– Así es -contestó Thomas Bolton. Y luego le dijo a Will-: Asegúrate de que Nancy exhiba como es debido los vestidos de Elizabeth, así el maestro Althorp podrá verlos en cuanto terminemos. -Entonces pidió al sastre-: Ahora, cuénteme todas las novedades del palacio.
– Según tengo entendido, Su Majestad quiere deshacerse de la reina para desposar a una mujer más joven. Le ruego, querido Althorp, que no ahorre ningún detalle íntimo.
– Bien, milord, todo eso es cierto. El cardenal quería que el rey se casara con la princesa de Francia, pero eso no estaba en los planes de Su Majestad. El corazón de Enrique VIII pertenece a la señorita Bolena. Para colmo, el cardenal cayó en desgracia y, según escuché, se está muriendo. El rey es un hombre incontrolable y los Howard son una familia ambiciosa, y por favor recuerde también que esta frase jamás salió de mi boca.
– ¿Y cómo es la señorita Ana? -quiso saber lord Cambridge-. ¿Es tan redonda, suave y bella como su hermana María?
– No, milord. No se parece en nada a ella. Es alta, esbelta y muy elegante, al estilo francés. Nunca antes vi una mujer que vistiera tan a la moda en la corte. Todas las jóvenes están imitando su estilo. Tiene una cabellera hermosa: larga, espesa y oscura. Sus ojos almendrados también son oscuros. La favorecen los colores brillantes y claros. No diría que es bella sino más bien interesante y exótica. Y el rey está enamoradísimo de la joven, de eso no hay duda. Se dice que la Bolena no irá a la cama del rey antes de casarse. Al parecer, no quiere ser comparada con su hermana. Los Howard esperan mucho más de la señorita Ana y estoy seguro de que esta vez quedarán satisfechos. Se dice que el viejo duque aconseja personalmente a la muchacha respecto de la conducta a seguir.
– Interesante -acotó Thomas Bolton. Miró las mangas del jubón que ahora llevaba puesto-. Mi querido Althorp, ¿le parece que a mi edad puedo lucir estos tajos?
– Es lo que se usa, milord.
– Parece un poco excesivo incluso para mí -opinó lord Cambridge-, pero me gusta la idea de la seda debajo del terciopelo. ¡Y el azul brillante con el negro! ¡Es la creación de un genio!
– Gracias, milord.
– ¿Y qué se dice de la señorita Bolena? ¿Es encantadora o callada como la última amante del rey de la que tuve noticias? ¿Cuál era su nombre? Fue un hecho bastante escandaloso, si mal no recuerdo.
– Era la condesa de Langford, Blaze Wyndham -respondió el sastre-. Una mujer adorable y muy discreta. Pese a que todo el mundo sabía que el rey la cortejaba, nunca dejó de ser respetuosa y educada con la reina. Además, jamás usó esa relación para su propio beneficio. Tenía una conducta poco habitual para una amante del rey. No, definitivamente, la señorita Bolena no es como Blaze Wyndham. Ana es sumamente vivaz, inteligente y muy suelta de lengua. Se dice que es bastante nerviosa y que tiene mal carácter. Pero siempre hay gente dispuesta a hablar mal de todo el mundo, especialmente de mujeres como la señorita Bolena. El cardenal nunca la aceptó. Y se sabe que la Bolena había decidido vengarse de Wolsey por haberla apartado del heredero de Northumberland. Ellos habían planeado casarse, pero el rey la deseaba y Wolsey, como siempre, se comportó como su leal servidor. Le pidió al duque que dijera que su hijo ya estaba prometido con otra muchacha y logró separarlos. Y así fue como le dejó el camino libre al rey para conquistar a la señorita Bolena. Es una pena que los buenos servicios del cardenal hayan recibido tan triste recompensa. Ana Bolena logró su anhelada venganza.
– Parece que es una mujer muy complicada -notó lord Cambridge.
– Así es, milord, su apreciación es muy justa -dijo el sastre-. Hemos terminado por hoy. Si aprueba los diseños de su vestuario, los llevaré conmigo de vuelta a la tienda para hacer las modificaciones necesarias. Le traeremos todo de vuelta en dos días, para que su lacayo tenga tiempo de empacar, milord. Espero que esté satisfecho.
– Lo estoy y mucho, Althorp. Ahora, le pido que vaya con Will a los aposentos de mi querida Elizabeth para que mire su guardarropa y juzgue si es adecuado para ir a la corte. Hemos elegido los colores que le sientan bien, dado que es rubia y de piel clara.
– Por supuesto, milord.
