– No digas nada, corderita, es mejor así.

Ella asintió con la cabeza mientras dos lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

– El primer amor rara vez es el último -dijo el joven con dulzura-. Lo sé por experiencia.

– Nunca dije que te amaba -musitó Elizabeth.

– No, no lo hiciste.

– Si fueras solamente un escocés y no el hermano del rey…

– Pero soy el hermano del rey. Y por ese motivo debo decirte adiós, corderita. Nunca volveremos a vernos -repuso Flynn, al tiempo que la tomaba de los hombros y la besaba en la frente. Luego se dio vuelta y desapareció en la oscuridad que envolvía los jardines del palacio.

Elizabeth se echó a llorar. ¡Era tan injusto no recibir en su cumpleaños el regalo que más deseaba!

– ¡Quiero regresar a casa! ¡Quiero volver a Friarsgate! -murmuró, como si le hablara a la noche.

Y entonces sintió que un brazo se deslizaba en torno a sus hombros para brindarle consuelo. Y como de costumbre, allí estaba lord Cambridge.

– ¡Oh, tío! -sollozó.

– Él es más sensato que tú, Elizabeth, pero eso no significa que no tenga el corazón destrozado.

– ¡No es justo!

– La vida, mi ángel, rara vez lo es. Y en tu condición de heredera de una gran propiedad, lo sabes mejor que nadie. Aquí abundan los desaprensivos que viven en el presente y jamás piensan en el porvenir. Pero tú no perteneces a esa categoría, ni tampoco Flynn -dijo con dulzura-. Y ahora ven conmigo y regresemos a casa.

– ¿A Friarsgate?

– A Friarsgate -le respondió, y se alejaron juntos del palacio mientas la luna resplandecía en el río que acababan de dejar atrás y comenzaban a apagarse las farolas en los verdes jardines de mayo.

CAPÍTULO 08

Al día siguiente, Elizabeth se despertó muy tarde. No quería volver jamás a la corte, pero la sensatez de Philippa prevaleció sobre sus confusas emociones.

– Debes quedarte hasta fin de mes. Sería sumamente incorrecto partir antes que el rey, hermanita.

– Pero no soportaré ver de nuevo a Flynn Estuardo -sollozó.

– ¿Qué demonios te pasa? -la regañó Philippa-. Él no te conviene y lo sabes. Además, acaban de conocerse. Y no solo es escocés, sino un Estuardo ilegítimo. ¡Por Dios, Elizabeth! Pareces una adolescente encaprichada con su primer amor. Espero que no hayas sido tan tonta como para dejarte seducir.

– Flynn es un caballero -contraatacó la joven-, y ser escocés no tiene nada de malo. Y si el primer amor consiste en ilusionarse con una persona, entonces puedes considerarlo mi primer amor. Y en cuanto a la adolescente encaprichada, no soy como esas muchachitas que vienen a Greenwich llenas de expectativas solo para perder la virtud con algún presumido cortesano. Si me impulsara la pasión, hace rato que habría perdido la inocencia con un pastor lo bastante guapo para tentarme.

– ¡No digas esas cosas! -exclamó la condesa de Witton, escandalada.

Elizabeth se echó a reír.

– Oh, hermana, mi reputación es tan pura como agua de manantial y no perjudicará la tuya. Si hoy no concurro a la corte nadie se molestará en entregarse a los placeres de la maledicencia a costa de mi persona, te lo aseguro.

– No puedes irte de Greenwich sin antes despedirte del rey. De seguro querrá enviarle un mensaje a mamá.

– Presumo que otra ingeniosa diatriba acerca de su marido, el pobre Logan Hepburn -murmuró Elizabeth-. ¿Crees que mamá fue alguna vez la amante del rey?

– Hace años circularon rumores en ese sentido, pero nuestra madre siempre lo negó.

– ¿Y tú le creíste? -preguntó con malicia.

– Desde luego -respondió Philippa. Y luego agregó-: Me convenía hacerlo. ¿Qué habrían pensado si hubiese dudado de mi propia madre?

– ¡Entonces crees que fue su amante!

– Honestamente, no lo sé. Lo que sí sé es que el rey se muestra hoy día más afectuoso con ciertas damas, aunque no de una manera lujuriosa. Pero lo importante, Elizabeth, es que eres la hija de Rosamund Bolton, su amiga de la infancia. El rey y la reina han sido muy buenos con Banon, conmigo y con nuestra familia. Incluso te hubiera encontrado un esposo, si se lo hubieses pedido. De modo que no puedes dejar la corte sin despedirte del rey. Y de tu amiga Ana Bolena, por cierto.

