Witton-. Cuando yo era la heredera de Friarsgate nadie quería desposarme. Pero, ¿cómo es posible que no encuentres un joven aceptable en Cumbria?

– Como sabes, hermana, la vida social en Cumbria es casi inexistente respondió Elizabeth-. Y, además, cuando se tienen tantas responsabilidades, no hay tiempo para la diversión.

– ¿No hay ningún Neville con quien te gustaría casarte? Seguramente Robert tiene muchos primos -acotó Philippa. La condesa de Witton no había cambiado mucho en los últimos años. Acaso su cintura estaba un poco más ancha debido a los cuatro partos, pero su cabello caoba seguía siendo tan espeso y brillante como siempre.

También sus ojos de miel brillaban con la misma intensidad de antes.

– Rob me presentó a varios de sus primos pero no me gustó ninguno. Todos pretendían apoderarse de Friarsgate. Sin embargo, eran incapaces de manejar la propiedad ni el negocio de la lana. Y casi todos estaban endeudados. ¡Lo único que falta es que tenga que pagar para conseguir un marido! Uno de ellos trató de seducirme para quedarse con Friarsgate, pero, como ves, no lo ha logrado.

– Nunca me habías contado esas historias, querida -exclamó Thomas Bolton-. ¿Y qué fue de ese joven?

Elizabeth sonrió con malicia.

– Digamos que fue necesario obligarlo a que se retirara de mi presencia. Según dicen, luego permaneció varios días en cama y dijo cosas horribles sobre mí. Después de ese episodio, ningún Neville volvió a molestarme.

Philippa no pudo dejar de sonreír.

– Me alegro de que seas capaz de controlar a un seductor, hermana. En la corte encontrarás muchos hombres interesados en tu riqueza, pero no en cuidar de Friarsgate.

De pronto, William Smythe entró al salón acompañado de un hombre y un niño.

– Ha llegado el maestro Althorp y ha traído consigo tu nuevo guardarropa, milord -Smythe permaneció inmóvil esperando las instrucciones de lord Cambridge.

– Acompaña al sastre y a su ayudante a mis apartamentos, querido Will. En unos instantes estaré por allí. Y dile a Nancy, mientras tanto, que desempaque los vestidos de su ama. Althorp debe inspeccionarlos y corregirles todos los defectos para que Elizabeth luzca bien. Nos iremos de Greenwich en pocos días.

– Veo, querido tío, que aún no puedes resistirte a renovar el guardarropa -bromeó Philippa.

– Tesoro, ¿me imaginas yendo al palacio con prendas que no estén a la última moda? Para mí es absolutamente inconcebible. -Lord Cambridge rió y miró a Elizabeth, que contemplaba el río con la cabeza reclinada en el hombro, y parecía adormilada-. Sé buena con tu hermana, Philippa -susurró-. Todo esto es demasiado nuevo para ella. Piensa que es la primera vez que viene al sur del país. En cambio, tú eras una niñita cuando viniste por primera vez a Londres. Tu hermana cumplirá veintidós años el mes próximo. Ya no es una adolescente y, sin embargo, tampoco es una mujer.

– Pero es hermosa. Debo admitir que Elizabeth es la más bella de nosotras tres. Y, además, le queda muy bien la ropa. Pese a todo, tengo la sensación de que ni siquiera le gusta estar aquí. Y no quiero imaginar cómo se comportará en la corte, Bessie era una niña impetuosa y capaz de decir lo primero que le pasara por la cabeza. Las cosas en el palacio no son como antes.

– Dime, ¿qué sucede entre el rey y la reina? Quiero conocer tu versión antes de que el maestro Althorp comience con su catarata de rumores.

– ¡Mi pobre señora! Siempre se supo que el rey tenía amiguitas, pero hasta hace poco tiempo se comportaba con discreción. Ahora pretende anular su matrimonio para casarse con una mujer más joven que le pueda dar un heredero. Por otra parte, el cardenal Wolsey fue destituido por no cumplir su misión. Y todos sabían que caería tarde o temprano.

– ¡Pobre princesa María! Si la declaran bastarda, arruinarán sus posibilidades de contraer un buen matrimonio. Al fin y al cabo, no es sino una víctima inocente -opinó lord Cambridge-. ¿Y qué dice Roma al respecto?

– El Papa está dispuesto a afirmar que su antecesor cometió un error cuando permitió el casamiento del rey Enrique y la princesa de Aragón, la viuda de su hermano. También está dispuesto a concederles el divorcio, lo que preservaría el lugar de la princesa María como hija legítima del rey y también su estatus de heredera real hasta tanto nazca el hijo varón de Enrique VIII.

– Esa parece una solución más razonable. ¿Y qué será de la reina?

