– Pero Elizabeth no admitiría un esposo así. Mi sobrina busca un hombre que no solo quiera casarse con ella sino también con sus propiedades de Friarsgate. El caballero que desee desposarla deberá vivir en el norte.

– Bueno, eso limita mucho el coto de caza -dijo sir Thomas Wyatt, un pariente de Ana-. ¿No te parece, querida prima? ¿Conocemos a alguien con esas características?

Ana ignoró el comentario.

– Espero que la señorita Elizabeth disfrute de su estadía en Greenwich, milord -dijo Ana Bolena-. A mi modo de ver, no hay un lugar más fascinante que la corte.

– Sobre todo por su presencia -dijo Thomas Bolton y se retiró tras hacer una reverencia.

¿Cómo demonios se le había ocurrido decir semejante cosa? ¿Acaso intuía que la muchacha llegaría a ser una persona muy poderosa? Sacudió la cabeza y se dirigió deprisa a su barcaza. Necesitaba volver cuanto antes a su hogar para evaluar todo lo que había visto y oído durante su visita.

Cuando llegó a la mansión Bolton se encontró con Elizabeth, que se Paseaba por los jardines al borde del río, y corrió a saludarla.

– Querida, ¿has logrado reponerte del viaje? ¿Dónde está tu hermana? Acabo de llegar de Richmond, donde presenté mis respetos a Su Majestad y hasta hablé con la famosa señorita Bolena. Debo decirte que se trata de una mujer de lo más interesante. Pero todavía no visité a la reina Catalina. No alcanzo a comprender la envergadura de lo que está sucediendo en la corte, pero por lo que pude escuchar la pobre reina cayó en desgracia y, salvo unos pocos y leales amigos, todos la ignoran.

– Entonces tu día fue muy productivo, tío. ¡Qué suerte! Ojalá que resolvamos todo este asunto lo antes posible para que pueda volver a casa. Si me quieres ver feliz, ya sabes cuál es mi deseo.

– ¿Se han estado peleando tú y Philippa?

Elizabeth suspiró profundamente.

– Me mordí la lengua durante toda la tarde, tío, aunque ella hizo lo imposible por desquiciarme. Comprendo perfectamente que mi hermana adore la corte y que estar aquí la haga feliz. Pero yo amo Friarsgate y solo allí me siento bien. ¿Por qué no puede entenderlo? Tuve que aguantarla todo el día proclamando las glorias de la sociedad en la que habita mientras criticaba lo anticuada que había sido nuestra educación en el gélido norte, como insiste en llamarlo.

– Fue muy inteligente que permanecieras callada. Lo único que hubieras logrado discutiendo es que Philippa defendiera con más tenacidad su posición. Yo, por mi parte, entiendo perfectamente que ames tu casa y estamos aquí solo para tratar de encontrar un compañero de tu agrado. Si luego de un tiempo prudencial no lo logramos, retornaremos a Cumbria. Entonces, tesoro, tendremos que buscar un marido en esa región, tarea que deberíamos haber emprendido hace bastante tiempo. Pero dejemos eso para más adelante. Ahora estamos en Londres y tú disfrutarás de las fiestas a las que asistiremos. Para visitar la corte, mayo es el mejor mes, y también diciembre.

– No tengo más alternativa que creerte, tío -dijo Elizabeth, desanimada.

– Como te dije, encontré a la joven Bolena muy interesante -repitió Thomas Bolton procurando atraer la atención de su sobrina.

– ¿Por qué? Philippa dice que no es mejor que la prostituta de su hermana, María Bolena, que tuvo un hijo con el rey.

– Creo que las palabras de Philippa obedecen a su profunda lealtad a la rema Catalina.

– A Philippa le gustaría que todo fuera como antes Pero el pasado no vuelve para ninguno de nosotros, Elizabeth. Tu hermana deberá adaptarse a la nueva situación y mantenerse leal a Su Majestad Enrique VIII. Además, su hijo está al servicio del tío de la dama. Ahora, volviendo a la señorita Ana, es una muchacha de lo más inteligente y de una singular elegancia. Es imposible confundirla con una mujerzuela.

– Pero el rey tiene una esposa.

– Y ningún heredero varón -le recordó Thomas Bolton-. Y la reina Catalina está vieja y ya no puede concebir, querida.

– ¿Y qué tiene de malo que una mujer reine en Inglaterra, tío? ¿Acaso no es Inglaterra una versión ampliada de mis propiedades del norte? Y yo administro Friarsgate bastante bien, ¿no es cierto?

