– Eres una mentirosa, y sospecho que gozas de perfecta salud. ¿Qué ha sucedido, Bessie? Y no me digas que no sucedió nada porque soy más vieja y más sabia que tú.

– Me arrojé a los brazos de un hombre y fui rechazada de plano. ¡Y no me llames Bessie!

– ¿De modo que puedes sucumbir a la tentación? No deja de ser una buena noticia, pues llegué a sospechar que solo te atraían las ovejas. ¿Quién es el caballero? ¿Crees que sería un buen marido? ¿Y por qué te rechazó? A menos, por cierto, que su corazón pertenezca a otra, en cuyo caso lo hubieras sabido. Y no eres tan tonta como para arrojarte los brazos de un hombre en esas circunstancias. -No está comprometido. Ni siquiera tiene una amante. Se lo pregunté.

Philippa estuvo a punto de reprenderla, pero prefirió cerrar los ojos y tragarse la reprimenda. Evidentemente, su hermana no sabía cómo comportarse en una sociedad elegante.

– Según él, no es un candidato adecuado y, además, no nos permitirían casarnos.

– ¿Dijo eso? -preguntó Philippa, intrigada.

Era insólito que un caballero se mostrase tan considerado. Sin poder ocultar la curiosidad, ladeó su pelirroja cabeza y miró inquisitivamente a su hermana menor, esperando una respuesta.

– Es el escocés, Flynn Estuardo -contestó Elizabeth, preparándose para el estallido que seguiría a su revelación.

– Es muy apuesto, lo admito -dijo Philippa con una tranquilidad que sorprendió a su hermana-. Pero tiene razón, por supuesto. No es adecuado en absoluto. Aunque es más caballero de lo que hubiera pensado.

– Nos besamos.

– ¿Nada más que un beso, estás segura?

– No, nada más -dijo Elizabeth con una voz tan triste que Philippa estuvo a punto de abrazarla.

– Por fortuna, el objeto de tus no correspondidos afectos se ha comportado con gran honestidad. Otros no hubieran vacilado en aprovecharse de tu candor. Ahora, dime, ¿por qué elegiste al escocés?

– Porque es norteño como yo, supongo. Porque ninguno de los dos pertenece a la corte. Porque es encantador y no me hace sentir una campesina torpe. Me acompañó a todas partes y me presentó a Ana Bolena, la única persona con quien he entablado amistad. Ha sido muy amable, Philippa. Y debes admitir que aquí no hay ningún candidato viable, como no lo hubo para ti en una ocasión. Si no hubieras comprendido que tu corazón y tu destino se hallaban en la corte, si tío Tom no hubiera comprado las tierras contiguas a Brierewode, no habrías encontrado a tu verdadero amor aquí. Nunca quisiste Friarsgate. Pero mi corazón, como el de nuestra madre, pertenece a esa bendita tierra Pensé que Flynn tal vez querría compartir su destino conmigo, pero su absoluta lealtad al rey no se lo permite.

– ¿Lo amas?

– No lo sé. Me gusta y creo que nos llevaríamos bien si nos casáramos. La pasión puede morir, hermana. La amistad, no.

– La amistad es una sólida base para construir un amor duradero. Pero si su lealtad se centra exclusivamente en Escocia, entonces no es el hombre adecuado para ti, ni para Friarsgate.

– Sin embargo, en las fronteras abundan los matrimonios mixtos. El de nuestra madre, por ejemplo.

– Sí, pero no son personas importantes ni tienen grandes propiedades. Mamá te entregó Friarsgate porque comprendió cuan profundamente lo amabas. Además, ello le permitió instalarse definitivamente en Claven's Carn con Logan y criar a nuestros hermanos escoceses en la casa de su padre, adonde pertenecen. Nuestros hermanos no tendrán lealtades divididas, ni tampoco debería tenerlas tu futuro marido. Friarsgate es inglés. Tú eres inglesa.

– Yo soy una solterona -repuso Elizabeth con voz lúgubre.

Philippa no logró contener la risa.

– Pensé que no querías compartir la vida con ningún hombre para poder gobernar tu reino libre de trabas -comentó con ironía.

– Así es. No obstante, he comenzado a percatarme de la importancia de tener un heredero… y un marido que lo engendre. ¡Quiero volver a Friarsgate! Allí no me confundo y todo es tal como me gusta.