Elizabeth sonrió con ironía.

– No estás dispuesta a ser su amiga, ¿verdad? Pero si tu hermana lo es y Ana llega a ser reina, esa relación favorecerá a tus hijos. Según tengo entendido, uno de ellos es el paje de su tío, el duque de Norfolk.

– Sí, gracias al rey. Mi hijo pertenecía al séquito de Wolsey, pero cuando este cayó en desgracia, estuvo a punto de perder su posición y entonces el rey le pidió al duque de Norfolk que lo tomara a su servicio, alegando que a un duque le está permitido utilizar el paje de otro. Si no fuera por Enrique Tudor, Owein se hubiera visto obligado a regresar a casa. Los Howard son una familia muy poderosa, Elizabeth. Y tus sobrinos sirven a los dos hombres más poderosos del reino.

– Te prometo que no me iré sin despedirme de Su Majestad y de mi amiga Ana Bolena. Pero hoy deseo estar a solas con mis pensamientos.

– De acuerdo. Y permíteme darte un consejo: no alimentes sueños imposibles. Considera, más bien, lo que harás de ahora en adelante para conseguir marido. Mamá y yo rara vez coincidimos en algo, pero en lo tocante a tu casamiento pensamos de la misma manera, y también Banon.

– ¡Vete de una buena vez! -exclamó su hermana tapándose la cabeza con la colcha. Escuchó los pasos de Philippa cruzando el dormitorio y el ruido de la puerta cuando se cerraba. Aun así, se asomó para comprobar si se había ido. Luego oyó voces en la antecámara; seguramente Philippa le estaba dando órdenes a la pobre Nancy. Volvió a redarse y Se dedicó a planificar el día.

Era una hermosa mañana de finales de mayo, demasiado bella para permanecer acostada, pero también demasiado bella para desperdiciarla en la corte. En realidad, tenía ganas de cabalgar.

– ¡Nancy!

La doncella apareció de inmediato en la puerta de la alcoba.

– ¿Sí, señorita?

– ¿Lord Cambridge ya ha salido?

– Aún no es mediodía, señorita. Pero supongo que estará despierto, pues vi al señor Will preparar la bandeja del desayuno.

– Ve y dile si puedo hablar con él.

Nancy se apresuró a cumplir la orden de su señora, quien, levantándose finalmente del lecho, se dirigió a la ventana que daba al jardín. En ese momento, su hermana se encaminaba a la puerta que separaba la mansión Bolton del bosquecillo. Por nada del mundo se perdería las últimas festividades de mayo. "Bueno -pensó Elizabeth-, ella encontrará algún pretexto para justificar mi ausencia y yo gozaré de plena libertad. Quiero andar a caballo. Me pregunto por qué nadie sale a cabalgar en Greenwich. No he montado a mi caballo desde que llegué aquí".

Nancy acababa de regresar a la alcoba.

– Lord Cambridge dice que la espera, señorita.

Elizabeth, vestida con una larga camisa, abandonó sus aposentos, bajó al salón y se dirigió al ala de la casa donde se hospedaba su tío.

– ¡Buenos días, querida! -exclamó alegremente Thomas Bolton-. ¿Philippa ya se ha ido?

– Sí, después de darme un sermón, pues para eso vino -sonrió la joven sentándose en el borde de la cama-. Hoy no quiero ir a la corte, tío Tom, sino a cabalgar. ¿Me acompañarás?

– Una magnífica sugerencia, muchacha, y nos dará un respiro. La corte es un tedio. Quizás esté envejeciendo, pero ya no me resulta tan divertida como antes. No veo la hora de regresar a Friarsgate.

– Según Philippa, no podemos partir hasta que el rey se haya ido. ¿Es cierto?

– Lamentablemente, sí.

– Pero no será necesario concurrir a los festejos todos los santos días, supongo.

– No -repuso lord Cambridge-. Conozco un sendero donde podremos cabalgar esta tarde. Se encuentra junto al río y es realmente encantador. ¡Ah, por fin, Will! Desfallezco de hambre, querido.

Una tímida sonrisa iluminó el rostro de William Smythe mientras apoyaba la bandeja en el regazo de Thomas Bolton e introducía el borde de la servilleta en el cuello de su camisón.

– El cocinero se demoró porque quería que el pan estuviera caliente y esponjoso. La hogaza acaba de salir del horno, milord.

– Gracias por cuidarme con tanto esmero, Will.

Elizabeth tomó un trozo de tocino de la bandeja de su tío y, tras ingerirlo, dijo:

– Will, ¿por qué no nos acompañas a cabalgar esta tarde? Has trabajado mucho estas últimas semanas, mientras mi tío y yo disfrutábamos de la corte.