– La última mujer que gobernó Inglaterra desató en el país una guerra civil que duró años. Una reina debe tener un rey. El marido de la princesa María será francés o español. Esto último es lo más probable, si es que la reina Catalina tiene algún poder de decisión. Incluso si una mujer hereda, querida, su marido tendrá prioridad sobre la tierra. ¿Te gustaría tener un rey extranjero en Inglaterra? Lo mejor sería que la princesa fuera la reina de Francia o de España, y que su hermano gobernara Inglaterra. Pero la reina Catalina no le puede dar un hijo varón a Enrique VIII. No sé si escuchaste lo que decía ayer tu hermana al respecto. Me parece que te estabas quedando dormida, pero, según Philippa, existe una solución para ese problema. Desafortunadamente, la reina no la va a aceptar. Y yo pienso, sin embargo, que debería hacerlo.

– Lo escuché. Catalina ama a su marido y reza por él todos los días.

– No hay duda de que es una mujer muy devota. Pero, si de verdad lo ama, debe desear lo mejor para él. Lo que Su Majestad quiere es un y ella no se lo puede dar. Así que, en mi opinión, debería hacerse a un lado. Pero no lo hará, porque es muy orgullosa. Y pese a toda su piedad cristiana, no puede evitar estar furiosa con su esposo y desea castigarlo por haberla abandonado. Su venganza consiste en no darle el divorcio para que sea su hija la que algún día herede el reino y no el hijo de otra mujer.

– Nunca imaginé que el amor pudiera ser tan cruel -dijo Elizabeth y, cambiando drásticamente de tema, acotó-: Tu jardín ya está lleno de flores; en cambio, en casa las plantas apenas han comenzado a dar señales de vida. ¡Y qué extraña es esta estatua!

– Puro mármol italiano -respondió lord Cambridge-. Lo importé hace muchos años. En los jardines de Greenwich encontrarás estatuas no solo de hombres sino también de mujeres.

– ¿Y cuándo iremos a Greenwich?

– En un par de días, querida. Iremos en barco, navegando por el río, junto con el resto de la corte. Mañana enviaré a Will para que abra la casa. Debe viajar con algunos de los sirvientes para que se ocupen de limpiarla y ventilarla. Estoy seguro de que te encantará Greenwich. Mi casa está junto al palacio. No puedes imaginar cuántas ofertas tuve durante todos estos años, pero no acepté ninguna. No me molesta alquilarla cuando no la necesito, pero quiero seguir siendo su dueño porque algún día pienso regalársela a Philippa. Y lo mismo haré con esta casa. Banon y yo ya hemos discutido este asunto. Ella no las quiere. En cambio, tener una casa en Londres y en Greenwich significa mucho para la condesa de Witton.

Caminaron juntos bajo el sol primaveral hasta llegar a la casa. La brisa del río era tibia y húmeda.

– ¡Eres tan generoso con nosotras, tío!

– Me gustaría ser más generoso contigo, pero no sé cómo hacerlo. Parece que no necesitaras nada más que tu finca de Friarsgate. Apenas me di el gusto de regalarte unas pocas baratijas. El hecho de acompañarte a la corte no cuenta, ya que también lo hice con tus dos hermanas mayores. Además, algún día heredarán mis propiedades, porque constituyen un bien preciado para ellas. Y me siento afligido por no legarte nada.

– Entonces, dame algo que quiera, tío.

– ¿Qué sería eso? -le preguntó con suma curiosidad, ya que de las tres hijas de Rosamund, Elizabeth era la menos codiciosa.

– Sólo quiero que me hagas un favor. En un momento dado, tal vez desee algo que les parezca mal a todos los que me rodean. En ese caso, quisiera contar con tu apoyo desinteresado e incondicional. Por favor, no me preguntes de qué se trata porque todavía no lo sé, tío. Pero cuando llegue el momento, ¿me darás tu apoyo?

Thomas Bolton pensó que era un pedido extraño. ¿Qué podría desear la sensata Elizabeth que suscitara la desaprobación de todos?

– Te doy mi palabra de honor, Elizabeth. Cuando llegue el momento estaré allí para sostenerte.

– Gracias, tío.


Como estaba previsto, dos días más tarde, el 30 de abril, la corte partió de Richmond en dirección a Greenwich. La barcaza de lord Cambridge abandonó la mansión Bolton para unirse a la comitiva real, Philippa se sentía en su elemento, saludando a todos sus amigos. Si su embarcación se acercaba a la de alguien conocido, señalaba a Elizabeth y decía: "Es mi hermana menor. Ha venido de visita a la corte". Las cabezas saludaban y Elizabeth hacía lo propio.