– La reina entrará en un convento y pasará allí el resto de sus días _explicó Philippa-. Y vivirá rodeada de comodidades, pues el rey está dispuesto a solventar todos sus gastos. Además, Catalina podrá escoger dónde vivir: aquí o en España.

Lord Cambridge asintió.

– Existen precedentes de un arreglo similar, así que no debería haber problemas para firmar el acuerdo.

– Pero el asunto es que la reina Catalina no lo aprueba, aunque el rey insiste en que no quiere seguir viviendo con ella.

– Tal vez se la podría convencer si su reemplazante fuera Renée, la princesa de Francia. La francesita era la candidata preferida del cardenal -acotó Tom Bolton.

– Pero el rey está enamorado de la joven Bolena. Nunca antes lo vi comportarse como lo hace en estos días -se lamentó Philippa- Tío, como podrás entender, tanto yo como mi familia nos vemos en una situación difícil. Conoces bien mi devoción y lealtad hacia la reina. Pero mis dos hijos ocupan puestos codiciados en la corte: Henry como paje en la casa del rey y Owein en la casa del duque de Norfolk. Si caemos en desgracia con el rey, se arruinarán las carreras de mis hijos. ¿Pero cómo puedo abandonar a la reina Catalina en un momento tan penoso, cuando ella fue siempre tan buena conmigo?

– Esta situación es mucho más complicada de lo que había imaginado -dijo Thomas Bolton con seriedad. Luego suspiró-. Lo correcto es continuar sirviendo con cariño y lealtad a la reina mientras evitas despertar la ira del rey y de la señorita Ana. Eso significa que debes permanecer callada, pasare lo que pasase. ¿Te sientes capaz de hacerlo, Philippa?

– No tengo otra opción. Es por el bienestar de mis hijos. Ahora empiezo a entender mejor a mamá.

– ¿Y cuál es la posición de Crispin en este asunto? Philippa rió.

– Brierewode es su territorio. La corte, el mío. Él me dijo que en tanto y en cuanto no ponga en peligro a la familia, confía en mi buen juicio. Es el marido ideal, ¿no estás de acuerdo?

– Sí, los dos son muy afortunados, querida. Me has dejado preocupado. Pasando a los aspectos prácticos de nuestra visita, ¿sabe el rey que iremos a Greenwich? ¿Seguimos siendo bien vistos en la corte?

– Sí. Henry le avisó a Su Majestad de tu llegada inminente y además le dijo que venías a presentarle a la hija menor de Rosamund. El rey se mostró encantado con la noticia, dijo que siempre serás bienvenido en la corte y que le agradaría conocer a Elizabeth.

– ¡Bien! Entonces todo está organizado. La única tarea pendiente es que el maestro Althorp pruebe y apruebe nuestro guardarropa antes de partir a Greenwich. Obviamente, iremos en barco. ¿Cuándo parte la corte? ¿El 30, como siempre?

– Sí, tío.

– Ahora iré a saludar a mi sastre. Lo he dejado esperando demasiado tiempo. Por favor, Philippa, encárgate de tu hermana. Deberías llevarla a su dormitorio. Si no logras despertarla, pídele a algún criado que la cargue y la lleve a la cama.

– Tío, ¿es cierto que no hay ningún hombre en el norte para Elizabeth? -volvió a preguntar la condesa.

Thomas Bolton sacudió la cabeza.

– Ninguno. Y Friarsgate necesita un heredero. Tu madre está sumamente preocupada. -Luego se retiró del salón y se dirigió a sus aposentos donde William Smythe, el maestro Althorp y su asistente lo estaban esperando-. ¡Althorp! -lo saludó efusivamente y le dio un apretón de manos-. ¿Qué maravillas ha confeccionado esta vez, mi viejo amigo?

– Hemos dispuesto todo en la sala y en el dormitorio para poder estudiar las prendas con detenimiento. Este año, la nueva tendencia son las mangas largas y abiertas, los hombros redondeados y los cuellos altos. Tanto el jubón como las casacas se abrochan adelante. Los colores de esta temporada, para los caballeros, son el borravino y el blanco. Y, por supuesto, ribetes de seda y terciopelo en los calzones -concluyó el maestro Althorp.

– ¡Gracias a Dios que cuento con usted, Althorp! No había oído hablar de nada de esto en el norte. Mi sastre de Cumbria es bueno, pero no se compara con usted, que es un genio de la moda.

– Noto que milord ha subido un poco de peso desde nuestro último encuentro, hace tres años.

– ¿Le parece? -lord Cambridge estaba genuinamente sorprendido.

– Sí, milord, y ambos sabemos que el secreto de la apariencia perfecta es una vestimenta bien confeccionada y que calce a la perfección -le respondió el sastre-. Con su permiso, mi asistente lo ayudará a desvestirse para que le hagamos las pruebas. Estos pequeños ajustes no llevarán mucho tiempo. Supongo que partirá de Londres junto con la corte.