Cuando Will regresó, le dijo a lord Cambridge que los vestidos de Elizabeth habían sido aprobados por el sastre, salvo algunos detalles.
– La moda de las damas indica que hay que llevar escotes cerrados, milord. El resto está todo en orden gracias a lady Philippa. Su sentido de la moda ha sido siempre perfecto.
– ¡Excelente! Si echas un vistazo a tu habitación, querido, encontrarás varios trajes que Althorp ha confeccionado especialmente para ti. En tu caso no hace falta hacer ajustes porque siempre estás igual. Y, además, encontrarás una cadena de oro que me gustaría verte usar en la corte y un hermoso aro de perla. No puedo darme todos los lujos que me doy si no hago lo mismo contigo, querido Will. No sé qué haría sin ti. Ahora ve y dile a Garr que me vista para la cena.
Thomas Bolton sonrió y le dio una palmadita en la mano. Estaba ansioso por unirse a la corte. Tal vez al día siguiente se dirigiera a Richmond, pero no pensaba presentar a su encantadora sobrina hasta que la corte estuviera en Greenwich. Quería que la demora abriera el apetito del rey por conocer a la señorita Meredith, la menor de las hijas de Rosamund.
En cuanto a la reina, lord Cambridge no sabía bien cómo proceder. No podía ignorar a Catalina, pero, dadas las circunstancias, no le parecía inteligente poner bajo su protección a Elizabeth. Debía presentársela, de eso no tenía duda. Rosamund se ofendería si no lo hacía, porque ignoraba el conflicto entre Enrique y Catalina. Pero, para conseguir el marido adecuado para su sobrina, necesitaba contar con el favor del rey. Sí, era una situación muy delicada debido a la larga amistad que unía a Rosamund con Catalina. Pero también sabía que cuando le escribiera esa misma noche, su prima comprendería de inmediato su manera de actuar.
El viaje al sur había sido placentero, salvo por las lluvias de abril que habían comenzado tres días después de la partida. Estaba sorprendido por el cansancio que sintió Elizabeth al llegar, dado que era una joven muy activa. Acaso tanta excitación la había abrumado. Esa noche, cenó con Philippa e hizo llevar una bandeja con comida a la alcoba de Elizabeth. Su sobrina envió a Nancy para agradecerle la gentileza.
Al día siguiente, ya muy avanzada la mañana, lord Cambridge hizo su aparición con un traje verde Tudor, un sombrero chato con plumas de avestruz, una coquilla con piedras preciosas y una faltriquera haciendo juego que colgaba de la faja. Luego, partió de la mansión Bolton en la más pequeña de sus dos barcas hacia el palacio de Richmond. Al descender de la embarcación, se presentó y se asombró de que el joven Henry St. Claire lo estuviera esperando.
– Bienvenido, milord -dijo el paje real-. El rey supuso que usted vendría hoy mismo, dado que mi madre le había informado de su arribo a Londres. Me enviaron a esperarlo para que lo acompañe a ver a Su Majestad. -Y le hizo una reverencia.
– ¿Cuántos años tienes, pequeño?
– Cumpliré nueve el 10 de mayo, milord.
– ¡Es increíble! ¡Cómo pasa el tiempo! ¿Y cuánto hace que estás al servicio del rey?
– Como mi abuelo materno, milord, estoy al servicio de los Tudor desde que cumplí seis -respondió con orgullo-. Es un honor continuar con la tradición familiar. Y espero algún día tener un hijo que siga nuestros pasos.
– ¡Por Dios! -murmuró Thomas Bolton-. Veo que eres un niño muy serio.
– Me siento muy afortunado por haber conseguido un lugar de honor en la casa de Su Majestad, milord.
– Estoy seguro de que tu madre te ha repetido esas palabras una y otra vez.
– Sí, milord -contestó el niño con humor.
– Y gracias a Dios te pareces a tu padre, muchacho. Temía que fueras idéntico a tu madre -le dijo el viejo Bolton a Henry Thomas St. Claire, y el niño le regaló una amplia sonrisa.
Para gran placer de lord Cambridge, el rey se encontraba en su cuarto privado.
– Milord -dijo Thomas Bolton e hizo una amplia reverencia.
– ¡Thomas! ¡Qué alegría volver a verte! ¿Qué te ha traído a la corte?
– ¿La condesa de Witton no se lo ha dicho, Su Majestad? El motivo de mi viaje es presentarle a la hija menor de Rosamund. Quisiéramos pasar las festividades de mayo con ustedes, Su Alteza. Es la primera vez que Elizabeth Meredith sale del norte del país. Me han encargado la tediosa tarea de encontrarle un marido.
– ¿Y cuántos años tiene?