– Primero descansa, luego concurre a tu fiesta de cumpleaños y por último, prepara tu equipaje -dijo Philippa, abrazando a su hermana-. Te convendría dormir un poco, ¡tienes ojeras! Yo te acompañaré a la fiesta y me pondré ese magnífico traje de pavo real que tío Tom diseñó para mí, pues el muy pícaro sabe que soy incapaz de perderme un evento de esa naturaleza. Y después regresaré a Brierewode. La corte ya no me resulta agradable, especialmente en estos tiempos, aunque no quiero perder el favor del rey, porque eso podría perjudicar a mis hijos y a su futuro como cortesanos.

– La vida es más simple en Friarsgate.

– La vida nunca es simple -dijo Philippa con una sonrisa.

– Lo es cuando eres una campesina. Pero no cuando eres una dama de la corte.

Las dos se echaron a reír. Eran tan diferentes que a veces a Elizabeth le resultaba difícil creer que fueran hermanas. Pero lo eran, indudablemente.

Philippa abandonó el cuarto y su hermana menor cerró los ojos, dispuesta a dormir. Reflexionando sobre lo ocurrido, concluyó que se había portado como una tonta con Flynn Estuardo. No deseaba perder su amistad, y aún tenía la esperanza de que fuese un buen marido. Su situación le recordaba la de Philippa cuando, años atrás, su prometido la dejó plantada para ser sacerdote. Pero había una diferencia: durante cinco años, su hermana había soñado con ese joven. "Yo, en cambio, acabo de conocer a Flynn Estuardo y no tengo el corazón roto", concluyó.

Por su lado, Flynn Estuardo reconsideraba la vida que había elegido. Las palabras de Elizabeth no habían caído en saco roto. ¿Por qué su hermano no lo había recompensado con algo mejor que un puesto en Inglaterra? ¿Acaso no era digno de tener una propiedad en alguna parte? ¿Una casa en Edimburgo? ¿Una esposa escocesa que comprendiera y compartiera sus lealtades? Sabía que ocupaba muy poco lugar en los pensamientos de su regio medio hermano, pero aun así, su fidelidad y los servicios prestados en todos esos años habían sido indudablemente valiosos para el rey.

Pero Jacobo V era un joven frío y despiadado, aunque solía mostrarse encantador y su sonrisa era de lo más seductora. Había aprendido a ser cruel y rudo durante los años en que estuvo bajo la tutela del segundo marido de su madre, el conde de Angus. Cuando el duque de Lennox partió a Francia, fue Angus quien se encargó de supervisar al rey niño. Y si a los catorce años lo había declarado mayor de edad, ello fue solo una excusa para gobernar en nombre de su hijastro. El niño no había recibido ninguna educación, a diferencia de sus predecesores, que fueron hombres extremadamente cultos. Angus se ocupó de su iniciación sexual con la esperanza de hacerse cargo del gobierno mientras el joven se dedicaba a sus amantes: Y Flynn fue testigo de los intentos del conde por arruinar a su medio hermano

En secreto, había obligado a Jacobo a practicar caligrafía para que menos su firma fuera legible. Y cuando Angus no los observaba, le hacía leer los documentos que se apilaban en su escritorio.

– Eres el rey, y es preciso que leas primero todo cuanto firmas.

– ¿Por qué? -le preguntó Jacobo.

– Porque no te gustaría firmar mi sentencia de muerte sin saberlo -le había respondido Flynn con una sonrisa.

Las dos áreas en las que el rey se destacaba eran la música y las artes marciales. Era extraño que tanto Jacobo como su tío, Enrique Tudor tuvieran ese maravilloso talento musical. De haber sido dos hombres cualesquiera, hubieran sido amigos, por cuanto habrían compartido la misma pasión por la música. Pero no lo eran. No se conocían y desconfiaban el uno del otro, pues, a diferencia de otros hombres, ellos representaban a Inglaterra y a Escocia.

A los dieciséis años, Jacobo V escapó de las garras del conde de Angus, se vengó de su padrastro y de sus secuaces y comenzó a gobernar por sí mismo.

– Te necesito en Inglaterra -había dicho a Flynn-. Eres la única persona en el mundo en quien puedo confiar, además de ser insobornable, una virtud que no abunda entre mis funcionarios. Mis embajadores lo enredan todo con su lenguaje diplomático. No saben hablar bien y tratarán de congraciarse con mi tío. Pero tú, hermano, me dirás la verdad de cuanto ocurra en la corte, y como eres discreto nadie te considerará una amenaza.

– Odio dejarte, milord. Estuve a tu lado desde que eras un niñito. Daría mi vida por ti.