El rey llevaba en la barca real a la señorita Bolena, mientras que a la reina se le había prohibido asistir a Greenwich durante el mes de mayo. La enviaron a su casa favorita en Woodstock con unas pocas fieles damas de honor. En su fuero íntimo, la condesa de Witton estaba de acuerdo con su tío. A la reina le habían ofrecido una solución razonable que en nada perjudicaba a su hija. Philippa no entendía por qué ella no la aceptaba.

– ¿Ese es el palacio? -preguntó Elizabeth sacando a su hermana de su ensimismamiento. La joven miraba impresionada el maravilloso conjunto de edificios de ladrillo que se extendía a lo largo del río.

– Sí. ¿No es precioso? Y allí está la casa del tío Thomas. Una puerta comunica su jardín con los jardines reales. Te resultará de lo más práctico. Mañana es el Día de Mayo, la fiesta favorita del rey. La celebraron durará toda la jornada y es apenas el comienzo de las festividades.

La barca se acercó a la costa y se deslizó en dirección al muelle de piedra de la casa de lord Cambridge. Los sirvientes los ayudaron a descender de la embarcación y se dirigieron hacia la residencia. Elizabeth se detuvo para observar una estatua del jardín que representaba a una joven y a una criatura mitad hombre, mitad cabra. La criatura sujetaba a la joven contra su cuerpo, como si la hubiera tomado al vuelo. Con una mano tomaba uno de sus redondos pechos de piedra y el miembro del fauno se abría paso por entre los drapeados del vestido de la doncella. El rostro de la criatura tenía la marca de la lujuria. La boca de la joven estaba muy abierta, como si gritara.

Elizabeth enarcó una ceja y, volviéndose hacia su tío, le dijo:

– Estas estatuas son muy distintas de las del jardín de Londres.

– Las estatuas de nuestro querido tío son una vergüenza -dijo Philippa frunciendo los labios.

– ¿En qué sentido son distintas, querida? -le preguntó Thomas Bolton, sabiendo que Elizabeth encontraría una respuesta inteligente y disfrutando de la pacatería de Philippa.

– Las estatuas del jardín de la ciudad son pasivas, mientras que éstas parecen mucho más activas -respondió con una sonrisa. Luego se volvió hacia su hermana-: Yo no estoy sorprendida, Philippa, porque aunque todavía soy virgen, antes que nada soy una granjera. Ya he visto ese tipo de actividades en el reino animal.

– ¡Elizabeth, no vuelvas a decir que eres una granjera! Tú eres la heredera de Friarsgate, una vasta propiedad del norte del país, no una humilde lechera -la reprendió Philippa.

Thomas Bolton se tragó la risa y apenas sonrió.

– Te ruego me perdones, hermana, por decir la verdad. Trataré de ser más circunspecta en el futuro. Pero espero que mi eventual marido no crea que pasaré el resto de mis días frente al telar con los críos colgando de mis faldas.

– ¡Tío, hazla razonar! -gritó Philippa angustiada.

– Querida, ¿Crispin se reunirá con nosotros en algún momento? -dijo Thomas Bolton, cambiando de tema.

– No lo sé. Todas las responsabilidades de Brierewode recaen sobre su persona. Si logra hacer lo planeado, vendrá a visitarnos hacia mediados de mayo. El matrimonio es una sociedad, Elizabeth. Crispin cumple su parte, y yo la mía. Mi trabajo consiste en venir a la corte para asegurar el futuro bienestar de nuestros hijos utilizando mis buenos contactos. Como bien sabes, tío, ser la condesa de Witton no significa frivolidad y fiestas. Elizabeth debería entender que Dios creó al marido y a la mujer para servir a un destino común -concluyó Philippa.

– Gracias por tus sabios consejos, hermana mía -dijo Elizabeth con dulzura.

"¡Es increíble! -pensó lord Cambridge-. Esta muchacha puede ser a la vez taimada y absolutamente directa. Parece que es una joven mucho más complicada de lo que creía".

– Solo quiero tu felicidad. Y que seas tan dichosa en tu matrimonio como lo somos Banon y yo.

– Has sido muy generosa en venir a la corte a ayudarme, pero si Friarsgate no necesitara un heredero, sería completamente feliz sin un marido.

– Solo una mujer anormal puede decir tal cosa -dijo Philippa indignada-. Es el miedo a perder el poder sobre Friarsgate lo que te impide casarte.

– No, no es eso. Jamás perderé mi autonomía -respondió con calma Elizabeth-. El hombre que me despose deberá reconocer que soy la heredera de Friarsgate y que su ayuda será bienvenida, pero nunca me someteré a los arbitrios de mi esposo.