– Casi veintidós, señor.
– ¿Y todavía sin casar? -El rey estaba sorprendido-. ¿Qué sucede con esa muchacha?
– Nada, milord, salvo su pasión por Friarsgate, que es mucho mayor que la que sentía su madre. Estoy seguro de que Elizabeth daría su vida antes que entregar Friarsgate a la persona equivocada. No hay nadie en el norte que le interese o que sea apropiado para ella. Entonces, a pedido de Rosamund, la he traído a la corte para ver si encontramos un joven digno de ella.
– Nos pondremos a trabajar de inmediato en este asunto -prometió el rey-. ¿Y dónde está la muchacha ahora?
– Recuperándose del largo viaje, mi señor. Pensé que lo mejor era no traerla a la corte hasta que Su Alteza se mudara a Greenwich.
El rey asintió.
– Ella será bienvenida y estoy ansioso por conocerla. ¿Se parece a su madre y a sus hermanas, Thomas?
– No, milord. Es la viva imagen de su padre, sir Owein Meredith, que Dios lo tenga en la gloria -contestó lord Cambridge mientras se persignaba-. Es de piel clara y cabello rubio.
– En los últimos tiempos me gusta el cabello oscuro, Thomas -bromeó el rey.
– Así dicen por allí, milord.
El soberano lanzó una carcajada.
– Ahora no me quedan dudas de que has estado hablando con Althorp. Si no fuera el mejor sastre de Inglaterra, ya le hubiera cortado la cabeza, pero nadie puede hacer un jubón como él. ¿No es así Thomas? -el rey Enrique VIII se rió con ganas-. Acaso deba cortar su lengua, dado que no la necesita para coser, pero entonces me quedaría sin saber la mitad de las cosas de las que me entero sobre los miembros de la corte. Debo admitir que Althorp es muy valioso para mí en varios sentidos.
– Él siempre habla bien de usted, mi señor.
– Y quién se atrevería a hacer lo contrario -dijo con una sonrisa el rey-. ¿No es cierto, Will Somers? -miró al bufón sentado a sus pies.
– Le preguntaré a Margot -dijo el bufón del rey, mirando a la mona que llevaba en el hombro-. Ella sabe mucho más que yo, Enrique.
– ¿Todavía muerde? -le preguntó lord Cambridge al bufón.
– Sí, milord. Pero sabe qué dedos debe morder. -El bufón rió y le hizo cosquillas a la mona.
El rey dio por terminada la entrevista. Lord Cambridge se despidió con una reverencia y le dijo:
– Espero volver a verlo pronto en Greenwich.
Todo había salido bien. Parecía como si no hubiesen pasado los años desde su visita anterior. Pero muchas cosas habían cambiado en la corte desde la partida de Wolsey. Se preguntaba si debía presentarse ante la reina y, finalmente, decidió no hacerlo. Necesitaba conocer bien el terreno antes de tomar una decisión. No podía comprometer el futuro de Elizabeth mezclándola con los conflictos entre el rey, la reina y Ana Bolena.
Decidió quedarse en Richmond unas horas más. Saludó a viejos amigos, escuchó más habladurías y antes de partir logró ver a la dama que era el centro del escándalo. Era una muchacha alta, esbelta y de facciones afiladas. Y era, como le habían dicho, la criatura más elegante que había visto en su vida. ¿Era tan bella como Elizabeth? No. Ana Bolena no era hermosa pero irradiaba un aura que hipnotizaba.
Al percibir su admiración, la señorita Bolena le devolvió una seductora mirada con sus ojos oscuros y almendrados. Luego, se inclinó hacia sus compañeros para hablarles.
– Usted es el famoso lord Cambridge, según me han dicho -le dijo a Thomas Bolton.
– Así es.
– Se dice que no hay nadie que vista más a la moda que usted en la corte milord. ¿Cómo es posible, viviendo en Cumbria?
– Me parecería inaceptable venir a palacio vestido de otra manera -le respondió con una sonrisa-. Además, le debo aclarar que la ropa que luzco hoy es de mi viejo ajuar. El maestro Althorp está haciendo los últimos ajustes a mis nuevas vestimentas. No pensaba venir a la corte hasta que los reyes estuvieran instalados en Greenwich. Sin embargo, hoy no pude resistir la tentación de saludar al rey después de tantos años de ausencia. Esta vez, he venido con la misión de presentar en sociedad a la heredera e hija menor de mi prima Rosamund. Será su primera visita al palacio.
– Y usted viene a cazar un marido para la muchacha -dijo con audacia Ana-. Bueno, hay muchos por aquí que estarían felices de conseguir una esposa rica.
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