– Eso me gustaría -repuso William Smythe.

– ¡Qué bueno! ¿Le has contado a lord Cambridge lo del gatito? Pues bien, querido tío. Will encontró al más adorable de los gatitos escondido en la barca. Dios sabe cómo fue a parar allí, pero lo llevaremos al norte con nosotros. Lo bautizamos Dominó porque es blanco y negro. Y le he prometido a Will que si su gata Pussums no acepta la compañía de su nuevo amiguito, entonces me lo llevaré a casa.

– Pussums ya es una vieja y honorable dama y probablemente no le agradará la presencia del joven intruso. Sin embargo, me he acostumbrado a tener un gato a mi alrededor, y ahora habrá dos, uno para cada regazo, cuando nos sentemos junto al fuego en las noches de invierno. Si quieres un gato, querida niña, tendrás que encontrarlo por tu cuenta, me temo.

Elizabeth lo besó en la mejilla y abandonó el dormitorio, dando le las gracias por haber aceptado a Dominó. Thomas Bolton, por su parte, terminó de desayunar y se vistió como un consumado jinete. Los tres caballos los aguardaban en la campiña que rodeaba Greenwich. Los hombres andaban al paso, disfrutando de la calma del paisaje, pero Elizabeth no tardó en dejarlos atrás. Espoleando su cabalgadura subió a un altozano y se perdió de vista.

– La señorita Elizabeth está un poco triste. ¿No lo has notado, milord?

– SÍ le hubiésemos dado un mínimo empujón se habría enamorado del mensajero del rey de Escocia. Flynn Estuardo es más caballero que muchos de nuestros cortesanos, Will, pero no le conviene, desde luego.

– Porque es escocés.

– En cierto modo sí y en cierto modo no. Si no fuese el medio hermano del rey Jacobo, lo consideraría el hombre ideal. En principio, mi intención era casarla con un buen cortesano inglés, pero dadas sus responsabilidades con respecto a Friarsgate, comprendo que eso ya no es posible. ¿Qué opciones nos quedan entonces, querido muchacho? O forzarla a contraer matrimonio con uno de los ingleses del norte o que ella elija a un escocés de su agrado. Pero la lealtad de Flynn Estuardo a su rey es demasiado grande. De haber otra guerra, y sin duda la habrá, él no sería neutral. Friarsgate siempre se las ingenió para mantenerse al margen de las disputas entre Inglaterra y Escocia. Su aislamiento los ha preservado de las invasiones y de los merodeadores. Quizá lo mejor sea un marido escocés, un vulgar escocés sin relaciones importantes, un escocés de buena familia.

– ¿Tienes a alguien en mente, milord? -preguntó Will, aunque ya sabía la respuesta. Thomas Bolton había dedicado mucho tiempo a resolver el problema de Elizabeth y el de los futuros herederos de Friarsgate.

– Tal vez, muchacho, pero no estoy dispuesto a hablar del tema, por momento -repuso lord Cambridge con aire pensativo. -Supongo que aún no le has dicho nada a la señorita Meredith.

– No tampoco a mi prima Rosamund. Primero debo cerciorarme de que ese casamiento sea realmente el apropiado para Elizabeth, y tú debes guardar mi secreto.

– ¿Acaso no he guardado siempre tus secretos, milord?- Lord Cambridge le dedicó una luminosa sonrisa.

– Eres un tesoro, querido muchacho, y sabes de sobra que no me las arreglaría sin ti.

– ¿Por qué son tan lentos? -les preguntó la joven, que había regresado para unirse a ellos.

– Simplemente te hemos permitido gastar tus energías, sobrina Will y yo nos contentamos con un tranquilo paseo campestre.

Elizabeth se echó a reír y, espoleando a su caballo, se lanzó de nuevo al camino.

– Ah, la juventud -comentó lord Cambridge.

El hecho de escapar del tedio de la corte y de galopar por la campiña la hizo sentir mejor. Prefería regresar a la casa de su tío e ingerir una comida bien cocinada a observar cómo comían el rey y la señorita Bolena mientras ella se limitaba a picotear las sobras. Le gustaba acostarse a una hora razonable en lugar de permanecer en pie hasta altas horas de la noche. Al fin y al cabo, era una mujer de campo y estaba orgullosa de serlo.

Al día siguiente volvió a la corte y buscó a su amiga Ana Bolena.

– ¿Dónde te habías metido? Tu hermana me dijo que estabas descansando. Al parecer, el ritmo de la vida en la corte te extenúa.

– ¿Hablaste con Philippa? -Elizabeth se mostró sorprendida.