– Lo sé. Y te prometo que no estarás fuera de Escocia para siempre. Debes comprenderme, Flynn. Aún soy demasiado joven y Enrique tratará de apoderarse de mi reino en la primera oportunidad que se le presente. Hasta me elegiría una esposa, si pudiera. Pero he decidido desposar a Magdalena, la hija del rey Francisco, aunque todavía es una niña y deberé esperar varios años antes de convertirla en mi mujer. Mientras tanto, debo defenderme de las aviesas intenciones de Enrique con respecto a Escocia.

Y Flynn terminó por aceptar, pues su vida consistía en servir a su medio hermano. Empero, Elizabeth Meredith estaba en lo cierto. El rey había dado por sentada su lealtad, y como casi nunca lo veía, en cierto modo se había desentendido de él. Sin embargo, si le pidiera una esposa rica o algunas tierras, se las concedería de inmediato. Su hermano nunca había sido mezquino ni tacaño. Flynn suspiró. Era una lástima Friarsgate no estuviese del otro lado de la frontera. Elizabeth había demostrado un genuino interés por su persona, y el dolor que advirtió en su mirada cuando se vio obligado a rechazar sus propuestas lo había entristecido sobremanera. Pero el corderito inglés no era para él. Tarde o temprano se desencadenaría otra guerra entre Inglaterra y Escocia, y Elizabeth Meredith defendería su amado Friarsgate con uñas y dientes. Aunque nunca se había enamorado de ninguna mujer, no ignoraba cuán fácil le resultaría amar a la adorable heredera de Friarsgate. Pero, ¡ay!, ella regresaría al norte dentro de una semana y era casi imposible que la volviera a ver.

Elizabeth no se levantó al día siguiente y tuvo que persuadir a su preocupada hermana y a su no menos preocupado tío de que solo necesitaba un poco más de descanso.

– Vivir en la corte es más agotador que cuidar ovejas -se excusó-. Y por favor, no te olvides de decirle a Ana que me siento muy honrada por la fiesta y que mañana estaré allí, querido Tom.

Sin embargo, Ana Bolena prefirió cerciorarse personalmente y, escoltada por lord Cambridge, traspuso la puerta del jardín con el propósito de visitar a su amiga.

– Te ves muy pálida -fue lo primero que dijo.

– No estoy acostumbrada a permanecer hasta altas horas de la noche bailando y jugando -sonrió Elizabeth-. No puedo dormir dos o tres horas y luego acudir a misa perfectamente vestida y peinada, como tú. Soy una muchacha de campo y si no duermo por lo menos siete horas, no sirvo para nada.

– ¿Acaso no te levantas con el sol? Y el sol despunta más temprano en esta época.

– Sí, pero también me acuesto a una hora razonable. Tu vida es agotadora, Ana. Prefiero pasar el día cabalgando y vigilando los rebaños a perder el tiempo en ociosas diversiones. Perdona, querida amiga, pero no estoy acostumbrada a tu estilo de vida.

– Pero al menos te has divertido, ¿no es cierto?

– Sí, lo he pasado tan bien estas últimas semanas que me he visto obligada a meterme en cama para recuperar las fuerzas. Y mañana no pararé en todo el día.

– ¡Oh, sí! Habrá regatas en el río y concursos de tiro con arco, tanto para los caballeros como para las damas, y bailaremos y cantaremos ¡Será maravilloso! ¡Y la fiesta! Yo misma he elegido el menú. Comeremos faisanes, cisnes, pasteles rellenos con carne de caza, patos, gansos y carne vacuna. Y exquisiteces tales como confituras bañadas en caramelo y mazapán.

– ¡Gracias! No soy digna de semejante prodigalidad, querida Ana. Muchos se sentirán celosos de que hayas honrado con tanto fasto a una simple campesina como yo.

– Lo sé, y por eso mismo pienso que será divertido, ¿no crees?

Elizabeth se echó a reír.

– Eres una malvada, Ana. Pero pienso que se lo merecen, pues su conducta hacia ti deja mucho que desear. Lamento que los demás no te conozcan tan bien como yo. Tienes un buen corazón, pero te tratan mal y murmuran a tus espaldas. Ojalá no fuera así.

– Sobreviviré, Bess. Alguien en mi posición aprende rápidamente o perece. Y no lograrán vencerme. Haré lo que deba y seré reina un día. Le daré a Enrique un heredero, que vivirá muchos años, a diferencia de los hijos de la pobre Catalina. ¡Soy una mujer fuerte! Y ahora debo irme. Vine para cerciorarme de que estabas bien. Lord Cambridge me juró que gozabas de perfecta salud, pero quise comprobarlo por mí misma. Espero que tu disfraz sea maravilloso.

– Te sorprenderás cuando me veas -replicó la joven con una sonrisa